Victor Muldorf

Caminaba entre ruinas y peligros, flaco desnutrido y alto, hambriento vagó para encontrar qué comer. Lo peor era lo menor, porque un tiro de fusíl hubiera terminado con el sufrimiento. Pero su pómulos hundidos, su aspecto trenchie quedaba tan bien con su gaban sucio casi marino. Cuando la locura lo asediaba tocaba el piano en el aire pero cerrando los ojos sabiendo que estaba ahí. Unos segundos y ante los pasos de un soldado se despabilaba rápido. ¡Ahh, ya me empieza a doler la espalda de ver a Victor tan desesperado, pero quiero llegar al final y resisto! Una papa florecida es casi el principio del final, siempre la papa aparece en el drama de los perseguidos, ahora entiendo a mi abuelo, después de quince días de papa en la bodega de su barco Polaco, no podía ni oler una, ahora entiendo. Víctor deambula entre los caídos y un muerto es buena protección cuando la amenaza es tan grande. Pasaron seis horas que terminé de ver El pianista y lunes a la madrugada Víctor se quedó en mi habitación y a las seis me tengo que ir. ¡Dios!