Tapiz de piel

Esto no es un poema, tampoco un pensamiento, esto es tan patético que no alcanza a ser el susurro de una bestia de origami.
Contare mi historia ya que es la última vez que respiro. Todo comenzó el momento en que la vida me mordió el cuello, en un cubo de madera encontré cadáveres de papel, desde esa profundidad de mi inocencia desparpajada descubrí la brutal ansiedad de Kafka, la belleza desvaída y envolvente de Tolstoi. Incluso me deje seducir por el erotismo mudo y desconocido de pablo Neruda.
Siempre fui un chico extraño, de aquellos que prefería soñar con encontrar el amor al escribir un poema, que ser real. Siempre soñé con que alguien viera lo que aun veo, que se extasiara con el vaivén de la yerba oscilante y anegadas de pequeñas gotas cristalinas que parecen lágrimas de dioses reinventados o de ninfas como las que quería enamorar antes de dormir.

Escribí al alba, tomando pequeños descansos para pregunta a Gandhi por que las calles de mí amada ciudad sangran a cada momento.
Poco a poco me fui perdiendo buscando en los rincones de la melancolía de pessoa un aliciente para mi aparente decadencia, fui auto destructivo como Rembrandt. Solo tenia a una persona, una diosa de armiño con profundidades de cueva sin llenar, ella me dio la oscuridad que mis ojos cegados y necesitaban para descansar .Se llama soledad; es una bella dama que huele a muerte y sangre. Aun recuerdo como me abrazaba en las noches que tenia frio y como me besaba después de que decidía no abrir mi cuello.
Todos los días pensaba en la muerte. Igual que ahora, pero en ese momento la busque en cada hora taciturna en que más que poeta era preso del papel.
Que tétrico y anticuadamente idílico era mi mundo, pintando de negro el sol y ansiando que llegara la noche para rasgar la piel que envuelve la bestia benevolente que me habita. Recorrí aceras donde la miseria se desangraba en volutas de humo amarillo, la luz desdoblada y arcilla quemada acompañaban cada paso que daba. Creía que todo era hermoso, y no me equivoque.
Dibujaba en lo hondo de su noche todo lo que sentía… ese alguien.
El oxigeno que estrangula las venas me atrapo y no podía escaparme de sus redes perfumadas.
Traspase lo que se considera humano, volé atreves de un todo resumido en un papel quemado y tirado al viento.
Hubo un momento en que pensé que era diferente que no lograría algún día encontrar a alguien que igual que yo todas las noches intentara arrancar la luna de su lecho.
Estaba en lo cierto. Ella nunca lo intento, para arrancar la luna tuvo que a verse sacado los ojos.
Yo lo intente, pero cuando la sangre empezaba a llenar su mirada prefería detenerme y darle un beso.
Ella murió, el metal hiso una grieta en sus ojos.
Yo seguí caminando, escribiendo con mis huellas por no llorar. Viendo pasar todo lo que ame, asesinando los besos corrompidos, riendo por las noches y días de misantropía, con versos anticuados y remojados en un poco de cordura.
Solo empecé a creer en personas que vomitan conejos y empecé a con consumir cadáveres exquisitos de langostas artríticas.
Hiperrealista o esquizofrénico quien puede saberlo igual seguí con mis hábitos de necrofilia y canibalismo.
Todo se limitaba al papel y aquella dama que duerme en mi regazo para que no la olvide.
Toda mi vida e buscado respuestas a una pregunta que aun no he concebido y creo que ya perdí la esperanza de hacerlo. Lo peor de todo es que sé que seguiré buscando el porqué de los sentidos absurdos que me rigen.

 

Magníficas letras brillantes y sobresalientes.