Tragicomedia

En el sombrío valle de los amores paganos nunca se pone el lucero nocturno. Allí las almas de los muertos bailan alocadas, en un remolino embriagador que hace las delicias de la visión mordaz del todopoderoso dios de las alturas. Pero hay una que se niega a imitar a las demás. Se mantiene en un equilibrio soporífero para sus compañeras de generación. Entonces, de las entrañas de la tierra sale el fluido ígneo que aterroriza a las esencias más remisas. Por miedo a quedar consumidas en el fuego calamitoso de la iracundia agreste. Mas aquella no abandona su aquiescencia de benévola armonía, en plenitud con el cielo estrellado. Es arrasada con la lava en su interior más sensual. Para que sirva de escarmiento ante las demás. Que giran y giran locas mientras ya la luna se va tiñendo de sangre en una vaporosa noche donde ya un remolino se traga todo el panorama. Para no dejar nada a la visión mordaz del todopoderoso dios de las alturas.

 

tribuZen, aquella alma remisa, que no quería imitar a las demás esencias de su quinta en el alocado baile báquico, ante la mirada mordaz de un dios impertérrito, fue engullida por la substancia ígnea que abrió brecha en la tierra. Ella, que se mantenía en un equilibrio superior que seguramente hacía las envidias de un mecanismo metafísico que no la toleraba en esa encumbrada aquiescencia armónica. Finalmente fue arrasada en aquella noche aciaga y eterna. Y para rematar, un vórtice obscuro se tragó todo para no dejar nada ante la visión del todopoderoso dios de las alturas. Atentamente Edouard.