Una loca prisión

Las hojas se tiñen de oro aún en un frío y apagado día de otoño en mayo. Lloran a la noche para que sus lágrimas se confundan con las estrellas y sus sueños con alguna efímera fugaz.

Las hojas se tiñen de oro aún en un frío y apagado día de otoño en mayo. Y yo aquí sufriendo la blancura del cielo y la luz que jamás me iluminará. Las nubes... las nubes que viajeras me desprecian o me aman con un amor que no puedo todavía comprender, me saludan indiferentes con el gélido hálito de una tarde que se derrumba. Me pregunto si todavía me queda algo que preguntarme...

Desearía tener tantas lágrimas que ardientes me acaricien aunque sea por un momento sólo el rostro..., pero cada perla en la fuga atroz se fulmina con la agria esperanza de la firme mano de Dios. Se disipan en la víspera. – Dos mares negros. El universo es un espacio.

Qué será este óxido que me acompaña, el delirio de una pieza corrompida o los tatuajes férreos de un hábitat ya por perecer. «Ya»... y sin embargo falta tanto tiempo porque el tiempo jamás pasa. ¿Quién no desearía morir en un sueño dormido entre cuatro paredes que se parecen al firmamento? Podridas por las miserias de los pobres. ¿Será el paraíso la última esperanza asesinada?...
Esta es mi selva... ¡y qué tan pequeña que es mi selva!, pobre y solitaria, soy el único animal que la habita. Y mi destino es morir como el rey que jamás alcanzó su corona. Ni siquiera como el león desnutrido que preso por la fiera mano del hombre alguna vez recuerda haber posado su espíritu en el trono. ¡Y hay tantas selvas como universos!, pero mejor ni pensar en otros sufrimientos mientras yo, condenado, me ahogo con el mío. Y ni siquiera le conozco las caras a los jueces que impíos me han de haber condenado. – Mi último deseo ante la apacible rabia del verdugo: que mi alma, que grácil tiende de una frágil rama, se deslice por el viento y suave caiga como una pluma sin mutilarse en la caída. Ahora me pregunto si tendré aunque sea un último deseo o si algún oído que para mí será divino me escuchara si quiera aquí, entre barrotes que ni siquiera yo soy capaz de ver, ni mucho menos, de comprender.
Dicen algunos niños que en verano el infierno es menos soportable, porque uno puede deshacerse de su ropa mas no de su piel y, que por ello, el invierno aunque duro es menos peor, porque «cada uno» puede abrigarse hasta el cielo. Si tuviera algo de energías para motivar los músculos de mi rostro, sin duda que me reiría de semejante juicio. En este mundo... cada uno nunca es todos. Si la abundancia del abrigo existiera aunque sea entre mis árboles...
Todos los días le rezo al sol para que me lleve con su iluminación sagrada, a donde sea, Cielo o Infierno, pero muy lejos de aquí. Me aterroriza y me aterrorizo al pensar en la conciencia de esta eternidad de sufrimiento y de dolor, porque sé por intuición (sí, es una de las pocas cosas que aún me quedan) que este es sólo un plano de lo eterno, y que es probable, tal vez, que hayan eternidades peores por las cual sufrir, o si no, semejantes. Pero me atenúo respondiendo: hoy no estoy sufriendo otras, la pre-ocupación no es mi problema, lo que sea será, no importa hoy, porque hoy, estoy aquí, y esto es lo que padezco, y esto es lo que importa.

Creo estar a distancia de la Antártida y el viento aún me congela, comienzo a imaginar ventanas abiertas de lo más terroríficas, porque sólo sirven para que el invisible hielo entre con sus alas de demonio a darme el abrazo que no deseo y, como si no fuera mucho, no sirven para escapar. Mi frente ha sangrado más de una vez para corroborar lo que aquí y ahora me encuentro diciendo. Bienvenidos a mi iglú.

Toda noche es un infierno, hasta que duermo. Hasta que duermo. ¿Serán así los inferiores patios de la existencia? Y porque estoy despierto los días son una tortura. Mi vida es un calabozo y mi único consuelo es el pálido beso de la luna al final del día.

La bóveda celeste sigue desvaída, como si hubiera visto un fantasma. Comienza a llorar... como si hubiera visto mi muerte.

Ajena humedad corre del bestiario del tiempo y la calma de domingo atormenta a mi débil corazón. – Corro la página y es otro día.

El moho es hoy mi nueva compañía. A él le creeré todos los secretos, antes de que se marche. ¿Pero qué es ese alboroto? Los ecos incoloros de un calor indescriptible invaden a mi sentido de audición con sus puñales de guerra y de protesta; es la rabiosa esperanza que con su cólera dorada bajo el brillante barro de las calles inunda vehementemente a las pasiones de mi corazón. ¡Quiero salir! ¡Quiero salir!..., grito como el pájaro que canta en su jaula burguesa bajo los imperios del falso amor. Nada. Sin embargo... nada. – Hoy es un buen día para decirle adiós a mi alma. Sin nombre perdida en el tiempo, sin amor y con olvido, hace tiempo que el recuerdo me ha abandonado. Marginada en el sosiego de la espera, aguardando los caminos del Cielo o el Infierno, solitaria perdida en la mar, bajo el desencanto de la alba que nunca llegó; la última esperanza es la ida aun sin esperanza, la marcha sin la compañía, la resignación sin los dolores, los tormentos sin el sufrir, lo inevitable, el infinito sin la eternidad.

Adiós, me digo, y adiós, será.

 

Nýcolas:
xD es conmovedor, lo leí varias veces, lo disfruté de principio a fin, ví el infierno por cierto. Que esplendor de imágenes, una tras otra.. la noche se hizo día, el tiempo es corto por eso cuando esta disponible se debe invertir. Gracias por compartir, abrazos y besos desde acá♥
☆

 

Gracias a ti, mi diosa.