Todavía quedan segundos

Todavía hay segundos para caminar​

“Los espejos esperan, los espejos se mueven, los reflejos no quieren saber nada de ti”

Un algodón, una envoltura, tres palillos de dientes, los grillos desesperados y la noche que se alargaba más allá de la hora de fiesta, más allá del último grito de alegría y de intoxicación.

-”En la esquina de esa calle; por allí, ahorraremos tiempo”-

La abundante y oscura cresta de la última noche, se retorcía ante los ojos de los caminantes, la conversación pasajera se hacía jocosa; el ladrido de los perros, la sábana colgada secándose con el viento sereno, la fantasía de los claroscuros, el letrero publicitario de una misteriosa fórmula sumamente azucarada, acompañaron la charla con cierto desdén; a cada paso que daban una nueva risotada, un nuevo adjetivo, algo de sarcasmo, burla, toda la plenitud de la juventud y la despreocupación propia de la edad.

Y en cada paso que daban, se formaba en sus adentros una cuestión un poco más sesuda, una interrogante, una reflexión acerca de sus vidas y de cómo el tiempo, aunque grande en años, se discurría de a pocos entre sus pies y manos, se esfumaba, y en ese derroche de segundos y minutos, las oportunidades disminuían con cada bostezo y pisada.

Sus manos se movían con respecto a cada palabra insustancial pronunciada, y la conversación no llegaba a nada y conscientes de ello solo esperaban que los minutos se apresuren a irse de una vez al olvido… “Quizás pase algo más adelante”, esa idea descansaba en un lugar brumoso de sus cabezas: “quizás mañana, quizás mañana comience algo de verdad importante”...

La búsqueda de emociones en esa noche había llegado a su fin, y esa caminata de regreso a casa, pausada y con destellos de resignación contrastaba con lo promesa inicial al comenzar la velada; sí, no había modo de que esa noche casi muerta guardara algo más...

El viento de la madrugada tocaba tercamente el cabello del más bajo de los dos, el otro que tenía apenas cabello se tocaba la cabeza como mostrando que el frío tocaba sus ideas.

Cruzando la calle siguiendo de frente, uno de ellos, el primero, se atrevió a cambiar el sentido de la conversación, volviéndola más seria; poco a poco sus palabras se hacían cada vez más pausadas y tomaban un matiz más específico; soltó de pronto lo que hace tiempo quería decir, saliendo al exterior con una fuerza singular, como un clímax, expulsado, como un proyectil, y como tal, si salió lo hizo para no volver más…

-“Hermano, ¿desde cuándo estamos en esto?”-
-”¿A qué te refieres?”-

-“Me refiero a esto de estar saliendo de noche, todas las semanas… Digo, ha sido muy intenso y todo; pero, dime, realmente somos lo que deberíamos ser.

A pesar de que son unas horas, dejan mella en mis emociones, en mi ser, siento que merma mi energía, mi voluntad, al principio era realmente placentero, estar en medio de la noche, divagando, buscando intenciones en la luz artificial, en la situación del ambiente sórdido; sin embargo, ahora siento que esta oscuridad febril, se está convirtiendo en mi existencia, la ilusión de las sombras en el mundo que piso… El día no es más que un punto, una etapa simple, una transición, siento que ya no lo vivo, que es solo un momento simple, es como si en las mañanas se apagara mi identidad, mi esencia, y solo quede el caparacho…

Lo siento amigo, pero siempre sentí que debí decirte eso, no sabía cómo ni cuándo, pero creo que esta caminata me ha dado el valor necesario”-.

-”La verdad que me he sentido así también, pero luego no lo puedo dejar, cada vez que llega la noche, siento que me posee, y ya no me importa si es que mi tiempo se termina o tengo que morir al otro día, ya no me importa mucho el día, solo quiero respirar de la noche ese humor embriagante y macerado, así como el licor que ingerimos, así como el pavor que se siente cuando la madrugada se aclara de a pocos y reniega con los primeros rayos del sol…

No quiero dejar eso amigo, solo quiero irme de este mundo pero encima de un potro nocturno sin límites, sin proyecciones…

El camino recto se hacía cada vez más negro, el horizonte era azabache, estos hombres jóvenes seguían en su discusión; las calles lucían cada vez más sucias, los edificios en esta parte de la ciudad se comportaban como espectros llenos de vidas truncadas, existencias pútridas, reminiscencias desintegradas en el desconcierto de lo incompleto, los olores rancios complementaban y cerraban el contexto, y después de no llegar a un acuerdo, el primero de los dos, observó desde el agujero de una cerca que rodeaba el terreno de construcción de un edificio alto, algo que se movía, pensó que era el viento, no le dio importancia al principio, pero el movimiento seguía un patrón, y eso si era raro, le dio curiosidad, siguió observando, y distinguió algo imposible, algo que nadie podía esperar, no lo podía creer, pudo discriminar entre las sombras y los claroscuros una silueta, un sinfín de detalles, que a pesar de la distancia; tal vez unos doscientos metros, eran evidentes, no era el viento, no era un perro, menos un gato, era algo mucho más grande, mucho más grotesco y pernicioso... Casi hipnotizado, balbuceando, nunca imaginó ver tal horror, y lo que es peor, esa monstruosa imagen se percató que era observada, mostró con más detalle su dantesca naturaleza, sus ojos brillaban, y la ferocidad de la que estaba llena se hacía espesa y casi se podía palpar, tal aberración crecía en cada segundo, el peor temor se hizo realidad, se aproximaba, lentamente al inicio, luego rápidamente, la bestia estaba viva…

El muchacho sacudió a su compañero, y solo pudo balbucear una palabra:

-”¡Corre!”

-”¡¿Qué quieres decir?!”-

-”¡Corre por lo que más amas, corre”-

El primero de los dos corrió, corrió como nunca lo había hecho, el tiempo no era, la noche cada vez más negra tampoco le importaba, corrió, no pensaba, no oía, no volteó para atrás.

Finalmente reaccionó, su amigo no estaba delante de él, no estaba con él, pudo escuchar unos quejidos, luego un desgarrador lamento, quiso voltear pero no podía, no lo podía hacer, ya no corría, no, pero tampoco volvió, siguió, el temor lo envolvió, la fría ciudad, la noche malsana, la intensidad de los hechos eran demasiado para él, su amigo no estaba más, desapareció…

Un charco de sangre, retazos de ropa dispersos…

Fue lo único que se encontró.

El primero de los dos casi enloquecido, ahora ya no esperaba más la noche, estaba solo en una habitación, muy solo, solo, observando hasta la obsesión un reloj de arena que yacía en la cómoda antigua; Miraba, y sus dientes bailaban macabramente con el pesado recuerdo que no se desvanecía a pesar de su inconsciencia.

Y reía sintiendo el sol en sus manos y cara, reía ahora a carcajada limpia, soltando una lágrima al final de cada oración, de cada plegaria hacia el cielo…

Un candado en la puerta brillaba con el primer rayo lunar...

 

¡Tremendo relato!
Aunque micro, muy micro, no es...
Un saludo cordial.

 

Muchas gracias dulce dama, me inspira mucho su comentario...

 

Excelente. Muy buen planteamiento y resolución. Saludos

 

Muchas gracias hermano... Por leer este texto...

 

Lo tenía en mis pendientes más importantes. Muy buen relato, el final es genial, me generan c

muy bueno, sombrío y escalofriante. Me genera imágenes que me estremecen, sobre todo las finales....ese candado...

 

Gracias Infinita flor, muchas gracias por estar acá...