Tristeza

TRISTEZA



Fue en París, un otoño cualquiera cuando ya el anuncio del invierno próximo hace desapacibles los paseos por las grandes avenidas y uno trata de buscar un cálido refugio en aquellos acogedores “bistró”, y tomarse un vino caliente con canela. Un pequeño lugar desde el que ver sin ser visto, contemplando todo el bullicio melancólico de las muchedumbres que también tratan de encontrar ese efímero, provisional y confortable acomodo que, sobre todo en París, les libere de las tensiones y agresiones de la vida cotidiana. Un concierto en cualquier pequeña iglesia, una visita a la librería de lance buscando, sin buscar, aquel libro que nunca se encontró, una rápida visita a la galería que anuncia la más reciente exposición de su pintor favorito, puede que con su modesto ágape de vernissage, donde muchos aprovechan para matar el hambre y todos buscan ese contacto humano que tanto escaseas en la ciudad.

Y explorando ese variado fresco de elementos humanos que constituyen la población ambulante de la ciudad, contemplado ese inagotable catálogo de tipos, muchos de ellos marginales, que regresan a sus pequeños cubículos, a sus solitarios rincones donde pasan sus tristes noches. A veces si tienes la cámara pronta y el reflejo rápido puedes atesorar figuras como esta, la de una mujer en la edad límite entre la madurez y la vejez, ajada por las privaciones, puede que una antigua prostituta a la que ya le es imposible encontrar clientela, tal vez una artista fracasada, pintora, música o funambulista de los equilibrios imposibles. Una mujer que pasea sin exhibirlo todo el drama humano que constituye su vida. Sola con sus palomas, que buscan su candidez cómplice.

Personajes como este, de un trágico anonimato sólo pueden ser encontrados en las grandes ciudades de millonarias poblaciones de las que París puede ser el ejemplo más significado, por su compleja variedad de tipos, por la accesibilidad a ellos, porque, en definitiva, le permiten a uno identificarse con esa vida vagabunda y bohemia que uno conoció y trató de evitar porque hay que ser un héroe para permanecer en ella y ser feliz. Y uno no lo es, prefiere la contemplación distante, envidiosa, pero dentro del confort que ofrece un hogar plácido.

¿Donde va, de donde viene esta pobre con sus palomas hermanas, de cuantos días será el hambre que arrastra? Echemos a volar nuestra imaginación recreando una vida que nos es ajena, dibujandola en ese otro ser humano con sus palomas a las que da el calor y la humanidad que la ciudad a ella le niega. Un ser humano que nunca veremos en nuestro pequeño pueblecito, aunque tengamos un par de bares desde los que contemplar a los vecinos que pasan, ninguno sin esa solitaria tristeza… y sin palomas que le den compañía.

​