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Un crimen casi perfecto (obra finalizada)

Tema en 'Relatos extensos (novelas...)' comenzado por Évano, 5 de Septiembre de 2013. Respuestas: 9 | Visitas: 1656

  1. Évano

    Évano ¿Esperanza? Quizá si la buscas.

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    La carretera es nueva, zigzagueante, llana y atraviesa un angosto valle que comunica por fin, después de siglos, dos aldeas vecinas. Estamos a principios de agosto, en un lunes de sol radiante. Alberto y sus dos hijas pasean en bicicleta la poco transitada carretera de alta montaña. Las laderas del valle se alzan en verdes mientras el rumor del río se oye cercano.

    Alberto se ha desviado por un sendero que corretea junto al río. Es muy antiguo, el utilizado desde siempre para ir de una a otra aldea. Es estrecha, ideal para hacer senderismo, aunque incómoda para la bicicleta; aún así, Alberto, decide adentrase un poco, hasta donde emana una fuente de agua fresca y deliciosa.

    La bicicleta de montaña traquetea a causa de los cantos rodados del sendero. Este sí tiene subidas y bajadas, aunque no excesivas.

    Tras girar a la derecha, antes de divisar a la fuente, se encuentra con un pequeño descampado que hay entre los matorrales. Hay un círculo de piedras en él. Un montón de ascuas, casi apagadas, y una cruz en medio donde, atada, cuelgan los restos de una persona carbonizada.

    -¡Parad, no sigáis! -grita mientras se da la vuelta-.

    Al arribar junto a las hijas, Alberto dice, disimulando todo lo que puede:

    -Mejor que volvamos a casa, estoy un poco cansado.





    Dos días antes.



    Las mesas del bar las ocupan gente jugando a las cartas; al mus unos, otros al tute. En los seis taburetes de la barra están una pareja que discute y Alberto. Las otras tres se van llenando y vaciando por personas que van y vienen de las partidas. Son las doce de la noche y la camarera vuelve a rellenar la jarra de cerveza de Alberto.

    -Haces cara de enfadado hoy, Alberto.

    -Te lo puedes imaginar. Mi mujer... no quería venir de vacaciones al pueblo, como cada año.

    -Es normal, yo también preferiría unas vacaciones en la playa... Benidorm, Mallorca, Marbella... ¡No puedes enfadarte por eso! Mira a esa pareja, discuten por lo mismo, creo.

    -¡Menudo bombón! Yo haría otra cosa con ella, y no discutir, precisamente.

    -¿Teniéndome tan cerca y asegurada... te aventuras?

    La camarera se ha ido a continuar con su trabajo. Alberto aprovecha para desnudar con la vista a la joven que discute. Es alta y delgada, rubia, con cara de Barbie y luce un vestido rojo sin mangas, muy corto, tanto que al sentarse enseña las bragas. Alberto está excitado, tanta discusión con su mujer le baja la bilirrubina y le alarga el tiempo de hacer el amor, cada vez más. El hombre que acompaña a la barbie está de espaldas a él. De pronto sale del local, a la terraza, y enciende un cigarrillo. Nervioso pasea una y otra vez la puerta, mirando a su compañera, hasta que, cigarrillo en mano, da unos cuantos pasos en el interior del local y le grita: "¡Me largo, ahí te quedas, busca quien te lleve a dónde te dé la gana! ¡A la mierda, hija de puta!"; y se marcha, tras mirar de reojo a un Alberto absorto en la joven, un Alberto que no parece haber oído el insulto. La gente del bar ha girado en dirección a los gritos y luego a la mujer, que mantiene la cabeza gacha. Al momento vuelven a sus pasatiempos. El hombre de los insultos se ha refugiado en su coche y fuma muy nervioso mientras juguetea con una pistola.

    Alberto, con la excusa de ver mejor la televisión, se acerca al taburete continuo a la joven y la invita a una copa. Extrañado por el sí de la bella mujer, recibe la mirada de reprobación de la camarera, amiga suya. Él entiende esos ojos que en silencio le dicen un " Te estás metiendo donde no te llaman, tendrás problemas". "Problemas ya tengo", se dice.

    Más de una hora dan para mucha bebida y charla, incluso para intimidar, si se quiere. Ebrios, casi los últimos, abandonan el bar y se encaminan al coche de Alberto. La mujer le ha dicho que quiere ir tomar otras copas, a alguna cafetería o discoteca que conozca. No se han dado cuenta que una sombra sudorosa los acecha desde el interior de un vehículo, una sombra que continua jugueteando con una pistola.

    Alberto se detiene a las puertas del Seta León y coge por la cintura a la mujer. Se ha dicho: "Ahora o nunca. Si me rechaza por lo menos lo habré intentado". Reticente al principio, la joven se deja besar y ser atraída por unas manos que acarician cinturas y posaderas; se ha dejado desnudar por completo, allí mismo, tan cerca del bar, a la luz de una farola que los delata. El hombre sale de las sombras con la pistola fuertemente empuñada. Silencioso se aproxima a los inconscientes que se besan y manosean con pasión. Está al otro lado del vehículo, apuntando a la cabeza del Alberto. La joven se ha dado cuenta, pero continúa dejándose tocar sus partes íntimas, manteniendo los ojos fijos en quién no hace mucho la llamó hija de puta.

    El ruido de la puerta del bar se oye al abrirse.

    -Aquí no, vayamos a un lugar más tranquilo. Nos pueden ver -le susurra a Alberto, excitada y con la mirada aún sobre el hombre de la pistola.

    Alberto aparca el vehículo detrás de unos árboles próximos a la carretera. La luz interior los alumbra. Es una pequeña luminosidad de lujuria en medio de una noche oscura e inmensa. No hay nadie cerca. No hay nada que moleste, o eso es lo que piensan. A las puertas del orgasmo, Gloria, que así se llama la mujer, ve cómo alguien está mirándolos por los cristales empañados del coche; pero no se detiene, sino que incrementa y exagera los gestos y los gemidos de placer, aún después de haberle dicho a Alberto que alguien los espía. A Alberto no le ha importado, está demasiado entretenido con la desnudez de ella. El rostro del hombre se difumina por la oscuridad de la noche y por los cristales empañados. "Puede ser cualquiera", le ha comentado a Alberto; "Pero ojalá fuera el idiota de mi amante". Alberto no piensa parar, sino que está más excitado por ello.

    Suena el teléfono del móvil de Alberto. Lo saca del bolsillo de un pantalón que anda por los suelos y se cerciora de quién es la llamada, aunque sabe perfectamente que es de su mujer. Le han dado ganas de darle a la tecla del dibujito del teléfono verde, para que su mujer oiga cómo hace el amor con otra, que sienta recorrer la saliva entre los pechos de Gloria, y entre el cuello y la nuca y la espalda y las nalgas y los muslos y el vientre y la entre pierna; para que disfrute como él; pero se ha retenido y lo ha dejado sonar. El mirón ha estado observando mientras se masturbaba, incluso le ha enseñado el pene a Gloria, la cual bajó la ventanilla para hacerle una felación, pero sin querer mirar el rostro. A Alberto tampoco le ha importado compartir a su reciente compañera de juegos amorosos. Una vez eyaculado, el mirón se ha marchado y Alberto y Gloria, después de fumar un canuto de marihuana, descansan un poco para volver a hacer el amor una y otra vez, hasta el amanecer.

    Alberto no ha querido volver con su mujer y ha alquilado una casa rural, "Por unos días", le ha dicho al recepcionista antes de pagar con tarjeta de crédito el adelanto. Ha oído el mensaje dejado por Ana en el contestador de su teléfono móvil. Ana es su mujer, pero no quiso llamarla, ha preferido irse a la cama con la todavía desnuda Gloria.

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    Ana toma café en el jardín, después de echar un vistazo a las durmientes hijas. Amanece, pero ella no ha pegado ojo. No sabe si está preocupada o enfadada. Alberto nunca faltó una noche entera. Se ha vestido, observado en el espejo y preguntado qué les está pasando a ella y a Alberto, afirmándose que todavía son jóvenes, guapos, atractivos... ¿Qué es lo que falla?

    Después de explicarle a la vecina que su marido no volvió esta noche y que quería ir a ver si algo le ocurrió, le ha dado la llave para que esté al cuidado de las hijas. No ha querido oír los consejos de la vecina, que no fuera tras él como una perrita en celo después de lo que le había hecho su marido.

    Ha ido directamente al único bar del pueblo. ¿Dónde si no iría Alberto?

    —Hola Miguel. Vengo a preguntar por Alberto, si estuvo anoche aquí.

    —Te noto diferente. No se te marcan los pezones, por lo que debes estar preocupada.

    —Déjate de tonterías, Miguel. Sí, es evidente que estoy preocupada.

    —No puedo decirte nada, sabes que por las noches es mi mujer la que está en el bar, y se ha a acostado hace poco la muy... ¡No sé dónde cojones habrá estado hasta tan tarde! Yo me hago el loco, que duermo; y ella se piensa que soy tonto del culo. Sé perfectamente que debería estar en casa, como mucho, a las dos de la madrugada, pero hoy vino casi a las cinco. Si la llamo será para discutir con ella, o mandarla a la mierda. Prefiero que vayas tú a casa y hables con ella, Ana.

    Por la cabeza de Ana parece haber pasado un camión. Sabe que su marido y Ana, la camarera del bar y esposa de Miguel, son más que amigos. A noche tuvo una buena ocasión para sustituirla. "Mi nombre ya lo tiene", se dice.

    —De acuerdo, pero no comentes esto en el bar, haz el favor, correría la voz como la pólvora y deseo unas vacaciones tranquilas.

    —No te preocupes Ana. Además, si lo dijera, todo el mundo pensaría que mi mujer y tu marido se fueron a follar juntos. No creas que aquí les da miedo mover la lengua. ¡Sabes qué pienso, Ana...?

    —¡No me digas que piensas, Miguel, ya tengo bastante! Y baja la voz, nos puede oír el que está sentado en la mesa.

    —Ese no dirá nada, está borracho perdido. Pienso, aunque no quieras oírlo, que mi mujer y tu marido están hartos de follar, y tú no quieres admitirlo.

    —Eso ya pasó, me lo ha jurado.

    —¡Te lo ha jurado..., Ja, cómo si yo no lo supiera! ¡Es mi mujer, crees que soy tonto del culo!

    —¿Por qué no te separas de una vez, Miguel? Llevas años con lo mismo.

    [FONT=Calibri]—Porque no puedo, y lo sabes perfectamente. La hipoteca, los hijos... Tendría que largarme de casa y pagarle una manutención. Si me dejas ir contigo... ahora mismo me separo de Ana y me voy con otra Ana.

    [FONT=Calibri][FONT=Calibri]—Eso se acabó. Ya lo hemos hablado, Miguel.

    [FONT=Calibri][FONT=Calibri]—¡Claro!, Otra vez gana el señorito de ciudad. Te marchaste con él, simplemente por eso, porque se iba a la ciudad. Y ahora detrás de él, como una perrita en celo.

    [FONT=Calibri][FONT=Calibri]—Tiene gracia la cosa, es la segunda vez que me llaman hoy perrita en celo.

    [FONT=Calibri][FONT=Calibri]—Yo te hubiera dejado que vivieras como te diera la gana, que no trabajases, que fueses marcando pezones y tetas, como siempre hiciste, lo que quisieras; que me fueras infiel... lo que quisieras. Serías feliz conmigo.

    [FONT=Calibri][FONT=Calibri]—Hasta luego, Miguel. No es momento para esto.

    Miguel, el camarero del bar, se ha quedado mirando la espléndida figura de Ana, su armonía al caminar. Le ha recordado el único tiempo en el que fue feliz. Se ha quedado solo; hasta el borracho marchó al salir Ana. Es demasiado tarde para los lugareños que van a trabajar y demasiado temprano para los veraneantes, por lo que estará pensando en la vida de mierda que lleva hasta que entre otro cliente.



    ****

    Ana marcha decidida a casa de la camarera y mujer de Miguel, una robusta pueblerina, ni guapa ni fea, pero que va a lo suyo, pise a quién pise. Va pensando en esto Ana, y que le será difícil despertarla si se ha acostado tan tarde, cuando una voz la llama desde atrás.

    [FONT=Calibri][FONT=Calibri]—No pierda el tiempo, señora, la camarera no le dirá dónde está su marido, no lo sabe.

    [FONT=Calibri][FONT=Calibri]—¿Por qué está tan seguro que no lo sabe? Parecía estar dormido en el bar, pero estaba escuchando a pesar de su borrachera, ¿verdad?

    [FONT=Calibri][FONT=Calibri]—Tan verdad como que la camarera no sabe dónde está su marido, porque estuvo conmigo; sí, follando por ahí, como bien dice Miguel.

    [FONT=Calibri][FONT=Calibri]—¿Y usted cómo sabe dónde está Alberto?

    [FONT=Calibri][FONT=Calibri]—Porque se marchó con mi amante. Aquí mismo las desnudó y se manosearon. Luego se marcharon en el coche de él, que será también suyo, supongo.

    [FONT=Calibri][FONT=Calibri]—No le creo.

    [FONT=Calibri][FONT=Calibri]—Pues venga conmigo. Le enseñaré dónde duermen como pajaritos.

    Ana temblaba, y no por la brisa fresca de la mañana. La seguridad con la que hablaba aquel hombre le hacía temer lo peor. Si lo acompañaba y veía en directo la infidelidad de Alberto, ¿cómo actuaría?

    [FONT=Calibri][FONT=Calibri]—¡De acuerdo!, lléveme hasta mi marido.

    Se dirigieron al deportivo del extraño y Ana, al entrar por la puerta diminuta del Mercedes, vio en el suelo de su asiento la pistola que la noche anterior empuñara el extraño. Sin saber muy bien el por qué, disimulando y sin ser vista, se la guardó en el bolso.

    Fueron hasta las casas rurales, a las afueras del pueblo. En una de ellas, que ni siquiera tenía cerradas ventanas ni puerta, vio a su marido, a su querido Alberto, aferrado a una despampanante rubia en pelotas, desnudo y todavía empalmado. El extraño no quiso entrar, le dijo que "Ya he degustado lo suficiente la escena".

    Pensó en sacar la pistola y acribillarlos a tiros allí mismo, pero el recuerdo de las hijas la retuvo.

    Se sentó al borde de la cama y observó mientras miles de ideas y recuerdos la sobrevolaban. Acarició la piel de aquella mujer rubia tan impresionante, como queriendo descubrir si había algo especial que no tuviera ella. Gloria, aún dormida, se dio media vuelta, dejando ver sus tensos pechos y su afeitado sexo.

    Llamó al extraño, para que entrara y se follara a su amante y a ella, delante de su marido.

    [FONT=Calibri][FONT=Calibri]—Nunca me habían pedido nada igual, pero no dude de que será un placer. Tómese esta pastilla, disfrutará mucho más.

    Ana se tragó lo que le parecía una pastilla de éxtasis, según los detalles que había oído tiempo atrás, de golpe y sin temer nada.


    El extraño y Ana se desbocaron en lujurias y posturas, sin retener ningún gemido ni movimiento brusco alguno. Alberto y Gloria despertaron, aturdidos. A Gloria no le dio tiempo a reaccionar, ya que se vio envuelta de pronto en el trío amoroso. Tanto su amante como Ana la acariciaban y penetraban por ambos lados que dan más placer al cuerpo. Como la noche anterior, Gloria, al principio fue reticente, pero en un instante se dejó amar y amó. Alberto se mantuvo en su lado de la cama, sin saber qué hacer, pensando en las consecuencias, disfrutando y padeciendo a la misma vez. Era demasiada experiencia de golpe. Ana lo miraba y continuaba con su locura amatoria. Se dijo que quizás fuera debido a la pastilla. Pero no, realmente estaba gozando delante de aquel cabrón que la había sido infiel, antes con Ana, la mujer de Miguel, y ahora con la primera desconocida que encuentra.

    La habitación se llenó de adrenalina, de flujos de amor y sudores. Ana se levantó y vistió después de varios orgasmos como jamás tuvo. Miró de frente a su marido y le dijo:

    [FONT=Calibri][FONT=Calibri]—No te quiero ver más por casa.

    Sin esperar contestación se marchó. Tras ella corrió el extraño, vistiéndose mientras la seguía. Los dos desaparecieron, dejando en el lecho a una exhausta Gloria y a un aturdido Alberto.

    Continúa abajo...
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    Alberto aceleró la pedalada en la bicicleta, para volver lo antes posible a casa, a pesar de las quejas de las hijas. Una vez allí pidió a la vecina que las cuidara un momento, "Tengo que hacer una llamada muy importante", afirmó. No quiso oír la pregunta de su vecina, de si sabía ya algo de su mujer.

     
    —¿Dónde dice que ha encontrado a la persona carbonizada?

     
    —Es difícil de explicar; en el sendero antiguo, uno que parte de la carretera nueva.

     
    —Mejor será que nos espere en su casa y nos lleve hasta allí. Estaremos con usted en menos de media hora.

     

     
    La policía llegó a la aldea en poco más de un cuarto de hora. Una furgoneta de forenses con un juez y un coche patrulla, de donde se bajaron dos hombres fornidos y un esmirriado sesentón con don de mando. Era el inspector de homicidios.

     
    —¿Es usted Alberto, el que nos avisó? ¡Bien!, monte en el asiento delantero y llévenos hasta allí.

     
    Los dos vehículos abandonaron la aldea con los ojos de todos los vecinos murmurando.

     
    Después de más de dos horas buscando objetos olvidados, pisadas sospechosas, hilos enredados en ramas, colillas... alguna pista, el juez mandó levantar el cadáver carbonizado para que lo examinaran los médicos forenses en "la sala de torturas".

     
    —Ni la menor pista, señor inspector. A parte de que esto parece un aquelarre, pero sin ninguna huella.

     
    —Sí, sí, ya lo he visto. ¿Demasiado profesional, no, Don Alberto?

     
    —Yo no entiendo de esto, señor inspector.

     
    —Sí, claro... Usted no entiende de esto.

     
    Alberto intentó encender un cigarrillo, pero se le resbaló de los dedos. Era una evidencia tal que le hacía sospechoso a ojos de todos, hasta del más novato, ya fuera un adolescente o medio idiota.

     
    —Don Alberto... De entrada sabemos que es una mujer a la que han quemado en esta hoguera... ¿satánica...? Si sabe algo, cualquier cosa, por insignificante que parezca, es mejor que nos lo diga ya.

     
    Alberto temblaba. La idea de ser sospechoso le horrorizaba.

     
    —Señor inspector, hace dos días que no sé nada de mi mujer. La estatura de la...

     
    —La estatura de la víctima es la de su mujer —acabó la frase el inspector—. ¿Por qué no denunció su desaparición, Don Alberto?

     
    El Don que añadía a su nombre le ponía más nervioso aún.

     
    Mientras se dirigían al coche patrulla de la policía el inspector le comunicaba que sería necesario tomar muestras de ADN de sus hijas, y de cabellos que hubieran por casa, para compararlos con los de la víctima.

     
    —Si tuviera algo más que añadir es mejor que lo haga ahora, porque saldrán pistas, no lo dude. Le diré al juez que colaboró con nosotros desde un principio.

     
    —Soy inocente, señor inspector. Haga lo que tenga que hacer, pero no continúe por ahí, o perderá el tiempo.

     
    —Tengo tiempo, tengo mucho tiempo, Don Alberto... Esté localizable porque tendrá que venir a declarar a comisaria.

     

     

     

     

     

    Un día antes: ayer.

     

     

     

     

    Ana sale de la casa rural arrepentida por decir a su marido que no volviera nunca más. Es ella la que ahora mismo no desea volver a su casa. Necesita aclarar ideas, aunar pensamientos, saber por qué Alberto actuó tan descaradamente; si es verdad que ya arrojó todo por la borda. Le ha pedido el teléfono al extraño y ha llamado a su vecina, para que cuidara a sus hijas. Esta, apesadumbrada por los llantos de Ana, le ha dicho que esté tranquila, que cuidará las niñas hasta mañana, o más tiempo, si lo necesita.

     
    —Llévame lejos de aquí. Lo necesito.

     
    —Iremos a una cabaña que tengo. Está a un par de horas de aquí.

     
    El extraño se ha acabado de vestir en las puertas del Mercedes deportivo. Una vez dentro, le ha ofrecido otra pastilla a Ana, "Para que descanses", le ha dicho. Ana, pensando en que poco más tiene que perder, la tragó de golpe y al rato dormía mientras se alejaban velozmente de allí.

     

     

     

     

    *********

     

     

     

    Alberto, ya sea por el alcohol ingerido por la noche, o la marihuana, o el cansancio, se ha dormido en brazos de la desnuda Gloria. Antes de dormir se dijo: "Me encanta esta mujer; no hace montañas de granos de arena, como mi mujer Ana. Me voy a separar, definitivamente, me voy a separar".

     
    Es mediodía cuando recibe la llamada de su vecina.

     
    —Tienes que venir a cuidar a las niñas, Alberto.

     
    —¿Y Ana, dónde está? Me prohibió volver a casa.

     
    —No sé dónde está. Le prometí que cuidaría de las niñas, pero me ha surgido algo y no puedo cumplir mi palabra. Tienes que venir a cuidarlas.

     
    —Está bien, no te preocupes, en media hora estoy allí.

     
    Se ha dado una ducha rápida. Mientras, Gloria despertó y lo observa acariciándose los muslos, despeinada, sudorosa, llena de fluidos eróticos, pegajosa y somnolienta.

     
    —¿Dónde vas con tanta prisa? ¿No pensabas despedirte? —le pregunta mientras enciende un cigarrillo.

     
    —Pensaba dejarte una nota, para no molestarte... Te costará alejarte de mí. Creo que me has enamorado.

     
    —¿No quieres que vaya contigo?

     
    No es buena idea. Voy a cuidar de mis hijas. Mi mujer se ha ido, al parecer con tu amante. He de ir. Tú espérame aquí.

     
    Se ha acercado a Gloria y la ha besado, la boca, los pechos, y la entrepierna.

     
    —¿Tienes dinero...? ¡Es igual!, pide lo que quieras y que lo carguen a cuenta.

     
    —No te preocupes, así lo haré. ¿Sabes?, a mi amante no lo echaré de menos, es un borde; pero tu mujer me ha gustado, y más lo apasionada que es en la cama.

     
    —Pues olvídate de ella, porque pienso separarme. O si la quieres a ella...

     
    Tras un largo silencio, Alberto se fue con las hijas

     
    Nada más llegar a su casa, la vecina, que lo estaba esperando, salió a recibirle y le ha invitado a entrar en su vivienda, contigua a la de Alberto.

     
    —Siéntate, por favor. No quiero engañarte. Te he llamado porque estaba preocupada por ti y por Ana. No tengo nada que hacer. Solo quería que vinieras. Esto me huele mal.

     
    —Tienes razón, huele mal, tan mal que nos vamos a separar.

     
    —Ana no me dijo nada.

     
    —Todavía no se lo he dicho, pero estoy decidido. Ya no la quiero.

     
    —Así, sin más, de golpe... ¿Hay otra mujer, verdad? ¡Ana!, la mujer de Miguel, la del bar. No me mires extrañado, lo sabe todo el pueblo.

     
    —Sí, pero no es Ana, es otra que acabo de conocer, y no es la culpable... Es algo que venía rumiando desde hace tiempo.

     
    —Las niñas están jugando en Internet, en tu casa, acabo de dejarlas para hablar claramente contigo. ¿Quieres una cerveza?, aunque no sé si te irá bien, parece que te hayas bebido un camión de ellas.

     
    —Sí, gracias, aunque tengo más hambre que sed.

     
    —Te prepararé algo de comer. ¿Conejo no, verdad...? No respondas, es broma.

     
    Alberto ha visto el teléfono de la vecina sobre la mesita del comedor y ha cotilleado. La última llamada no es el número de Ana, aunque concuerda con la hora en la que ella salió de la casa rural con el amante de Gloria, con el extraño. Se lo ha anotado en la agenda de su teléfono móvil, por si la vecina no quisiera dárselo.

     
    Ha comido y ha bebido en casa de la vecina, despidiéndose de esta y dándole las gracias por todo. Después, antes de ir con sus hijas, telefonea al número que anotó.

     
    —¡Ah, es usted, Alberto! No se preocupe, Ana está bien.

     
    —¿Nos puede oír?

     
    —No lo creo, le di una pastilla que dormiría a medio elefante.

     
    —Bien... Le daré veinte mil euros si se deshace de ella.

     
    —¡Vaya, qué sorpresa! No será por habérmela follado.

     
    —No, eso no me importa. ¿Qué me contesta...?

     
    El extraño ha mirado a Ana, lo plácida que duerme. Se ha encendido un cigarrillo y ha abierto un poco la ventanilla, mirando el correr de los árboles que acompañan a la carretera.

     
    —Pues le contesto... que Ana me cae muy bien. Es usted el que me cae mal. ¿Recuerda...? Me ha quitado a Gloria...

     
    —Le doy cuarenta mil euros...

     
    —¡Bueno... Ana me cae bien, pero no tanto. Déselos a Gloria y luego yo me deshago de ella para siempre.

     
    —No, deseo que Gloria se quede conmigo.

     
    —¡Vaya...! Me quita a Gloria, me dice que me deshaga de Ana, la cual parece que le gusto... Por lo tanto, también me la quita ... ¡Usted lo quiere todo, amigo! Con razón no me cae usted bien...

     
    —De acuerdo... Esta es mi última oferta... Le pagaré cien mil euros.

     
    —¡Quédese con Gloria, amigo, y sin Ana, que yo me quedaré con los cien mil. A media noche estaré en la puerta del bar. Ya sabe, donde nos conocimos, o mejor dicho, donde usted conoció a Gloria, porque a mí no me hizo ni el más mínimo caso.

     
    —De acuerdo. A media noche estaré allí.

     
    —Sólo una pregunta. ¿De dónde piensa sacar cien mil euros en tan poco tiempo?

     
    —No es problema suyo. Los tengo en casa. Dinero negro... Ya sabe, el que tanta gente esconde a hacienda.

     
    —Lo sé, amigo, lo sé... Pero no pensaba que hubiera tanto golfo jajaja... En fin, le espero a la hora y en el lugar indicado.
     
     
     
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     El extraño y la mujer de Alberto han llegado a la cabaña apartada. Es pequeña, a penas dos habitaciones, un cuarto de baño y una cocina comedor, aunque acogedora, de madera de cerezo. Ha atado a Ana en la cama de su habitación. Ana todavía duerme a causa de la droga que le suministró el extraño.

    El extraño, sentado en el borde de la cama, la acaricia y disfruta con los gemidos de placer somnolientos de Ana. La masturba delicadamente hasta que Ana llega a un orgasmo que parte mitad del sueño mitad de la realidad. "Eres sexy hasta para correrte sin enterarte. Me encantas", ha dicho en alto el extraño.

     
    Ha esperado a que Ana se despierte y, antes de que tomara consciencia de los flujos que la empañan le ha dejado oír las palabras de su marido, la grabación de la oferta que Alberto le hizo para asesinarla. Ana ha escuchado la grabación decenas de veces.

     
    —¿No te lo acabas de creer, o no lo quieres creer? —le pregunta mientras Ana sale de la ducha y le ofrece una toalla.

     
    —Sí, está claro. Solo pensaba. Quiero hundirlo

     
    —Pues cuenta conmigo. Estoy a tus órdenes.

     

     

    *****************************************

     

     

    El extraño ha llegado cuatro horas antes al bar de Miguel, antes de que este cambiara el turno con su mujer, la también Ana, y le ha ofrecido matarla por veinticinco mil euros. Miguel aceptó sin rechistar. Es una oportunidad para deshacerse de alguien que, a parte de ponerle los cuernos y humillarlo, le hace la vida imposible en el bar y en casa y cuando tiene oportunidad, que es casi siempre, por no decir siempre. La otra Ana, la mujer de Alberto, ha ido con el extraño, para pasar la noche con Miguel, para que este tenga una coartada cuando descubran el cadáver de su mujer. Solo ha puesto una condición: "Quiero que follemos esta noche, Ana". "Follaremos, Miguel, cuánto y cómo quieras", fue la respuesta de Ana.

     
    Ana espera Miguel a que salga del bar y lo acompaña a su casa. Las hijas de Miguel están con los suegros, de vacaciones en un pueblo cercano. Nada les molestará en su noche de pasión y muerte.

     
    El extraño, al entrar a trabajar la mujer de Miguel, le dice que la espera, que cuando termine la jornada tiene algo muy especial para ella; esa noche había acordado una orgía en un claro de la montaña, con drogas y gente que sabe divertirse. Ana está deseando acabar la jornada, excitada por repetir otra madrugada de lujuria con aquel extraño.

     
    El extraño, a la hora indicada con Alberto, está en las puertas del bar y recoge los cien mil euros. "Mañana, ves por la carretera nueva y desvíate por el sendero antiguo, el que va a la fuente; encontrarás a tu mujer allí, muerta". Alberto se despide para siempre del extraño.

     

    -------------------------------------

     

     

    El presente

     

     

     
    —¿Don Alberto...? Soy el inspector de homicidios. He querido llamarle lo antes posible... Para que no se preocupara. La víctima no es su mujer, el ADN no coincide.

     
    El inspector chasquea la lengua, molesto por el silencio del otro lado del teléfono. Por fin oye una pregunta con palabras que tiemblan y que le hacen dudar de la alegría de Don Alberto, más bien parece decepcionado.

     
    —¿Y quién es la víctima... Tiene alguna idea...?

     
    —Sí, estamos casi seguros de que se trata de la camarera del bar del pueblo. Sus padres nos han llamado muy preocupados porque no tienen noticia de ella. Dicen que algo malo le ha ocurrido, que tenía que haber pasado esta mañana a recoger a sus hijos, y no lo ha hecho. Hemos llamado a su casa y su marido nos ha contado que no volvió del trabajo.

     
    —¡Pobre mujer! —La voz de Alberto ha sonado tan falsa que el inspector ha querido contarle algo más.

     
    —Por si se pregunta por su mujer, no se preocupe, estuvo con el marido de la víctima toda la noche, ella mismo me lo contó. Por lo que el marido tiene una buena coartada.

     
    El inspector espera durante bastante tiempo, por curiosidad de la reacción de Don Alberto. Pero este calla, por lo que al final el inspector de homicidios cuelga el teléfono.

     

     

     

    ************

     

     

    Ana se presenta en su casa justo cuando Alberto deja de hablar por teléfono con el inspector de homicidios.

     
    —Lárgate de esta casa y de mi vida, para siempre.

     
    —No pienso hacerlo.

     
    —Si no lo haces entregaré la grabación a la policía.

     
    —¿Qué grabación?

     
    —La grabación en la que haces una oferta para que asesinen a Ana.

     
    —Pero no estás muerta... No tengo por qué irme.

     
    —Yo no, pero Ana sí, la otra Ana, tu amante, a la que dejaste plantada por la dichosa Gloria. Explícale a la policía que no es esa Ana, la que han encontrado carbonizada. Porque he escuchado un montón de veces la grabación, ¿y sabes?, en ningún momento se habla de tu mujer, sino simplemente de Ana.¡ Quién sabe!, a lo mejor te hizo chantaje con contármelo a mí y tú no querías que yo me enterara, ¡o vete a saber qué!, eso se lo explicarás a la policía, y, sinceramente, no creo que te crean... No, no lo creo...

     
    —Muy bien, el teléfono es de tu amigo, lo detendrán a él también.

     
    —El teléfono no es de mi amigo, es de Miguel, se lo robó Gloria cuando le chupaba la polla por la ventanilla, mientras te la follabas tú dentro del coche. ¿Recuerdas la otra noche? Sí, no pongas esa cara... El rostro difuso por el vaho de los cristales y la noche era el de Miguel, me lo ha contado mientras follábamos. Es otra prueba que camina directamente a la víctima, porque... qué más normal que Ana lleve el teléfono de su marido, de Miguel. Por cierto, Miguel también folla mejor que tú.

     
    —Gloria me quiere a mí.

     
    —¡Qué idiota, Dios mío! Te puedo mandar a la cárcel para el resto de tu vida y tú preocupado por Gloria jajaja... ¡Gloria está ya lejos, con su amante y socio, idiota! Vieron un pueblo de paletos y desplumaron al más paleto de todos, al orgulloso, al guaperas, al más tonto.

     
    —No me hagas esto, Ana. No tengo a dónde ir, ni dinero.

     
    —No lo hubieras dado para matarme. Lárgate ahora mismo lejos, muy lejos de aquí. Y recuerda, nada de dar explicaciones ni detalles a la policía, si no quieres que entregue la grabación.

     
    Alberto se dirigía a su Seat León.

     
    —El coche también me lo quedo. Cuando tengas alguna dirección me avisas y te mandaré la ropa... Si quieres, claro.

     
    —¿Y tú que harás ahora?

     
    —Me quedaré en el pueblo. Intentaré rehacer mi vida con Miguel; algo que tendría que haber hecho antes de conocer a una mierda como tú. Nos ayudarán los cincuenta mil euros. Sí, no te sorprendas, es la parte que pedí a Gloria y al extraño, por mi silencio perpetuo, y ellos me lo han dado encantados, para su tranquilidad. ¡Ah!, y no te interesa, pero de todas maneras te lo diré, también le perdonaron a Miguel los veinticinco mil euros, los que pensaba dar para que matasen a su mujer. Me queda el orgullo de saber que para ti yo valía más dinero que tu amante para su marido.

     
    Alberto se va andando, con lo puesto, sin dirección ni rumbo y maldiciendo haberse inclinado por veranear en el pueblo. "La próxima vez me voy a Benidorm", se va diciendo mientras se aleja.

     

     

     

     

    Obra finalizada. Gracias por leer. Se les saluda afectuosamente.

     
    #4
    Última modificación: 6 de Septiembre de 2013
  5. Évano

    Évano ¿Esperanza? Quizá si la buscas.

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    Este me ha sobrado a causa del follón que he tenido para publicar el relato. Perdonen las molestias. Hay algunos fallos, ya no sé si de coherencia y ortográficos jajaja.., que he de corregir cuando tenga tiempo. Se les saluda afectuosamente. gracias por leer.
     
    #5
    Última modificación: 5 de Septiembre de 2013
  6. marea nueva

    marea nueva Poeta veterano en el portal

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    Llamo a los bomberos? Jeje vaya relato fogoso , muy bien escrito por cierto, encantadisima de leerte Sr Evano, un abrazo pues de agua sera jiji

    Nota: que bueno que no coman conejo en sus historias
    2.-despues del conejo repites la nina
     
    #6
  7. Évano

    Évano ¿Esperanza? Quizá si la buscas.

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    Jajaja... Señora Ethel, mejor mande a los bomberos jajaja... ¡Pero entiéndame, aquí en las montañas, casi de ermitaño...! jajaja... Gracias por avisarme, corregiré, a ver si me deja Internet y el tiempo. Muchas gracias por esos abrazos de agua, ¡pero no me apague jajaja...! Yo le mando abrazos de granizo, que aquí no para de granizar jajaja...
     
    #7
  8. Samuel17993

    Samuel17993 Poeta que considera el portal su segunda casa

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    He leído la primera parte (voy a ir por partes :D: ando con los ojos mal pues me cambiaron hace poco las gafas y me subieron casi una diotría...). Me ha gustado. Recreas muy bien el ambiente rural y diluyes al lector a leer. Te leeré, a ver cómo acaba...

    Un saludete de Samuel.
     
    #8
  9. Samuel17993

    Samuel17993 Poeta que considera el portal su segunda casa

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    Creo que es el único error, creo, que he visto: ¿no es la desnudó? Sólo una :D, ¿no? XDXDXD

    Dios... ¡Vaya pueblo...! Oye, dime dónde suceden esas cosas jaja. Bueno, qué voy a contar, que por estos lares, cuando llega la noche hay quienes..., mucho frío, mucha soledad... :D Algo del desenfreno ése le había ya escrito por encima en uno de los "viejos esperpentos", que escribí hace años...

    Acá es la lectura de la segunda parte... Mañana o esta noche si eso, me leo la tercera y cuento...

    Un saludo de Samuel.

    P.D- Ya me he leído la tercera parte... Joder cómo es el Alberto... y el extraño... Vaya negocios. Lo del dinero negro en el mundo rural, es una realidad que vamos XDXD... Alguno araña tanto que se muere con el colchón lleno de dinero...
    P.D2- Acabo de terminarlo. Me gusta el relato en sí, pero el final... muy rápido quizás. UFFFF.... vaya lío con los nombres he tenido XDXD. Las dos Anas...
     
    #9
    Última modificación: 16 de Septiembre de 2013
  10. Évano

    Évano ¿Esperanza? Quizá si la buscas.

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    Ya me dirá dónde están esos colchones, señor Samuel jajaja... Muchas gracias, amigo, por su tiempo y lectura que agradezco en profundidad, pues ya sabe usted muy bien lo que cuesta escribir relatos un poco largos y que luego le lean a uno es un placer. Tiene razón, me falta paciencia para pulir los relatos. Un abrazo, amigo.
     
    #10

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