Tejer la vida con los hilos de la imaginacion

Desde que Rosa tenía ocho años se pasa los días inventando historias, pintando un mundo de ficción...
Hoy Rosa tiene ya 10 años y es toda una mujercita. En la actualidad vive con su padre Luis, pues hace un año su madre les dejo bruscamente, aquejada por un cáncer.
A su madre le debe el don para construir historias a partir de cosas insignificantes: Un autobús vacio, la torre de una iglesia, una abuela sentada a la puerta de su casa y cientos más. Y gracias a su imaginación reconoce que la siente más cerca… Su padre es para ella el mejor premio cada vez que le manifiesta admiración por las cosas que ella le cuenta.
En el colegio, donde todos los niños y niñas tienen apodos, a ella la llaman "la fantastica", puesto que sus compañeros la ven a menudo escribiendo y dibujando sobre cosas que se inventa. A ello Rosa responde siempre con una sonrisa.
Hace unos días su mejor amiga, Concha, tuvo que dormir unos días en sus casa, porque tuvieron que operar a su madre de urgencia y quitarle la vesícula y el padre de Concha se tuvo que quedar en el hospital haciéndola compañía. Rosa se imaginaba a los médicos y enfermeras quitando órganos averiados y reponiendo otros restaurados. Algo así como si fueran mecánicos de autos. Y así se lo expresó a su amiga, acompañándolo con algún dibujo. Luis, su padre, también la escuchó, algo perplejo, tales afirmaciones.
Ayer fue testigo de cómo un policía increpaba a su vecino Jonás. Este decía que iba con prisas y tuvo que aparcar un instante en un lugar que no estaba permitido. El policía, ignorando las disculpas de Jonás, le puso una multa que le sentó fatal, porque lleva dos meses sin trabajar y viviendo con muchas estrecheces. Ante tanta frustración, se enfadó y llamo “mafioso” al policía. Rosa había oído hablar algo de la mafia a su padre, mientras veía un día con él una película. A raíz del incidente Rosa pensó que los mafiosos eran personas que se dedicaban – todo el mundo tiene que tener algún oficio- a prohibir un montón de cosas a la gente, para luego poder cobrarles una cuota cada vez que estos incumpliesen algo de lo prohibido y todo eso lo llevaban escrito en un libro al que llamaban Leyes. Cuando por la noche Rosa le contaba todo esto a su padre este se admiraba de la ingenuidad preñada de lucidez de su hija y le respondía: “No vas tan desacertada”.
Comenzaba el telediario de la noche, que a Luis le gustaba escuchar con silencio, cuasi reverencial y el locutor refirió, entre otras, estas dos noticias:
- - Detienen a un medico indio por traficar con riñones de ciudadanos pobres de su país – se los vendían por unas pocas rupias con las que huir temporalmente de la miseria que los atenazaba- , que luego eran usados en trasplantes realizados a gente rica de Occidente.
- - Implican al jefe de policía de una gran ciudad en el tráfico de cocaína que tiene lugar en la misma. Al parecer controlaba el proceso de distribución, utilizando para ello a varios drogodependientes que nunca eran detenidos y a los que no les faltaba sustancia toxica alguna.
El padre, que tenía en la mente los últimos relatos que Rosa le había contado y que guardaban relación con lo que la tele decía, fue consciente, una vez más, de que la realidad superaba en crudeza a la ficción. Levantándose de la mesa, apagó el televisor y mirando a su hija con ternura le dijo: “Rosa, no dejes de rehacer la vida con los hilos de la imaginación; si no fuera por gente como tú vivir sería demasiado incomodo”. Y se fundió con ella en un abrazo.