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Susan Lenox, de Juan Eduardo Cirlot (1916-1973)

Tema en 'Poetas famosos, recomendaciones de poemarios' comenzado por Évano, 27 de Marzo de 2014. Respuestas: 2 | Visitas: 3475

  1. Évano

    Évano ¿Esperanza? Quizá si la buscas.

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    Susan Lenox, de Juan Eduardo Cirlot (1916-1973)


    Susan Lenox (1947)

    Aquí estoy, en un bar, bebiendo vino
    como otras tantas tardes. La tristeza,
    la tristeza de muchas cosas muertas,
    perdidas o no sidas, me acompaña.

    Niebla, niebla.
    La sombra baja lenta como un río;
    su invasión me atenaza.
    Ni música de jazz se oye a lo lejos
    y un silencio infinito me circunda.

    Da lo mismo.
    Las horas que han pasado no me importan,
    no me importan las horas ni los días,
    los días que han pasado, ni los años.
    Da lo mismo.
    Niebla, niebla.
    Aquí estoy, en un bar, bebiendo vino.

    Como otras tantas tardes, la tristeza,
    la tristeza me mira dulcemente
    con su clara mirada, como tantas
    otras tardes.

    No sé qué me sucede. Es un sonido,
    un sonido de lluvia el que aparece.
    Niebla, niebla.
    No sé qué me sucede; como un río
    la tristeza de muchas cosas muertas
    aparece.
    No sé que me sucede; es un recuerdo,
    un sonido de lluvia o de cortina.
    En efecto,
    la cortina, a mi lado, lenta oscila;
    la cortina de alambres y bambúes.

    Ni música de jazz se oye a lo lejos.
    Da lo mismo, lo mismo.
    La tristeza me mira; es un sonido,
    un sonido de lluvia o de cortina.
    En efecto,
    la cortina, a mi lado, en la ventana,
    en la ventana muerta, leve oscila.

    Oscila, sí, recuerdo; es un recuerdo.
    Había una gran sala abandonada,
    una sala perdida entre la niebla
    de pálidas cortinas como ésta,
    mujeres que llevaban en el pelo
    suaves flores doradas o amarillas.
    Niebla, niebla.
    Aquí estoy, en un bar, bebiendo vino.

    Como otras tantas tardes, una sala,
    una gran sala ausente donde habían
    mujeres que llevaban en el pelo
    las flores amarillas.

    Como otras tantas tardes de silencio,
    un silencio infinito me circunda.
    La tristeza me mira; es un sonido.
    Sí, la cortina suena. No es el aire,
    el aire no la empuja, es la tristeza,
    la tristeza como otras tantas tardes.

    Recuerdo aquella sala rodeada
    de pálidas cortinas. Ella siempre
    vivía entre la niebla, entre la niebla.
    da lo mismo.
    Las horas que han pasado no me importan,
    no me importan las horas, ni los días,
    los años que han pasado, ni las horas,
    ni las eternas horas solitarias.

    Niebla, niebla.
    No sé qué me sucede; es un recuerdo.
    Recuerdo las palabras del poema:
    Siduri; la del cabaret, vivía
    Susana, no Siduri. Sí, Susana,
    cerca del mar inaccesible y puro.

    Da lo mismo siduri que Susana.
    Caldea que Cartago o Barcelona,
    las islas del Pacífico o Long Island,
    que China; hay una sala abandonada.

    No sé qué me sucede; es un recuerdo.
    El recuerdo de muchas cosas muertas,
    perdidas o no sidas. Niebla, niebla.

    Niebla, niebla.
    como otras tantas tardes, como oun río,
    Susana se llamaba.
    ni música de jazz se oye a lo lejos;
    da lo mismo, lo mismo.

    Ni música de jazz. Ella, la dulce
    no tuvo otra canción que este sonido
    de lluvia o de cortina aque prosigue
    como un recuerdo suyo no olvidado.

    La sala; sí, la sala. Las mujeres
    las pobres entregadas a las fiestas
    más tristes de la tierra; las muejres.
    Como otras tantas tardes, un recuerdo.
    Un recuedo d eamor, constantemente,
    constantemente asido a mi memoria.
    la imagen repetida del cabello,
    la luz de las estrellas en sus muslos,
    la luz de las miradas, el silencio
    debajo de su voz grave y lejana.
    Da lo mismo.

    Susana sonreía. Niebla, niebla.
    Susana en el cristal del horizonte,
    Susana en la gran sala abandonada.
    Susana con sus flores amarillas,
    sonreía.

    Ni música de jazz se oye a lo lejos.
    Como otras tantas tardes, un silencio,
    un silencio infinito me circunda.
    Aquí estoy, en un bar, bebiendo vino.

    No sé qué me sucede; es un recuerdo,
    es una soledfad, es un sollozo
    perdido donde el rí9 de la nibla
    escarba con la muerte hacia los ojos,
    sube como el amor hasta los labios,
    como otras tantas tardes.

    Da lo mismo;
    lo mismo da el temblor que se separa,
    la incierta condición de lo querido,
    la luz del sufrimiento, la distancia
    hasta la cosa muda,
    hasta la sala grande que recuerdo.

    Que recuerdo, recuerdo;sí, recuerdo
    la sala, las mujeres,
    las pobres entregadas a las fiestas
    para ganar su vida. Es un sonido;
    la muerte es un sonido de cortina,
    un sonido que pasa y que se apaga,
    un sonido que queda. Niebla, niebla.

    Ni música de jazz se oye a lo lejos,
    ni música de jazz. Sí, la cortina;
    el aire no la mueve, es mi tristeza.
    La tristeza me mira, da lo mismo.

    Aquí estoy, en un bar. Sus ojos claros,
    su rostro sonriente y lejanísimo,
    sus manos, la tristeza; niebla, niebla.

    Sus manos en el aire del recuerdo,
    sus manos en la sal, en sus cabellos,
    sus manos con las flores amarillas,
    como otras tantas tardes. La cortina,
    sonando; la cortina.

    La cortina de alambres y bambúes,
    la lluvia cencicienta, la tristeza.
    La tristeza me mira como un río,
    como un río sollozo. Niebla, niebla.

    Niebla sobre la sala abandonada,
    niebla sobre los dedos sollozantes,
    niebla sobre los árboles de en torno
    de la sala de niebla abandonada,
    de la estancia sin límites ni forma,
    del cuadrado sin ángulos ni lados,
    del gran vaso inconcluso donde bebo,
    de la ausencia profunda, aparecida
    como un total acceso a la presencia,
    con su beso final y agonizante.
    Da lo mismo.

    Lo mismo da la niebla que sus ojos,
    que sus ojos de sombra y cautiverio,
    lo mismo da el amor que la cortina.
    Se llamaba Susana.
    Lo mismo da la niebla que el recuerdo.
    Susana, sí. Susana.

    Aquí estoy, en un bar, bebiendo vino.
    Aquí estoy, en un bar, como la niebla,
    recordando; volviendo sobre el mundo,
    cayendo entre los muebles de la sala,
    de la sala de niebla y de caricias,
    de la sala, lo mismo, da lo mismo,
    como otras tantas tardes. Niebla, niebla.

    Como otras tantas tardes sin Susana,
    con Susana a lo lejos. La cortina,
    la cortina se mueve. La cortina,
    la cortina se mueve dulcemente
    como otras tantas tardes. La tristeza,
    la tristeza de muchas cosas muertas,
    perdidas o no sidas, da lo mismo.

    Lo mismo da la sala, las mujeres;
    mujeres que llevaban en el pelo
    sus flores destruídas y amarillas.
    Se llamaba Susana, da lo mismo.

    Ni música de jazz; sólo silencio.

    Susana se llamaba; ya de niña
    sabía su desgracia. La cortina.
    Se llamaba Susana por la tarde,
    se llamaba Susana al mediodía,
    se llamaba Susana por la noche.
    Susana se llamaba sobre el alba.

    Y la cortina suena. Niebla, niebla.
    La sombra baja lenta, como un río;
    su invasión me atenaza. No me importan
    las horas, ni los años, ni los días:
    los días que no pasan con Susana.

    Da lo mismo.
    Niebla, niebla.
    La tristeza me mira. Es un sonido,
    un sonido de muerte o de cortina.
    En efecto;
    la cortina, a mi lado, en la ventana
    como otras tantas tardes, leve oscila.

    Da lo mismo.







    Biografía:

    Fue hijo de Juan Cirlot y María Laporta. Estudió bachillerato con los jesuitas de Barcelona y trabajó en una agencia de aduanas y en el Banco Hispanoamericano. En 1937 fue movilizado para luchar por la República; a comienzos de 1940 fue movilizado otra vez, pero por el bando franquista. Estuvo en Zaragoza hasta 1943; allí frecuentó el círculo intelectual y artístico de la ciudad y se relacionó con el pintor Alfonso Buñuel -hermano de Luis Buñuel. En el verano del 43 regresó a Barcelona para trabajar en el Banco Hispanoamericano y conoce al novelista Benítez de Castro, quien le introdujo en el periodismo como crítico de arte. Trabaja en la librería editorial Argos. Compone música y trata a los artistas del grupo Dau al Set. En 1949 colabora en la revista Dau al Set. En octubre viaja a París y conoce a André Breton en persona. Se edita Igor Stravinsky, su primer ensayo. En 1951 empieza a trabajar en la editorial Gustavo Gili, donde permanecerá hasta su muerte.

    Entre 1949 y 1954 conoce y trata al etnólogo y músicologo alemán Marius Schneider en Barcelona; Trabaja con José Gudiol Ricart. En 1954 aparece El ojo en la mitología. Su simbolismo. Entra a formar parte de la Academia del Faro de San Cristóbal. En el año 1958 empieza a escribir colaboraciones en Goya, Papeles de Son Armadans, etc. y aparece su obra más famosa e internacional, el Diccionario de símbolos tradicionales en la editorial Luis Miracle. Siguen unos años de intensa actividad como crítico y conferenciante. En 1962 se publica en inglés su diccionario con el título A Dictionary of Symbols con prólogo de Herbert Read. En 1966 vio la película El señor de la guerra de Franklin J. Schaffner. En 1971 enferma de cáncer de páncreas, es operado y el 11 de mayo de 1973 muere en su casa de la calle Herzegovina de Barcelona. Fue padre de la medievalista y filóloga Victoria Cirlot.*

    *Fuente: Wikipedia
     
    #1
  2. dulcinista

    dulcinista Poeta veterano en el Portal

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    Gracias amigo por rescatarlo
    para nuestrra memoria. Lo conocía un poco,
    más bien había leído algo suyo hace ya algunos años
    y siempre es agradable adentrarse por nuevos autores poéticos.
    Un abrazo.
     
    #2
  3. Évano

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    Gracias a ti, Eladio. Un abrazo, compañero.
     
    #3

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