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Y si fuese porque...

Tema en 'Prosa: Generales' comenzado por Engel, 17 de Noviembre de 2012. Respuestas: 14 | Visitas: 2301

  1. Engel

    Engel SOÑADOR TOCANDO CON LOS PIES EN TIERRA

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    Si no fuese porque estoy a este lado de los recuerdos ya estaría más allá del fondo. Notar sus punzadas tan peculiares, solo hace aumentar mis sospechas de que sigo vivo. Al otro lado alguien está dando golpes a la puerta, pero... ¿No estábamos todos aquí?
    Mejor vivir más allá de ambos lados, más allá de ningún sitio en concreto, ni a la derecha ni a la izquierda, simplemente más allá, en el camino hacia uno mismo.

    Y si fuese porque... he nacido en este pueblo y me he criado en él.


    Mañana partiré para la ciudad, nunca antes he salido para no volver. La tarde anterior apoyé la frente sobre el cristal. La ventana asoma al huerto donde se encuentran reparando una destartalada bicicleta, Emilio y Javier. Me gusta observar a mis hermanos enfrascados en medio de una tarea. También contemplar el cielo, las nubes, y por encima de ellas los aviones a reacción que cruzan en apenas seis segundos cronometrados al azar, la estrecha franja que se divisa entre el alero del tejado y las uralitas de la cochera. Al otro extremo de huerto el espectáculo generalmente es siempre idéntico, me refiero a mis hermanos.
    _ ¡Ay, no me lo puedo creer! - ¿Se están pegando? por Dios, otra vez. Doy unos golpes en el cristal tratando de llamar la atención sobre Emilio. Cuando pongo el careto habitual de mala leche sin mover un músculo, entiende a la primera. Emilio se quitó la visera oscura, la guardó en el bolsillo interior de la chaqueta, se quitó la chaqueta y la colgó sobre el poste en el tendedero de mamá, lo que me llevó a suponer que tendría que salir para poner orden o la bici no se repararía.
    _ ¡Caray, Emilio! ¿Así te portarás cuando yo no esté? Me acerqué a él, parecía abatido. Al aproximarme a su cara, reconocí los ojos inyectados en sangre, advertí que estaba esperando el momento. Si él hubiera podido hablar hubiese sido brusco, unas lágrimas resbalando por sus mejillas parecía que se lo impedían. Desde muy niños jamás nos hemos ignorado, compartimos hasta los pensamientos más íntimos. Conversamos a menudo, más bien él habla casi siempre y yo escucho, a veces sonrío y eso basta. Nos une un hilo indestructible y la mirada, esa tarde, especialmente transparente para mí, lloraba mi partida.

    Y si fuese porque... vivíamos en el barrio de las casas bajas.

    Llamadas así por tener una única planta. Fachada blanca, tejado rojo con pequeño huerto adosado a un lateral, todas iguales por fuera, un universo distinto en cada una de ellas por dentro. La casa de mi vecino Gerardo me gusta en particular, especialmente el hermoso cerezo plantado en medio del jardín. La casa de mis padres vive, bosteza, la oigo suspirar todas las noches. Sus gruesas paredes de piedra permanecen siempre frescas, incluso cuando a pleno mediodía el sol silencia hasta los pájaros que picotean las cerezas del vecino. ¡Por Dios! qué verano aquel, se fundía hasta el asfalto.
    En ocasiones, cuando me siento especialmente melancólico reconozco en las paredes como un corazón que late. ¿Será el mío? ¿Será el de la casa? Poco importaba por aquel entonces, mientras me transmitiera seguridad. El pasillo es como un largo túnel frío y oscuro, permite el acceso al dormitorio de mis padres y al cuarto de los chicos. Cuatro varones compartiendo dos camas. Al fondo, directo a la cocina-comedor, todo en uno, apropiado para familias numerosas. Al final del pasillo a la derecha se encuentra en el techo una pequeña entrada que lleva a una especie de buhardilla. Lugar que mi padre frecuentaba en contadas ocasiones, yo tampoco subía a menudo. Tenía miedo, sospechaba que los murciélagos dormían cabeza abajo colgados de las vigas de madera, al menos eso decía Trampas, juraba que los había visto en su buhardilla, de todos modos, prefería seguir sin saberlo. Enrique, nombre de pila de Trampas es, y perdón por la franqueza, algo corto y verdaderamente gilipollas. De él deduje que ser gilipollas es como estar colocado todo el santo día, no te enteras de nada. El tiempo demostró que tenía razón.

    Y si fuese porque... recuerdo el muro alto que cerraba el jardín de un vecino próximo.


    Su cima estaba recubierta por cascos de vidrio de diversos colores pegados con arena y cemento. ¡Cáspitas! parecían dientes afilados de tiburón. Pero aquel maléfico invento del carajo no impedía que, de vez en cuando, la pandilla saltásemos para hacernos con los deliciosos melocotones o las apetecibles peras blanquillas, como las denominaba su propietario, el señor Lorenzo. Colocábamos una tabla en el muro, después de un salto no exento de peligro ¡zass! caíamos al otro lado, tarea demasiado arriesgada para tan escaso botín, sospecho que lo hacíamos para probar el riesgo más que por la dichosa fruta.
    Suelo pensar en esta casa como si fuera un viejo recuerdo que ya no existiera. Al mirar hacia afuera por la ventana, no resulta difícil adivinar la orilla del río donde jugábamos la mayor parte del día, reconozco que no me entusiasmaba mirar hacia dentro. Recuerdo despertarme asustado con el corazón lleno de angustia. Creo que aquella época era una premonición que nunca se ha confirmado, Dios lo quiera así, sea como fuere, ya no me aflige.

    Y si fuese porque... al despertar se llamaba Margarita.


    Once años, alta para su edad, morena, delgada, muy blanca, tono lechoso como se dice en el norte. Antes de acudir al colegio ya la temía. Digo al despertar, porque era el momento del día en el que más me acordaba de ella. Por las tardes a la salida del colegio cuando me reunía con la pandilla desaparecía de mi mente como por arte de magia. A la hora del recreo era otra cosa, al verla perdía el habla.
    Le pasé, palpitando de desazón, un papelito doblado por la mitad donde Pedrito había escrito en mi nombre… “Para Margarita: me gustas.” Desde mi punto de vista, el intelectual, mi compañero de pupitre, gastaba una caligrafía de lujo que comparada con mi letra de zurdo atravesado, parecía por sí misma un regalo. Ella lo extendió con la punta de sus deditos y al echarle la vista encima fue incapaz de contener la risa. ¿Eres…tonto?
    Me sentí desfallecer. Once años, nunca antes había jugado en el recreo con una niña y mucho menos con Margarita. A veces cuando guardábamos cola para recoger la botellita de leche repartida gratuitamente por el Régimen (Dictadura de Franco), con cierto disimulo me acercaba para observarla detenidamente sin que se diera cuenta; o yo era muy bueno disimulando o ella jamás supo de mi existencia, pero ese día en concreto Margarita me llevó de la mano por un laberinto de pasillos. Cuando pude darme cuenta estábamos ante la puerta de su clase, entonces ella levantó los brazos sin dejar de sonreír, fue como un relámpago, como una revelación, la vi más hermosa que nunca, entró en el aula y desapareció. Viví aquel exacto instante mil veces, ella nunca lo supo.

    Y si fuese porque... recuerdo aquella ocasión.

    Don Agustín, nuestro tutor en clase de tercero, comentaba que festejaba un nuevo cumpleaños y trató de transmitirnos su sentir. ¿Cómo se encuentra, señor maestro? preguntó Francisco, otro gilipollas por cierto, hijo del mismísimo director del colegio. Don Agustín sonrío atónito y dijo a la clase: “No lo sé muy bien chicos, ha pasado todo demasiado rápido”. Se refería a sus sesenta años de vida, fue como si estuviera hablando de un desastre, de algo que se estuviese desmoronando por minutos. “Niños, ahora estáis en vuestros pupitres, si cerráis los ojos al abrirlos estarán vuestros hijos ahí sentados, así es como me siento”. Le entendí perfectamente, por extraño que parezca.

    Y si fuese porque... es casi de noche.

    Está esperándome agachado junto al muro que separa las piscinas municipales de la orilla del río. Abre la mano derecha, veo que está llena de una luz verde como encantada que rápidamente se dispersa en la oscuridad. “Son luciérnagas”, murmuró.
    El río suena al otro lado del muro y detrás de Emilio brota la vegetación espesa. Casi dos metros de rocas canteadas y oscuras. Escaló hasta la parte superior de las piedras apenas, sin esfuerzo, permaneció un momento en equilibrio para saltar instantes después al otro lado.
    ¡Córcholis! a mí me costó un poco más trepar, mis piernas no eran tan largas y estaba un poco más rellenito. Instantes después salté ¡Zas!, en medio del fango. – Por Dios ¿Qué es ésto?, él no respondió. Estaba de espaldas a mí, ¡calla! no hagas ruido gritó avanzando por las aguas hasta desaparecer en la oscuridad. Desde mi puesto de vigía sentado en una piedra pude divisarlo, instantes después en la otra orilla, agachado entre la corriente, hurgando entre las piedras del fondo. Ya estaba otra vez el pesadito detrás de las truchas. “Si oyes algo me avisas”, atontado susurró en voz baja. Seguí agachado largo tiempo sentado en una piedra húmeda. Un surco de hormigas que pastaban entre los dedos de mis pies comenzaron a subir en fila india hacia mis rodillas, cuando escuché el crujir de las ramas avisándome que algo se acerca a toda leche. ¡Por Dios! Un segundo después, en medio de un sobresalto tremendo, sentí en la mejilla su humedad, me pasó la lengua por la cara, emergió de entre las sombras, justo enfrente de mí. ¡La madre que lo parió!, qué susto. Un perro perdiguero, flaco como una escoba, casi logra provocarme un infarto.
    “Tranquilo, no pasa nada, se trata de un maldito chucho, todo controlado”, susurré desde la orilla. Después que el perro se alejara cojeando un poco, todo volvió a quedar en silencio. Al cabo de unos minutos vi a un señor junto al muro abrazando al perdiguero, fue cuando comenzaron a temblarme las canillas ¡La hostia! seguro que es el guarda, pensé.
    Me miraban los dos como un único ser. Les di la espalda pero seguí sintiendo como si alguna cosa oscura me golpease por detrás, la mirada del perro y el dueño, seguro. - ¿Y éste tío qué hace aquí? pensé yo.- El episodio hizo que recordase a mi padre y me olvidara por completo de las truchas.
    El pasado suele ser estable, siempre está ahí, bueno o malo, tierno o cruel y ahí se quedará para siempre. Esa tarde a pesar del susto (el sujeto no era el guarda) resultó bella, tres truchas deliciosas para cenar. El pescador furtivo, tiritando de frío, sonreía, mientras yo le contaba que las había pasado canutas. La próxima vez, vigilas tú, suspiré y dije, seriamente. Emilio, con el torso descubierto y húmedo tenía la piel iluminada y sus bonitos ojos llenos de luz, entonces vi la cara de un hermano.

    Y si fuese porque... tenía que salir de la duda.

    ¿Sería posible resucitar una lagartija si moría ahogada?
    Lo decía mi vecino Gerardo, el mismo que pocos meses después me dejó a la deriva abandonado a mi suerte río abajo. Decía el cretino que hay que sacar la lagartija del agua, cubrirla de ceniza y posarla al sol durante un buen rato, al cabo de algún tiempo la lagartija empezará a recobrar la vida, primero estará atontada, no sabrá qué hacer, decía. Moverá cada pata como si no estuviera segura de que son suyas, pero enseguida entenderá que ha vuelto a la vida y saldrá corriendo. A mis diez años me entusiasmaba la mera posibilidad de que eso fuera cierto. Ese día de verano me dediqué toda la mañana a perseguir lagartijas. Nunca había sido bueno cazándolas a mano, lo reconozco, se me daba mejor la media distancia, tirachinas apuntar y ¡zas!! cañonazo. Aquel día la primera quedó inservible, había muerto por aplastamiento y ahogarla después de haberla reventado contra la pared, no era un buen plan.
    Comencé a desesperar, a pesar de ir dejando un rastro de pequeñas hormigas en el suelo, las lagartijas que se acercaban eran bólidos contra lo que nada podían hacer mis lentas manos. Especulé que si lograba atontar alguna con un palo sin llegar a matarla, podría cazarla para luego echarla al agua cerca de la orilla, moriría a medias por el golpe y a medias por ahogamiento pero quizá en ella sí valdría lo de cubrirla de ceniza y posarla al sol. No hubo forma, con el palo, imposible, decidí que lo mejor era esperar cerca de la entrada para cuando saliera del agujero abalanzarme como un tigre sobre ella. Aún no tenía todo el cuerpo fuera de la salida cuando me tiré sobre la condenada y por fin, cacé una lagartija viva con mis manos. La sentía en el interior de mi mano cerrada, con más miedo que otra cosa corrí hacia la orilla del río para lanzarla lo más pronto posible, no sea que la puñetera fuese a morderme. Me cruzó por un momento la duda, si estaba viva y la lanzaba, tal vez tuviera tiempo de reaccionar antes de que su cuerpo entrara en contacto con el agua y podría escapar, de modo que sumergí la mano cerrada en el agua y solo entonces la abrí; enseguida subió a la superficie el cuerpo de la lagartija, comenzó a patalear luchando desesperadamente por seguir viva pero nada podía hacer por mantenerse a flote, en cuanto las fuerzas empezaron a fallarle se ahogó. La dejé un buen rato flotando para asegurarme de que no estaba tratando de engañarme, no sea que flotara porque estaba haciéndose la muerta. Por fortuna para el experimento, sabía el lugar donde mi padre guardaba su cajetilla de celtas y le distraje un cigarrillo. Aspiré como un enano sin darle mayor importancia al mareo que estaba experimentando, obtuve la ceniza suficiente como para cubrir la lagartija y la trasladé a una piedra donde pegaba el sol, la cubrí cuidadosamente con la ceniza y me senté a esperar a que se me pasara el mareo del cigarrillo. El desdichado reptil no se movió de donde estaba. Gerardo era un mentiroso, me había obligado a matar una lagartija solo para tomarme el pelo. Bueno, él tenía cuatro años más que yo. En todo caso yo perdí el miedo a cazar lagartijas con la mano, ahora me pregunto si Gerardo empezó a fumar cazando lagartijas.

    Y si fuese porque...


    Llueven gruesas gotas de infancia, empujadas por un fuerte viento de nostalgia se lanzan contra los cristales. Siempre que viene esta lluvia recuerdo la casa de mi abuela materna. Abuelita Carmen vivía en el barrio de las Eras, íbamos allí a pasar las vacaciones. A mis nueve años era como visitar el paraíso, pasaba el día entero con mis tíos, jugábamos a indios y vaqueros con arpones y lanzas que mi tío Chucho fabricaba, incluso con una escopeta de aire comprimido. Como iba diciendo, cuando veo llover así, me acuerdo del gallo enano siempre picoteando al borde de la carretera justo a la salida del corral, ¡plasf!, (hasta que tiñó con su sangre el asfalto); recuerdo las tortitas dulces recién sacadas del horno, nunca he comido otras como aquellas. Esa parte de mi infancia está llena de buenos sabores. Esa infancia huele bien.
    Recuerdo despertar en medio de la noche con unas ganas terribles de hacer pis, cierro los ojos tratando de engañarme, no quiero salir al patio, eso sí que era duro. A quién se le ocurre, qué mente cuadrada pensaría en construir el baño en el corral, fuera de la casa ¿Sería a mi abuelo? Si me lo hago en la cama la abuela me mata. Por fin me decido, medio aturdido me detengo en el primer peldaño de la entrada, la oscuridad lo cubre todo y al instante siguiente se transforma en algo ansioso y múltiple, imposible salir fuera y arriesgarse. La cancilla verde del pequeño chabolito, más que la puerta del servicio, parece el acceso al mismísimo infierno, pues nada, no queda otra, apuntar con atino hacia el pozo desde el mismo descanso de la entrada y a la cama de nuevo. Luego me dormía y soñaba con los churros que hacía mi abuela para el desayuno, y cuando despertaba estaba ahí, en la cocina, en medio del humo, no distinguía si dormía, soñaba o entraba dentro de mis sueños.

    Y si fuese porque... tal vez, solo seamos felices, verdaderamente felices cuando somos niños.


    Porque solo cuando somos niños habitamos en ese tiempo en el que todas las cosas durarán para siempre. En aquel bosquecillo de hayas centenarias fuimos felices para siempre jamás. Allí se quedaron para la eternidad nuestras risas, saltos, peleas, cazas furtivas y los chapuzones en el agua helada. Durante ese verano, mientras intentábamos construir una cabaña entre las ramas, seguramente fuimos felices.
    Cómo disfrutábamos a orillas de aquel riachuelo de aguas cristalinas, que por cierto, era tan humilde que no tenía nombre. A nosotros más que un riachuelo nos parecía un río. Discurre alegremente a lo largo del bosque entre raíces de hayas, rocas y prados. Acudíamos a su llamada para refrescarnos, capturar renacuajos y para flotar improvisadas carreras de barcos con una corteza, una lata o una botella. Fuimos felices para siempre jamás, persiguiendo lagartos o cazando alguna desafortunada culebra.
    Jugando al escondite entre la hierba una de aquellas largas tardes topé de bruces con unos pequeños ojos de vidrio ¡Qué mirada asesina! me quedé en pleno éxtasis. Cabeza triangular, quieta, esperando algún descuidado bichito que se posara en sus dominios, entonces pienso que empezó a envenenarme. A pesar de que me temblaban las manos se apoderó de mí un deseo irrefrenable de dar caza a esa especie culebra, hubiese jurado que era una serpiente, logré acorralarla entre unas rocas y la hice prisionera bajo mi pie. No debía presionar en exceso la necesitaba viva. Todos los días no se da caza a una serpiente, eso daba mucho crédito, fardaba de verdad. Serpenteaba intentando enroscarse en el playero, no tenía a mi alcance otra forma de inmovilizarla. Yo mismo decidía, o los pies o las manos, estaba claro que las manos no iban a ser. Al cabo de unos minutos di con la solución para el transporte ¡Claro! si la tenía en frente de mis ojos, cómo no se me había ocurrido antes, estaba en la playera derecha, mi pie libre. Me hice con el cordón, fabriqué una especie de lazo, con cuidado y mucho miedo logré colocárselo de collar, ajustarlo un poco y listo. Menudo cachondeo cuando los colegas me vieron aparecer paseando aquel desdichado reptil como si fuese un perrito.

    Y si fuese porque... existen lugares mágicos.


    Lugares que te transportan a otras épocas, a tiempos felices. Lugares que te hacen soñar y encontrarse de nuevo con uno mismo. Lugares puros donde el agua está siempre clara y corre libre. Lugares donde se escucha el eco de aquellas risas alegres y el tiempo no tiene prisa. Lugares donde siempre has sabido que regresarías. Lugares que siempre estarán ahí esperándote porque quieren que vuelvas.




    OBRA FINALIZADA
     
    #1
    Última modificación: 18 de Noviembre de 2012
  2. Mamen

    Mamen ADMINISTRADORA Miembro del Equipo ADMINISTRADORA Miembro del JURADO DE LA MUSA

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    Bellos momentos nos regalas en tu obra,
    mientras iba leyendo me he imaginado las situaciones,
    que nos cuentas en tu historia, momentos de esa vida que quedó atrás,
    de esa niñez y juventud, que siempre será bonito recordar...
    Un placer haber pasado, un beso.
     
    #2
  3. ropittella

    ropittella Poeta veterana en el Portal

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    "Lugares que te transportan a otras épocas, a tiempos felices. Lugares que te hacen soñar y encontrarse de nuevo con uno mismo. Lugares puros donde el agua está siempre clara y corre libre. Lugares donde se escucha el eco de aquellas risas alegres y el tiempo no tiene prisa. Lugares donde siempre has sabido que regresarías. Lugares que siempre estarán ahí esperándote porque quieren que vuelvas."
    Excelente. De principio a fin. Un motivo siempre abierto para leerte. Abrabesos
     
    #3
  4. Engel

    Engel SOÑADOR TOCANDO CON LOS PIES EN TIERRA

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    Gracias querida amiga por pasar y dejar tu cálida huella.
    Siempre agradecido, te dejo un fuerte abrazo con mis mejores deseos para ti.
     
    #4
  5. Engel

    Engel SOÑADOR TOCANDO CON LOS PIES EN TIERRA

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    Saludos, ropittella. Gracias por el generoso comentario.
    Fuerte abrazo, poeta. Besos para ti.
     
    #5
  6. MP

    MP Tempus fugit Miembro del Equipo ADMINISTRADORA

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    .

    Yo también lo entiendo, incluso he escrito sobre ello.
    Quizás tu relato pretende deterner un poco esa velocidad vertiginosa de la vida... volver a tu época de escolar, a esos años en que vivir era solo un juego más...

    Me ha gustado.

    JULIA
     
    #6
  7. Antonio

    Antonio Moderador ENSEÑANTE/asesor en Foro poética clásica Miembro del Equipo Moderadores Moderador enseñante

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    Bueno, aunque no estoy de acuerdo en la frase hecha de "Cualquier tiempo pasado fue mejor" debo decir que hay veces que no vendría mal esos tiempos despreocupados, para quitarnos algo el estrés.
    Buen relato nos dejas con esas gotas de añoranza que le dan una fruida lectura.
    Saludos cordiales.
     
    #7
  8. Engel

    Engel SOÑADOR TOCANDO CON LOS PIES EN TIERRA

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    Saludos, Julia. Gracias por dejar testimonio de tu paso. Me encantaría leer lo que has escrito sobre el tema.

    Un abrazo.
     
    #8
  9. Engel

    Engel SOÑADOR TOCANDO CON LOS PIES EN TIERRA

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    Saludos cordiales, Antonio. Gracias por tomarte tiempo en comentar.
    Un abrazo.
     
    #9
  10. Bolìvar Alava Mayorga

    Bolìvar Alava Mayorga Exp..

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    La memoria es el mejor computador humano que pueda existir, se pueden perder libros, fotos, familia, amigos, o cambiar las ciudades o caminos mediante el progreso, mas la memoria mantendrà esos recuerdos ubicados en el "Hipocampo" del cerebro... en las ambivalencias del comportamiento humano, el ser puede vivier en varios sitios a la vez, si trasladamos nuestros pensamientos, en busca de una palabra, una idea, retrocedemos el tiempo en un instante, a veces para llenarnos de nostalgias y tristezas, o sonreir espontànemente ante la libertad de demostrar nuestra alegrìa, o razonar profundamente ante aquel consejo, que puede guiar nuestro caminar en el bienestar del destino... para recontar a nuestros hijos o nietos las aventuras vividas... mas como soy complicado conmigo mismo, me pregunto (?), què sucede con el mal de Anzahimer, enfermedad que borra nuestro pensar, nuestra memoria y recuerdos (?), o cuando sucede un accidente y se pierde la memoria estando en la juventud de la vida; o cuando por el dolor de un amor fallido obligamos a la memoria a olvidar ese episodio que nos causa dolor (?) o cuando despertamos de un estado de coma mental, y se vuelve a conocer el renacer de la memoria... es por eso que debemos de leer, recordar, escribir y hablar, asì, la memoria habrà cumplido esos ciclos, que està presente eternamente en el ser humano, que nos diferencias de las otras especies que tambièn tienen sus memorias màs guiados por sus instintos en el reecuerdo bueno o malos que le abremos hecho, como nuestro amigo de siempre el perro, o el que no olvida jamàs como el elefante... he recreado mi memoria leyendo tus memorias, te saludo Afro-Toasa.
     
    #10
  11. Engel

    Engel SOÑADOR TOCANDO CON LOS PIES EN TIERRA

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    Considero interesante tu disertación a cerca del tema que nos ocupa. Gracias por tu presencia estimado amigo, seguiremos forjándonos memoria mutuamente.

    Fuerte abrazo, Bolivar.
     
    #11
  12. ROSA

    ROSA Invitado

    Me veo identificada a tu escrito, suelo escribir sobre sobre mi niñez y de mi vida pasada. Es un gran escrito. Un placer pasar por tus letras. ABRAZOS
     
    #12
  13. Engel

    Engel SOÑADOR TOCANDO CON LOS PIES EN TIERRA

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    Buenos días Rosa, gracias por dejar constancia de tu visita.
    Abrazos.
     
    #13
  14. Ro Bassetti

    Ro Bassetti Invitado

    Muy bueno, gustó-gustó! He dejado pueblos y recuerdos, y la verdad sólo hay un lugar donde las cosas son como antes; en nuestra memoria emotiva.

    Como dice Chavela Vargas: "Uno vuelve siempre a los viejos sitios donde amó la vida. Y entonces comprende como están de ausentes las cosas queridas"

    Eso es lo lindo de escribir, que vuelves al estático ideal eterno, dentro de una realidad dinámica. Por supuesto, con unos toques de barniz y otros toques de arcoíris los vuelves un relato magnifico como éste!

    Un placer haberte leído!

    PD: Cuidado con el solo (de soledad) y el sólo (de sólamente) en las narrativas con personajes y diálogos se hace necesario para el lector.

    Saludos!
     
    #14
    Última modificación por un moderador: 23 de Noviembre de 2012
  15. Engel

    Engel SOÑADOR TOCANDO CON LOS PIES EN TIERRA

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    Saludos, Rocío. Encantado de contar con tu presencia y apreciaciones.
    Fuerte abrazo y mil gracias.
     
    #15

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