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Volar como un pato.

Tema en 'Prosa: Generales' comenzado por el pez bizco, 3 de Noviembre de 2010. Respuestas: 4 | Visitas: 711

  1. el pez bizco

    el pez bizco Poeta recién llegado

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    No habían transcurrido ni cinco horas desde que Mario se había quedado dormido cuando el más odioso de los ruidos puso fin al silencio de las siete y media de la mañana. Mario estiró el brazo y palpó sobre la mesilla de la habitación en busca del despertador, pulso el botón correcto y lo apagó. Se desenredó de las sábanas, que llevaban semanas sin ser estiradas sobre el colchón o agitadas por una lavadora; se levantó y abrió la persiana. En el cielo, la luz azul del amanecer, arañaba el anaranjado resplandor de las farolas. Sus piernas lo arrastraron hasta el cuarto de baño, le costaba deshacerse del refugio que le brindaba la oscuridad así que decidió no encender la luz. En un gesto mecánico, deposito las plantas de los pies cada una a un lado del retrete, estiró el pene por encima de la goma del pijama y empezó a orinar. Una cálida humedad le indicó que había olvidado levantar la tapa. La suciedad se había echo perenne en la vida de Mario desde que Inés se marchó.
    Inés había invertido mucho tiempo para conseguir que bajase la tapa del retrete una vez que terminaba de hacer pis y, a tenor de los resultados, bien invertido. Más adelante consiguió más cosas: consiguió, primero, amargarle la vida; luego consiguió la separación; un año más tarde, tras un control de alcoholemia en el que Mario dio positivo, cuando llevaba a Daniel, el único fruto dulce de aquella relacción, de regreso con su madre, consiguió que le retirasen el permiso de conducir y la patria potestad; consiguió, también, una orden de alejamiento. Mucho antes de todo esto, cuando todavía eran novios, había conseguido enamorarlo perdidamente de ella. Mucho tiempo después y luego de la separación y la orden de alejamiento y la retirada de la patria potestad y el permiso de conducir, había logrado que se administrase lentamente la cicuta de la autocompasión. En definitiva, fue una gran pérdida para Mario: una mujer que consigue todo lo que se propone. Él, como venganza a sus logros, dejó de pasarle la manutención que el juez había dictado en favor de Daniel. Pobre imbécil, que se resolviese en una nueva victoria de Inés era una cuestión de tiempo. Después de recoger el cuarto de baño, puso la radio, se vistió y tomó un frugal desayuno consistente… bueno… inconsistente diría yo, porque un vaso de leche y una aspirina me parece un desayuno bastante inconsistente, Mario bajó a la callé.

    Al igual que el desamor no cree en el olvido, Mario no creía en la esperanza. Alberto, el único amigo que le quedaba, lo sabía. Le esperaba, como todas las mañanas, para ir juntos al trabajo, cerca del puente que cruza el río. Mario apareció por la calle que desemboca en la arboleda de la rivera. Mientras cruzaba la carretera observó el gesto mohíno de su cara, en los dos últimos años era algo habitual en Mario.

    -¿Qué pasa tío, como va esa vida?- Alberto preguntó mientras iniciaba la marcha, situándose a la par de Mario-.

    -Tchi-Mario chasqueo la lengua-.La mierda de siempre. Ayer tenía en el buzón otra citación del juzgado.

    -¡¿El coyote que vuelve a la carga?! –Mario decía que la abogada de Inés era pertinaz como el coyote, y que él era un correcaminos beodo propenso a despeñarse por los acantilados.

    -Ya te digo, la misma mierda de siempre.

    -Es curiosa esa manera tuya de asimilar los dibujos del correcaminos a tu situación ¡joder!

    -De curiosa nada Alberto. Es la puta realidad.

    -Deberías plantearte pasarle la pensión y dejarte de rollos.

    -¿Sabes qué llevo un año sin ver a mi hijo, verdad?

    -Hum hum- respondió su compañero sin mirarle mientras asentía con la cabeza-.

    -Pues eso… me come el orgullo.

    El resto del camino lo hicieron en silencio, observando como el viento despeinaba a la arboleda y desparramaba las hojas secas sobre el hielo del río.

    Mario se cambiaba en una taquilla situada al fondo del vestuario. Solo quedaba él en el cuarto. Estaba terminando de ajustarse los cordones de las botas cuando, por la puerta, asomo levitando la cabeza Luis, el encargado del turno de mañana, con cara de pocos amigos y no más de doscientos pelos mal repartidos bajo sus narices que no se sabía muy bien, si, de manera sucinta, mostraban un bigote o claramente daban cuenta de la ausencia del.

    -Vamos Mario. Que la cadena no espera -gruñó-.

    -¡Oye Luis no te vayas¡ Tengo que hablar contigo.

    -¿Qué te pasa? -farfulló mirando al suelo-.

    -Entra y cierra -como ocurre en los dibujos animados, sin previo aviso, el resto del cuerpo del encargado del turno de mañana se hizo presente dentro del vestuario y cerró la puerta tras de sí.

    A Luis le gustaba pensar que él era un hombre hecho a sí mismo. Esto, le eximía de las acusaciones de hijo de la gran puta que circulaban por la fábrica y que, por otra parte, él consideraba injustas. Cualquiera en su lugar, pensaba Luis, habría aprovechado la oportunidad de un ascenso si lo único que se le pedía a cambio era declarar contra un compañero ante un tribunal, sabiendo que lo que declaraba era manifiestamente falso. El sabía que había hecho lo correcto y que por eso la vida le había recompensado. Murió tres años después de un cáncer testicular tras varias operaciones infructuosas y un nada desdeñable viacrucis por los más renombrados centros hospitalarios del país.

    -Ayer me llegó otra citación del… -empezó a decir Mario, Luis no le dejó terminar la frase-.

    -¿A qué hora te tienes que ir?

    -A las diez y cuarto.

    -Pide un justificante en el juzgado y vuelve cuando termines.

    Luis se giró y caminó hacia la puerta, se paró frente a ella y asió el pomo con la mano. Antes de empezar a hablar dirigió la vista hacia el suelo y meneo rítmicamente una rodilla dando la espalda a Mario:

    -Soluciona esto cuanto antes. En la oficina no están cómodos con esta situación.

    -Cómodos…, –repitió Mario una vez que el encargado de turno de mañana hubo salido del vestuario- será gilipollas.

    Durante el último año, las idas y venidas de Mario al juzgado le habían supuesto, al menos, pedir permiso para ausentarse del trabajo algún día de cada mes
    El ser humano es omnívoro, y sobre todos los alimentos le resulta exquisita la carnaza: Mario la servía a calderadas.
    Algunos compañeros habían ocupado ya sus puestos de trabajo en la cadena de montaje. Mario se enfundo los guantes de protección, se subió en la tarima que le correspondía como ajustador del tornillo excéntrico y, destornillador neumático en mano, escucho el ruido nauseabundo de la sirena que daba inicio a la jornada laboral. Era un esclavo y así se sentía. La gran máquina de hierro, engranajes, plataformas y cadenas que le daba de comer, seguía quitándole la libertad y la vida.

    El edificio que albergaba los juzgados estaba situado en el centro de la ciudad que, a aquella hora de la mañana, era un hervidero de coches y personas que luchaban todos contra todos por hacerse con un espacio libre por el que seguir transitando.
    Después de haber pisado a dos ancianas de pelo blanco y breve futuro, golpeado con el hombro a no menos de cinco viandantes y arrollado a un niño de nueve años que se dirigía a la escuela cargado de libros dispuesto a ser maltratado por algún macarra abusón en el patio, Mario alcanzó la puerta de los juzgados.

    -Buenos días, vengo por una citación- dijo mientras depositaba las llaves y el mechero en la mesilla del vigilante de seguridad-.

    -Buenos días. –contesto sin mucho afán el hombre que pertenecía a una empresa llamada sogorditas – Ya conoces el camino.

    Pasó por el arco detector de metales, recogió sus efectos y subió por las escaleras, situadas en el hall a mano izquierda. Nadie le hizo preguntas, nadie le puso trabas; conocía el camino, todos le conocían y el los conocía a todos: es lo peor que te puede pasar en un juzgado. Una vez en la primera planta pasó sin llamar a través de una puerta de la que colgaban un par de papelotes redactados con power - point que anunciaban: CITACIONES –el uno- y PASE SIN LLAMAR -el otro-, con letras de varios colores y en tres dimensiones.

    -Buenos días -dijo de nuevo, nadie respondió-.

    Se situó frente a la mesa de una funcionaria de mediana edad a la que Mario encontraba cierto parecido con su madre, siempre que podía sé dirigía a ella. Le entregó la citación que recibiera en su buzón el día anterior. La mujer la recogió con una mano y comenzó a leerla en voz alta mientras con la otra rebuscaba entre un pila de expedientes que tenía sobre la mesa, extrajo uno del montón.

    -Mario Castro de Cea, aquí está -miró a Mario por encima de unas gafas bifocales que le colgaban de las narices como dos aros olímpicos que hubieran quedado huérfanos de bandera, con una amplia sonrisa que hizo a Mario partícipe de su triunfo- .

    - Es una ejecutoría sobre una sentencia resuelta a favor de tu ex mujer. Solicita… -en este punto, comenzó a expresarse en un tonó explicativo, pausado y un tanto entrecortado con el que claramente daba a entender que la cuestión tenía miga, por lo que Mario debería estar atento- que se… te… em-bar-gue la no-mi-na… y los bienes que tengas disponibles –todo esto mirando a Mario y al expediente alternativamente, y sin dejar de sonreír- En concreto…. un ve-hí-cu-lo de tu pro-pie-dad marca RE-ÑOL del año 1997 y… catorce pagas…incluidas las extras, ¡eh!, –éste punto lo enfatizó, como si a Mario no le hubiese quedado claro ya que, si e-ran ca-tor-ce pa-gas, quedaban incluidas las extras-… a… razón de… tres-cien-tos-cincuenta euros …mensuales, hasta que saldes la deuda que tienes pendiente con ella - terminó de leer de un tirón, cosa que Mario agradeció.-
    La funcionaria empaquetó hábilmente los papeles del expediente golpeándolos longitudinal y transversalmente, y colocándoles una grapa. Se los entregó a Mario, que solo acertó balbucir:

    -¿Esto lo puedo recurrir?

    -No Mario, es una ejecutoria, no una sentencia.

    -¡Ah!

    De regreso al trabajo, la cabeza de Mario era un enjambre de avispas encabronadas. Los sentimientos se le amontonaban como se amontonan las Marías en la cola de un súper a las ocho y veinte de la tarde: desordenados y parlanchines; inmisericordes y surrealistas; desaliñados y cargados de complejos.

    La noche amenazaba con llegar y por descontado que llegó. Lo hizo, vestida de estrellas para nadie y Mario se acostó en soledad. Soñó con ellas, con las las estrellas, que revoloteaban a su alrededor como mariposas blancas. Terminaron mordiéndole en la cara y arrebatándole pedacitos de carne de los labios. Putas estrellas “¡PUTAS ESTRELLAS! Mario se despertó convulsionado y palpó su rostro con las manos, esperando encontrar el rastro dejado por los diminutos cuerpos celestes. Nada.

    “¿Y cuál va a ser el tiempo que nos espera hoy? Nuestros amigos de Resplof Impertérrito nos han preparado un amplio resumééén…Patricia Bigüeño” -las palabras que emanaban de la radio alertaron, como cada nuevo amanecer, al ser humano más desgraciado del planeta y sus alrededores, de que un nuevo día de sinsabores y fatigas daba comienzo.
    Se obligó a levantarse de la cama y caminó pesadamente hacia el cuarto de baño. Al llegar, decidió que sus ojos todavía no estaban preparados para la vida, mantuvo la luz apagada. Recordó el incidente ocurrido con la tapa el día anterior por lo que se propuso firmemente no bajarla nunca más. Colocó las plantas de los pies una a cada lado del retrete; levantó la tapa; estiró el pene por encima del pijama; profirió un profundo bostezo al tiempo que se estiraba; orinó; sacudió enérgicamente las últimas gotitas; colocó nuevamente el miembro dentro del calzoncillo; tiró de la cadena; bajó la tapa y se fue a desayunar.

    El sueño de las mariposas fue admonitorio. Como si de una revelación se tratase, creyó comprender claramente que la causa de su infortunio radicaba en él mismo; en el comportamiento que diariamente vomitaba sobre el resto de los seres humanos.
    “La muerte del palomo” de Rocío Dúrcal, anunció una llamada entrante en su teléfono móvil, era Alberto:
    -¿Qué pasa tío, como va esa vida?-saludó Alberto-.
    -Bueno… ya te diré. Estoy dándole vueltas a algo… ahora te cuento.
    -… te digo… que no voy acurrar hoy. Me he” levantao” jodido tío. Ya he “avisao” a Luis. ¿Vale? Nos vemos.
    -Venga, vale. Luego te llamo, a ver como sigues –pulsó la tecla roja y terminó de preparase para salir a la calle.

    Ayudar al prójimo: esa era la solución, la respuesta; eso reclamaban las mariposas. ¿Cómo podía haber estado tan ofuscado, tan perdido, tan…? bueno ya no importaba, ahora sabía lo que tenía que hacer, no podía perder ni un sólo día más de su vida… ¿cómo ni un día más? ¡NI UN SEGUNDO!

    Una joven madre batallaba vehementemente contra el bordillo del la acera del puente con la silla de paseo en la que transportaba a su pequeño. El semáforo de peatones se había puesto rojo y los automóviles comenzaban la marcha. Mario no lo dudo un instante. “Las ocasiones las pintan calvas”, se dijo. Se dirigió hacia la joven desde la otra acera como Alonso Quijano a los molinos, dispuesto a “desfacer” el entuerto y completamente cegado por la buena voluntad. Y ya se sabe: como recompensa a toda buena acción obtendría su merecido castigo.

    -¡¡Espere señora, espere que yo la ayudo!! –vociferaba agitando los brazos mientras cruzaba el puente sorteando los coches.

    Por el rabillo del ojo, la mujer percibió la imagen de un bulto que se abalanzaba sobre la sillita de su bebé. Su instinto más profundo de hembra humana y madre, descargó contra el agresor un golpe con ambos brazos de tal magnitud y violencia que Mario salió despedido contra la barandilla del puente, golpeándola con la espalda primero y perdiendo el equilibrio a cusa de la inercia en segundo acto grotesco, en el que sus piernas se elevaron por encima de su cabeza y, como si de un campeón olímpico de salto de altura se tratase, sobrepasó la barandilla por encima para precipitarse al vacío.

    Sobre el hielo del río, un pato, trataba de desentrañar la filgrana realizadada por Mario.

    Aun que los seres humanos aún no lo sepamos, los patos, son capaces de realizar análisis profundos y diagnósticos altamente acertados.

    “¿Dónde va éste gilipollas?-se preguntaba el ánade-. Por la trayectoria, el coseno del ángulo, la velocidad de caída, el…el… ¡mierda que meda!

    Cuando Mario abrió los ojos volaba hacia el infinito en compañía de un pato de sonrisa amarga que, mirándole de reojo, farfullaba algo con el pico:

    -¿Era necesario matarme a mí para suicidarte, subnormal?

    -¿Quién dice que me he suicidado?

    -Esos de ahí abajo idiota.

    Arremolinados en torno a la barandilla del puente, un nutrido grupo de personas, lamentaba la decisión de suicidarse, de un hombre joven con toda la vida por delante.

    En el mundo dejó un hijo que murió veinticinco años después intoxicado por la heroína y unos restos que tardaron en esfumarse lo que el sol del medio día tardó en licuar el hielo del río.
     
    #1
    Última modificación: 4 de Noviembre de 2010
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  2. sanchopanza

    sanchopanza Invitado

    Amigo Pez, mala moraleja nos dejas en esta narración de una calidad indiscutible. Por desgracia conozco a algunos que se asemejan a tu relato. Es como tú dices, se niegan a pagar, los embargan y a veces acaban en la barra de algún bar explicando su situación. ¡ Que me lo digan a mi! Que he sido camarero. Algunos están peor de lo que tú narras. Magistral relato con final infeliz, según se mire. Saludos amigo*****************************************************************
     
    #2
  3. el pez bizco

    el pez bizco Poeta recién llegado

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    Aunque la historia es ficción, hay muchos hombres en la situación de Mario. Pero creo que son más victimas de ellos mismos que del sistema. Si bien es cierto que las leyes, en lo referente a separaciones, favorece por norma a las mujeres (en la boda todo es arroz y en la separación todo es "paella"), no es menos cierto que las decisiones que algunos hombres toman no les favorecen en absoluto y son ellos mismos los que se ponen a los pies de los caballos. ¿Para qué mentir? Yo en su momento actué como Mario, hasta que descubrí que la vida sigue; que hay otros prados en los que pastar; y que, ciertamente, la mancha de una mora, con un poco de tiempo y otra mora verde, se quita.

    Saludos amigo.
     
    #3
  4. ROSA

    ROSA Invitado

    Ojú un final trajico pero un relato muy real, hoy en la vida esta asi, aunque no estoy muy de acuerdo con lo que dices que las mujeres somos favorecidas... no somos "paellas" hoy estamos igualadas como ustedes los hombres, la unica ventaja que tenemos es que hemos luchado, por lo que antes nos lo rebatabais y teniamos que soportar todo,hoy en día las mujeres estamos mas preparadas para todo, no como antes que el hombre era el que disponia.Bueno,sacaste buena prosa, un abrazo
     
    #4
  5. el pez bizco

    el pez bizco Poeta recién llegado

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    Gracias por tus comentarios Rosa.

    Te diré que en mi familia, los hombres y las mujeres siempre nos hemos tratado de tú a tú. No se lo que los padres, hermanos, hijos..etc, de otras familias han echo con sus mujeres, pero lamento que las hayan maltratado o que las hayan considerado inferiores a ellos, por injusto, por ser mentira y porque hay que ser muy canalla para menospreciar a miembros de tu misma sangre, tengan el sexo que tengan.

    Un saludo
     
    #5

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