Un Flan en la Mesa

El flan está ahí, en el centro de la mesa, temblando apenas bajo la luz tenue que se cuela por la ventana. Lo veo como quien intuye un presagio, una pequeña maravilla a punto de desaparecer. Tu risa, baja y constante, me rodea como el aroma dulce que flota en el aire, ese leve perfume de vainilla y caramelo que parece anunciar algo más que el final de la cena.

Nuestros ojos se cruzan, y en ese instante, el flan es solo una excusa, una promesa suave de lo que viene después. Tus dedos rozan el borde de la cuchara, lentos, precisos, como si estuvieras midiendo el tiempo, como si supieras que cada movimiento es una invitación. Yo lo sé, porque he aprendido a leer en esos gestos pequeños lo que otros no ven.

La última porción, esa porción que ambos hemos dejado intacta, no es solo un postre; es el preámbulo de una noche que ya se dibuja en el aire, en la forma en que juegas con el borde del plato, en la manera en que tu mirada se demora en mis labios, como si el flan y yo fuéramos parte del mismo deseo.

Al tomar la cuchara, te detienes un segundo, apenas lo suficiente para que lo note. El flan tiembla como tu respiración, y cuando te lo llevas a la boca, algo en mí también se derrumba, como si ese bocado fuera una pequeña victoria, el anuncio silencioso de lo que vendrá.

—¿Está bueno? —pregunto con una sonrisa que no tiene nada de inocente.

Tú asientes, y en ese simple gesto, en ese leve movimiento de cabeza, hay una complicidad que va más allá de lo que se puede decir. No es el flan lo que me interesa, es cómo lo saboreas, es el reflejo de tus labios cuando los limpias lentamente con la punta de la lengua. El tiempo se detiene un instante, como siempre lo hace en estas cenas que se prolongan demasiado, y el aire parece más espeso, cargado de significados que no necesitan palabras.

Te inclinas hacia mí, y en ese acercamiento siento que todo se desplaza: la mesa, el flan, el mundo entero gira alrededor de este momento. El postre ha terminado, pero la noche apenas comienza. Lo que sigue no está escrito en ningún libro de recetas, sino en el lenguaje secreto que compartimos, en las horas que vendrán, en el espacio que se abre entre el último bocado y el primer beso.

La mesa queda atrás, el flan es un recuerdo dulce, pero tus ojos, tus manos, el roce de tu piel, eso es lo que realmente esperaba, lo que aún tiembla, como el flan, bajo el peso de la noche.