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Vanguardias y neoliberalismo, otra expulsión del trabajo

Tema en 'Debates, pensamientos...' comenzado por R_Cordero, 27 de Diciembre de 2013. Respuestas: 0 | Visitas: 1342

  1. R_Cordero

    R_Cordero Poeta asiduo al portal

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    En todo sistema sus elementos tienden a relacionarse de forma compleja. Es por esto que un análisis de forma aislada de alguna de sus piezas siempre será falso por incompleto, por lo que resulta fundamental estudiar sus relaciones sistémicas con el resto de elementos. En las sociedades contemporáneas, al menos en el marco de las sociedades capitalistas, resulta interesante observar el modo en que se ancla el sistema económico en la vida cotidiana, para lo cual es imprescindible atender a sus relaciones con la ética, la cultura, la política y, por qué no, con el arte. Después de todo, cualquier etapa histórica, al menos vista con perspectiva, ha tendido a relacionar de forma coherente ética, cultura y política, tratando de garantizar así la supervivencia del sistema económico; y en cada etapa el arte ha respondido a las realidades concretas de su tiempo histórico. Machado, muy consciente de esta realidad ya afirmó en referencia a la poesía que ésta es palabra en el tiempo.

    Vivimos en sociedades éticamente postmodernas, culturalmente hedonistas (entre otras calificaciones posibles), políticamente neoliberales y económicamente capitalistas, en las que el trabajo y su mundo han sido sistemáticamente expulsados (de las ciudades, de los medios de comunicación, de los contenidos de la cultura de masas…). Y es en la relación compleja de estos elementos donde surge como una emergencia la sociedad contemporánea. La concordancia coherente entre, por ejemplo, la necesidad de gratificación inmediata (muy arraigada en nuestra cultura) que lleva al consumo intensivo y las claves éticas del postmodernismo (el presentismo radical entre otros), no es casual, y sirve para sostener una demanda que sujeta el edificio económico del capitalismo moderno. Súmese cualquier elemento (política, cultura, arte) al ejemplo anterior y veremos una identificación absoluta con los fines del sistema económico al que sirven. Con un elemento común, la expulsión del trabajo de todas las esferas de la vida pública, cada pieza se une a las demás para formar el puzzle de la sociedad en que vivimos. Por eso para un artista que quiere ser dueño de su obra, no como pataleta estética frente a las grandes discográficas o editoriales, sino en lo fundamental, que no es otra cosa que la propiedad de su conciencia y la dirección real del contenido de su trabajo, es obligada una reflexión sobre el modo de crear y hasta qué punto los distintos modos permiten una propiedad real de lo que es suyo como autor. Es en los modos de creación literaria donde un escritor establece un compromiso moral con su oficio, optando por orbitar alrededor de las distintas esferas de la realidad pública. Porque aunque una parte fundamental de su trabajo lo realiza en soledad, incluso esa intimidad necesaria para la creación literaria tiene un origen histórico y social. Porque si la poesía es palabra en el tiempo, el poeta es ciudadano en su tiempo, inevitablemente situado en sus circunstancias al más puro estilo orteguiano.

    Más allá de los contenidos y temas de su obra, el modo de creación es en sí mismo una apuesta de tipo civil mediante la cual el autor se relaciona con las posibilidades de su tiempo. Las vanguardias, con sus apuestas modales, aquellas que establecen las reglas en el modo de crear, no son una excepción, y sus propuestas vinculan a los autores vanguardistas con las posibilidades sociales a las que estas reglas para la creación responden. Por eso, como elemento clave en la búsqueda de una conciencia propia, no puedo dejar de analizar las consecuencias morales de la apuesta vanguardista.

    Si bien la generalización es un terreno peligroso y abonado para la proliferación de errores, sí me parece posible inferir de los distintos discursos de la vanguardia literaria algunos elementos comunes, que si no pueden considerarse aplicables a todos los autores, si están detrás de una gran parte del discurso de la vanguardia literaria. Entiendo que al menos podemos hablar de cinco elementos comunes: elogio de la espontaneidad, ruptura con la tradición, irracionalismo o cuanto menos destierro de la razón en el proceso creativo, códigos lingüísticos individuales a partir de un análisis pesimista de las posibilidades del lenguaje, consideración de la dificultad o lo “raro” como valor artístico.

    A partir de la gran crisis romántica, las promesas racionalistas de la modernidad quedaron en evidencia, terminando la razón señalada como una gran mentirosa, incapaz de cumplir con los compromisos de la ilustración. Aparece entonces, para ponerse en su lugar, el ámbito sentimental, subjetivo, que lejos de responder con promesas nuevas, decretó el fin de las promesas modernas. Y en esa deriva irracionalista, en el arte emergen los distintos movimientos de vanguardia que, a finales del siglo XIX, iban a impregnar la cultura en todas sus facetas, al principio con una cierta moderación todavía sujetos a ciertas claves de la tradición de la que procedían, para desembocar en una auténtica ruptura. El surrealismo, como culminación de un proceso de deconstrucción de la racionalidad en la tarea creativa, es probablemente el ejemplo más claro, y el que con toda seguridad permanece ejerciendo una enorme influencia en los autores jóvenes de nuestro tiempo, fundamentalmente en los poetas.

    Hoy es habitual entre los jóvenes poetas la asimilación de las claves surrealistas en el proceso de creación literaria. Desde el paraguas de la espontaneidad creativa, y un subjetivismo heredado de las posiciones de vanguardia, expulsan el trabajo del proceso creativo, realizando, desde mi punto de vista, una inversión en los términos. Una inversión porque la llamada espontaneidad creativa se ve anulada por la repetición de los elementos más superficiales de la conciencia cuando opera la falta de reflexión. Es un trabajo complejo desentrañar los elementos fundamentales de nuestra sentimentalidad. Conocer el sentido y las dinámicas de funcionamiento de nuestros sentimientos es una tarea ardua para la que es necesario dedicar un importante número de recursos reflexivos. Por eso, cuando desde posiciones irracionalistas se defiende la prevalencia de la sentimentalidad sobre la conciencia personal en el proceso de elaboración poética, se está confundiendo el punto final con el punto de partida. La sinceridad emocional (que no es un valor artístico en sí misma, por cierto), o la espontaneidad, son puntos de llegada. Es necesario un trabajo muy duro de muchos años para expresar poéticamente el contenido de nuestra sentimentalidad y hacerlo sonar espontáneo. Por eso casi todos los poemas del surrealismo contemporáneo se parecen, porque mediante la inversión de términos surrealista, colocando la espontaneidad en el proceso creativo y no en el resultado final, tendemos a repetir los elementos más superficiales de nuestra conciencia, aquellos que probablemente hemos asimilado de la cultura dominante. Es necesario un proceso de reflexión profundo para superar las influencias de la cultura de masas, y sólo es posible desde la reflexión crítica. Por eso, tener una voz propia implica ser dueño de lo que se dice, y para eso, hay que desprenderse de aquello que se nos ha introducido desde los resortes culturales del poder establecido, por ejemplo, la expulsión del trabajo como valor social y, en este caso, artístico.

    Las vanguardias artísticas son el reflejo de todo eso, con su presentismo radical, su defensa del subjetivismo absoluto, su permanente alegato por la espontaneidad y su rechazo al trabajo sobre la obra. Es cierto que se proponen a sí mismas como una ruptura con los valores burgueses dominantes, pero es interesante fijarse en como su supuesto rechazo es un ejercicio de individualismo desorganizado, ligado a un supuesto derecho para mantenerse al margen, y siempre sobre la base de una mistificación de la obra y el autor de carácter estético, todos ellos elementos de la cultura dominante a la que dicen oponerse. Y si bien es importante la libertad para decir lo que se piensa, también lo es la libertad para pensar lo que se dice. Empeñados en una apropiación estética de su creación, se olvidan al rechazar el trabajo y la meditación como parte fundamental del proceso creativo de una cuestión fundamental para cualquier persona libre: ser dueños de nuestras palabras o de cualquiera que sea nuestra creación artística. Porque en la urgencia de las respuestas espontáneas tendemos a repetir los aspectos más superficiales de nuestra conciencia, aquellos que probablemente hemos adquirido de la cultura dominante y de los que sólo es posible desembarazarse tras un proceso concienzudo de reflexión y trabajo duro. Es lógica esta deriva. La expulsión neoliberal del trabajo como valor social también impregna, debido a sus relaciones sistémicas, al resto de elementos del sistema, incluido el arte, en este caso en sus posiciones de vanguardia.
     
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