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Tratado de óptica metafísica (o "¡Oh,cómo pudimos estar tan ciegos..."

Tema en 'Prosa: Generales' comenzado por Pessoa, 28 de Julio de 2021. Respuestas: 0 | Visitas: 356

  1. Pessoa

    Pessoa Moderador Foros Surrealistas. Miembro del Equipo Moderadores

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    TRATADO DE ÓPTICA METAFÍSICA
    o
    ¡Oh ¿Cómo podemos estar tan ciegos?





    Desde la más remota antigüedad el ser humano, apenas evolucionado del primitivo mandril que era, se sintió atraído por lo bello, por lo perfecto y la búsqueda de la Belleza ideal se convirtió en uno de los motores de su evolución. Así, desde Platón, Aristóteles, Plotino, etc., los antiguos griegos ya demostraron su preferencia en la definición y búsqueda del ideal de Belleza. Tal vez uno de los ejemplos más paradigmáticos de esta búsqueda sea la del rey de Chipre, Pygmalión, quien soltero y solo en la vida no tuvo más feliz ocurrencia que la de enamorarse de la mismísima Afrodita.

    Ya conocéis el asunto: se dedicó a plasmar en estatuas a la que él consideraba la perfección suma, el ideal femenino de belleza. Pobre hombre. Hay que imaginárselo haciendo y deshaciendo caras, pompis, caderas, pechos, pechitos, pechotes... Poniendo de aquí, quitando de allá. La historia no cuenta si este ideal que el buen rey buscaba estaba solo en su imaginación solteril o, por el contrario, se iba modificando según las diferentes mujeres que contemplase. Lo que nos pasa a todos, vaya. Así, las hetairas, las vestales, las dignas esposas de sus cortesanos, toda aquel peplo que cubriese formas femeninas podría incorporar variantes a la mujer buscada.

    Según Ovidio, el famoso poeta de la antigua Roma (digresión: este tal Ovidio no tendría precio en los tiempos actuales, trabajando para los políticos, metamorfoseando sus falacias en bellas leyendas asequibles para el común de los mortales; que lo que ellos, los políticos, nos cuentan, además de ser cuentos chinos, están muy mal contados: son feos.) Pues eso, que Ovidio nos dice que finalmente el rey “Pygma” acertó con la fémina buscada. Una hermosísima escultura de marfil representó a la mujer que colmaba sus aspiraciones de belleza: Galatea. Perfecta; top model; escultural, como es obvio. Inmediatamente esta escultura ocupó un lugar preeminente en su dormitorio; unos dicen que sobre su cama, otros, dentro de ella. El pobre rey estaba derretido de amor, hasta tal punto que Afrodita, movida a compasión, le concedió tranformar la escultura en mujer y la convirtió en una criatura suavecita, blandita y amorosísima, con unas bellas palabras; más o menos así: "mereces la felicidad, una felicidad que tú mismo has plasmado. Aquí tienes a la reina que has buscado. Ámala y defiéndela del mal", Ovidio dixit.

    Más o menos como en el rito del matrimonio católico. O sea; nada nuevo bajo el sol. Bueno, luego tuvieron hijos y tal, y lo que sigue no viene al caso. Como este caso, ejemplificador, los hay a docenas. Así la búsqueda de la belleza y la óptica metafísica que el hombre utiliza para encontrarla nos daría una nómina inacabable: Don Juan Tenorio; Federico Amiel; cualquier poeta anónimo; el mismísimo Proust, homosexual él, creó sus bellísimas mujeres ideales a base de pastiches, de collages a partir de seres reales que conoció en su vida social: su duquesa de Guermantes, su Albertina, su Odette, etc., fueron creados en la ficción a partir de personajes de aquel fabuloso París de 1.900 (y algunas de sus más deliciosas mujeres fueron en realidad... hombres.)

    El único que creó belleza ex nihilo, es decir, desde su propia mente, fue Fernando Pessoa, mi entrañable portugués. Pero él era eso: portugués, misógino y alcohólico. Y solo tuvo una novieta de carne y hueso, dactilógrafa y a quien llamó Ofelia y a la que escribió las cartas de amor más cursis y tópicas que un hombre puede escribir a una mujer. O sea.

    Quiero decir que esa búsqueda de lo bello es una búsqueda a ciegas, sobre todo en lo que a la belleza femenina se refiere. A veces se extiende a todo un cuerpo femenino (de las mujeres no hablo, primero porque no se meterme en su piel y menos aún en su alma, y después porque sus cánones, al parecer, son muy diferentes de los nuestros: ellas son pragmáticas y realistas; nosotros más románticos y enamoradizos, aunque a ninguno nos disgusta un trasero bien plantado.) Decía que a veces es todo un cuerpo; otras, unos ojos que calificamos de ensueño; para algunos, basta la suavidad de su voz o la ondulación y el color indefinible de sus cabellos. Y los hay que encuentran esa belleza sublime en … la exquisitez de las paellas que cocinan.

    Entonces, el hombre que en todo busca la posibilidad de representación (posiblemente aquella Galatea creada por el rey “Pygma” sea de las más repetidas en la imaginería de pintores y escultores) no podía representar un sueño, un bellísmimo e inalcanzable sueño. Tuvo que llegar un pintor, un surrealista, un tal René Magritte, belga por más señas, que intuyendo la posibilidad de no ser famoso por su arte tuvo la genialidad de llevar siempre un bombín negro en su cabeza, originalidad que sí lo ha hecho famoso. Pues bien; René estudió el problema de la irrepresentabilidad de esa belleza (además, para más inri, la única modelo de las muchas mujeres que pintó era su esposa, toma del frasco, carrasco) y nos dejó este cuadro impagable (aunque creo que llegó a subastarse en 2.200.000 eurillos), con un saco cubriendo dos ¿cabezas?. Esa es otra, querid@s. Llegados a este punto ¿porqué todos hemos supuesto que el trapito cubra dos cabecitas humanas y, seguro, que una de ellas femenina y guapísima? A ver, que me lo expliquen. Pues esa es la óptica metafísica con la que vemos lo que queremos ver. Y cuando utilizamos la visión física, según sus leyes más contrastadas, nos decimos: pero ¿cómo podemos estar tan ciegos?



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    Ilust.: "Amantes". René Magritte.
     
    #1
    Última modificación: 28 de Julio de 2021

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