Todo lo que un día ardió

Ya no hay fuego. Las llamas que antes nos envolvían la piel cuando nos mezclábamos se han extinguido, se han ido apagando como los últimos rayos de sol en invierno. Ya no me miras intensamente ni te miro con hambre. Ya no hay risas compartidas ni noches intensas y eternas donde sólo existíamos tú y yo. Ya no corro al volver a casa, ya no me esperas con urgencia, ya nada sabe igual, ya no me hueles tan bien. Ya no hay caricias ni roces buscados. Ya no hay nada que salvar.

Sólo quedan cenizas esparcidas por cada rincón de la casa. Y pedazos de todos los platos que he roto contra la pared mientras maldigo tu nombre, mientras grito con lágrimas de odio por el tío con el que ardes ahora. Ya sólo quedan fotos rotas por la mitad y tus llaves en la encimera. Y los malditos recuerdos que me atormentan cada noche, que me esperan en la cama bajo la almohada. Ya sólo quedan cajas cerradas que guardan tus promesas y las flores secas que he dejado morir. Así al menos puedo quitarte algo. Así me vengo por cada quemadura que me has dejado. Así al menos me quito algo de culpa en todo esto.

Supongo que no estábamos destinados a quemarnos juntos, supongo que al final los fuegos siempre se apagan cuando ya no prende la chispa adecuada. Supongo que si hasta el sol un día dejará de arder, es que todo lo que empieza ha de tener un final. Supongo que todo muere cuando el amor se acaba, cuando ya no lates en mi corazón, cuando ya no respiro por ti, cuando al final del camino tú vuelves a casa y yo no se a dónde ir, cuando tú avanzas sin miedo y yo me hago un ovillo en el sofá. En un sofá donde un día tú y yo nos amamos para siempre, donde nos regalamos todas las estrellas, donde todo lo que un día ardió nunca volverá a arder.

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