Un día distinto

Recogió el diario alojado en el jardín, salió a caminar en silencio, como todos los días, pasó por el bar de don Pedro a tomar su aperitivo de media mañana.
Después de su media hora de bar, siguió camino.
Aquella mañana la sintió distinta, pese a la cargada rutina, había algo distinto en la gente, como si estuvieran alegres por una razón en común, que dicho sea de paso, nadie lo había participado.
Siempre sospechó que la vida existía en torno de quien la estuviera viviendo.
Pensaba desde pequeño que la gente funcionaba si él los miraba, una locura, pero así lo pensaba.
Tenia la rara teoría de que la gente permanecía estática, como suspendida permanentemente, en estado robotizado, hasta que él les diera la orden, no se trataba de una orden explicita, ni oral, ni escrita.
Funcionaba según sus anotaciones, con solo una mirada suya. Por este motivo, se daba vuelta varias veces, buscando una reacción automática.
Aunque parezca descabellado a sus 74 años, mantenía la misma hipótesis, pero salvaguardaba su creencia, y más aun sostenía que no solo se aplicaba en él, sino que era aplicable a todos los seres humanos.
Como que todos éramos funcionales a todos y que no avanzaríamos en ningún campo, si no hubiera otros seres humanos cerca. Y que de ello dependía la evolución de la especie.
Pero este día parecía haber cambiado todo, la gente tenía autonomía propia, y desarrollaba sus tareas diarias sin su orden visual.
Dejaron Revolucionariamente de obedecer sus símbolos visuales.
No podía pensar en otra cosa, en tanto cruzó mal la boca calle y un auto importado lo levantó por el aire.
Quedó tendido en el piso con el cuerpo tembloroso y bañado en sangre, pero con una sonrisa balbuceaba.
No obedecían mi orden, porque sabían que hoy moriría.
Y comenzó a reírse a carcajadas, hasta morir.