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Un ensayo de mis muertes

Tema en 'Prosa: Generales' comenzado por danie, 4 de Septiembre de 2014. Respuestas: 1 | Visitas: 434

  1. danie

    danie solo un pensamiento...

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    6 de Mayo de 2013
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    ¿Cuántas muertes hay? Me pregunto, una y mil veces, mirando a mis ojos en el espejo, detrás de un roído y a la vez diáfano semblante de espectro. Es que soy un fantasmagórico deseo hecho cenizo, una quimera de la sombra misma, una bruma nocherniega que se suicida antes de conocer la luz.
    Tengo un cuerpo, sí, como el cuerpo de una botella vacía que se hartó de tanta pócima o brebaje vencido, se hartó del cursi y presuntuoso amor.
    ¿Es que el amor a quién no harta?, ¿a quién no envuelve con su rancio hechizo para luego dejarlo tirado en una corriente sin cauce ni destino?
    Esa misma botella vacía navegó por mares y precipicios. Infinitas veces en las costas náufragas para, finalmente, llegar al puerto del olvido, a los besos de una puta cualquiera que hoy te desea y mañana te desecha.
    Bueno, el amor tiene mucho de eso, hoy te deja la pija parada y mañana te la arranca de un mordisco.
    No quiero dedicar mucho tiempo de este ensayo a esa meretriz que es el amor, aunque creo que, al usar el sustantivo “meretriz”, sería por mi parte nombrarlo con profesionalismo, cosa que el amor no tiene, mejor sería nombrarlo por su nombre crudo y directo “puta de prostíbulos”, las putas lo hacen por amor al arte, simplemente por placer, y el amor muchas veces te hiere de muerte por su puto placer.
    En fin, el amor es solamente una de mis muertes. Hay otras, hay muchas más.

    El viejo podrido de mi padre, creo que esa fue mi primera muerte. Siempre esperándome a la salida del colegio con su sonrisa sardónica y su cinturón de cuero humedecido en el agua con sal.
    “Aflójate los lienzos”, me decía el cínico…; lo mejor de todo es que iba a las reuniones de padres y se presentaba como un padre ejemplar. Era una bestia arcaica que no entendía que azotando a su hijo no lo educaba sino que lo acomplejaba.
    Tantas horas de sicopedagogía no servían de nada si, después, en la semana, durante tres o cuatro días, no me podía ni sentar.
    Ahora, el maldito perro se está muriendo de cirrosis en un hospital; creo que los pecados los pagamos de vivos (ya que no creo que exista un infierno ni un cielo, sólo existen las llamas lujuriosas de la soberbia en la tierra); el humano, un bicho más soberbio, que él, jamás he conocido. Y esto reafirma mi idea, ya que a pesar de que se está muriendo, no llamó a pedir por mí o por mi madre. Bueno, no sé qué cara tendría para verle los ojos a mi madre, después de todo lo que le hizo; eso sí, dudo que me den permiso en el Moyano para sacar a mi vieja del loquero y llevarla al hospital.
    A la familia uno no la elige, la hereda, pero siempre pensé que sería bueno hacerme una transfusión de toda mi sangre
    ,o de última si se podría vivir con sangre azul, me la inyectaría, para así no tener la misma y enferma sangre que la de mi atávica estirpe.

    Hoy estoy en mi habitación, tan pajero como siempre, pensando en la utópica mujer de tetas enormes y de concha como panal, esa a la que buscan desesperadas las abejas devotas, y en la cual se puede correr hasta la fluctuación de la más frígida rigidez. Pero lo físico tanto no me interesa, sino más lo intelectual, es que, definitivamente, debería ser una mujer inteligente o por lo menos alguien que se haya enamorado de los postulados freudianos para analizar mi complejo de esquizofrenia bipolar, pero son sólo quiméricas abstracciones de algo que, sin entrar al pesimismo, sé que jamás sucederá por el simple hecho de que está el amor con su injurioso y puto placer.

    Aunque no lo crean: pensar no es una característica muy mía, muchas veces parecería que pienso, pero actúo de impulso, solamente pienso en escasos momentos de mi recóndita oscuridad. Y cuando lo hago, me gusta mirarme al espejo y preguntarme el porqué de las cosas. Y así lo primero que me pregunto es cuántas muertes alguien puede tener.

    Cuando me hago esa pregunta parecería que los muros de mi habitación laten en mi sien, como si el corazón delator, que narró Poe, quisiera escarparse de mi pecho; tal vez por temor, por un miedo que eriza hasta los huesos, por un crimen que se caga en la consciencia, o tal vez es porque, al fin de cuentas, somos larvas que no merecemos ni nuestra propia miseria.

    Así la sangre convulsionada ―que nunca pude mudar de mi ser― se corrompe ante el soborno que le ofreció un dios sin cielo; así me abandonó y me dejó seco, adusto y sin linaje.
    La familia se vende, también los amigos, y uno muere, finalmente, solo, bajo la sombra de un ébano pútrido.
    Si no me creen, vístanse de luto y vayan al entierro de un padre que tuvo muchos hijos, vean como los hijos lloran un minuto, un solo instante, para luego ir como cuervos cagados de hambre, que se sacan los ojos entre sí, a despedazar los restos de un banal testamento y, supuestamente, estoy hablando de un padre ejemplar y no como el susodicho.
    Los amigos son la otra cara del destino. No soy el papa ni menos la madre Teresa de Calcuta, no tengo un millón de amigos, no los tuve ni tampoco los tendré.
    ¡Amigo, en las buenas y en las malas! ¡¡¡Eso es basura!!! Eso es sólo un dicho que no se mide con la realidad. Hasta tu más íntimo amigo puede o quiere sacar tajada de una situación, y cuando no puede hacerlo, simplemente, se borra. Eso me pasó en la época en que estuve en el loquero, ¿piensan qué algún amigo o familiar vino a visitarme? No vino nadie, ni “el loro”, como diríamos vulgarmente, todos se abrieron de gambas, las únicas visitas que tenía eran de las enfermeras y sus jeringas.

    ¡¡¡El loquero!!! Épocas felices eran aquellas. Creo que en la sala 12 y en las secciones de psicología y terapia estuvieron mis momentos más felices. Ahí podía descargar toda la ira, el rencor, incluso romper algo si quería, y también podía descargar baldes enteros de llanto si era necesario. Lo único que me mataba era la abstinencia por la maldita nicotina, eso sumado a las jeringas de las enfermeras para calmar mis nervios.
    Tuve un par de compañeros, algunos adictos “los cuales poco veía, ya que, la mayoría del tiempo, lo pasaban atados a la cama”, tuve otros que se creían célebres artistas e incluso personajes de la historia misma.
    Conocí a Kafka que decía: Fui demasiado lejos en la soledad para saber que de allí no se vuelve. Bécquer decía: La soledad es el imperio de la conciencia. Nietzsche se la pasaba diciendo: La valía de un hombre se mide por la cuantía de soledad que le es posible soportar. Conrad
    también decía: Vivimos como soñamos: solos.
    Conocí mucho sobre la soledad, parecería que era el tema recurrente de los locos. ¡Mierda, estaban locos, pero cuánta razón tenían!
    Definitivamente, gracias a ellos, aprendí que no importa cuánto acompañado estemos, siempre estaremos solos. Y así empecé a no temerle tanto a mi soledad de soledades, a mis muertes sin compasión.

    Uno, a la larga o la corta, termina aprendiendo a convivir con sus muertes, podría decir que hasta aprendemos a apreciarlas en su totalidad, son complementos necesarios para nuestras propias agonías, y sin dolor jamás hay vida.
    Tengo tantas muertes que podría escribir un libro de todas ellas, acá no nombré a todas ni a las más importantes, sólo un par de las que tuve ganas ―para guardarme material para otra ocasión― pero estoy cansado y en verdad no valen la pena. La más reciente muerte que tuve fue la del lenguaje. La palabra y sus runas sin ninguna anestesia; tirarlas en crudo a muchos les afectan, pero, eso mucho en verdad, no me importa; me cago en el nobel o en los críticos sin mero arte, en verdad me chupan no uno sino los dos huevos.
    Soy nostálgico porque nací con llanto y moriré llorando, soy monótono (empleo muchos epítetos calificativos en mis textos), rudimentario (temas recurrentes de la muerte y la soledad) e incluso me desnudo con facilidad (la necesidad de expresarme con la única forma que “creo yo” me sale mejor). No soy definitivamente un romántico empedernido, todo lo contrario, soy un sobremuriente dolido, por lo cual jamás conquistaré al amor; en momentos, incluso, soy chocante y hasta repulsivo. Ofrezco lo que me dieron, lo que me forjó, y como dije antes, no pienso mucho, sólo me guio por el instinto para plasmarlo al papel. No ofrezco con esto excusas al lector, todo lo contrario, es mi manera de expresión, también un buen canal para deshelar a este frío corazón. Pero en verdad me muero cuando mi madre me dice: ¿por qué escribes tan triste? ¿Por qué eres tan lúgubre? ¿Por qué me hieres sin razón?
     
    #1
  2. MARLEN RH

    MARLEN RH Invitado

    Lo leí esta mañana y claro tenía que irme a trabajar, yo creo que uno vive y muere todos los días, tanto es que digo que en cada minuto porque nuestro cerebro siempre está a la espera de algo nuevo, y si no ahí estamos hundiéndonos por gusto propio porque somos unos estúpidos y sensibles a morir, aunque nos pongamos una coraza, me ha gustado tu ensayo además uno es como es y tal como somos o creamos ser, o no nos guste ser pues buscamos la mejor manera de comunicarnos, uno no es de piedra, pero hay personas que les gusta ser reservadas, también he notado en un par de prosas que el personaje siempre está realzando la crianza al lado de un mal padre y realza a las prostitutas siempre.

    Bueno me gustó por la filosofía de la muerte del diario vivir,un abrazo amiguito.
     
    #1

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