Tu beso mercromina

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Yo creo que a ese beso que te recuerdo tendría que corresponderle una palabra esdrújula. Qué excepcional beso hubiese sido, si hubieses puesto en él cinco gramos amor y dos pedruscos de pimienta.
El beso simple es popular porque la simpleza es popular, y yo ya me declaro públicamente simple, quizá por eso recuerdo tu beso de mercromina, porque el soneto sumiso del aliento no es el mismo que el beso del papel maduro, ese que al poeta raudo le abre las piernas
“Te quiero”, dijiste saliendo del beso con la voz que va torcida. Así, mientras la nariz escapaba, un beso torcido huía del altar y el amor quedaba blanco como un vino escrito.
A los días de su beso mercromina, mi vida quedó apañándose con un sueldo, con el cine, paseo, el cigarrillo, o con el agrio cereal de la ilusión.
Antaño, su concilio de besos fue mi excusa para ser feliz. El ángel del beso en su boca celestial desprendía leucocitos del amor en su beso hecho de musgo. Luz rayada su mirada en mis besos filológicamente espirales. Ella estaba cigüeña ordeñando sus huevos en sus besos, colocaba las alas encima de sus labios, y más encima montaba los oleajes, páginas para escribir, sirenas, princesas, seres azules y, mientras yo era el ángel que aguardaba la lombriz, mares me crecían en la sala glucosa de mi boca.
Hoy día, el agua de mis labios tantea pérdidas y ganancias y la boca quiere ser columna en este miserere de tiza.
Ya no veo colgando a los pájaros del paraíso.
Esta noche, sobre la avaricia del cielo y las codicias del asfalto, ardiendo están la luna anfetamina y su beso mercromina: Arriba su rojo beso sacro con el rojo del cobre estelar; abajo, por donde el agua turbia atropella los desperdicios, hay una luna blanca agitándose en el resumidero. Por encima de mis zapatos, surge un solitario niño con corbata, parecería que coloca sus ojos en las orillas del mundo, pero en realidad simplemente mira el cortejo de la luna de leche en su huída.





Chus



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