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Una pelota vale tanto como un libro

Tema en 'Prosa: Melancólicos' comenzado por hank, 1 de Julio de 2011. Respuestas: 0 | Visitas: 593

  1. hank

    hank Poeta recién llegado

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    27 de Junio de 2011
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    José Quiñónez es un hombre que hace poco ganó el premio Príncipe de Asturias en Ciencias y desde esa fecha es invitado por varias Universidades del mundo para que la gente, y especialmente los jóvenes estudiantes conozcan su historia.
    Y esta es la historia, contada con sus propias palabras:
    Yo nací hace 25 años en un pueblito en Esmeraldas, la provincia con más habitantes afrodescendientes de Ecuador, un pequeño país enclavado en los Andes. Mi provincia está a las orillas del Océano Pacífico y en su mayoría somos negros. Algunos nos dicen morenos, otros, a manera de insulto, nos dicen carbón, o brea. Yo prefiero que me llamen José, porque ese es mi nombre.
    Hace algún tiempo nos dicen afroecuatorianos, como para que no suene a insulto, pero insisto en que a mí me gusta que me llamen por mi nombre y no por mi descendencia ni por el color de mi piel.
    Lo interesante de mi historia es que no se parece en nada a la de los negros de mi país, donde la mayoría sueña con hacerse futbolista. El fútbol es lo único que les puede sacar de la miseria, a ellos y a sus familias.
    No voy a negar ahora que yo también quise ser futbolista cuando niño. Cuando estaba jugando fútbol en la playa con mis amigos, soñaba en que jugaba en el estadio Atahualpa con la selección y hacía un gol a los argentinos y clasificaba al Mundial. Cerraba los ojos y el sonido de las olas se transformaba en los aplausos del público, en los gritos de los hinchas que gritaban mis goles.
    Esos sueños terminaron cuando un día, el último de la primaria, crucé la calle de la escuelita de mi barrio y un bus me pisó y me rompió las piernas. Estuve en el hospital dos meses y los doctores le dijeron a mi pobre madre que nunca volvería a jugar fútbol, porque mis huesos ya no servían para eso.
    Lloré un mes y mi madre igual. Ella tenía la esperanza de que algún día pueda jugar al fútbol y ganar mucha plata y así poder sacarla a ella a mis cuatro hermanos menores de la pobreza y de la delincuencia que había y hasta ahora hay en mi antiguo barrio.
    Me quedé patojo, como dicen, y mi abuelo me regaló un bastón para que pueda caminar mejor. Al principio me dio rabia y sentía odio por la persona que manejaba el bus. Después de unos meses esa rabia se convirtió en pena y la pena en resignación. Pero una noche todo cambió. Tuve un hermoso sueño: era mi padre que volvía de la pesca, con su chalana y su red llena de pescados. Yo lo esperaba en la playa, con un balde para llevar los pescados a la casa, lavarlos y venderlos en el mercado.
    En el sueño mi papá me tomó de la mano y de la red no salieron pescados, en su lugar mi padre sacó como un mago una pelota de fútbol y un libro. Me preguntó: José, qué te gusta más, la pelota o el libro. Yo respondí que el libro, pero mi papá me dijo: pero si no tienes las piernas buenas, cómo piensas jugar con la pelota. En mi sueño, mis piernas eran torcidas, con los huesos chuecos y muy delgadas.
    Entonces qué debo hacer, pregunté a mi padre. Pues escige el libro, respondió. Para leer no necesitas tener piernas fuertes. Al escuchar esas palabra, mi papá regresó al mar, tomó si chalana y se perdió en la inmensidad de las aguas y yo me quedé allí solo, con el libro entre mis manos y con las lágrimas de tristeza en mis mejillas. Desperté angustiado, casi siempre soñaba con mi papá, pese a que cinco años antes él se había perdido en el mar cuando una noche salió a pescar. Jamás regresó a la casa.
    Pasé todas las vacaciones antes de entrar a la secundaria pensando en ese sueño. Pensaba en qué me podía ayudar a leer un libro, como leyendo libros podía ayudar a mi familia a salir de la miseria. Cómo podía ayudar a mi madre a curar sus enfermedades ahora que se estaba poniendo viejita.
    La noche anterior del primer día de colegio, volvió mi padre a mis sueños. Esta vez no vino del mar, sino que entró a la casa, con un elegante traje, y sonriendo. Hijo, te traigo la luz y la verdad para que en tu vida te vaya bien. Sé que querías, como muchos, ser un futbolista famoso, lleno de felicidad y fortuna. Pero con este secreto que te voy a revelar, también podrás ser feliz, lo que no sé es si tendrás fama y fortuna también.
    Ya padre, dime cuál es el secreto. El secreto eres vos, me dijo y el sueño terminó porque mi madre me despertó para ir al primer día de secundaria.
    Y mi papá nunca me mintió, me dijo la verdad, el secreto era yo. Desde ese día comencé a leer todo en el colegio, era como una sed de leer, una fuerza interior me empujaba a leer todo lo que caía en mis manos. Sin embargo, todos se me burlaban, hasta algunos profesores: Me decían, que no serviría de nada leer tanto, que como era patojo y no podía jugar al fútbol mi futuro era seguir siendo miserable.
    Se reían cuando les decía que quería ser científico, pero mis amigos me decían, y cuándo has visto un científico negro. Yo les respondía que sí había, pero en el extranjero. Y ellos se reían. Negro científico, jajajaja.
    Me costó mucho convencerle a mi madre de que quería estudiar en la Universidad, le dije que sería el mejor del colegio para ganarle una beca e irme a otro país porque en este los negros solo sirven para jugar al fútbol.
    Cada vez que me sentía derrotado, recordaba el sueño con mi papá y me repetía a i mismo, yo soy el secreto, yo soy la clave para triunfar. Y así fue. Me gané una beca, estudié medicina en Europa y luego de leer cientos de libros descubrí la cura para el cáncer y pude salvar a mi mamá de la muerte.
    Esta es mi historia, de tenacidad, de lucha, de fortaleza. De saber que con mi mente y mi amor propio puedo llegar a los confines del Universo, cumplir mis sueños y ayudar a mis seres amados. No tengo más que mi voluntad, mi fuerza interior, mi conciencia clara y mi amor por los demás. Todo lo que un futbolista también puede tener, solo que a mi me faltan las piernas.
     
    #1

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