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Tengo un nuevo trabajo

Tema en 'Prosa: Generales' comenzado por Old Soul, 24 de Julio de 2019. Respuestas: 0 | Visitas: 397

  1. Old Soul

    Old Soul Poeta adicto al portal

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    Tengo un nuevo trabajo, que no oficio, pues soy auxiliar de servicios. Lo que, realmente, no tiene un quehacer específico, pues hacemos según el servicio en cuestión. Pudiendo así trabajar en hoteles como en campos de fútbol, en un párking, o en un centro comercial. Supongo que dicho así resulta una labor anodina, vulgar, pero el caso es que dependiendo del lugar del servicio, todo cambia.

    Yo tengo asignado un servicio fijo, soy el auxiliar de servicios de la tarde de un centro comercial. En el cual me dedico, principalmente, al control del buen funcionamiento del párking, o, más exactamente, de los cuatro párkings que posee. Trabajo que ni se me ocurriría nombrarlo en unas letras si no fuera porque el centro comercial se encuentra dentro del barrio más peligroso de la región, el más conflictivo. Lo que provoca una multitud de anécdotas. Cosa que es comprensible. Y más si se sabe que mi uniforme, al abrigarme, es idéntico a los de seguridad, que cuando suena mi teléfono de empresa, a veces dicen: “¿Eres el de seguridad?” Y que yo, sin contestar nunca afirmativamente, paso al práctico: “¿Qué desea?” O que estoy solo en ese servicio, pues no hay ni uno más en todo el centro comercial. Por lo que llevo siempre una emisora de radio enganchada a mi cinturón sólo para hacer creer que hay alguien al otro lado, y porque la batería es maciza, lo que la hace una buena arma contundente.

    Mas, pese a todo esto, aunque suene extraño, aunque parezca raro, he de decir que me gusta este trabajo.

    Pues me gusta ayudar, y atiendo al público general, o sea, a todo tipo de clientes, y no clientes. Cosa que me divierte, pues tanto puedo acercarme a una pareja de adinerados turistas rusos y advertirles del barrio y su coche de alquiler, como a una muy joven pareja del barrio, de etnia gitana, que bajan de su viejo coche un barato y usado cochecito de bebé y les informo que existen unas plazas naranjas destinadas a ocupación familiar, justo en la entrada, para que no tengan que desplazar el cochecito por el párking. Tras lo que ellos me cantan al unísono un sincero ¡gracias!, y, mientras me alejo, por lo bajo escucho decirle ella a él: “¿Tú lo sabías?”

    Aunque también hay otras anécdotas que, en el fondo, me divierten también, pero sólo por mi gran humor negro. Como la vez que, estando yo despistado, aparcó un coche de noventa mil euros en una plaza naranja de ocupación familiar, y sólo vi al conductor y a una mujer de copiloto. Por lo que me acerqué a informarles y pedirles que ocuparan cualquiera de las otras muchísimas plazas libres que habían en ese momento. Pero cuando me puse al lado del vehículo, tratando de inspeccionar la parte trasera con la mirada en busca de algún niño, sin poder ver nada, pues los cristales estaban tintados, oscurecidos. Se bajó el conductor, y en seguida, súbitamente, sin mirarlo, sentí peligro. Pues se me cuadró al lado, se hizo tan grande como era, y era enorme.

    Empezó a vacilarme un poco, a reírse de mí. Yo sólo lo miré por el reflejo de los cristales tintados, sin dejar de hablar de forma educada, con respeto. Hasta que me dijo: “No te van a pagar más por venir a decirme eso...a mí.” A lo que respondí con un rápido: “Ok”. Seguido de un sincero: “Gracias”. Lo que le hizo mucha gracia, y sincero me dijo: “De nada, hombre.” Y me fui a mi sitio.

    Y es que el tipo es uno de los mayores narcotraficantes del barrio. Por lo que sé que no pudo entender mis gracias, ni creo que las entienda nunca en esta vida, ya que fueron sinceras. Pues en menos de un minuto me dio una valiosa lección, un recordatorio del sitio donde trabajo. Pues hay leyes escritas y otras que también son leyes, pero que no están escritas, pues vivimos en sociedad.

    Debido al barrio en el que se encuentra el centro comercial trato tanto con la gente del barrio como con la policía, intentando granjearme la simpatía de todos. Por lo que a veces me pasan cosas que podríamos llamar inusuales, y es que, muchas veces, me aburro sobremanera en el servicio, y me pongo a distraer mi ingenio como puedo en ese momento.

    Tratar con cierta gente del barrio a veces es peligroso, y tratar con la policía, en ciertas ocasiones, desagradable. Pero yo no cejo mis intenciones de granjearme la simpatía de todos por igual, haciendo lo mejor que puedo mi trabajo. En una ocasión, una noche que andaba casi mortalmente aburrido, un compañero que me cae bien me dijo que muchos de los policías que ponían su coche patrulla en frente del centro comercial eran gilipollas. Por lo que me dio por comprobarlo, así que salí del centro comercial hasta donde estaba el coche patrulla, les hice señales a los policías para que me atendieran y les dije, con una gran sonrisa: “Soy uno de los auxiliares de servicio de este centro, y sólo quería decirles que su presencia hace más cómodo el servicio.” Ellos sonrieron despectivos, y altaneros me dijeron “vale, vale” para seguir charlando de sus tonterías, enseñándose sus teléfonos móviles. Por lo que regresé a donde estaba mi compañero y le dije que sí, que estos eran gilipollas. Pero seguí aburrido, por lo que, al tropezarme con una mujer policía que salía de la tienda principal del centro comercial junto a su compañero. Sabiendo yo que venían de pactar las patrullas y horarios que darían cobertura al centro comercial en las fiestas navideñas, razón por la que también deduje que la mujer debía de ser una oficial de alta graduación. Esperé a que llegaran hasta mí y volví a hacer lo mismo que con los de la patrulla, diciéndole: “Disculpe, sólo quería decirle que cuando están ustedes aquí se hace mucho más cómodo el servicio.” Por lo que ella, sonriendo, me dijo: “Pero tú no te metas en líos.” A lo que respondí yo sonriendo mientras decía: “Ah, no, yo sólo estoy aquí para notificar.” Y ella se fue, tras sonreírme de nuevo y decirme: “Por si acaso.” Persona a la que le caí en gracia, pues, una semana después, una noche, en un control policial me la encontré. Ella no me saludó, más bien me ignoró, por lo que continué la marcha con mi coche. Pero uno de sus compañeros, viendo que no me había parado le gritó: “¡¿Y este?!” A lo que ella respondió: “Lo conozco, lo conozco.” Razón por la que el otro policía, encontrándonos en la zona en la que nos encontrábamos, golpeó el capó de mi coche con una palma para darme el alto mirándome fijamente, memorizando mi rostro. Pero ella le aclaró en voz bien alta: “Lo conozco, lo conozco, que pase, que pase.” Y me dejaron ir. Era un dispositivo policial improvisado, buscaban a alguien, pero si me hubieran parado y registrado me hubiesen puesto una sanción de más de mil euros de multa por la cantidad de marihuana que llevaba encima. Cosa que le agradezco a esa policía que no ocurriera. Como le agradezco, pues la escuché en una cafetería del barrio que ambos frecuentamos, que hable bien de mí a sus compañeros diciendo: “Este se porta bien.” Y haciendo que sus compañeros recuerden mi persona.

    Un tema delicado a tratar que me encontré al llegar a este servicio son los niños del barrio quienes, por ser niños, no distinguen el peligro ni suelen atender a razones. Pues se divierten cómo pueden, pues son niños. Y, al verme de uniforme, fui objeto de sus chiquilladas siempre que me veían, al menos por un tiempo. Ocurriéndome cosas como que unos quince niños y niñas se parasen en la acera, justo bloqueando una de las entradas principales del párking, y se quedaran los cabecillas mirándome fijamente. Yo los ignoré, hice que no los veía y me oculté dentro de una tienda. Por lo que, perdida la gracia de su juego, en cuanto llegó el primer coche, le dejaron paso. O que alguno, como demostrando su valentía ante alguna niña, golpease repetidas veces desde el exterior del recinto una de las vallas de metal a la voz de “yo puedo con este”, mientras la voz de la niña le repetía por lo bajo y apremiantemente: “¡A este no, a este no!”.

    Por un tiempo, al verme, los niños del barrio me repetían, y sin parar, la palabra “amigo”. Una forma de llamar mi atención y burlarse. Y de ver cómo reaccionaba para comprobar si podían divertirse conmigo. Pero, para mi sorpresa, y tal vez para la tuya, ya no sólo no lo hacen sino que, por el contrario, muchos me hablan con toda la educación de la que son capaces.

    La primera vez que noté el cambio fue un día que pasó una familia de etnia gitana y el niño más pequeño no dejó de repetir la palabra “amigo”, mirando al compañero que lleva el taller de electrónica, según sus propias palabras, “con cara de asesino”. Yo callé y les di la espalda, nunca me encaré con ellos. Pero, hastiado por la actitud del niño, al llegar ellos casi a mi altura, no pude resistir escupir al suelo. Momento en que el padre, con un golpe seco en el costado del niño, lo mandó a callar. Y se fueron todos en silencio. Reacción que me sorprendió. Y no llegué a entender bien en ese momento. Hasta que ocurrieron otros sucesos y empecé a atar cabos.

    Y es que yo trato a todos por igual, independiente de su raza o condición, a todos les ofrezco mis servicios sin cuestionarme quién es la persona. Así, a los clientes africanos de color, tras despedirme, normalmente, tras mucho chocar de manos. Cosa que ellos hacen y siempre me ha hecho mucha gracia, porque dura tanto el chocar de manos que aún seguimos hablando mientras así nos despedimos. A ellos les termino diciendo la palabra en árabe “salam”. Abreviatura de un saludo islámico y, en mí, símbolo de respeto. O a los clientes árabes, cuando necesito que me atiendan completamente, para reclamar su total atención, les digo la palabra “hai”, que en árabe significa hermano. Incluso a los chinos que trabajan en el centro comercial, pues hay bastantes propietarios chinos en él, les doy las gracias y me despido en chino tradicional. Por lo que les digo dos veces gracias, una en español seguida de un “xixi”, lo que les hace gracia. Y más aún que, al despedirme, cuando ya se retiran ellos por la noche a sus casas, les diga “xiüxí”, que viene a significar “que descansen”.

    Realmente trato de llevarme bien con todos sin esperar nada a cambio, me divierte. Sin embargo, el día de ayer, me ocurrió un suceso que en su momento no entendí su magnitud, y que, a la noche, de madrugada, como siempre, repasando mentalmente el día, llegué a entender lo que realmente había ocurrido. Y es que, por mi forma de trabajar, he obtenido algo a cambio. Algo que ni buscaba ni esperaba, y que todavía aún hoy me cuesta entender en su completo significado.

    Y es que ocurrió que, ayer, siendo domingo, por lo que no pasaba ni el viento por ese centro comercial, dos chicos bajaron a pie y se pararon ante mí mirando una puerta que tenemos cerrada sólo los domingos. Y tratándome de usted uno de ellos me preguntó: ”¿”Eso” se puede abrir?” A lo que negué con la cabeza y empezaron a irse para decirles yo, antes de que se marcharan: “La “cancela” está cerrada.” Por proporcionarle un nombre a lo que el chico llamó “eso”. Por ello, el chico que me había hablado me miró, yo lo saludé con la cabeza, y se fueron charlando los dos. El suceso que aún no entiendo completamente es lo que sucedió justo después. Y es que otro chico, de unos dieciséis años y de etnia gitana, que no había visto nunca en mi vida, montado en una bicicleta, casi al momento de irse los otros dos chicos, desde lejos, sin llegar a entrar en el recinto, me gritó: “¿Está abierto ahí, pa'?” A lo que negué con la cabeza. Y después, a voz en grito, me dijo: ¡Gracias! A lo que yo, tras mirarle sorprendido por el volumen de su voz, bajé mi cabeza, en señal de agradecimiento y de nada. Y se fue.

    Ahora me hubiese gustado haber dejado mi cabeza baja por más tiempo, en señal de agradecimiento y respeto. Pues ese grito que dio el chico no sólo fue destinado a mí, sino a todos los que lo escucharon, incluidos los dos chicos que se habían ido. Una advertencia para ellos y un mensaje para mí. Mensaje que en el momento no entendí, y que todavía me cuesta creerlo. Pero teniendo en cuenta que los gitanos suelen mandar a los benjamines de la familia a dar mensajes, parece ser que les he caído bien a esa comunidad del barrio. Que, de alguna forma remota, de alguna forma imprecisa o difusa, ya formo parte del barrio. Sin proponérmelo, ni buscarlo, sin ser del barrio ni vivir en él.

    La verdad, me gusta este trabajo, los pocos meses que me quedan de contrato creo que estaré entretenido. Después pueda que la empresa no solicite más mis servicios o que me manden a otro servicio. Mientras tanto, me divertiré tanto como pueda en este.

    Aunque, lo cierto es que sólo llevo dos meses en este trabajo, y que me quedan sólo dos meses más, pero seguro que algo más pasará. Al fin al cabo la vida es juego, y los juegos juegos son.

    Y aquí dejo el final de este relato, como un juguete inconcluso, cosa que espero que me perdones, que no me la tengas en cuenta, pero es que mañana me toca trabajar.
     
    #1
    Última modificación: 24 de Julio de 2019

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