Un título atrayente (en redacción)

Desde lo alto del cerro podía ver la cabaña del cerro opuesto al río.

Podía ver también mucho del trayecto del sendero, el puente, la cascada, el bosque, y algunos sembradíos.

Pero no podía ver el detalle de las flores, o su aroma.
Ni lo pesado y filoso de algunos pedruscos en el camino.
Tampoco lo endeble del puente, lo frío del agua o lo resbaloso del camino tras la cascada.
Tuve que recorrer mucho, a ratos feliz oliendo jazmines y escuchando aves. Otros ratos evitando avisperos y mofetas.

El trayecto me brindó muchas cosas.

Mientras descendía iba perdiendo el horizonte.

Un mecanismo curioso ajustaba mi vista desenfocando la distancia para apuntar a la cercanía, y el destino se refugiaba entre los deseos e ilusiones de la mente.

Lo natural es ajustarse al entorno mientras memorizas el objetivo.

La noche llegaba acompañada de vientos fríos.
Su soplo entre las ramas y follajes producía un extraño sonido, de queja o lamento, de escozor en la piel como si mil cardos pasaran por ella.

Curioso estremecimiento de escalofrío.

Su fuerza empujando al piso aumentaba el peso de la carga.

Y a pesar de tanto verde y vida, el ambiente se mostraba vacío.

Las sombras pueden rodearte, pueden abrazarte... más tú no puedes abrazarlas a ellas.

Podrás perder tu tiempo tratando de pelear contra ellas, de resentir su presencia... pero el tiempo te devolverá tus esfuerzos mal gastados.

Tomé posesión del espacio entre los árboles, limpiando su piso, recogiendo ramas y hojas.
Por allí aplasté unas arañas y quemé algunas hormigas mientras encendía una fogata.
No maté con intención... o conocimiento.
Maté por inobservancia, indiferencia... hambre.
Saqué la latita de atún y las galletas de sal. Las llamas crepitaban entre cada mordida.

De nuevo la piel se enchinaba y entrecerraba los ojos mientras caía derrotado al sueño.

Cada miedo, cada mala memoria, cada error, cada furia... fueron juntándose en una pesadilla de la que nadie me podía despertar.

Las promesas rotas, las decepciones, engaños, maltratos y traiciones...
Sentía en el pecho cada golpe y en la espalda cada kilo de culpa... incluso las ajenas.

El terror del abismo, mientras sentía que el piso desaparecía y empecé a caer...

Las maldades aparecían riendo a los lados. Las ajenas... y las mías.

El desconsuelo se desesperaba al no contemplar ningún fin.

Desperté de golpe al sentirme ahogado.
Mis propios gritos, incapacitados de salir, atoraban el aire en mi garganta...

Sentado, sudoroso, asustado... en medio de un eterno silencio oscuro... la inmovilidad me obligó que afine los sentidos que aún sirvieran

Me pareció ver un par de pupilas amarillas y rojas.
Luego pequeños luceros azul verdosos.
Un grillo saltó a mi mano... pero la reciente prisión aún ataba mi cuerpo.
No me moví...
Y sentía las espinosas patas del grillo cortar superficialmente mi piel.

Aún sentía... así que descifré que continuaba con vida.

Mis demonios más intensos dejaban caer sus caretas... mostrando su verdadero ser.
Delgados, deformes, desarmados... débiles... pusilánimes...
Mi cerebro insistía en darles poderes, en otorgarles mando...
De pronto un pequeño ratón se volvió un gigante oso... pero sujeté al bicho en mi cabeza y le ordené que se haga más chico... volviéndose un capibara.
Y luego le dije — "aun más chico" — y se hizo conejo.

Mientras las llamas danzaban su último baile, el loco ser tomó decenas de formas y tamaños. También olores y colores... y hasta sabores.

Terminé devorando aquellos miedos, pensando que me harían más fuerte. Que serían escudos.

La experiencia te demostrará que las sombras te pueden ocultar, te pueden proteger... e incluso ser aliadas al momento de atacar.
Al principio todo puede ser doloroso o malo... más cuando conoces lo que son, entonces te podrán ayudar.