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Victor: Años de formación

Tema en 'Prosa: Generales' comenzado por marco cuadro, 24 de Abril de 2014. Respuestas: 0 | Visitas: 363

  1. marco cuadro

    marco cuadro Poeta recién llegado

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    [FONT="Cambria","serif"]¿Por qué neurocirugía? No es fácil la respuesta.[FONT="Cambria","serif"]
    Tal vez el desafío justificaba el esfuerzo o por la, mi aún desconocida, megalomanía encubierta, que me hacía subestimar otras especialidades o por mis guardias de domingos en la Rivadavia que ya habían hecho mella. No lo sé realmente, pero entraba en un mundo diferente. Nada de lo visto anteriormente me había cautivado tanto como esto. Me sentía irresistiblemente atraído por el misterio de esta especialidad y lo mágico de sus efectos. El cara a cara con la muerte, con un as en la manga a favor de la vida.
    De inmediato me colocaron a las órdenes de Jorge, un simpático barbudo que aunque éramos de la misma edad, él tenía la elección hecha desde hacía mucho tiempo y por lo tanto, había acumulado mucha más experiencia que yo. Él ya operaba solo y era la mano derecha, el intérprete, el intermediario y protegido de Juan Carlos. En él depositaba toda su apuesta a futuro y confiaba la formación de quienes desearan seguirlo. Y para desear hacerlo, había que escucharlo hablar de Juan Carlos a Jorge, quien lo sentía como el padre que hacía mucho había perdido.
    Juan Carlos era y sigue siendo un combativo solitario con ocultas metas personales a superar, que lo instaban desde entonces a una fanática, frenética e incansable actividad en el quirófano. Sabedor de tener talento para moldearse a sí mismo hasta lograr el diamante interior que buscaba, no sólo es implacable consigo mismo, sino con ese pequeño ejército que lo seguía sin cuestionarse, ya que lo que no entendíamos de él, Jorge conocía la explicación (aunque hoy sospecho que a veces la inventaba). A ese ejército me entusiasmó unirme y ellos me aceptaron de inmediato. (porque las decisiones de Juan Carlos nunca se discutían y él me había aceptado.)
    Desde el vamos me puso a hacer guardias con Jorge, los martes, para que me entrenara a tiempo completo pero en mi afán de aprender, de no perderme nada, me quedaba voluntariamente con Laura, los viernes, con Eugenio los jueves y en cuanta cirugía de urgencia o programada apareciera sin importar el día.
    Mi vida sentimental fuera del hospital se complicaba día a día hasta que al final, mi ruptura con Patricia, cortó los lazos con el exterior.
    Desde entonces, sólo iba a mi casa los lunes y los jueves por la tarde inicialmente iba a la clínica Rivadavia, pero después la tuve que dejar también. Me absorbió tanto que mis días sólo transcurrían dentro del hospital y como era de esperar, todas mis parejas siguientes serían miembro del mismo de una u otra forma.
    El estar de guardia en neurocirugía en el Hospital C, comenzaba a ser una experiencia alucinante.
    Los casos más extraños aparecían uno tras otro demostrándome que mi capacidad de asombro era inagotable. Accidentes de tránsito, heridas de balas y traumatismos comunes o anecdóticos pero todas dramáticos. En una época pretomográfica en donde había que agudizar la clínica del paciente y el olfato del examinador para detectar a tiempo la patología, muchas veces en condiciones adversas, trataba de aprender todo lo que Jorge, Laura y Eugenio pudieran enseñarme. Comenzamos a compartir muchas cosas además de la medicina, en una época relativamente libre de preocupaciones. La avidez por incorporar vivencia era tan grande en mi, que habitualmente me solía quedar despierto en la guardia más allá de mis obligaciones. Para palpitarla de cerca.
    En esa guardia vi llorar a Jorge por primera vez y me conmovió, la noche que se le murió una niña de 10 años mientras trataba de hacerle una arteriografía, en el afán de arañar el tiempo para rescatarla de su destino que había quedado sellado minutos antes, al ser remontada en un interminable vuelo letal, mientras cruzaba despreocupadamente la ruta, quizá soñando con un vestido nuevo para su muñeca, si prestar atención al tráfico. Yo no lo podía ayudar por que aún muy poco sabía. La terrible sensación de sentirla ir aunque su cuerpito estuviera aún prisionero en nuestras impotentes manos también era aprender. El dolor de lo cotidiano se desvanece y las preocupaciones que hasta hace unos instantes nos desvelaban se hacen insignificantes. Uno descubre lo obvio que se esconde en la frialdad de la rutina, en donde debe entenderse que no es posible morir con cada paciente y que hay que sobreponerse, aunque en el fondo no quiera jamás encallecer los sentimientos. Que mientras ese momento solemne de tristeza incomprendida por enfrentarse a lo temido, a la pérdida, a lo irremediable nos acongoje, nos haga brotar lágrimas incontenibles en el alma, por un, al fin desconocido ser humano al que en ese supremo instante es nada más ni nada menos que nuestro querido paciente. Más allá de toda técnica conocida, en ninguna circunstancia uno olvida que quien yace en nuestras manos, que del lado filoso del bisturí o de la aguja hay una historia, alegrías y dolores.
    [FONT=Times New Roman][FONT=Cambria]Me impactó desde un principio el paciente comatoso. Aquel ser que en forma dramática había perdido la chispa de vida, de respuesta, de presencia, que de tanto verla fuera de éste ámbito, se hace difícil de entender que se la pueda perder. Tuve la sensación tangible del límite de la magia por primera vez. Como una persona con pasado, con afectos, temores y proyectos se transformaba en poco más que un maniquí en degradante dependencia. La vida entra en un paréntesis, en la antesala de la nada, antes de lo eterno, suspendida en el limbo de existir pero no estar. Más dramático que la muerte misma, sin poder saber si se piensa, si se escucha, si se entiende lo que está pasando.[/FONT][/FONT][FONT=Cambria]
    [COLOR=#000000][FONT=Times New Roman][FONT=Cambria]Si el cerebro sigue vivo y no hay forma de constatar las elucubraciones posibles que realice, es una sensación concreta de sentarse en el abismo de la vida y balancearse con el vértigo de lo inevitable. ¿Qué lo preocuparía tanto hasta hoy? ¿Qué proyectos tenía? ¿Quién lo amaba y a quién amaba esta mañana? ¿Habrá dejado para más adelante un beso, un perdón, un te quiero, una verdad, una respuesta? ¿Cuánto tiempo se habrá perdido de vivir invirtiendo para más adelante? ¿De que cosas se habrá privado por el futuro que obviamente no llegará?.[/FONT][/FONT][/COLOR][FONT=Times New Roman][FONT=Cambria]
    [COLOR=#000000][FONT=Times New Roman][FONT=Cambria]Como es lógico suponer, ninguna de estas preguntas tienen respuesta para aquel a quien se le terminó el tiempo pero, ¡cuántas la tienen para el resto! Para uno que se cree eterno y lejos del fin. Aún hoy, aunque trato de callarlas en mi mente, siguen resonando incesantemente desde el fondo oscuro de la nada que todos llevamos dentro, pero esa sensación de espanto que antes producía en mi el solo imaginarlo, se ha modificado y anestesiado por haberlo amalgamado con la descalificación e indiferencia de lo ineludible.[/FONT][/FONT][/COLOR][FONT=Times New Roman][FONT=Cambria]
    [COLOR=#000000][FONT=Times New Roman][FONT=Cambria]Esta es una especialidad que tiene una característica inversa a la obstetricia. En ésta última siempre son buenas noticias (nadie relaciona un parto con una desgracia) pero cuando hay una mala noticia, es MUY mala.[/FONT][/FONT][/COLOR][FONT=Times New Roman][FONT=Cambria]
    [COLOR=#000000][FONT=Times New Roman][FONT=Cambria]En neurocirugía habitualmente las noticias son malas (nadie se pone feliz cuando debe recurrir a un neurocirujano) pero cuando hay una buena noticia, es MUY buena.[/FONT][/FONT][/COLOR][FONT=Times New Roman][FONT=Cambria]
    [COLOR=#000000][FONT=Times New Roman][FONT=Cambria]Durante los años de mi adolescencia, había viajado cientos de veces en el ferrocarril Mitre desde mi casa, en Belgrano hasta Retiro y viceversa. Era habitual encontrar a una persona no vidente que pasaba por los vagones con sus anteojos negros, su bastón blanco en la misma mano en la que sostenía un jarrito en el que era obvio que pedía una limosna, mientras con la otra mano sostenía una armónica en la que tocaba desafinadas e incesantes escalas ascendentes y descendentes, de un extremo a otro del instrumento. Jamás vi que una persona pusiera una moneda es ese recipiente metalizado y me incluyo. Era un espectro más de os que rondan las estaciones de trenes y la ciudad en general.[/FONT][/FONT][/COLOR][FONT=Times New Roman][FONT=Cambria]
    [COLOR=#000000][FONT=Times New Roman][FONT=Cambria]Un día, estando de guardia yo, llegan los bomberos en inconfundible sonido de crispante emergencia de ulular aturdidor y descienden en una camilla a una persona que había caído del tren en marcha, o tal vez lo habían empujado. Al revisarlo me doy cuenta que no tiene ojos y me agregan que es un mendigo que siempre pide en el tren. De inmediato lo identifico como el de la armónica y como su estado era desesperante , lo traslado de inmediato a la sala de rayos en donde le practico una arteriografía, para ver si la posición de las arterias cerebrales nos muestran que algo las estaba desplazando.[/FONT][/FONT][/COLOR][FONT=Times New Roman][FONT=Cambria]
    [COLOR=#000000][FONT=Times New Roman][FONT=Cambria]Efectivamente, tenía un enorme coágulo entre el hueso y el cerebro que lo estaba matando rápidamente. Sin respuesta alguna, el paciente tenía el tiempo agotado y la emergencia era absoluta. Si había algo que yo pudiera hacer por él era ya o nunca. Lo traslado al entonces quirófano de guardia y me encuentro con la novedad que se estaba realizando en una de ellos otra cirugía de urgencia con la única anestesista que había de guardia. Sin saber si tenía algo de tiempo todavía el paciente de la armónica, porque no respiraba solo, no tenía respuesta motora alguna y no tenía ojos para verle las pupilas, decido preparar rápidamente el otro quirófano y comenzar la cirugía con anestesia local. El la loca carrera de preparativos, una joven enfermera de pocos meses de antigüedad en guardia, fue mi única compañía y apoyo, ya que para el resto, la burocracia tenía un lugar tan preponderante como la cómoda inercia que producen los años. Ella compartió la esperanza de que la lucha contra el tiempo diera como fruto el retener a un ser humano dentro de las filas de los vivos. Sin instrumentadora y en un quirófano secundario muy poco apto para este procedimiento. Mi convencimiento de poder llegar antes del fin y la confianza que ella depositó en que juntos hacíamos un equipo para abatir “los molinos de viento” me movía a seguir adelante. Solos, yo ejecutando la tarea y ella alcanzándome equipos, gasas, sueros todo lo rápido que físicamente podía.[/FONT][/FONT][/COLOR][FONT=Times New Roman][FONT=Cambria]
    [COLOR=#000000][FONT=Times New Roman][FONT=Cambria]Cuando ya había evacuado el inmenso hematoma que comprimía su cerebro, llegó la anestesista, que recién había podido dejar al otro paciente, un niño de 14 años y me asistió con los elementos adecuados y ahora éramos tres con el paciente.[/FONT][/FONT][/COLOR][FONT=Times New Roman][FONT=Cambria]
    [COLOR=#000000][FONT=Times New Roman][FONT=Cambria]Después de haberme peleado con todos por la urgencia y de haber roto todas las reglas posibles de seguridad en el afán de no llegar tarde a lo irreversible del daño, el paciente, ya suturado y sin anestésicos no modificaba su condición de crítico ni un ápice. Yacía en la camilla aún y sin respuesta alentadora una hora después de ya no recibir anestésicos, mientras yo, sentado en una mesada fría de mármol, sentía que desmoronaba la ilusión de rescatar al mendigo de su destino final. Me planteaba si realmente había valido la pena tanta tensión. Si en realidad los demás tenían razón: ya era demasiado tarde y todo ese esfuerzo sólo es propio de quien recién comienza. Los veteranos saben que es inútil.[/FONT][/FONT][/COLOR][FONT=Times New Roman][FONT=Cambria]
    [COLOR=#000000][FONT=Times New Roman][FONT=Cambria]Todavía resonaba en mi mente el comentario de un “viejo” traumatólogo (en esos años uno de cuarenta y algo era un viejo para mí) cuando paternalmente me decía al verme vestir para la cirugía con todo el despliegue de velocidad posible.[/FONT][/FONT][/COLOR][FONT=Times New Roman][FONT=Cambria]
    [COLOR=#000000][FONT=Times New Roman][FONT=Cambria]“Uhh!!!! Cuando tenía tu edad, yo también quería cambiar las cosas, pero después me di cuenta que no se pueden cambiar”. Esa tarde, acababa de ganar otro enemigo al contestarle en unos segundos de perplejidad: “el día que sienta que no tengo más fuerzas para cambiar las cosas según mis principios, sabré que es tiempo de retirarme para dejar paso a la sangre joven, para que sigan intentando hacerlo posible” y me seguí cambiando sin que mediara otra frase con él por los 19 años posteriores en que nos cruzamos en el Hospital.[/FONT][/FONT][/COLOR][FONT=Times New Roman][FONT=Cambria]
    [COLOR=#000000][FONT=Times New Roman][FONT=Cambria]Decidimos pasarlo a la terapia intermedia (en esa época este tipo de pacientes no eran bien recibidos en la terapia intensiva porque les aumentaban las estadísticas de mortalidad. Por suerte cambiaron los tiempos y las personas). Allí los cuidados del paciente los hacía en forma personal. Tal vez sentía algo de culpa por mirar para otro lado tantas veces cuando pasó junto a mi pidiendo limosna. Tal vez no quería darle la razón al “colorado” como le decían al traumatólogo. Pasaron varios días y nada cambiaba salvo el hecho de respirar solo, sin asistencia. Ni un músculo se movía ni al estímulo más intenso y como no tenía referente de las pupilas, poco podía saber de su estado. Hay que tener en cuenta que en esa época la tomografía computada era un lujo impensable en un paciente indigente de hospital. En esos tiempos mi permanencia en el hospital era casi constante, ya que dormíamos en una habitación que nos habíamos expropiado en el piso de médicos, en donde había dos camas, una para el que estaba de guardia y otra libre que yo ocupaba. Eso facilitaba a que mi control fuera casi constante. Día a día, noche a noche aspiraba sus secreciones, retocaba el plan de hidratación, consultaba a Jorge Paladino, el único médico terapista para quien los pacientes no eran propiedad de una u otra especialidad; eran pacientes. Sin que nadie pudiera enterarse, me pasaba información, me decía que hacer y que no. Y hasta a escondidas lo vino a ver varias veces, ya que si su jefe se enteraba podrían sancionarlo. (Si, sé que parece absurdo; tan absurdo como lo que eran esos tiempos. Todas las mezquindades colgadas en cuadritos y diplomas jerárquicos irracionales, que nada tienen que ver con la vida o la idea que uno tenía al ingresar a la facultad, pero lamentablemente presente en muchas “eminencias” de la medicina de todos los tiempos)[/FONT][/FONT][/COLOR][FONT=Times New Roman][FONT=Cambria]
    [COLOR=#000000][FONT=Times New Roman][FONT=Cambria]Trataba de imprimir en las enfermeras de la terapia intermedia, esa chispa que produce el desafío de salvar una vida. Sabía que en ellas estaba anestesiada pero viva aún y de a poco lo fui logrando.[/FONT][/FONT][/COLOR][FONT=Times New Roman][FONT=Cambria]
    [COLOR=#000000][FONT=Times New Roman][FONT=Cambria]Les pedía que, al igual que yo le hablaran aunque no respondiera. Lo acariciaran en ocasión de colocarle la medicación, en un gesto de “vamos.... vos podés, todo va a estar bien”.[/FONT][/FONT][/COLOR][FONT=Times New Roman][FONT=Cambria]
    [COLOR=#000000][FONT=Times New Roman][FONT=Cambria]Cuando estaba haciéndole los controles le hablaba del tren y de que yo lo había conocido desde mi adolescencia y que la casualidad hizo que ahora lo tuviera que atender.[/FONT][/FONT][/COLOR][FONT=Times New Roman][FONT=Cambria]
    [COLOR=#000000][FONT=Times New Roman][FONT=Cambria]Una mañana, y creo que por hartazgo de escucharme pedírselo, el paciente, que para esa fecha sabía que su nombre era Víctor, responde a mi orden de cerrar la mano, si sentía sed y quería agua, lo que originó una algarabía sin precedentes en mí y en las enfermeras involucradas, Celia, Silvia, Claudia, Elena y la de aquel día de guardia, que no recuerdo el nombre y no quiero ser injusto porque su protagonismo fue tan enorme como su aprendizaje.[/FONT][/FONT][/COLOR][FONT=Times New Roman][FONT=Cambria]
    [COLOR=#000000][FONT=Times New Roman][FONT=Cambria]De ahí en más su mejoría fue progresiva despertándose poco a poco, hasta ser dado de alta en perfecto estado, cosa imprescindible ya que vivía sólo. Al charlar con él me decía que durante esos días de terapia, podía escuchar y que reconocía mi voz desde lejos, pero le era imposible mover un solo músculo y que esperaba ansioso mi visita para escuchar que le hablaran. Que lo ponía feliz al decirle que estaba mejor, que no se iba a morir porque yo no lo iba a dejar, mientras le tomaba fuerte la mano. Que creía que eso le dio las fuerzas para seguir y le sacaba el miedo de no entender donde estaba y por que.[/FONT][/FONT][/COLOR][FONT=Times New Roman][FONT=Cambria]
    [COLOR=#000000][FONT=Times New Roman][FONT=Cambria]Tenía una personalidad naturalmente alegre y sonrisa franca y buena. De un trato educado, correcto y tímido, en el que se deshacía en mil agradecimientos.[/FONT][/FONT][/COLOR][FONT=Times New Roman][FONT=Cambria]
    [COLOR=#000000][FONT=Times New Roman][FONT=Cambria]Me siguió visitando hasta su alta total y completa como tres meses después. Ese año, como tantos otros, me tocó nuevamente estar de guardia en Navidad. Por la tarde me llaman de la guardia porque un paciente me buscaba y al llegar me encuentro con Víctor que me quería desear feliz Navidad y me traía de regalo dos botellas de sidra y un pan dulce. Víctor había separado de su limosna, la que juntaba en el mismo jarrito metálico al sonido de su desafinada armónica que tantas veces ignoré, para comprarme un pan dulce y dos sidras a mí. Ese, sin duda alguna y desde entonces, ha sido el mayor regalo que persona alguna pudiera darme como señal de gratitud. Sin saberlo, también me dejó como regalo la enseñanza de que nada de lo que hacemos pasa desapercibido. En algún lugar es siempre presente lo que hacemos u omitimos, lo que sentimos o perdimos, lo que quisimos y lo que dimos, lo que pedimos y recibimos. Que tan grande era la ayuda de una moneda en su momento como el sacarle el coágulo de su cabeza. Pero fundamentalmente me enseñó que hay gente desagradecida a la vida..........pero no toda.[/FONT][/FONT][/COLOR][FONT=Times New Roman][FONT=Cambria]
    [COLOR=#000000][FONT=Times New Roman][FONT=Cambria]Hace poco, estaba mirando un noticiero en el que hacían preguntas a usuarios del ferrocarril a cerca de su funcionamiento. Eran pasajeros tomados al azar a medida que bajaban del convoy. Con gran asombro y alegría vi en la pantalla, 24 años después, esa cara castigada por los años pero imborrable en mi memoria, con los lentes oscuros y su sonrisa franca y buena, dando las gracias a Dios que a él lo dejaban ganarse la vida en el tren y pese a la saña con la que el periodista buscaba una queja, de Víctor no la obtuvo.[/FONT][/FONT][/COLOR][FONT=Times New Roman][FONT=Cambria]
    [COLOR=#000000][FONT=Times New Roman][FONT=Cambria]Hoy, tantos años después, cansado, golpeado por la realidad, sentí que aquella llama que encendió mi vehemencia en el comienzo de los tiempos, sigue viva y que Víctor es una de mis muchas banderas de triunfo clavadas en cada derrota sufrida.[/FONT][/FONT][/COLOR][FONT=Times New Roman][FONT=Cambria][/font][/font][/font][/font][/font][/font][/font][/font][/font][/font][/font][/font][/font][/font][/font][/font][/font][/font][/font][/font][/font][/font][/font][/font][/font][/font][/font][/font][/font][/font][/font][/font][/font][/font][/font][/font][/font][/font][/font][/font][/font][/font][/font]
     
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