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Tira nocturna

Tema en 'Prosa: Generales' comenzado por augustofretes, 31 de Mayo de 2009. Respuestas: 0 | Visitas: 501

  1. augustofretes

    augustofretes Poeta recién llegado

    Se incorporó:
    10 de Mayo de 2009
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    Un pequeño cuento que escribí ayer, las críticas constructivas serán más que recibidas. Ojalá les guste.

    Tira Nocturna

    Despertó tendida en el suelo. Los muebles le dieron una mano ayudándola a ponerse de pie, se sentó en un sofá que propinó un agudo chirrido en represalia. Intentó recuperar el sentido. Llevo las manos a su rostro, las sintió húmedas y cálidas, tomadas por alguna especie de líquido viscoso, sorprendida las separó de sí. Las vio estupefacta. Estaban cubiertas de sangre.

    Encerrada en un infierno oscuro donde el único rastro de fuego era el rojo intenso que cubría las paredes, sillones, hasta el sofá quejumbroso donde se apoyaba, apenas iluminado por un as débil de luz blanca que entraba por la única ventana. Tocó su cabeza, revolvió su cabello castaño claro, busco en sus largas y blancas piernas, brazos, en sus pechos perfectamente formados, en todo lugar que su elasticidad permitía, casi arrancándose la ropa ensangrentada, en busca de la fuente del brote carmesí que la arropaba como un abrigo de púas.

    No había duda… aquello que la cubría no era suyo.

    Con los brazos extendidos se aventuró a las paredes, guiada por el resplandor asqueroso de las paredes. Al fin, tras varios tropiezos, encontró el interruptor que le aclararía todo. Deslizó su dedo por él hasta que hizo contacto, prendiendo un foco en la parte superior de la habitación.

    Las paredes se encendieron aún más. Miró a su alrededor lentamente, la falsa calma fue destruida por su grito de pavor cuando su mirada chocó con un cuerpo tirado en el suelo, a tan solo unos pasos de ella detrás de una pequeña mesa. El hombre tendido tenía incontables heridas en la espalda, todas aparentemente provocadas por un mismo cuchillo.

    La sangre, como la baba de un animal rastrero, enseñaba las últimas estaciones del cadáver, se puede apreciar que el asesinato había comenzado cerca de la ventana, con la primer puñalada manchando la pared, la sangre desparramada mostraba claramente donde había caído el cuerpo por primera vez, y segunda y tercera, como con las piernas tornadas inútiles intentó huir de su agresor, despavorido como un gusano, sólo para ser alcanzado sin mayor esfuerzo entre risas sádicas. Y justo ahí donde yacía, fue sin duda donde terminó su corta travesía. Ahí donde el asesino se montó en él para darle incontables embistes con su herramienta blanca, donde lo atacó, aún después de muerto, hasta satisfacer su instinto animal.

    Se acercó a la prueba fehaciente del crimen, al verlo su estomago se convirtió en un enemigo, la hizo desplomarse al suelo, cayendo sobre uno de los tantos charcos. No resistió más y vomitó de rodillas a lado del cuerpo. Mareada, deseando estar muerta, pidiendo a su Dios que todo esto solo sea un sueño, dirigió su vista hacia la ventana. Pudo sentirlo, el rumor de un asesinato fuera de la casa, el sonido lejano de las patrullas que se acercaban.

    Se reincorporó y su cabeza giró hacia donde había estado tirada inicialmente. Sus ojos grises se dejaron ver al tiempo que sus párpados se abrían. A menos de medio metro de allí, había un cuchillo enorme que se veía tan rojo que parecía ése su color original. Gateó temblando hasta él, las voces que entraban por la ventana crecían a cada centímetro que disminuía entre el arma y ella, las sirenas se hicieron notar, estaban a tan solo unos metros. Hubo un grito de advertencia proveniente del piso inferior tras el sonido de una puerta caída, se escucharon pasos en el pasillo. Apretó al asesino metálico entre sus manos, lágrimas se deslizaron por sus mejillas zigzagueando entre la sangre seca de su rostro. Lo levantó, y con toda su fuerza lo clavó cerca de su garganta, esta vez es su sangre la que cubre todo su hermoso cuerpo.

    La puerta de la habitación cae, entran cuatro uniformados de azul corriendo, confirman que no hay nadie más en la casa, que éste el último cuarto. Miran impresionados a los dos muertos, la mancha roja debajo de la mujer llega sus zapatos. Platican confundidos y anonadados entre sí, sobre un secuestro; los murmullos se extienden a la calle, a la jefatura y a los periódicos: sobre un criminal asesinado y una secuestrada moribunda en el suelo.
     
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