Últimas letras

En esta hora final, donde el tiempo se disuelve como el azúcar en el café, siento que mis palabras se vuelven mariposas, escapando del capullo de mi alma. Aquí, en el rincón donde la vida y la muerte se miran a los ojos, te dejo mis últimas letras, con la tinta de mis pensamientos y el papel de mi ser.

Recuerdo la infancia como un caleidoscopio de luces y sombras, una danza de risas y lágrimas que hoy se vuelve eco en los corredores de mi mente. La enfermedad, con su guadaña silenciosa, me ha enseñado a valorar cada suspiro, cada latido, cada mirada compartida.

El dolor es un amigo íntimo, susurra secretos al oído mientras el cuerpo se disgrega. Pero no temas, pues he encontrado belleza en lo efímero, en la fragilidad de los pétalos que caen en otoño. Como dijo Cortázar, "La vida es un libro que se escribe solo, y yo soy apenas un personaje más en sus páginas amarillentas".

Y si acaso me lloras, no lo hagas con tristeza, sino con la alegría de quien ha vivido plenamente. He amado con la fuerza de un huracán, he reído con la pureza de un niño, y he llorado con la intensidad de una tormenta. Mis días han sido una sinfonía de experiencias, un tapiz tejido con hilos de luz y sombra.

Hoy, mientras la noche se cierne y las estrellas me invitan a su danza eterna, me despido con la serenidad de quien ha comprendido el misterio. En la última hoja de mi libro, escribo estas palabras con la certeza de que el amor es la única verdad que trasciende el tiempo y la muerte.

En tu memoria viviré, no como un espectro de tristeza, sino como una chispa de luz que ilumina tus días grises. Y cuando mi cuerpo sea polvo y mis letras se desvanezcan, mi esencia quedará en cada risa, en cada abrazo, en cada momento de felicidad compartida.

Sabines decía que "uno se despide insensiblemente de pequeñas cosas", y yo me despido de los instantes cotidianos que hicieron mi vida única. El café por las mañanas, el sonido de la lluvia en el techo, las conversaciones sin prisa al caer la tarde. Todo eso vive en mí, y aunque mi cuerpo se disuelva, esos momentos permanecerán, flotando en el aire como susurros eternos.

Quisiera que recuerdes que la vida es un abrazo constante entre la dicha y el dolor, y en ese abrazo, encontramos la esencia de nuestra existencia. Si alguna vez el miedo te asalta, piensa en mis palabras y en cómo, aun en mis últimos momentos, encontré paz en la simplicidad de ser.

En cada lágrima que derrames, estaré presente, transformándome en sonrisa al recordar nuestras aventuras y desventuras. El amor, querido/a, es el único refugio en la tormenta de la vida. Y yo, en mis últimas letras, te dejo mi amor eterno, mi gratitud infinita, y mi paz.

Porque al final, solo somos palabras en el viento, ecos en la eternidad, destellos en la inmensidad del universo. Y yo, en mis últimas letras, te dejo mi amor eterno, mi gratitud infinita, y mi paz.

Que mis palabras sean tu consuelo y mi recuerdo, tu fortaleza. En esta despedida, no hay tristeza, solo la certeza de que viví plenamente y de que, en cada latido de tu corazón, seguiré vivo.