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Vudú

Tema en 'Prosa: Ocultos, Góticos o misteriosos' comenzado por JimmyShibaru, 10 de Diciembre de 2024. Respuestas: 1 | Visitas: 149

  1. JimmyShibaru

    JimmyShibaru Poeta recién llegado

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    9 de Septiembre de 2024
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    La mañana se alzaba con un brillo engañosamente cálido sobre las calles del barrio francés, donde la modernidad de los rascacielos se asomaba tímidamente entre el caos organizado de los edificios históricos. Las fachadas desgastadas por el tiempo reflejaban secretos enterrados, y los letreros luminosos, apagados a esa hora temprana, parecían ser testigos de algún evento reciente, silencioso e invisible para el ojo común. El eco de unos pasos solitarios resonaba en el pavimento húmedo, mientras un leve aroma a humedad y bourbon flotaba en el aire.



    Daniel se rascaba la cabellera mientras caminaba, la falta de sueño se reflejaba en sus parpados, una pena incrustada en el alma. Una avalancha de pensamientos oscuros lo ahogaba. A lo lejos pudó visualizar la escena del crimen. Al acercarse, habló con uno de los policias.



    —Soy Daniel Dupont. —dijo estrechandole la mano al policia.



    —Hola señor Dupont, lamento lo de su hermana. —contestó el policia.



    —Ella era un faro en mi vida, sin el amor que me transmitia no se muy bien como seguir. —dijo tocandose los ojos como si le hubiera entrado arenilla. —¿se sabe quien es el asesino?



    El policia cambio su rostro a uno mas serio.



    —No se sabe todavía, pero no se preocupe que estamos buscando sin descanso.



    De pronto, una sensación apretó fuerte el pecho de Daniel.



    —No lo conseguireís, creo que esto puede estar relacionado con cosas muy turbias.



    —¿Cosas turbias? ¿A que se refiere? —arqueó la ceja desconfiado.



    —He tenido pesadillas y eran muy raras.



    —Entiendo, a lo mejor necesita ayuda con su estado emocional.



    —No, de momento no, pero gracias. —contestó seca y de forma rápida.



    Mientras se alejó del lugar, su mirada cayó al suelo. Justo allí, en frente de una puerta de madera, vio algo que lo hizo detenerse en seco: un ojo tallado en hueso y unos hilos rojos trenzados en espiral. A su lado, había un rastro de ceniza blanca que formaba un símbolo extraño, casi hipnótico. Una suave brisa cargada con el aroma de hierbas quemadas pareció salir de la rendija de la puerta, como si fuera una llamada, algo que tenía que atender, sin saber el motivo exacto. Al alzar la vista, vio un letrero que ponía: La puerta entre los dos mundos. Decidido entró al interior de la tienda.



    Esta estaba llena de estantes con muñecos vevés y amuletos de todo tipo. Al fondo de la tienda, un mostrador de madera. Mientras Daniel avanzaba hacia el fondo, su mirada se detuvo en los detalles de los amuletos y muñecos vevé. Cada uno parecía tener una historia propia, un propósito que escapaba a su entendimiento. Los ojos de las pequeñas figuras parecían seguirlo, llenando el aire con una sensación de vigilancia inquietante. Al llegar al mostrador, un suave ruido de pasos precedió la aparición de una mujer.

    Era ella, la sacerdotisa Marie Lavelle. Su figura emergió como un presagio de algo antiguo y poderoso. Vestía un largo traje blanco, cuyo tejido parecía capturar la luz tenue de las velas esparcidas por la estancia. Un cinturón dorado ceñía su cintura, brillando con un resplandor casi sobrenatural. En su cabeza llevaba un elaborado sombrero de tela blanca, que se alzaba con una elegancia que irradiaba autoridad. Pero lo que realmente capturó la atención de Daniel fueron sus uñas largas, impecablemente cuidadas y decoradas con símbolos que parecían moverse bajo el parpadeo de las llamas.

    —Daniel Dupont —dijo la mujer con una voz suave pero cargada de una gravedad que hizo eco en los huesos del hombre—. Sabía que vendrías.

    Él intentó hablar, pero las palabras se le atascaban en la garganta. Finalmente, sacó el ojo tallado en hueso que había encontrado frente a la puerta, el cual ahora sostenía con ambas manos.

    —Esto… lo encontré afuera. Creo que está relacionado con lo que le ocurrió a mi hermana —logró decir, con la voz entrecortada.

    La Mambo tomó el amuleto con delicadeza, sus largos dedos trazando los contornos del hueso mientras sus ojos, insondables, se clavaban en los de Daniel.

    —Por supuesto que está relacionado —respondió, con una leve sonrisa enigmática—. Lo dejé allí para ti.

    Daniel parpadeó, confundido.

    —¿Lo dejaste tú? ¿Por qué?

    —Porque sabía que necesitabas una señal para encontrarme. Este amuleto está ligado al espíritu de tu hermana. Su esencia me guió hasta ella, y ahora tú debes ser quien actúe. —La sacerdotisa hizo una pausa, sus uñas trazando símbolos en el aire, como si escribiera algo invisible entre ellos—. Tu hermana está atrapada entre los dos mundos.

    El corazón de Daniel se aceleró. Las palabras de la Mambo lo atravesaron como un rayo.

    —¿Qué tengo que hacer? —preguntó, la desesperación era evidente en su voz.

    La Mambo inclinó la cabeza, estudiándolo con detenimiento antes de responder:

    —Todo depende de tu voluntad para enfrentarte a lo que habita en las sombras. Pero debes saber algo: cruzar entre los mundos no es un viaje sencillo, y nunca regresas siendo el mismo.

    Con esas palabras, la sacerdotisa se giró, inició un ritual de hierbas, velas y recipientes oscuros de los estantes cercanos. Mientras lo hacía, Daniel sintió que el aire de la tienda se espesaba, como si algo más grande que él ya estuviera poniéndose en marcha. Ahora su papel en esta historia era un destino del que no podía escapar.



    Marie cerró los ojos con intensidad. Su cuerpo empezó a temblar por fuertes espasmos. Daniel la miraba con una mezcla de agobio y miedo. De pronto, paró en seco. Sus ojos se abrieron en blanco. La boca entre cerrada y un gruñido extraño salia de la garganta de la sacerdotisa. Era agonizante el espectaculo tanto sonoro como visual. Un quejido propio devolvió a Marie del trance.



    —He intentado… no ha habido suerte. —dijo Marie agotada entre respiraciones profundas.



    —¿Has intentado el qué?



    —Establecer conexión con tu hermana, pero un aura poderosa y oscura la envuelve.

    Ante el fracaso, volvio a casa. Se dirigió a la cocina, abrió la puerta de la nevera y sacó un yogurt natural. Se lo tomó con dificultades, casi no podia tragar por el nudo en su garganta. Luego fue a la salita y en el sofá dejó caer su cuerpo. Entre sudores, escalofrios y susurros inteligibles. El peso del cansancio lo arrastró, sumiéndolo en un abismo donde los sueños toman forma, pero nunca son benévolos.



    Allí estaba, en el suelo, Isabelle, llena de sangre por todo el cuerpo, unas manos ancianas tejian un muñeco vevé. Pequeño, de color marrón y con tela negra para los puntos de los ojos. Unos alfileres se clavaban en el pecho del muñeco y tambien en la cabeza.



    Los ladridos de los perros del vecino resonaron como un eco profundo, que lo arrancó a la realidad. Con largas gotas de sudor por su frente y una respiración muy acelerada se tocó la cara durante unos instantes. Las manos temblorosas. Las imágenes del muñeco y su hermana no se disipaban del todo, clavándose como una daga en su mente. El ritmo cardíaco empeoraba por momentos. Hasta que poco a poco la calma apareció, aunque el rostro de Daniel seguia mostrando un espanto que ni la calma conseguia borrar.



    A eso de las cuatro de la tarde, ya despejada la mente de Daniel. Se plantó en la comisaria, discutiendo con fervor crímenes parecidos que ultimamente estaban sucediendo. La incistencia continua era muy evidente como la frustación que se iba acumulando. Los policias que lo atendian estaban cada vez mas cansados. Las pistas eran vagas, pero alguien parecía estar haciendo rituales con los cuerpos, como un sacrificio vudú.



    Por lo cual era alguien desesperado y que utilizaba la magia negra para obtener poder. Las siguientes noches, estuvieron marcadas por pesadillas, en ellas Daniel veía a su hermana. Símbolos, amuletos y texturas de objetos que la rodean.



    Al día siguiente, con cara de un agotamiento por no dormir bien y un desgaste mental importante. Daniel habló con los policias:



    —Ha habido un nuevo asesinato, han dejado una pista.



    —¿Una pista? ¿Que es? —preguntó Daniel.



    —Un muñeco de esos que se utilizan en el vudú.



    Daniel corriendo y con la respiración agitada, atravesó la entrada de la tienda vudú. Marie lo observaba atenta. Cuando recuperó el aliento, se dirgió con paso firme hacia ella. Daniel sacó del bolsillo de la chaqueta una bolsa transparente que en su interior tenía el muñeco vudú.



    —¿Esto es tuyo? Dime la verdad.



    —La verdad siempre es relativa, querido Daniel, ese muñeco no es mio.



    —¿Entonces de quien es?



    —Dejamelo ver: tal vez te pueda decir algo más concreto.



    Daniel acercó la bolsa a Marie que la cogió y la abrió. Acarició el muñeco de forma suave y su mirada no se despegaba del objeto. Tras un largo silencio prosiguió:





    —Este muñeco me da mala espina. —dijo en un tono suave y algo tembloroso.



    —¿Porque? ¿Que has visionado?



    —Más bien, que he sentido, eso es lo que me ha dado escalofrios.



    —Dime ya que ocurre, por favor. —Daniel suspiró exhalando con profundidad, se tiró el pelo hacia atrás de la oreja. —necesito respuestas, Marie.



    Marie asintio brevemente con la cabeza.



    —Siento una magia oscura y muy poderosa que envuelve al muñeco.



    —¿El asesino es practicante?



    —Por lo visto eso es lo que parece.



    Aquella noche con los nervios a flor de piel, dio vueltas por todo el salon de su casa. Pensando en quien podria ser el asesino y porque utiliza magia negra. Entonces extrañas visiones de sombras alargadas aparecieron en cada rincón. Daniel intentaba evitar mirar, sin mucho éxito. Un dolor de barriga punzante atormento durante varios minutos a Daniel. A lo que dio paso a un dolor de cabeza insoportable. Al rato, todos esos síntomas desaparecieron, haciendose cada vez mas leves.



    Al día siguiente, sobre las nueve de la mañana, visitó la tienda vudú otra vez.



    —Estoy empeorando con las pesadillas. —dijo Daniel temblando con intensidad.



    —El sacerdote debe saber de tu existencia. —Marie se acarició la nuca con sus largas uñas.



    —¿Y que hago? No quiero volverme loco. —explicó Daniel con preocupación.



    —Haremos un ritual, deajme que lo prepare.



    Marie sacó de nuevo todo lo necesario para el ritual. Esta vez creando un circulo de sal alrededor de Daniel. Encendió un incienso con un aroma denso, casi sofocante. Daniel, sentado en el centro, miraba con temor las sombras que se proyectaban dado que las velas tenian una llama grande. Una sensacion de vacio en el pecho aumentó, haciendo que no pudiera cerrar los ojos del todo.



    —Esto limpiará tu espíritu y romperá cualquier enlace oscuro que hayan creado contigo —dijo Marie, mientras colocaba una muñeca de tela negra con alfileres dorados frente a él. Era la manera de canalizar las energias negativas.



    Marie comenzó a entonar un cántico en un idioma que Daniel no reconocía. El aire en la habitación parecía vibrar con cada palabra, como si algo más allá del mundo físico estuviera respondiendo. De pronto, una ráfaga de viento apagó las velas, dejando la habitación en penumbra. Daniel sintió un escalofrío que recorrió su espalda.



    —No está funcionando —susurró Marie con un tono de preocupación.



    Daniel notó que la muñeca frente a él comenzaba a humear, como si se quemara desde dentro. Al extender la mano para tocarla, Marie lo detuvo bruscamente.



    —¡No la toques! —gritó, mientras vertia agua bendita sobre la muñeca. La humareda cesó, pero un intenso olor a azufre quedó impregnado en el ambiente.



    —El enlace es demasiado fuerte. Esto no es magia negra común. Quien sea que te está haciendo esto es poderoso y sabe exactamente cómo romper nuestras defensas —dijo Marie, mirándolo con gravedad.



    Daniel sintió un nudo en el estómago. Antes de salir de la tienda, Marie le entregó un pequeño colgante en forma de ojo, hecho de hueso tallado.



    —Esto no te protegerá del todo, pero puede darte algo de ventaja. Solo recuerda: ellos temen a quienes no tienen miedo.



    Esa misma noche, Daniel regresó a su apartamento y revisó las notas que había recopilado. Fragmentos de nombres, lugares y rituales oscuros llenaban sus hojas. Todo apuntaba a una iglesia abandonada en las afueras de la ciudad, donde los rumores decían que un sacerdote practicaba rituales prohibidos.



    Con el colgante colgando de su cuello y una linterna en mano, Daniel se dirigió al lugar. La iglesia estaba en ruinas, cubierta de hiedra y rodeada por un silencio inquietante. Al entrar, lo recibió un murmullo distante, como un eco de voces. Las paredes estaban decoradas con símbolos extraños dibujados en sangre seca, y en el altar central, una figura encapuchada se movía lentamente, susurrando en una lengua antigua.



    Daniel se mantuvo en las sombras, observando al sacerdote encapuchado que parecía absorto en su ritual. El altar estaba cubierto con objetos perturbadores: cráneos de animales, velas negras chisporroteantes y un cuenco lleno de un líquido espeso y oscuro que despedía un hedor nauseabundo. Las palabras guturales que salían de los labios del sacerdote resonaban en la sala como si tuvieran vida propia, erizando el vello de los brazos de Daniel.

    Tomó una bocanada de aire para reunir valor y dio un paso adelante.

    —¡Detente! —su voz tembló, pero logró captar la atención del sacerdote, que giró lentamente hacia él.

    El rostro del hombre estaba parcialmente oculto bajo la capucha, pero sus ojos brillaban con un destello antinatural, como brasas encendidas.

    —Daniel... —dijo el sacerdote con una voz profunda y áspera—. Has venido a enfrentarte a lo que no puedes comprender. ¿Crees que puedes romper lo que ya está destinado?

    Daniel sintió un escalofrío por todo el cuerpo, pero se aferró al colgante que Marie le había dado. El sacerdote dio un paso hacia él, y con un movimiento de su mano, las sombras de la iglesia parecieron alargarse y cobrar vida. Brazos oscuros y espectrales emergieron de las paredes, tratando de atrapar a Daniel.

    —¡No! —gritó, retrocediendo mientras sacaba una botella de agua bendita de su mochila. La lanzó contra las sombras que se acercaban, y el líquido las desintegró con un siseo ensordecedor.

    El sacerdote soltó una carcajada seca.

    —¿Eso es todo lo que tienes? —se burló, alzando un bastón tallado con runas que comenzó a brillar intensamente.

    Daniel no respondió. En cambio, recordó las palabras de Marie: "Ellos temen a quienes no tienen miedo". Decidido, corrió hacia el sacerdote con todas sus fuerzas. La figura encapuchada levantó el bastón y lo golpeó contra el suelo, enviando una onda de energía que lanzó a Daniel hacia atrás, haciéndolo chocar contra un banco destartalado. El dolor le nubló la vista, pero se obligó a levantarse.

    El colgante en su cuello comenzó a calentarse, como si respondiera al peligro. Daniel lo agarró y lo arrancó, sosteniéndolo frente a él. El ojo tallado parecía latir con vida propia. Con un impulso desesperado, lanzó el colgante hacia el sacerdote.

    El colgante atravesó el aire y chocó contra el bastón del sacerdote. Una explosión de luz cegadora iluminó la iglesia. El sacerdote gritó en una mezcla de furia y dolor, mientras la energía que había estado manipulando se volvía contra él. Las sombras que antes obedecían sus órdenes comenzaron a desgarrarlo.

    Daniel cayó de rodillas, cubriéndose los ojos mientras la luz se desvanecía. Cuando se atrevió a mirar, el sacerdote estaba tirado en el suelo, jadeando débilmente. Su rostro, ahora visible, era el de un hombre anciano, demacrado y lleno de cicatrices.

    —Esto... no termina aquí... —susurró el sacerdote antes de desvanecerse en una nube de humo negro.

    Daniel se quedó ahí, respirando con dificultad, mientras el silencio regresaba a la iglesia. Había ganado esta batalla. El rostro de su hermana apareció en su mente, junto con el dolor de haberla perdido en circunstancias tan crueles. Todo ese sufrimiento, las noches sin dormir, las pesadillas que lo atormentaban… Todo había sido obra de aquel hombre que ahora ya no existía. Aunque había hecho justicia, no sentía alivio. Solo vacío.

    Días después, volvió a la tienda de Marie. La mujer, siempre serena, lo recibió con una mezcla de orgullo y preocupación.

    —Hiciste lo que tenías que hacer, Daniel. Pero estas heridas… —le dijo mientras encendía una vela blanca en su honor—, no sanarán de la noche a la mañana.

    Él asintió, sabiendo que tenía razón. Las noches que siguieron fueron difíciles. Las pesadillas no se habían ido del todo, pero eran diferentes. Ya no veía el rostro de su hermana pidiendo ayuda, ni las sombras asfixiándolo. Ahora soñaba con el sacerdote, con sus ojos de fuego y su risa burlona, como si su presencia aún lo acechara desde algún rincón oscuro del mundo.

    Sin embargo, había algo que hacía la diferencia: podía despertar. Podía levantarse de la cama, caminar por la ciudad, volver al trabajo. Las pequeñas cosas que antes parecían imposibles ahora eran alcanzables. Incluso sonreía de vez en cuando, aunque no por mucho tiempo.

    Marie lo ayudó en el proceso. Cada semana visitaba la tienda, donde ella le ofrecía un té calmante y lo escuchaba. No era solo una curandera; se había convertido en su confidente.

    —Lo que llevas dentro no desaparecerá, pero eso no significa que no puedas vivir con ello —le dijo una tarde, mientras encendía otro incienso para armonizar el ambiente—. Tu hermana estaría orgullosa de lo que has hecho.

    Esas palabras lo marcaron. Con el tiempo, Daniel comenzó a aceptar la nueva normalidad de su vida. Las noches seguían siendo difíciles, pero podía manejarlas. A veces, incluso se sorprendía a sí mismo disfrutando de un café o una conversación trivial con algún vecino. No era una vida perfecta, pero era una vida, y eso era más de lo que había tenido en mucho tiempo.

    Una noche, mientras cerraba la ventana de su habitación, miró hacia el cielo estrellado y murmuró:

    —Esto fue por ti, hermana. Espero que ahora descanses en paz.

    Y en ese momento, aunque fuera por un instante, sintió algo parecido a la calma.
     
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  2. Alde

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    Un relato elocuente que transmite transparencia.

    Saludos
     
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