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Victoria Y Lincoln

Tema en 'Prosa: Ocultos, Góticos o misteriosos' comenzado por fercho psicosis, 4 de Septiembre de 2012. Respuestas: 0 | Visitas: 1054

  1. fercho psicosis

    fercho psicosis Poeta recién llegado

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    12 de Septiembre de 2007
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    Después de seis largas horas de viaje, Linc por fin llegó a la ciudad. Un lugar de clima muy frío y vientos gélidos donde lo esperaba una persona muy importante para él, una amiga muy especial, alguien que había prometido abrazarlo todo el tiempo para abrigarlo si la visitaba; a Linc no le agradaban mucho los sitios con temperaturas bajas. Aun así, él recorrió el camino hasta allí porque Vicco se lo pidió, porque Vicco lo había invitado, porque después de tanto tiempo alejado de ella deseaba volver a ver su sonrisa, sentir su calor al abrazarla, escuchar su voz, percibir el olor de su perfume y sobre todo extrañaba la sensación que experimentaba cuando el cabello rubio de Vicco rosaba sus labios al besarle la coronilla.

    El autobús se detuvo en el puerto sin más demora, media vuelta de la manecilla más pequeña del reloj era suficiente para ese trayecto. Linc desembarcó con presteza del vehículo, no aguantaría un segundo más sentado en el mismo lugar, el viaje había sido muy agotador porque la carretera no es muy bonita: muchos huecos, muchas curvas, muchas subidas y bajadas; es una zona montañosa, no se puede esperar un viaje cómodo en una zona montañosa.

    Al bajar del bus, con un poco de dolor en sus extremidades - las estiró completamente mientras paseaba su mirada alrededor de toda la terminal de buses, buscando a esa personita especial que prometió también ir a su encuentro cuando llegara porque él no conocía la ciudad donde acababa de desembarcar; ella siempre cumplía sus promesas, por eso la apreciaba muchísimo. Sin embargo, Linc sólo observó buses de colores por todos lados y unas cuantas personas; era lo justo, porque estaba en la zona de aparcamiento y abordaje, zona de sólo buses y viajeros.

    Siendo así, Linc subió la cremallera de su chaqueta negra de cuero hasta arriba, ya empezaba a sentir el frío en sus huesos, y caminó introduciéndose al interior del edificio, hacia la plaza de pasajeros. Había mucha gente allí y también muchos kioscos de cafetería y otras tiendas de comestibles diferentes. Sus ojos seguían paseándose por todo el lugar, por todos los rostros, muchos rostros, su cuerpo giró muchas veces dando vueltas y vueltas - por un momento tuvo la extraña sensación de seguir viajando en el autobús - avanzando por un largo rato a través del lugar antes de que su mirada se encontrara con la cálida mirada de Vicco.

    “Desde la distancia, un par de ojos brillan con una mirada radiante
    y un par de pies presurosos aligeran el paso por el corto camino.
    En la cercanía, un abrazo fuerte aprisiona sutilmente un alma vacilante
    y un par de cuerpos silenciosos se dicen todo en susurros al oído.”

    Allí estaban, Vicco y Linc, en un alegre reencuentro después de mucho tiempo sin verse, abrazándose con mucha fuerza, sintiendo intensamente la presencia del otro con mucha felicidad; al menos eso parecía juzgando la vehemente caricia que compartían. No era extraño, porque en ese tipo de lugares mucha gente se abraza de ese modo, despidiéndose para una corta o larga separación o saludándose después de una corta o larga separación, como el caso de este par de jóvenes, y en ese momento había muchísima gente abrazándose y ellos solamente eran un par de personas más haciendo lo mismo.

    Algo lindo, muy lindo, los brazos de uno cruzados alrededor del otro. Aunque, no estuvieron así por mucho tiempo, nunca dejaron de abrazarse. Después de un rato, Linc aparto su mano izquierda pero mantuvo su mano derecha sobre los hombros de Vicco, rodeando su cuello, y ella, por su parte, sostuvo con fuerza la cintura de su amigo con ambos brazos. Luego, empezaron a caminar, aun estrechándose, uno al lado del otro, para salir del edificio y empezar a pasear por la ciudad.

    Afuera, el cabello largo y rubio de Vicco ondulaba en las brisas sosegadas y heladas. Su semblante pálido y redondo estaba iluminado por una sonrisa fascinante que tensionaba levemente aquellos labios rosa muy lindos, sus ojos café claros brillaban con intensidad y los pómulos delicadamente pronunciados, sutiles arruguitas se manifestaban en sus ojos y en las comisuras de su boca; la alegría reflejada en sus gestos faciales la hacía ver preciosa. De hecho, era una chica preciosa, muy preciosa, de baja estatura y delgada. Llevaba un bello abrigo de color azul aguamarina, unos vaqueros ceñidos a sus piernas esbeltas y unas zapatillas sencillas del mismo matiz de su jersey. En cuanto a Linc, además de su chaqueta negra de cuero, también llevaba unos vaqueros holgados y unos botines cafés de cuero. Tenía el cabello corto y rigorosamente negro, como el carbón, un poco despeinado, al parecer mantuvo la ventana abierta en algún momento del trayecto o tal vez, por la magnitud del viaje, es justo intentar dormir un poco, por el estado de la carretera, intentar muchas veces; sus ojos eran igualmente marrones en un tono claro, un color afable, sin embargo su mirada era álgida; su rostro ovalado era inexpresivo, al menos eso parecía en ese momento, porque desde que puso un pie fuera del autobús no se ha manifestado en él ni un gesto, ni por el frio que tanto le molesta y tanto le afecta ni cuando se encontró con su amiga después de tanto buscarla: siempre mostro una cara seria con el ceño medio fruncido; el tono de su piel también era algo pálido, como el de Vicco, parecían hermanos, excepto por el color diferente de cabello y la estatura, Linc era más alto por una cabeza.

    - ¿Estás bien? ¡No pareces muy feliz de verme!
    - ¡Estoy muy feliz de verte!
    - No parece, estás muy serio.
    - Bueno, tú sabes que no soy muy bueno expresando mis emociones y sentimientos.
    - Creo que ese aspecto ha empeorado bastante.
    - Supongo que sí. Además, he pasado por un momento muy malo y recientemente estoy saliendo de eso, apenas estoy superándolo. Así que, aunque no pueda mostrarte mi mejor cara haré mi mejor esfuerzo.
    - Pues no estás esforzándote mucho. Pero, háblame sobre tu mal momento, a qué te refieres.
    - Tuve algunos problemitas por aquí y por allí, nada importante, y, para empeorarlo todo, mi buena salud cayó en picado: dolor de cabeza, fiebre… lo corriente, ya sabes. Y el peor de todos los síntomas, no sé cómo explicarlo… mis huesos, las costillas, la columna, la clavícula, toda la región del pecho… sentía como si fueran de… de cartílago… como hueco… vacío.
    - ¿Fuiste con un médico?
    - Te dije que tuve algunos problemitas por aquí y por allí.
    - Problemitas de dinerito, entiendo. Pero, ya estás mejor, ¿verdad?
    - Sí, solucioné mis problemitas y mi salud mejoró mucho, pero esa extraña sensación en mis huesos aún no desaparece.
    - Pobrecito. Adivina qué, hare todo lo que esté en mis manos para que estés bien. Prometo que te sentirás mejor en poco tiempo.
    - ¡Cuánta dulzura! Siempre serás mi persona favorita.
    - Lo sé. Bien, ahora dime qué quieres hacer primero.
    - Comer, definitivamente. Tengo mucha hambre. El bus salía de madrugada y no alcance a desayunar.
    - Ok. Tus deseos son órdenes. Iremos a comer…
    - No voy a comer cuy.
    - ¿Qué? ¿Pero por qué? Es uno de los platos típicos de aquí.
    - No me gusta.
    - “¿Cómo sabes que no te gusta si nunca lo has probado?”
    - No voy a comer cuy.
    - Viajaste hasta aquí porque querías conocer la ciudad y su gastronomía es un buen comienzo.
    - Apuesto a que el cuy no es lo único típico.
    - ¿Por qué eres tan gafe?
    - No soy aguafiestas, sólo soy un poco serio.
    - ¿Un poco?
    - Lo siento. Eres una personita muy bella y mereces que te muestre la mejor parte de mí, pero no podré si tratas de obligarme hacer cosas que no quiero.
    - No soy una mandona, sólo soy un poco cortés.
    - ¿Un poco?
    - ¿Desde cuándo ser amable es un delito?
    - Es malo cuando cruzas la línea que separa la amabilidad del hostigamiento.
    - Siempre me llevas la contraria; eso es algo que nunca cambiará, ¿cierto?
    - Supongo. En cuanto al tema del cuy, hay algo que me interesa de ese animalito. Hace poco escuché sobre “Cuyarte”, me encantaría tener una figurita de ellos con los trajes típicos de la región. Y tal vez sí me coma uno… - Vicco lo fulmino con la mirada, como si dijese, “¿hiciste todo ese follón sobre el hostigamiento y esas otras cosas, para salirme con esto?” - de los que están hechos de dulce.

    Vicco dejó de mirarlo y fijó sus ojos al frente, parecía enojada, sin embargo también había un diminuto indicio de sonrisa en sus labios; como si las palabras que intercambió con Linc le hubiesen desagradado al principio pero después le hayan hecho mucha gracia. Seguían abrazados del mismo modo desde que abandonaron la terminal de buses, ya se habían alejado un poco, y, al parecer, la sutil discusión que tuvieron fue insuficiente para que dejaran de hacerlo, quizá ese tipo de conversaciones sean normales entre ellos; ella dijo: “siempre me llevas la contraria…” Como sea, ella seguía aferrándose a la cintura del joven fuertemente con ambos brazos y movía su cabeza de derecha a izquierda mientras la sonrisa en su cara empezaba a crecer poco a poco inevitablemente.

    - ¡No tienes remedio! - logró decir claramente entre risas, en tanto tomaba la mano libre de Linc con una de las suyas.

    “Es tan hermosa: la claridad perenne de tu encantadora sonrisa.
    Es tan hermoso: el color rosa de tus mejillas ruborizadas.
    Es tan hermosa: tu mano pequeña sujetando dulcemente la mía.
    Es tan hermoso: tu cabello ondulando en las brisas sosegadas.”

    Las calles estaban atestadas de vehículos y los andenes repletos de gente, como en todas partes. Había mucho ruido y transitar no era fácil para las personas, en especial si ibas sujeto de alguien. Vicco y Linc zigzagueaban entre la multitud; una de las cosas que más odiaba él pero lo toleraba en ese momento gracias a la compañía de la niña, de lo contrario estaría frunciendo completamente el entrecejo y repartiendo miradas despectivas a todo aquel que sin querer golpeara su hombro. El joven se mostraba sosegado, o al menos no manifestaba ningún desagrado ante las circunstancias que enfrentaba en ese instante: la mirada oportunamente sobre su camino; pasos casuales al andar; los músculos relajados, inclusive los de su frente…

    El silencio los cubrió y se dilataba cada vez más entre parpadeo y parpadeo, entre diástole y sístole, entre inhalación y exhalación, y estar atrapados en esas circunstancias no les importó lo más mínimo. Empero, no duró mucho, caminaron poco tiempo sin hablar, desde las últimas palabras de Vicco y el cesar de sus risas, transcurrieron unos segundos antes de que alguien distraído golpeara bruscamente el hombro derecho de la muchacha; esto atrajo la atención de Vicco y la reacción grosera de la otra persona atrajo la atención furiosa de Linc.

    - ¡Mira por dónde caminas!
    - ¡Lo siento! - respondió Vicco, con sarcasmo, un poco severo.
    - ¿Vicco…?
    - ¿Diana…?
    - ¡Vicco! Lo siento, no te vi…
    - Eso está muy claro, por supuesto - Vicco continuó hablando con tono sarcástico y serio, pero pacífico esta vez.
    - No seas malvada conmigo - rogó Diana con una sonrisa en su boca. - Tú sabes que no haría estas cosas intencionadamente, sólo venía distraída.
    - Lo sé. Estoy bromeando contigo, nada más.
    - ¡No Puede ser, eres perversa! ¿Qué voy hacer contigo, Vicco?
    - Te lo mereces. Ese golpe me dolió y también debió dolerte a ti.
    - Sí, pero aún seguimos siendo lindas. No más mírate, Vicco, estás preciosa.
    - Gracias. Sin embargo, un cumplido no hará que mi hombro deje de dolerme.
    - No puedes parar, ¿verdad? ¡Eres incorregible! ¿Qué pasó con…?
    - ¡Tú también estás preciosa, Diana! - respondió Vicco con una linda sonrisa antes de que su amiga terminara la pregunta, una de esas sonrisas que te hace sonreír, con ojitos y todo.

    “Tu cautivadora forma de vestir; el ruido que haces al caminar;
    La orgullosa alegría que fluye de tu ser para contagiar mi alma propia;
    La sencillez de las palabras que usas cuando hablas sin parar:
    Todo, todo hace de ti una persona bella, divertida y extraordinaria.”

    Cuando las mujeres hablan de su mutua apariencia son muy solícitas. Si una dice “estás preciosa”, la otra también dice “estás preciosa”, si una dice “estás muy linda”, la otra también dice “estás muy linda”; pero si una dice “estás preciosa” y la otra dice “estás muy linda”… No quiero saber qué sucedería.

    - ¡Y…! No me habías contado que tienes novio - inquirió Diana.

    Al fin, la voz de Linc se escuchó en esa conversación, aunque no fue agradable la forma en que ésta sonó. El tono que utilizó y las palabras que salieron de su boca fueron inapropiados; él fue maleducado. La forma en que le habló a la amiga de Vicco, Diana… Bueno, quizá debió quedarse callado.

    - ¡Vicco no te contó que tiene novio porque ella no tiene novio!
    - ¡Qué grosero! ¿Quién eres tú?
    - Yo soy… Antipático - Linc hizo énfasis en cada silaba de la palabra antipático.

    Al parecer, sí estaba enojado.

    Linc retiró el brazo de los hombros de Vicco y caminó alejándose un poco de las niñas, adelantándose. Tuvo que serpentear otro tanto, aún había mucha gente transitando, sin embargo pudo trasladarse despacio y seguro hasta la esquina próxima de la manzana.

    - ¿Cuál es su problema? - Preguntó Diana algo molesta.
    - A él le desagrada mucho caminar en medio de tanta gente o tal vez sea sólo hambre, me dijo que todavía no desayunaba. Cuando las personas tienen hambre son muy sensibles.
    - Sea el caso que sea, creo que ese chico tiene un problema.
    - ¿Me creerías si te digo que pensaba conquistarlo?
    - Pensabas, ¿no? Pasado. Porque ese chico, ni de broma.
    - No seas despectiva, se llama Linc.
    - Como sea. ¿Y ahora qué hace? Míralo, es un orate.

    En efecto, Linc parecía un loco dando vueltas mientras se paseaba en ese pequeño espacio del andén, en la esquina. No estaba muy lejos de las niñas. Sus ojos miraban a lo lejos pero solamente encontraba edificios grises e inertes y él buscaba algo más allá de las edificaciones, algo colorido, algo vivo. Vueltas y más vueltas. Buscando y buscando. Así estuvo un largo tiempo y no se detuvo hasta hallar su objetivo, por eso parecía un demente. Entonces, su mirada lo encontró, aquello que tanto deseaba mirar, y sus labios brillaron con una sonrisa alegre, segura, paciente, pacifica, llena…

    - ¿Qué está mirando? ¿A qué le sonríe? - preguntó Diana.
    - Esa dirección… El volcán.
    - Al menos es afable con la naturaleza.
    - Sí, al menos... Me voy, Diana. Él está de visita y… Me agradó mucho verte.
    - Igualmente. Espero verte pronto.

    Vicco se alejó de Diana. Mientras ella se acercaba a Linc, lo observaba detenidamente; él seguía mirando el volcán, sonriendo y llevaba sus manos dentro de los bolsillos del pantalón. Un poco más relajado. Cuando llegó a su lado, Vicco le tomó por el brazo y se aferró a él, reposó delicadamente su cabeza sobre el hombro del joven y dejó escapar un intenso suspiro.

    - ¿Qué es lo que miras? - Ya sabía la respuesta a esa pregunta, pero Vicco la formuló de todos modos.
    - El volcán. Quiero ir allá. Prometiste llevarme.
    - Lo recuerdo. Pero primero vamos a comer algo, dijiste que tenías hambre y yo también, un poco. Y ya que no quieres comer… creo que no diré el nombre del animalito, no me atrevo, tengo miedo a cómo vayas a reaccionar.
    - ¿De qué estás hablando? - La sonrisa de Linc se borró inmediatamente.
    - Te portaste muy mal con mi amiga, completamente descortés. ¿Qué sucede contigo? Me dijiste que estabas feliz de estar aquí, que estabas feliz de verme. Cuando las personas están felices no se comportan de ese modo.
    - Vicco, tú… tú no quieres hacer esto.
    - Tus buenas obras te hacen digno de este buen premio. Mereces esto y más por el desplante que le hiciste a Diana. Debí irme con mi amiga y dejarte tirado para que realices tu paseo por la ciudad solo. Don antipático.
    - Al final te quedaste.
    - Sí, pero ni creas que voy a obsequiarte la figurita que deseas de “Cuyarte.” Tendrás que comprártela tú mismo.
    - No hay problema, si te quedas a pasear conmigo.
    - Si me quedo.
    - Me adoras.
    - Cállate.
    - Me adoras.
    - Cierra la boca - en los labios de Vicco se asomó una pequeña sonrisa y empezaba a crecer poco a poco inevitablemente, otra vez.
    - Me adoras.
    - Ya basta. No tienes remedio, definitivamente.
    - De acuerdo, ya es suficiente - bueno, al parecer, no siempre le llevaba la contraria.
    - ¿Entonces, cafetería o restaurante?
    - Cafetería o restaurante. Sería como desayunar tarde o almorzar temprano. Que sea lo primero que encontremos.

    Vicco y Linc continuaron su caminata. Se acercaban al centro de la ciudad y hasta ese momento no habían encontrado ni restaurante ni cafetería; cosa rara, por lo general, cerca de los terminales abundan ese tipo de lugares, porque las personas llegan hambrientas de los largos viajes y todo lo que desean es comer algo lo más pronto posible: un jugo y un panecillo, pollo asado, un buen plato de sopa caliente, cualquier cosa a la que se le pueda hincar el diente. Pudieron regresar al interior del terminal de buses,
    Linc vio muchas tiendas allí dentro mientras buscaba a Vicco, pero ellos ya habían tomado su camino y se concentraron en ello, además iban hablando, de alguna forma, animada y amenamente. Tal vez esa sea la razón de no haber encontrado un lugar para comer, no se trataba de escasez, no podrían haberse fijado bien solamente.

    En un cruce de automóviles, muy concurrido, tenía semáforos en cada una de las cuatro esquinas, el blanco de la cebra peatonal era fuerte y claro, bien ordenado, encontraron una cafetería. Era pequeña pero acogedora. Las sillas y las mesas eran metálicas pero cómodas, no habían manteles, sin embargo muy limpio todo; había un mostrador ancho y bajo donde se tenían alimentos como galletas, panes y tortas, empanadas y tamales, etcétera; había otro aparador justo al lado del anterior, este era más alto pero delgado donde se tenía el mecato: papitas, platanitos…; había también un refrigerador con las mismas dimensiones del primer escaparate, de tapas corredizas, en un ángulo de noventa grados con el segundo armario, todo formando una “L” para separar el espacio para los comensales del de los tenderos, con una pequeña rendija por donde podían pasar estos últimos; junto a la pared había otro frigorífico blanco con puerta de vidrio de dimensiones iguales al mueble de los mecatos, contenía sodas de diferentes sabores y tamaños. En el espacio reservado para los dependientes estaba la mesa, larga y de concreto, enchapada con mármol, justo en la mitad tenía el fregadero en aluminio, a la izquierda de éste se encontraba el estante para la vajilla, una vajilla poco artificiosa y un horno microondas blanco, a la derecha estaba ubicada la máquina de café, grande y cilíndrica, y la estufa de dos puestos a gas, conectada al cilindro del combustible justo al final de la mesa. La alacena, empotrada a la pared blanca, estaba por encima de toda la mesa. El azulejo del suelo era de color naranja claro con manchas más oscuras del mismo color y líneas blancas irregulares. El techo era bajo, un cielo raso de duelas barnizadas.

    En el local había siete mesas con cuatro sillas cada una, cinco de ellas estaban ocupadas por algunas personas que comían y charlaban animadamente. Vicco y Linc ocuparon la mesa que estaba próxima al primer mostrador, la otra disponible estaba cerca de la ventana, ésta estaba adornada con tres floreros de cristal rellenos de esferitas también de cristal para sostener las plantas ornamentales artificiales. Linc ocupó la silla frente a la puerta, era grande y podía ver la calle, había muchos coches aparcados - el semáforo está en rojo - pensó. Vicco usó la silla frente a Linc, dándole la espalda a la entrada. Su mirada era cálida, íntima, pero con un dejo de intranquilidad.

    No hablaron de inmediato entre ellos - podemos hablar mucho, hay tantas cosas que me gustaría decirle, tantas cosas que me gustaría preguntarle… - pensó Vicco. El camarero se acercó a la mesa que ocuparon los muchachos con una sonrisa cordial, les entregó delicadamente el cartón del menú a ambos mientras los saludaba con un tono de voz amistosa.

    - Buenos días, jóvenes, ¿qué les puedo servir?
    Ambos respondieron el saludo, “buenos días.” Vicco bajo la mirada y empezó a estudiar el contenido del cartón. Linc lo deposito sobre la mesa y no lo miró, sólo levantó la mirada hacia el mesero y le pregunto:
    - ¿Aún queda torta de banano?
    - Por supuesto.
    - ¿Y jugo de mango?
    - No, por el momento no puedo ofrecerle jugo de mango.

    Linc desvió la mirada hacia la puerta que daba con la esquina de la calle, por donde Vicco y él habían entrado, en la mesa que estaba cerca de esa entrada, contigua a la de ellos, había un vaso lleno hasta los bordes con jugo de color amarillo, con la misma textura del jugo de mango, exactamente la misma; al parecer fue servido hace pocos minutos. Linc pensó en el tiempo que gastó Vicco saludando a su amiga Diana - “si tan sólo Diana no la hubiera atropellado.”

    - Sólo puedo ofrecerle jugo de mora, no nos queda de ningún otro.

    Jugo de mora. El color y la textura que se le antoja a los ojos, rojo granate y denso, que tanto se asemeja a la sangre. No. Jugo de mora, no.

    - Ay, a mí me traes un jugo de mora, pero frio, ¿vale? Y una porción de torta de banano - pidió Vicco animadamente.
    - Ok. ¿Y para el joven?
    Linc empezó a meditar la situación. Hablaba, las otras dos personas que estaban allí podían escucharlo, pero decía las cosas como para sí mismo.
    - Uhm, no sé. Tienen torta de banano, pero no hay jugo de mango. A mí me encanta la torta de banano…
    - Ya lo sé - dijo Vicco.
    - Pero me gusta más cuando la acompaño con jugo de mango…
    - En ese caso, creo que tenemos un problema.
    - Y no quiero comer torta sin jugo. Tal vez, deberíamos buscar otro lugar donde tengan ambas cosas.
    - ¿Cómo se te ocurre? Yo ya ordené. Y sería una falta de respeto hacia este joven que nos ha atendido amablemente.
    - Tienes razón. Siendo así, ordenaré dos porciones de torta de banano, por favor.
    - ¿Y para tomar? También tenemos gaseosa…
    - Creo que sólo ordenare eso, gracias.
    - Te vas atragantar - le previno Vicco.
    - Tendré cuidado.
    - Ok. En un momento les traigo su orden.

    El joven mesero no tardó mucho en regresar con la orden. Sólo le tomo un par de minutos llenar un vaso con el jugo y calentar las porciones de torta en el horno microondas.
    Linc tuvo la mirada perdida desde que llegaron a la cafetería. En primera instancia, la calle, los automóviles aparcados, el semáforo en rojo; luego, cuando miró al camarero para ordenar fue una mirada rápida, puro formalismo y por último fijó los ojos en una pequeña plaza empedrada que había al otro lado de la calle con algunas bancas de concreto, las cuales rodeaban una fuente, también de piedra, podía verla a través de la ventana. La placita parecía pertenecer a un edificio de oficinas, pero él no lo tenía muy claro, no pertenecía a esa ciudad, estaba de visita por primera vez.

    La actitud de Linc era distante también. Respondía con frases cortas y las preguntas que formulaba eran cortas igualmente. Miraba de cuando en cuando los ojos de Vicco y regresaba la vista a la calle, una camioneta blanca con ventanillas negras - semáforo en rojo otra vez -, o a la placita, soledad. No podía ver el cielo, la puerta era amplia pero baja, por la ventana se veía la plaza y la fachada del edificio, era muy alto. Parecía con ganas de retraerse y tal vez concentrarse en terminar sus porciones de torta, pero Vicco lo asaeteaba con muchas preguntas y él respondía con lo primero que se le ocurriera sin pararse un segundo a analizar la interrogante. Era inercia pura. Al parecer, algo más le preocupaba, algo mucho más importante, tanto que al final dejo sus ojos fijos en un solo punto.
    Pero Vicco lo sacó de su trance con una pregunta y un tono en su voz que él nunca se hubiera esperado.

    - ¿Estás mirando mis tetas?
    - ¿Qué dijiste?
    - Estás mirando mis tetas, pervertido.
    - Por supuesto que no - se defendió Linc -. Yo miraba tu vaso de jugo.
    - ¡No me digas!

    En efecto, Vicco estaba justo en frente de Linc y sus pechos estaban en la misma línea de visión del vaso, además a la misma altura. Él era un hombre y ninguna mujer creería que miraba algo tan simple como un vaso lleno de jugo de mora, teniendo ante sus ojos un mejor paisaje para contemplar, más cautivador, más atractivo; unos pechos medianos y redondos. Bueno, la silueta que se formaba sobre su blusa azul aguamarina, también; Vicco había bajado completamente la cremallera de su abrigo y lo dejó abierto.

    - Además, eres un desvergonzado.

    El motivo de esta afirmación estaba fundamentado en el objetivo de los ojos de Linc. No los apartó ni por un segundo de lo que fuera que miraba, estaba absorto, pero las últimas palabras de Vicco atrajeron su atención. Su mirada era álgida pero no agresiva, no era enojo. Al parecer, era normal en él, porque Vicco no mostró ningún gesto de sorpresa o preocupación, continuó mirándolo igual, cálida e íntimamente, en contraste a las palabras que salían de su boca.

    - En serio, miraba el vaso.
    - ¿De esa manera? ¿Por qué? Te atoraste, te lo dije. Eso te pasa por comer tan rápido; ¡ya terminaste con tus porciones! Bebe un poco, ahora pedimos más.
    - Estoy bien.
    - ¿Entonces qué te sucede? ¿Se trata de la enfermedad por la que pasaste? Me contaste que aún te dolía el pecho.
    - Sí, tal vez tenga algo que ver.
    - ¿Quieres contarme?
    - Verás, te comenté que tuve unos problemitas…
    - Sí, problemitas de dinerito.
    - Exacto. Y no pude ir con un médico. De hecho, esa fue precisamente la causa de mi enfermedad. No tenía dinero para alimentarme bien, para alimentarme realmente; no comí nada en varios días porque no podía comprar nada. Mi mente se llenó de ideas negativas y mi carácter se tornó sensible. Preocupación, pesimismo, depresión, tristeza, miedo, odio. Estaba enojado todo el tiempo. Todas esas cosas me afectaron físicamente, además de los síntomas comunes: ya sabes, la sensación de vacío que se extiende por todo el estómago que se va haciendo cada vez más dolorosa a medida que el intestino empieza hacer ruidos extraños.
    - Entiendo. ¿Pero cuándo empezaron los dolores, los síntomas fuertes, los que me describiste antes?
    - Fueron apareciendo poco a poco. Yo bebía agua de la llave, no tenía nada más, y eso no hacía más que acentuar el vacío en mi estómago y los ruidos eran más fuertes, y el dolor también, pero debía hidratarme por lo menos. Sentía mi cuerpo pesado aunque nada entró en él en días, supongo que era la debilidad aguda por la que pasaba: caminar era un suplicio, mis pies parecían pesar toneladas; no quería agarrar nada con mis manos porque me dolía hasta las articulaciones de los dedos, no había qué agarrar de todos modos… Trataba de quedarme quieto la mayor parte del tiempo. Creo que eso fue peor, porque podía sentir entonces un calor muy fuerte por todas mis partes. Era extraño, estaba seguro que se originaba dentro de mí pero lo percibía por fuera, en mi piel, tal vez se intensificaba ahí por el frío que me golpeaba, éste también lo notaba más intenso; algo parecido a estar frente a una fogata en una noche fría. No era fiebre, sin embargo pronto se volvió fiebre.
    - Esa sensación debe ser horrible…
    - Sí, mas mi martirio apenas empezaba. Por esas circunstancias no podía dormir bien, toda la noche me la pasaba dando vueltas en la cama y en algunos momentos me sentaba, ponía mis manos sobre mi cabeza o sobre mi cara y así me quedaba un largo rato totalmente inmóvil, luego volvía a recostarme; me desvelaba. Lloraba. Además, tantos cambios de posición, todo ese movimiento en un solo lugar hizo efecto rápidamente, comencé a tener dolores en la espalda todas las mañanas y en el cuello también, mi cabeza tenía ganas de caer. El dolor ya había invadido el resto de mi cuerpo y la fiebre era casi tangible, pero fue aquí cuando empezaron mis dolores de cabeza. Al principio, se concentró una molestia en la parte superior de mi espalda, en la tercera vertebra, supongo; luego, este punto se convirtió en el epicentro de todas mis congojas, desde allí esa molestia se derramaba por todo mi cuerpo en cada latido de mi corazón, era capaz de sentir las vibraciones mientras se esparcía. Al final, todo ese malestar se aglomeró en mi cabeza y el dolor se hacía cada vez más fuerte; todavía no entiendo por qué mi cráneo no estalló en mil pedazos. Mi sensibilidad estaba en el punto más alto y mi sensatez, en el punto más bajo. Sí, eso era desesperación pura, no podría ser otra cosa y no podría estar mezclada con otra cosa.
    - La pasaste muy mal, por lo que describes…
    - “Por poco y la he palmado.” – Linc usó un tono burlesco y acento español.
    - Ya sabes que no me gusta que hables como español y mucho menos que imites las frases de esas películas que miras.
    - Lo siento. Es que… Bueno… Ya sabes… La inanición y todo eso… - ¿Por qué titubeaba?

    Mientras describía todos esos síntomas horribles de su padecimiento, él no apartó sus ojos de los de Vicco, hasta sus últimas palabras. Luego, Linc miró hacia la calle por la puerta una vez más. Ahí estaba todavía, la camioneta blanca de ventanillas oscuras. “Cuando llegamos no estaba ahí y nadie ha entrado en la cafetería desde entonces, o salido. De hecho, no me he dado cuenta si alguien bajó de ese automóvil. Lleva mucho tiempo en ese lugar.”

    - Si quieres escucharlo a mi estilo, supongo que diría: Soren Kierkegaard hubiese sentido compasión por mí.
    - ¡Mi filósofo! Pero, lo importante es que estás mejor, ya pasó lo peor y “no la palmaste.”
    - Me parece injusto que tú sí puedas usar esas expresiones de películas que no te agradan.
    - Lo siento - Vicco le regaló una hermosa sonrisa a Linc, una de esas sonrisas que te hacen sonreír, con ojitos y todo.

    Después de responder aquel gesto con uno parecido - la sonrisa de Linc no fue tan vehemente como la de la niña, tal vez no sea justo llamarla sonrisa, fue un vestigio de ella, decir que duró más de un segundo sería muy generoso – él bajó la mirada para observar cómo las manos de Vicco buscaban la suya y la arropaba de delicadas caricias. Ella también bajó la mirada, Linc había entrelazado sus dedos con los suyos, delicadamente también.

    - ¿Cuándo te pasó todo esto?
    - La semana pasada.
    - Bien, ya basta de temas tristes. Cuéntame de tus novias.
    - ¿En plural?
    - Sí.
    - Creo que ese también es un tema un poco triste; estoy solo desde hace mucho tiempo. Sabes, hay algo más que me parece injusto; sólo hemos hablado de mí desde que llegué. ¿Qué hay sobre ti? Si queremos una conversación alegre tendremos que hablar sobre ti, seguro tienes muchas cosas divertidas para decir, siempre las tienes.
    - Hablar de mí es poco emocionante también. Tú me conoces; dedicación total al estudio, de cuando en cuando paseítos con los compañeros, salidas esporádicos… hace poco termine con un noviecito que tenía…

    Vicco guardo silencio en ese instante. Algo atrajo bruscamente la atención de Linc. Él observaba y escuchaba detenidamente a su amiga, casi siempre lo hacía porque le encantaba escuchar su voz aflautada, dulce, el movimiento de sus labios al pronunciar cada silaba, sus gestos, cuando pestañeaba en cada “e”, cuando fruncía el ceño en cada “x”: todo. Le agradaba mucho escucharla, contemplarla. Y ella era todo un encanto con él: pellizcaba su antebrazo o le daba un capirotazo por la misma zona para atraer su atención cada vez que Linc pretendía mirar a otro lado o movía su mano libre frente a los ojos del joven como si dijera “oye, estoy por aquí” y sonreía, siempre sonreía, siempre. Al principio, sus palmas reposaban sobre la mesa con sus dedos entrelazados y superpuestos sobre la parte dorsal de sus manos; luego, levantaron sus manos y apoyaron los codos sobre el metal donde éstas últimas estaban.

    - ¿Qué sucede? - Preguntó la niña.

    Vicco le daba la espalda a la puerta de entrada, a la calle, no podía ver nada, así que tuvo que girarse un poco para poder satisfacer su curiosidad, la curiosidad de saber qué había atraído la atención de Linc de forma impetuosa. Sus ojos, si los abría más habrían saltado de sus cuencas; estaba sorprendida, realmente sorprendida. Si a Linc aquel acontecimiento se le antojó súbitamente atractivo, para Vicco, bueno, le sobresalto de algún modo.

    Aquella camioneta blanca de ventanillas oscuras seguía parqueada allí, Linc podía verla de frente. Él estuvo pendiente de ese automóvil por intervalos de tiempo, pudo darse cuenta cuándo llego al lugar, justo después de ellos, y que nadie había salido de él, o entrado. Pero en ese momento, justo en ese momento, cuando ellos alzaban sus manos entrelazadas, la puerta del lado contrario al que podía visualizar Linc se abrió.

    “Al final, te decidiste.” Alguien bajó del automóvil, un hombre alto y corpulento, un jayán; fue entonces cuando Vicco se giró para ver qué sucedía. “Ay, no, Diana, ¿qué hiciste?”, Susurró.

    El hombre era de cabello castaño y corto; ojos negros y vivaces, pero mirada fuerte y penetrante; sus labios, no, su boca era una línea delgada; pómulos pronunciados y nariz chata. Tenía algunas marcas tenues sobre su rostro, como estigmas de golpes.

    Ocupó la silla al lado de Vicco.

    - Así que era cierto.
    - ¿Qué haces aquí, Kev?
    - ¡Qué modales! ¿No vas a presentarme a tu nuevo amigo, primero?
    - ¡Nuevo…! – Suspiró Linc con tono sarcástico.
    - Él es…
    - No te molestes, Vicco, no vine a conocer personas.
    Linc se puso de pie y se disponía alejarse.
    - ¿Tú también? ¡Qué terribles modales!
    - ¿De qué leches estás hablando? ¡Usted no saludó al llegar! ¡No tiene ningún derecho de hablar de modales!

    El joven caminó hasta la puerta y se detuvo allí. No iba a dejar sola a Vicco, no con un hombre que criticaba los malos modales, mientras él mismo era una fuente perenne de malos modales. Se quedó cerca, donde podría vigilar cualquier movimiento brusco que pudiera intentar Kevin contra la niña; preparado para una reacción que cualquier acción requiera en ese momento. Se mantuvo alerta.

    - No puedo creer que me hayas cambiando por un raquítico debilucho…
    - Yo no te cambié por nadie. Te deje porque…

    Linc ya no pudo escuchar más de aquella conversación. Al parecer, se trataba del típico novio adinerado despechado y sus reclamos; el típico joven con un poco de poder que piensa ser capaz de adquirir lo que sea con dinero o con intimidación. Pero, había algo más; lo presentía, lo olfateaba, casi podía verlo…
    En la puerta, Linc levantó sus ojos al cielo. Por fin pudo verlo otra vez; desde que la visión del volcán cautivó su ser, de algún modo, pero en ese momento centró su atención solamente en el volcán. Ahora, las nubes cubrían completamente el firmamento, estaba blanco, lisamente blanco; por lo general se pueden ver manchas azules y algunas líneas generadas por nubes superpuestas. Pero, al levantar su mirada a las alturas, Linc sólo vio blanco. Sonrió.

    Los pinos se percibían nítidamente verdes bajo ese fondo hermosamente blanco, se podía detallar también su forma móvil al danzar al ritmo de aquel vals ligero entonado, interpretado, continuamente por el viento. Bellísima forma móvil. Se miraban claramente las “emes” lejanas de las aves volando de acá para allá y de allá para acá, buscando su alimento diario. Las montañas distantes y pequeñas apenas se podían ver en el horizonte, en su forma de zigzag horizontal parecidas a las señales de un monitor cardiaco, como si señalaran los signos vitales del mundo, el mundo aún vivo.

    El volcán estaba ubicado en la dirección contraria; no pudo verlo otra vez, no en ese instante. Y no buscó una forma de volver a verlo, no quería alejarse de ese sitio porque necesitaba estar pendiente de Vicco.

    De cuando en cuando, los observaba por el rabillo del ojo. Kevin manoteaba todo el tiempo en el aire y señalaba a Linc con el dedo índice. No hablaba duro afortunadamente, la puerta estaba aproximadamente a dos metros y medio de la mesa que ocupaba Vicco, y él no alcanzaba a escuchar la conversación a esa corta distancia. No le importó, no quería escuchar nada de todos modos; ese era un asunto personal de Vicco y a Linc no le agradaba inmiscuirse en asuntos personales de otras personas. De alguna forma, aplicaba firmemente la frase de Bécquer, “yo dejo que el prójimo se destruya del modo que mejor le parezca.” Además, ya llegaría el momento en que su amiga le comparta esa parte de su vida, de hecho iba hacerlo, pero entonces apareció Kevin. Por el momento sólo le interesaba estar alerta a cualquier acto agresivo que pudiera intentar este sujeto contra Vicco.

    El tipo fue de total desagrado para Linc. ¿Celos? Y el porcentaje de confianza que le generaba, cero por ciento, tal vez bajo cero, desconfiaba mucho de él en realidad. ¿Prejuicios? No, nada de eso, el tipo tenía un aura oscura acompañándole. Todas las personas en la cafetería lo miraron por unos largos segundos cuando llegó; los tenderos seguían mirándolo con recelo después del desplante que le hizo al mesero: “no quiero nada. ¡Largo!”

    “Bueno, al parecer ya terminaron de hablar.”

    Kevin se levantó de la silla. Vicco levantó sus manos hasta su pálido rostro y lo cubrió todo; empezó a frotarlas con delicada fuerza, como si tuviera un ataque de rabia y desesperación combinados en ese instante. “Espero que no dure mucho.” luego, las bajo y las cerró con fuerza sobre la mesa, quería golpear el metal pero no lo hizo.

    Kevin se acercó a Linc y colocó una de sus manos grandes, gordas y pesadas en su hombro. La reacción de Linc fue obvia e instantánea. La apartó con fuerza, bruscamente. Kevin le miró agresivamente y se posicionó justo en frente de él. Esto llenó de preocupación a Vicco y se acercó rápidamente.

    - ¿Qué tienes, niño, algo te molesta? - El tipo era arrogante y hablaba de esa manera, se creía superior
    a todos y trataba a todo el mundo como si no fueran nada.

    En cuanto a Linc, sus acciones dejaban ver claramente mucho enojo, aunque los músculos de su cuerpo no estaban tensionados, ninguno: las manos abiertas a ambos lados y su cara en relajación, la misma mirada fría e impasible, el ceño sin fruncir, las aletas de su nariz sin expandir, respiración suave, sus labios en su postura regular, ni los apretaba ni sonreía y tampoco se le percibía apretar los dientes, sus mejillas lisas. Estaba sereno. Respecto a lo de niño, Linc era significativamente más bajo, tenía que alzar la cabeza para ver a los ojos de su interlocutor. Delgado, pálido… al lado de Kevin parecía un niño.

    - A mí nada me molesta.
    - ¡Déjalo en paz, Kev!
    - ¿Por qué? ¿No es un hombrecito? Ya es un hombrecito. No te necesita, no lo defiendas. ¡Lárgate!
    - Este es un asunto de hombres, ¿cierto? Siempre con lo mismo. Todo lo quieres resolver a golpes.
    - No hay forma mejor.
    - ¿Eso quieres? - preguntó Linc.
    - ¿Pelearías contra mí?
    - No, no sin una razón. Pero acabas de darme una.
    - No lo hagas, Linc. No vale la pena.
    - ¡Cállate, Vicco! Los hombres hablan.
    - Bueno, ya me convenciste - afirmó Linc.
    - ¿Por ella? ¿Pelearías por ella?
    - Te la pasas criticando los malos modales y le faltas al respeto. Esa es una buena razón.
    - Ninguna razón es buena para pelear, Linc. Tú no eres así, tranquilízate. Y tú, Kev, ya no tenemos nada de qué hablar ni tienes nada qué hacer aquí. ¡Por favor, vete!
    - Yo no me voy.
    - Y yo no me tranquilizo.
    - Un tipo rudo, ¿eh? Déjame decirte que pelear conmigo es peligroso. Te lo advierto porque veo que eres escuálido; tus manos son flacas, pareces fornido por tu chaqueta pero tus manos son flacas.

    Linc observó sus manos por un par de segundos: dedos delgados, manos pequeñas, pálidas.

    - ¿Por qué no miramos lo que tienes?
    Kevin levantó su mano derecha y quiso tomar la cremallera de la chaqueta de Linc, pero él volvió a apartarla con presteza y brusquedad.
    - Al parecer, eres fuerte, a pesar de ser escuálido. Sin embargo, quiero aclararte que las peleas conmigo… - Kevin se acercó a la oreja izquierda de Linc para susurrarle el resto de la oración como si fuese un secreto - son a muerte.
    - Ya basta. Linc, no caigas en su juego – Vicco se puso en medio de los dos hombres -. Vámonos, sólo vámonos.
    Kevin la quitó de la mitad por la fuerza, de un empujón. Ella cayó al suelo
    - Hace unos segundos dijiste que pelearías por ella…
    Linc ayudó a su amiga a ponerse en pie.
    - ¿Morirías por ella?
    Linc no le prestaba atención. Estaba concentrado en su amiga: examinó sus manos y las limpió. “Vámonos”, le dijo ella moviendo los labios y con un gesto de intranquilidad en su cara.
    - ¿Era Mentira?
    - Por ella estoy dispuesto a morir; significa que también estoy dispuesto a quebrantar la ley de Dios que prohíbe matar.
    - Igual yo, pero la diferencia es que… - volvió a acercarse al oído de Linc - a mí me encanta.
    - Entonces, dejémonos de palabras…
    - No, aquí no - Kevin le pasó una tarjeta -. Allí. A la media noche. No llegues tarde.
    - Morirás allí a la media noche entonces.
    - Yo, no. Tú morirás. Hasta las doce.

    Vicco se paró frente a Linc, le miró a los ojos, era una mirada suplicante, “por favor, no vayas” y el
    joven le comprendió claramente.

    - No pienso ir.
    - Me alegra muchísimo escuchar eso, Linc

    Sus ojos derramaron sendas lágrimas, fugaces y cálidas.

    - Lo sé. Aunque él merecía un buen golpe por todo lo que hizo.
    - No hablemos más de esto, olvidémoslo. Entremos, aún me queda algo de jugo y creo que lo necesito.
    - ¿Estás bien? Tu mano, ¿no te lastimaste?
    - Estoy bien.

    Vicco entró primero, no quería darle más vueltas al asunto ahora que Linc le había dicho que no iría a ningún lado a pelear. Ella confiaba en su amigo. Llegó a la mesa en donde estaban y ocupó la misma silla. Linc se sentó al lado; tomó una de las manos de la niña entre las suyas, seguía tibia por el golpe y tenía unos pequeños estigmas producidas en la caída.

    Linc concentró su mirada en los ojos cafés de Vicco. Ella se hacia “la que no se daba por enterada”, no era con ella: se tomó el jugo que quedaba en su vaso, pidió otro, se limpió con la servilleta… Pero, de repente, una pequeña sonrisa se dibujó en sus labios y empezaba a crecer poco a poco inevitablemente.

    - ¿Cómo lo haces?
    - ¿El qué?
    - Esto. No entiendo. No importa cuán difícil y pesada sea la situación, siempre encuentras algo divertido y me sacas una sonrisa. Me parece absurdo.
    - Yo no veo el lado malo, tampoco veo el lado bueno; únicamente veo el lado divertido.
    - Tú también, siempre serás mi persona favorita.
    - ¿En serio? ¿Y por qué no me habías contado que te gustan los chicos malos?
    - ¿Eso es un reclamo?
    - Sí, porque yo soy un chico malo.
    - Los chicos malos no coquetean.
    - Soy un chico malo coqueto.

    Vicco sonreía con claridad, sosegada y sin rastro de vacilación en sus facciones; sonreía de verdad. Apretó una de las manos de Linc que sujetaban la suya. Él había acercado su rostro al de ella, muy cerca, como si tuviera la intención de besarla, pero no iba hacerlo, Vicco lo sabía perfectamente bien. Sólo pretendía ser gracioso con ella.

    Los dos se miraron a los ojos un par de segundos. No pudo ser más, algo volvió a ocurrir afuera.

    - Creí que nos veríamos a la media noche.
    - Cambio de planes.
    - ¡Kev! - Fue un grito ahogado de Vicco.

    Fue algo ruidoso e inesperado. Mucho más de lo necesario para opacar cualquier otra cosa que haya querido decir Vicco de haber podido hacerlo. Sufrió una gran conmoción.

    Linc podía ver la calle por el rabillo del ojo. La camioneta siguió ahí, nunca se fue; la misma situación que hubo al principio. La puerta del lado contrario al que podía mirar Linc se volvió abrir, igual que antes. Kevin bajó del automóvil, igual que antes.

    Linc se levantó de la silla al verlo venir, a Kevin, para recibirlo. Vicco también se puso de pie.

    Kevin caminó en recta dirección hacia ellos, igual que antes. Pero en esta ocasión fue directo a Linc, no a Vicco. Sacó un arma y la empuñó apuntando a la cabeza de Linc. La accionó sin titubear un segundo justo después de intercambiar ese par de palabras.

    La bala atravesó la cabeza de Linc dejando un pequeño hoyuelo oscuro en su frente, de ahí salió una pequeña línea roja que bajó por su entrecejo y continuó por la aleta izquierda de su nariz. Pero la parte trasera de su cabeza explotó salpicando de sangre el estante que estaba a su espalda y al camarero que le atendió, quien estaba sentado en una butaca detrás del mostrador. Él sólo se bajó de la silla y llevo su mano a su cara, queriendo limpiar el líquido rojo, pero la dejo en su cara, estática; también sufrió una gran conmoción.

    Vicco estaba inmóvil, paralizada. De hecho, todo el lugar estaba paralizado; parecía que todos habían dejado de respirar, de parpadear… de pensar. Tenían los ojos puestos sobre la escena pero su mirada figuraba no estar fija sobre el suceso, era una mirada perdida. Y, para acentuar el macabro momento, algunas personas se habían detenido a la mitad de una acción: una taza de café o un pedazo de pan sosteniendo en sus manos cerca de su boca… La tranquilidad previa a la tormenta.

    No se hizo esperar mucho tiempo. Era una tormenta lúgubre: las gotas cálidas cayeron rápidamente con todo su peso, el vacío chocando contra más vacío en el vacío generando fuertes estrépitos… Nube contra nube chocando ruidosamente quitándose lo suyo, pero ninguna se quedaba con lo de la otra, sus cosas arrancadas de lo más profundo iban a caer en lo más profundo.

    El llanto de Vicco se asemejaba a una fuerte tormenta con su torrencial lluvia e imponentes truenos. Ella se había arrodillado al lado del cuerpo inerte de Linc, tomó una de sus manos fuertemente y con su mano libre le acariciaba los cabellos. Sus lágrimas empapaban todo. Sus gritos alejaban todo; nadie se acercó a socorrer la escena.
    Parte del cuerpo de Linc había quedado recostado sobre el mostrador ancho al caer, estaba justo detrás de él, y sus extremidades se habían extendido completamente sobre el suelo, bañado en sangre propia y lágrimas ajenas.

    - ¡Vicco, tenemos que irnos! – Gritaba Kevin cada vez con más y más ímpetu.

    Pero a Vicco le había rodeado una capa hermética invisible que la aislaba de este mundo totalmente. En su presente estado sólo existían ella, sus lágrimas, sus gritos y el cuerpo exánime de Linc.

    - ¡Vicco!

    No respondía.

    - ¡Vamos, Vicco! Tengo que irme rápido, no puedo perder más tiempo aquí.

    No respondía.

    - Te busco más tarde. Me voy.

    Kevin dio media vuelta dándole la espalda a la trágica escena y al dar un paso para dirigirse a la salida,
    recibió tres fuertes martillazos en su espalda, sonaron como percusiones de un enorme tambor. Fue como si a Vicco la hubiese poseído un ente maligno y destructivo; se levantó del piso con su rostro transfigurado como el de una bestia salvaje que va tras su presa: la mirada turbia, sus colmillos a la vista de todos, bufidos de acecho y las zarpas filosas listas para el golpe mortal.

    - ¡Eres un hijo de puta! ¡Te odio! ¡Te odio! ¡Te odio! ¡Lárgate, no te quiero ver! ¡Lárgate! ¡Lárgate!

    Kevin dio media vuelta una vez más al sentir aquellos golpes en su espalda, al hacerlo recibió uno más en su cara; las uñas de Vicco rasgaron la mejilla de Kev, la izquierda, antes de que él lograra su objetivo de capturar sus manos y detener su embestida.

    - Ya te lo dije, me voy. Deja de golpearme y regresa acompañar a tu amigo muerto hasta que vengan por él. Luego paso a buscarte.
    - ¡No te quiero volver a ver nunca jamás en mí vida!

    Las lágrimas de Vicco seguían mojándolo todo. Ella regresó junto al cuerpo de su amigo rápidamente, tal como había dicho Kevin, se arrodilló al lado de él, acarició su cara pálida y luego sostuvo su mano un instante.

    La silla ubicada atrás de Vicco generó un ruido metálico seco al arrastrarse por el suelo cuando ella la empujó con su cuerpo. Vicco terminó sentada en el suelo, con los ojos abiertos como platos por el asombro, no daba crédito a lo que miraba, y soltó un grito, ahogado en su garganta una vez más. Linc había movido su mano y apretado los dedos de la niña, esto le hizo dar un respingo hacia atrás y lo siguiente le asombró sobremanera.

    El ruido de la silla y el extraño comportamiento de Vicco atrajeron la atención de Kevin, quien atravesaba la puerta en ese momento. Al girarse una vez más, se encontró con una Vicco sentada en el suelo sin habla y sin movimiento, y con una figura encorvada de Linc quien se erguía sobre sus dos pies.

    Kevin quedó petrificado con los ojos abiertos de par en par al ver a Linc sin ningún daño: el hoyo en su frente había desaparecido junto con el hilito de sangre que bajaba por su entrecejo, el agujero enorme de la parte trasera de la cabeza también se regeneró. Linc estaba de pie, bien, vivo.

    Linc sólo mantuvo su mirada fija en lo que tenía en frente, Kevin.

    - Ésta es una cosa más que debemos agregar a tu lista de malos modales.

    Al terminar de pronunciar aquellas palabras, Linc se abalanzó sobre la persona que tenía en frente con fuego en su mirada, las aletas de la nariz dilatadas al máximo y la boca abierta, enseñando un par de dientes sobresaliendo a los demás, colmillos punzantes, desgarradores. Lo atenazó con sus brazos y luego le abrió el cuello de un mordisco. Un sonido gutural repugnante se escuchaba mientras Linc succionaba la sangre de su presa. Kevin no se movió un milímetro en ningún instante, ni siquiera para quitarse de encima al depredador que bebía su vida.

    Su ataque fue rápido. Vicco y las otras personas presentes sólo vieron a Linc desaparecer del lugar donde estaba y aparecer junto a Kevin, abrazándolo y mordiéndolo.

    - Y también es la última que agregaremos.

    Cuando terminó con él, Linc lo sostuvo un momento de los hombros para decir esas palabras y luego le dio un pequeño empujón para distanciarlo lo suficiente y poder propinarle una patada formidable en el pecho. Kevin salió disparado como una saeta, pero su trayectoria por el aire fue corta; el cuerpo de Kevin terminó incrustado en el chasis de la camioneta blanca, abollándola y rompiendo uno de los cristales negros de las ventanillas. La alarma se activó; el ruido era ensordecedor.

    Linc giró su cabeza por un segundo para mirar a Vicco quien seguía en el suelo, después de haber limpiado la sangre que corría por su boca.

    - Te lo dije, soy un chico malo.

    Linc empezó a caminar hacia la salida. Tenía planeado desaparecer de la vida de Vicco para mantenerla alejada de ese tipo de monstruosidades. Muerte, sangre, armas, cosas destruidas; no es algo que una niña deba ver ni mucho menos rodearse de eso. El joven sabía muy bien que eso era todo lo que llevaría en su caminar en su nueva condición y deseaba alejarlo de Vicco alejándose de ella. Ese era su plan: cruzar aquella puerta sin decir una última palabra, sin dar una última mirada… Pero…

    - Linc… Espera…

    Linc miró a Vicco.

    - No te vayas o llévame contigo.

    Sin pronunciar una sola palabra Linc sólo extendió su mano hacia Vicco. Ella se levantó del suelo, se aferró fuertemente al brazo del joven. En ese mismo instante desaparecieron.
    Como si Vicco y Linc juntos hubieran sido un ente congelador del tiempo y el espacio, todo volvió a tener movimiento cuando se fueron: la policía y una ambulancia aparecieron con sus ruidosas sirenas, la gente se arremolinó alrededor de la cafetería y la camioneta blanca…

    Continuara…
     
    #1

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