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Un buen rato

Tema en 'Prosa: Generales' comenzado por ivoralgor, 21 de Agosto de 2014. Respuestas: 0 | Visitas: 421

  1. ivoralgor

    ivoralgor Poeta asiduo al portal

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    17 de Junio de 2008
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    Hombre
    Ese año cumplía cuarenta. Pasaba por una crisis matrimonial después de quince años: mi esposa ya no me satisfacía sexualmente y no soportaba sus cambios de humor repentinos. No me toques, decía, no tengo ganas. Me llevas a cenar, Pichoncito, decía melosamente en otras. Me enervaba que me siguiera diciendo <Pichoncito>. Cuando la conocí se veía hermosa: ojos verdes, talle angosto, piernas torneadas, labios carnosos. Federico, su primo, nos presentó. Al estrechar su pequeña mano sentí un calor que me subía desde los pies hasta el sexo. Me excitaba mucho.

    Yo había bajado de peso por prescripción médica. En un chequeo rutinario me detectaron que estaban altos mis triglicéridos, colesterol y la presión arterial. Debes bajar de peso, Marco, me dijo el médico, si quiere vivir más tiempo. Resoplé resignado y temeroso. Determinado empecé un régimen alimenticio y salía a correr por las mañanas. En seis meses bajé veinte kilos. En la oficina me felicitaban y me pedían la receta para bajar de peso. Les contestaba siempre lo mismo: comer sano y hacer ejercicio.

    A pesar de la crisis matrimonial, no pensaba en otras mujeres seriamente; me conformaba con ir a los centros nocturnos a ver mujeres desnudas bailando, en un tubo cromado, mientras tomaba algunas cervezas. Una mañana de mayo conocí a Mildred. Llegó a la oficina como auxiliar contable: era una jovencita de veintidós años, sonrisa encantadora y un cuerpo bien formado, como de bailarina de ballet: piernas torneadas y nalgas firmes. A decir verdad, me atraía mucho; quería conocerla en la intimidad, cómo gemía, cómo arqueaba la espalda antes del orgasmo. Salvo las mujeres de los centros nocturnos, era la primera mujer que me excitaba como lo hiciera Olga, mi esposa, cuando la conocí.

    De cuando en cuando le flirteaba a Mildred. Ella se sonrojaba y bajaba la mirada. Tenía todas las ganas de llevarla a la cama, pero algo dentro de mí me lo impedía. Era una jovencita, casi de la edad de mi hijo más grande. Me remordía la conciencia soñarla desnuda, bañada de sudor, montada en mi sexo. Me despertaba agitado. Qué pasa, Marco, preguntaba Olga soñolienta. Nada, le respondía y me iba al baño a darme una ducha fría. Me estresaban esos pensamientos hasta el punto de evitar a Mildred a toda costa. Un recado de ella, - quería platicar conmigo unos ajuste del cierre de mes- , que había dejado en mi escritorio, me recordó la primera vez que tuve relaciones sexuales con Olga: era mi cumpleaños dieciocho y me tenía un regalo especial: una noche de sexo frenético. No quiero que uses condón, me dijo, pero lo sacas cuando sientas que te vas a venir. La calentura me ganó esa noche: me vine dentro de ella. Nos quedamos callados, temiendo decir algo fuera de lugar. Me dio un beso en los labios y se vistió de prisa. Todo el camino hasta su casa estuvimos en un silencio incómodo. Al llegar me dio un beso rápido, apeó y entró corriendo. Al día siguiente me marcó temprano. No quiero quedar embarazada, dijo llorando, no quiero desperdiciar mi vida por un rato de diversión. La consolé y decidimos esperar a su siguiente menstruación. Después del segundo retraso tuve que hablar con mi papá. Creo que embaracé a Olga, dije en voz baja, no sé qué hacer. Mi papá estalló en cólera: ¡Para eso existen los condones, Marco, carajo! Ya eres mayor de edad y te harás responsable de tus actos, sentenció. En el fondo no quería desgraciarle la vida a Mildred por un rato de diversión.

    Discutimos, a la mañana siguiente, los ajustes del cierre del mes. Su perfume me embriagó de lujuria. Su respiración cálida me ponía nervioso. ¿Estás temblando? Me preguntó extrañada. No, contesté disimulando mi excitación, es que hoy hice pesas en la casa y están cansados mis brazos. Terminamos y la vi alejarse con esa mezclilla apretada que la hacía ver excitante. No me contuve y fui al baño a mojarme la cara; estaba sudando y sentí un calor que me subía desde los pies hasta el sexo. Esa noche cogí a Olga con desesperación. Cerraba los ojos y sentía el perfume de Mildred, la imaginaba arañando mi espalda y gimiendo suavemente. Terminaste muy rápido, dijo, vaya que te la estabas aguantando. Me sentí desgraciado.

    Dos meses después, invité a Mildred a salir a comer. Quiero comer mariscos, me dijo, ando de antojos. La llevé a Blue Fish. Nos sentamos y pedimos dos cervezas. Bajé mi mano y le apreté el muslo. Sonreí y le guiñé el ojo. Se levantó y se marchó sin decir nada. ¿Qué le servimos de comer? Preguntó el mesero. Fetuccini con camarones, dije resoplando, y otra cerveza. ¿Y para la señorita? Preguntó inocentemente el mesero señalando la silla vacía. Nada, ya se fue a la chingada, dije y se retiró el mesero.
     
    #1

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