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Viaje a Herbania III

Tema en 'Prosa: Generales' comenzado por Évano, 21 de Febrero de 2014. Respuestas: 4 | Visitas: 468

  1. Évano

    Évano ¿Misántropo?

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    http://www.mundopoesia.com/foros/showthread.php?t=516379




    Puerto del Rosario no es Madrid, sino un pueblo grande o casi una ciudad, por lo que tarde o temprano habría de encontrarme con la biblioteca municipal. En la parte vieja, cerca del paseo marítimo, en una esquina de un callejón zigzagueante, yacía medio dormida, como la misma población, que es de aquellas que no acaban de desperezarse, como un continuo bostezo al sol que termina a los pies de la cama de la noche, como si uno no despertara nunca claramente. Pero ese día no entré porque decidí observar un gran crucero que en ese instante amarraba en el puerto.

    Cientos de alemanes jubilados eran vomitados por el enorme barco. Parsimoniosos se desparramaban por la misma calle, una que sube hasta el centro comercial construido hace poco. Nada que detallar de él, es como cualquier centro de cualquier ciudad de cualquier país, un imán que atrae a los corderos por la supuesta seguridad que los lobos les otorgan. La consecuencia de ello es que las dos calles que desembocaban con sus innumerables comercios hasta el puerto, unos negocios creados con el esfuerzo por la supervivencia de los ancestrales habitantes, decaían descoloridos y hondeaban carteles de se vende o se alquila. Con el tiempo me di cuenta que todos los desembarcados recorrían un trayecto común, inexplicablemente trasmitido mentalmente de unos pasajeros a otros, tanto fueran italianos, ingleses, franceses o marcianos. La globalización mental se hace patente si la observas tan solo un instante.

    Me cuesta entablar relaciones con la gente, soy como un casi autista que vaga solitario por los alrededores lejanos de las personas; por lo que me atraen los unamunos de bronce y por lo que fui a explicarle que había encontrado la biblioteca sin ayuda ninguna. "Menudo lince estás tú hecho", me susurró entre medias de una multitud de turistas que pasaban de él y que seguro que ni lo conocían. Todos se dirigían a la blanca y tropical iglesia de enfrente. "Te jodes, la gente prefiere la iglesia a tu museo", le dije sonriendo mientras gruñía por lo bajo. "Observa la puerta de la iglesia, verás que escena tan curiosa", me dijo.

    Un vagabundo pedía limosna en la entrada. De rodillas, mirando los baldosas grisáceas del suelo, ofrecía un platillo en alto para recibir limosnas de los ancianos extranjeros. Difícil decir la edad del desbaratado y sucio pedigüeño. Difícil atraer la caridad de los asustados turistas. De pronto vino un hombre joven con chaqueta de cuero y cadenas en ella, de pelo largo y botas camperas, tatuado, de aspecto roquero. A gritos, mientras se acercaba al vagabundo le exigía: "Aquí no, te han dicho mil veces que no pidas limosna en la puerta de la iglesia. Ya te ha dicho el cura y la madre Inés que si necesitas ayuda vayas a cáritas, que allí te darán alimento y cama, lo que necesites". Su voz loca asustó a un pedigüeño que salió corriendo calle abajo. "Entra en la iglesia y luego vuelves", me ordenó Unamuno. Le hice caso.

    El joven roquero estaba en las primeras filas, frente a un altar de tonos blancos y dorados. Se había quitado la chaqueta y se santiguaba veloz una y otra vez, acuclillándose y levántandose una y otra vez con un fervor que me asustó a mí y a los visitantes europeos, los cuales salían en desbandada. Yo me quedé observando los cuadros de santos y crucifixiones, el altar y la zona alta para el coro. Mientras, de reojo, miraba a un extraño feligrés que no reparaba nada más que en la virgen del altar.

    Media hora después, la misma escena continuaba: turistas que entraban a la iglesia, daban un vistazo y salían rápido, asustados por tan extraño personaje. Fui con Unamuno para preguntarle por qué quería que viera esa escena. "¿Crees que ha actuado bien el joven que ha echado al vagabundo que pedía limosna?", me preguntó. "No lo sé, el filósofo es usted, además, no tengo todos los datos para juzgar; no sé, por ejemplo, si quiere el dinero para emborracharse, o si solo pide por avaricia. Y también me ha pillado de sorpresa, habría de pensarlo bien", le contesté. "En esa escena, —continuó—, está el ser o no ser de la humanidad, la cuestión vital". "No será para tanto", dije con voz de tontaina. "Eres un tontaina soberbio y creído, no te tomas muy en serio lo que digo. Esta es la cuestión: debe el hombre que puede dar de comer y cuidar del hombre pobre que no puede o, es mejor dejar que este se busque la vida por su cuenta, que acarree con las consecuencias de su saber espabilarse o no en la vida?". "Me duele la cabeza, Unamuno, me da usted dolor de cabeza. Me voy, mañana, de camino a la biblioteca paso a saludarle, aunque me tengo que desviar un poco." "Piénsalo esta noche en la cama, y tráeme algún periódico para leer, que solo me entero de las noticias a cachos sueltos, los que cuentan la gente mientras pasa de largo, y casi siempre en idiomas que no entiendo", me vociferaba mientras me alejaba.

    Al día siguiente, después de un café con leche y un bocadillo vikingo, que era queso, jamón cocido y huevo, me dirigí a la biblioteca entre esos majoreros que parecen estar y no estar, como cuerpos que se iluminan y salen a la superficie del sol intermitentemente, dulces y esquivos.

    Le di los buenos días al cascarrabias de bronce y le pregunté si había pasado buena noche. No me contestó y le di una colleja. Permaneció callado, por lo que le dejé una página de diario pegada con celo en el libro sin letras que sujetaba su mano izquierda. "Para que lea algo nuevo, y dese cuenta que he pensado en todo. Como no puede pasar las hojas las iré dejando una por una". Ya me iba cuando me gritó que volviera. "Si vas a la biblioteca lee Platero y Yo, es el centenario de su publicación". "Qué memoria que tiene", le dije. "Qué memoria ni leches, lo pone aquí, en la hoja de periódico que me has dejado". "Está bien, le haré caso". Mientras me iba lo oía refunfuñar que quién diría que ese libro iba a ser el más traducido y el más vendido en español, después del Quijote. "Contento habría de estar el poeta Juan Ramón Jiménez...".

    Leí la prosa poética de Platero y yo, su aparente inocencia. Fui dejando hojas de diario a Unamuno, para que se pusiera al día de lo que ocurría por la Tierra de hoy. Pero pronto se cansó porque era lo mismo de siempre, decía, lo mismo de hacía cuatro mil años, y dos mil, y quinientos y doscientos y cien. Lo mismo de siempre, repetía tristón; los mismos idiotas dirigentes, en especial los españoles, propiciando la emigración de los genios y artistas de su pueblo; los mismos godos bárbaros a los que sólo les interesan los imperios y el poder absurdo de alcanzar una cima donde sólo se halla la soledad del asesino que ha mutilado, violado, vejado, sometido y encarcelado al pueblo para lograr la cima más idiota de la Tierra; una cima que en el fondo es la sima más honda del infierno que ellos mismos han cavado con las palas de los esqueletos de los muertos de su pueblo. Acabó por demandarme poesías y libros de escritores posteriores a su muerte; y yo, a mi libre elección, llevaba dos libros y me sentaba en el banco que hay cercano a su museo. Le colocaba uno a él y le iba pasando las páginas mientras yo leía otro sentado, aunque era tan rápida su lectura que en una mañana devoraba una obra. "Debería haber reeditado mis poesías —afirmaba de vez en cuando—, como había pensado antes de mi muerte. Debería no haberme encallado tanto en la férrea métrica y haberme dedicado más al verso libre, como veo que hicieron los poetas más tarde; aunque estoy orgulloso de ser de los primeros que anduvieron tal camino... ¿O ese fue también el Juan Ramón Jiménez de las narices...? Esta memoria mía se hiela con su funda de bronce".

    Es imposible no acordarse del Sahara (prefiero un Sahara no acentuado a un Sáhara acentuado, me suena más bello, más etéreo, como arena que resbala entre los dedos cuando la empuñas, como esos habitantes de la Herbania suave y esquiva), es imposible, decía, no acordarse del Sahara, o de Fuerteventura o Lanzarote, cuando uno ha leído El Principito, de Antoine de Saint-exupéry, o su Tierra de Hombres, un libro que contiene párrafos que dibujan la isla de Herbania maravillosamente, aunque no hable de ella. He aquí un ejemplo: "Parece que el trabajo de los ingenieros, de los delineantes, de los analistas del centro de estudios, consiste, aparentemente, en borrar y pulir, en aligerar aquel empalme, equilibrar a esta ala para que ya no se la note, hasta que ya no sea una ala incrustada en un fuselaje, sino una sola forma que, perfectamente lograda, se ha desprendido de su ganga, una forma que sea como un conjunto misteriosamente ensamblado, espontáneo como un poema. Parece que la perfección se alcanza no ya cuando no queda nada por añadir, sino cuando no queda nada por suprimir...". Así vi yo la isla de Herbania: una perfección construida con la esencia de una naturaleza mínima, con los trazos leves de un genio que pinta detrás de un inmenso vacío, de una inmensa soledad que atrae misteriosamente a las almas que yerran por un mundo que creen tan solitario como el infinito universo.


    De esta manera pasé dos semanas entre dos mundos: el de las letras y el de la isla volcánica de dulces y esquivos habitantes, como un godo (nombre que nos dan los isleños a los peninsulares) en una isla que ha hecho del desierto un lugar donde titilan cuerpos y almas que aparecen y desaparecen en breves tiempos de luces y sombras, como los rayos solares que inciden en las lavas adormecidas y las arenas voladoras del Sahara dorado, con un Unamuno de bronce que es portero de su propio museo, como cualquier poeta o escritor, que al fin y al cabo es lo que es: el portero de su obra, el que nos abre las tapas de sus libros, o la puerta de su museo, y nos dice: pasad a mi mundo interior, porque a mí ya ni me pertenece ni me dejan entrar porque ya ese mundo es y pertenece a otro universo, a otro reino, a otra dimensión: la de las almas descritas por las letras.
     
    #1
    Última modificación: 2 de Julio de 2014
  2. lluvia de enero

    lluvia de enero Simplemente mujer

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    Ahhhhhhh, qué placentero es cuando una pide más y la complacen! Gracias, sr Évano, usted sí que sabe calmar mi ansiedad lluviosa. Disfruto a rabiar leyendo su crónica particular de un viaje soñado. Vaya que escribe lindo!

    Un besazo agradecido.
     
    #2
  3. Évano

    Évano ¿Misántropo?

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    Muchas gracias, mi Lluvia de Enero querida, usted sí que es linda. Un fuerte abrazo, o dos , o un montonazo.
     
    #3
    Última modificación: 21 de Febrero de 2014
  4. Ro.Bass

    Ro.Bass Guau-Guau

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    PLASS PLASS PLASS!!

    Ah, tenía que venir a leer lo que seguía ja

    Ve lo que le digo... Me ha pasado, desde lo mínimo a lo grande, siempre termino igual que usted
    entre las letras y el destino que supone, debía cambiar algo en mí; ¿hacerme más normal, tal vez? jaja

    Siempre creí lo mismo de mí, acerca de lo marcado en verde. Pero me sobre he forzado para
    no demostrarlo tanto... Pero hay momentos que sale, explota de uno... No se puede negar lo que se es.

    Te aplaudo toda la obra, aplaudo al unamo, y sobre aplaudo las líneas en rojo.

    En fin, me duelen las manos jaja.

    Abrazo
     
    #4
    Última modificación: 22 de Febrero de 2014
  5. Évano

    Évano ¿Misántropo?

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    Muchas gracias, Ro, menos mal que usted pone un poco de serenidad, no como otras, como la ñita Elenita, por ejemplo jajajajja... Un abrazo amiga
     
    #5
    Última modificación: 30 de Junio de 2014

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