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Techando la vida

Tema en 'Prosa: Generales' comenzado por Starsev Ionich, 13 de Octubre de 2021. Respuestas: 0 | Visitas: 281

  1. Starsev Ionich

    Starsev Ionich Poeta asiduo al portal

    Se incorporó:
    26 de Marzo de 2011
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    Recuerdo como, un punto rojo sobre la troncal principal empezaba a tomar vida, mientras subía la escarpada calle que daba entrada al Paraiso, el barrio en el que viví mis primeros años. Aquel punto inerte, desviaba mi vista del horizonte frágil, fragmentado por los edificios de la capital en algunas tardes lluviosas. Empezaba a acercarse lentamente, esquivando obstáculos, tronando huesos, respirando con dificultad, fatigado. Luego iba tomando forma lentamente. Era mi abuelo, con su gorra roja flameante de décadas, con los hilos grisáceos en sus bordes y una mancha de sudor que delataba la falta de pavimentos en las calles; pero sobre todo que delataba, su dedicación en la vida.

    Que sería de su salud y de la evolución de su enfermedad sin aquel factor que –sin que él lo supiera-, desaceleraba su deterioro y aplazaba su inminente muerte. Subir esa montaña era el paño de agua tibia, ante el engaño que deterioró lentamente sus excepcionales facultades mentales.
    En aquellas tardes lluviosas, el polvo de las calles se levantaba con un sonido estéril y enlutaba El Paraíso. Las personas corrían para protegerse de los aguaceros, bajo sus hogares protegidos por las casas cubiertas por tecnología de punta: tejas con un material a prueba de agua, con más vida útil que el plástico y a precio de huevo.

    Mi abuelo era considerado una especie de Dios. En todo el cinturón de miseria que era nuestro barrio, las chozas con bloques empañetados, burdamente, eran salvaguardadas por techos perfectamente instalados, por el único habitante certificado en el uso e instalación de las tejas de amianto fabricadas por la marca Eferdit®.

    Con pulidora y ganchos en mano, realizaba hazañas con la precisión de un cirujano, y lamentablemente en cada corte de teja, aspiraba el polvillo que parecía ser insignificante. Poco a poco, los problemas respiratorios aparecieron, tristemente, en una persona como el, deportista consagrado y enemigo del licor y el tabaco.

    A mis trece años lo acompañé a hacer la que fuera mi primera instalación. Llegamos y compramos los materiales. Su fidelidad hacia Eferdit® parecía una especia de culto sectario, pues al comprar los materiales y sugerirle sutilmente que con otra marca tal vez se ahorraría unos pesos, se negó rotundamente y empezó a enumerarme cronológicamente todos los seminarios, congresos y capacitaciones, que la empresa muy amablemente había ofrecido para su formación y habían sido la oportunidad de que su familia saliera adelante, por medio de la instalación y manipulación del amianto. Parece que lo importante en esta formación continua era enamorar al cliente a la marca, fidelizarlo, y muy escuetamente recordar los materiales de protección, como el simple uso de una mascarilla contra partículas. Utensilio que desgraciadamente nunca llevaba puesto.

    En mi casa, por cualquier rincón relucía la marca. En los pocillos, en los cojines de la sala, en los cuadernos que llevaba al cole, en el balón de futbol que pateaba con mis amigos. Incluso creo que para mi abuela debió ser mata-pasiones encontrar la marca hasta en la ropa interior del abuelo.

    El abuelo luego de veinte años de fidelidad y con los ahorros de toda su vida, dejo de hacer instalaciones y se convirtió en distribuidor certificado de la marca, cuando las tejas ya no venían solo onduladas, sino en diferentes tipos de canales, formas y tamaños. Pero desafortunadamente siguió haciendo cortes y respirando la mortífera viruta, porque la gente pagaba bien cortar a medida…

    Y en parte el abuelo y la marca dieron un impulso grande al barrio, que dejó de ser tan ruin, y se convirtió en un concurrido barrio comercial con grandes edificios y establecimientos comerciales, a costa de su salud, y de sus pulmones virginales de alquitrán y otros componentes del odiado cigarrillo.

    Aquella mancha que subía como locomotora por el camino empedrado poco a poco fue perdiendo fuerza y velocidad y un día se varó, postrado en una cama con un diagnóstico de cáncer pulmonar. En su cama, irreconocible, se negaba a quitar su gorra roja con el logo de sus entrañas y también se negaba a recibir la asesoría de su cuñado, un prestante abogado salido desde abajo, como él, que tenía todos los argumentos para sacar una cuantiosa suma a Eferdit®, teniendo en cuenta el antecedente de los habitantes de un barrio en donde operaba una de las fábricas de producción, atestado de casos de cáncer de pulmón y EPOC. La empresa sabía del grado de toxicidad del amianto y aun así lo promocionaba con bombos y platillos, cuando había sido vetado hacía más de una década en países del primer mundo.

    En sus últimos días fui a visitarlo a pesar de que, me era muy doloroso verlo en ese estado de salud. Su memoria a pesar de todo se mantenía viva y recordamos juntos su juventud, el progresismo de algunos gobiernos de centro izquierda y las muertes que más le han dolido en su vida, sin darse cuenta que no sumaba la suya a la lista; si la suya hubiera pertenecido a una colección de muertes que causaran indignación se titularía: “madre da de comer a su hijo mientras le envenena lentamente”. En la conversación salió a flote el tema de Eferdit®…

    Abue…, ¿no cree que esta gente debió ser más clara con lo del uso de la mascarilla, o por lo menos decirles a las personas que tuvieran protección al momento de cortar las tejas? –le pregunte de forma temerosa, notando mi imprudencia-

    Mijo, en cada capacitación nos decían de la importancia del uso de la mascarilla…, lo que pasa es que a veces uno cree que va a durar toda la vida – respondía reflexivamente-

    ¡Pero abuelo! Hace quince años que prohibieron el amianto en algunos países de la comunicad europea…
    ¿No deberían pagar por el daño a tantas personas? –le preguntaba, rascándome la cabeza inquisitivamente-

    Papito, en estos países atrasados el progreso llega lento, acompañado de toda su inmundicia. Tranquilo mijo que esta gran empresa no me va a desamparar, ya vino el funcionario representante, y nos va a dar una generosa suma por daños y perjuicios, para que ustedes puedan estudiar y no tengan que matarse tanto como me tocó a mí… -me dijo con dificultad, con su voz entrecortada que fallecía por momento mientras me acariciaba las orejas como solo él lo hacía.

    Mi abuelo murió a los pocos días y la empresa no pudo tranzar con cualquier chichigua, el abogado logró una buena indemnización para mi madre, quien también empezó con síntomas de enfermedad obstructiva pulmonar. A su velorio llegaron sendos ramos de Eferdit®, y repartieron gorras y camisetas, y una lapida en amianto –para no perder la costumbre- con un epitafio para la eternidad: “–dedicado a una persona que compartió nuestros valores como empresa, velando por el progreso y el futuro de país. Gracias por confiar en nosotros Don Seferino-“.
     
    #1

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