1. Invitado, ven y descarga gratuitamente el cuarto número de nuestra revista literaria digital "Eco y Latido"

    !!!Te va a encantar, no te la pierdas!!!

    Cerrar notificación

Una historia en el viento.

Tema en 'Prosa: Generales' comenzado por Fran te cuenta, 16 de Marzo de 2015. Respuestas: 0 | Visitas: 418

  1. Fran te cuenta

    Fran te cuenta Poeta recién llegado

    Se incorporó:
    3 de Junio de 2013
    Mensajes:
    8
    Me gusta recibidos:
    1
    Una historia en el Viento.

    El cielo reclamaba para sí el plumaje del Viejo Halcón. Lo abrazaba y tironeaba en un vano esfuerzo por besar el alma en vuelo. Oía el rumor de las nubes, siempre tan volátiles, tan parecidas a todo, y tan distintas entre si.
    Siempre volando tan alto, el Viejo Halcón anhelaba y era anhelado. Si se ponía atención, podías escuchar de las hojas de eucalipto una historia de amor tan vieja, que era vieja en los tiempos de las primeras hojas verdes. Sin embargo, como toda historia antiquísima, tiene muchas grandes verdades disfrazadas entre silencios.

    Algunas veces, las nubes y las hojas se ponían de acuerdo. Las primeras se lloraban a si mismas, naciendo nuevamente entre truenos y fuertes vientos. Las hojas, por otro lado, esperaban con el alma abierta, ofreciéndose a acunarlas copiosamente.


    Una noche otoñal, tan propicia como muchas otras, una joven gota fue a parar a una venerable hoja, tan vieja que tenia el color de la tierra. Como tan abuela que era, acuno a la joven gota entre sus brazos y decidió que seria propicio contarle una historia. Sabía la Abuela Hoja que a Gotita de Otoño había que hacerle nanas con cuentos. Aunque era la primera vez que la abrazaba, ya sabia tantas cosas de la pequeña lagrima de nube... Cosas de abuelas, dicen.

    Entonces comenzó a hablar, acompañada por el mecer del viento:

    »Pocas cosas son tan hermosas como la luna, ni tan majestuosa. A veces hasta los eucaliptos se olvidan que la luna fue joven, antes de ser tan vieja. Ademas, antes era tan traviesa como lo son las luciérnagas, siempre recorriendo la noche y brillandose a si mismas, todas luz y todas misterio.

    »Esos tiempos eran tan distintos, Gotita de Otoño, tan distinta la tierra, tan distinto el mar, aunque tan parecidas eran las nubes, siempre sin parecerse a nada. Por aquel entonces pocas criaturas habitaban la tierra y los ríos, y muchos menos se animaban a respirar la noche, hasta las ranas croaban en susurros, por si acaso. Pero uno había. Cuando el Sol estaba despierto, se andaba con vestiduras de poderoso plumaje blanquinegro, un semblante de ave que dejaba su singladura en el cielo color turquesa.

    »Pero astuto como era, este Joven Halcón, no andaba a oscuras mostrando su verdadero rostro. De azabache era el color de la lisa piedra que usaba por mascara, la que con formas de silencio cubría su plumaje para no ser visto por las males nocturnos. Y así andaba por la noche, buscando sin buscar, desandando caminos conocidos y andando otros desconocidos. Sin embargo, Gotita de Otoño, no siempre hay que buscar para encontrar.

    »Y así andaban ambos, una acompañada por un séquito de estrellas diminutas, que iban formando constelaciones, y el otro acompañado de un profundo silencio y una mas profunda atención a todo cuanto lo rodeaba. Pero tanta atención tenia el Joven Halcón que apenas la vio, y en ese diminuto instante fue día y noche, en una amalgama propia del ensueño. Y así estuvo, quizás toda la noche, o fueran otras tantas, maravillado frente a una Luna que jugaba con sus Estrellas.

    »Pero el Joven Halcón, avizor como era, no dejo escapar aquel nimio movimiento a lo lejos, apenas un contorno borroso en la oscuridad plena. Otro era el cantar de la Luna que, tan distraída como ingenua, danzaba entre en los hierbajos.

    »Por esos días, raras eran las cosas que habitaban la noche. Pero si había algo que todo ser entendía en sus huesos, era el temor hacia Weda ché. Aquel que nació antes de tiempo, era su titulo llevado con oscuro orgullo, aunque nadie supiera a ciencia cierta por qué. Nadie jamás vio su forma nitidamente, pero del miedo se intuían sus hechuras, de pelos y colmillos goteantes, de patas y ojos muchos, tarantulesca era Weda ché.

    »Esto fue lo que vio el Joven Halcón, un segundo antes del terrible ataque. De un suspiro a otro, el claro iluminado por la luz ingenua de la Luna, se oscureció como un desmayo. Weda ché se abalanzó, descargando su furia incomprensible sobre el pulcro rostro de la Luna, mientras el Joven Halcón intentaba avanzar. El miedo le corroía la energía y sentía un peso tan grande en sus alas, tan basto como una montaña. Y sin embargo, el amor venció. Weda ché llego a inocular su odio venenoso en la temerosa Luna, solo una gota, hasta que las garras del Joven Halcón, oculto tras su mascara, le arrebato sus ojos y su maldad de un solo zarpazo. Weda ché, herido y derrotado, volvió goteando su dolor hacia su nefasta madriguera.

    »Sin embargo, Gotita de Otoño, las historias viejas y de romances suelen terminar un tanto mal, pues los finales felices son pocos y alejados en el tiempo. El Joven Halcón tuvo mucho que llorar luego de aquel escabroso momento. La Luna, en su desdicha, sufrió los efectos del cruel veneno, dejando una marca salpicada de pústulas tristes, como eternas lagrimas sobre su rostro. Aquello la apesadumbro de tal modo que jamas volvió a pisar la tierra fresca que tanto disfrutó, sino que se exilio mas allá de las nubes, donde nunca se oyeran sus sollozos. Y tampoco vio jamas el rostro de su salvador, la mascara que tan celosamente había guardado el rostro del halcón, la privó de aquello.

    »Y el tiempo pasó. El Joven Halcón se volvió viejo, las hojas se marchitaron y volvieron a brotar, y las nubes siempre sin parecerse a nada, tan distintas como siempre. Sin embargo, el halcón nunca reparo en los hechos de esa noche, por lo que no recordaba haber usado la mascara. Triste y despechado, todos sus años pasaron y pasarán buscando el amor de la Luna, pensando en que ella lo rechazó y rechazará.


    De esta forma pasó la noche y se convirtió en día. Gotita de Otoño cayó a la tierra para ser vida en la hierba, que luego será vida en una eternidad de formas. Y asi, al tiempo, la Abuela Hoja, pasará a ser nido de algún halcón joven, y será el calor de sus polluelos. Y mientras las estaciones pasan, y los rios van y vienen, el Viejo Halcón seguirá buscando a su amada Luna, siempre tan lejana. Y mientras las estaciones pasan, y los ríos van y vienen, la Luna seguirá añorando a su salvador, y viendo con vergüenza su reflejo en el mar turquesa.


    Fin.​
     
    #1

Comparte esta página