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Una Bala y un Niño

Tema en 'Prosa: Melancólicos' comenzado por Jose Anibal Ortiz Lozada, 17 de Diciembre de 2024. Respuestas: 0 | Visitas: 85

  1. Jose Anibal Ortiz Lozada

    Jose Anibal Ortiz Lozada Poeta adicto al portal

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    Hombre
    En la esquina más callada de una ciudad que nunca duerme, un niño caminaba con los pies descalzos y la mirada llena de promesas. El mundo era un tablero roto, pero él, con su sonrisa pequeña, llevaba en los bolsillos semillas de esperanza. Sus manos dibujaban sueños en el aire, sus palabras eran suaves como el amanecer, y su voz —tan breve, tan pura— se alzaba como un canto imposible contra el ruido de la guerra.

    Pero en la misma calle, escondida en la sombra de un destino ajeno, una bala esperaba. Pequeña, fría y despiadada, dormía en el vientre de un arma cuyo latido era solo el de la muerte. La bala no tenía ojos ni conciencia, solo la fuerza del dedo que la empujaría al vacío. Un gesto tan breve, tan insignificante, que ni el viento lo reconocería.

    El niño avanzaba despacio, arrastrando una vieja cometa sin cuerda, con la ingenuidad de quien aún no sabe lo que significa el fin. Él no veía el arma. No escuchaba el susurro metálico que lo seguía. El mundo era suyo, o al menos lo era un instante antes de que la bala rompiera el aire con su furia ciega.

    —¡Bum! —dijo el arma. Y el silencio, desgarrado, se quedó huérfano.

    El niño cayó como una hoja vencida por el otoño. Su cometa tocó el suelo primero, abandonando para siempre el vuelo que nunca fue. La sangre, tan roja como el amanecer que él nunca más vería, se extendió por el asfalto como raíces que buscaban respuestas. Nadie gritó. Nadie corrió. Porque en un mundo donde las balas mandan, los gritos son sombras, y las lágrimas, invisibles.

    La bala se detuvo. Se apagó como un rayo breve y olvidado. No supo que su viaje había sido la muerte de un universo posible. Porque el niño, ese niño con los ojos grandes y la sonrisa limpia, llevaba dentro el remedio que nunca nacería:
    Una fórmula que curaba el cáncer.
    Una idea que acabaría con el hambre.
    Una palabra que uniría naciones.
    Un amor que salvaría el mundo.

    Pero el arma no lo sabía. La bala no lo entendía. La mano que apretó el gatillo nunca pensó que con su pequeño gesto había asesinado al futuro.

    Un niño murió. Y con él, murieron mañanas que nunca llegarán.

    Quedó el arma, vacía y silenciosa. Quedó el mundo, igual pero más pobre. Quedó la madre, llorando sin voz en una esquina. Quedaron las calles, llenas de sangre y preguntas.

    ¿Y si la bala no hubiera salido?
    ¿Y si el niño hubiera vivido?
    ¿Quién lo dirá ahora, cuando ya no queda más que viento y polvo?

    En el lugar donde cayó, una flor nació meses después. Pequeña, blanca y solitaria. Nadie la notó, pero quizás era él:
    Un último intento de salvarnos,
    de recordarnos que una sola bala puede borrar el mundo entero.
     
    #1

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