Yo soy todo

La única falta de respeto que atiene al jurado de dimitir con el coraje correcto es apartar la nube blanca del cielo como las flores mueren en el aliento, sacudiendo alas con mesuras poco poéticas.

Los libros que convergen en rima y canto mediante el olor puro de las hojas, van cayendo como los arboles en la frontera solar, acudiendo a la enredadera de los signos astrales o bloques de hielo que poco a poco se meten dentro del agua, saliendo cuando es pura cinética, pura agua que admite el olor de las ondas del sol, achatando las columnas como arboles de respuestas. La única mancha corporal que admite que hemos puesto al rebaño por abrazos cortos que perméan la luz de nuestro sable a los montes más sonoros es escuchada por el mejor final.

Los arboles rompen la mayoría de las siluetas, que con el otoño ponen a juramento propio, a quitar del cielo, de los cielos, de todos los cielos, los animales nocturnos que soplan contra la pobreza, los ríos malditos, o los pensadores. Cayendo con más hermosos labios que el del pobre que ve la velocidad como comida, o la noche con hoyos cortos, que van de arriba hacia abajo; veo como los oyentes van atestiguando que lo mortal es dominado o las cabezas son más duras. ¿Quién quiere que la sonrisa salga valerosa con tan poco afinamiento?.

Solo tres mandos bloquean la estrella nocturna, el repetitivo, el colapso o la noche y como es de saber, los únicos ojos que traen de la edad al joven son los negros, inextinguible es el colapso de los ojos en tan repetida noche, como la forma del estomago contra la pared haciendo viejo el vino o contrayendo contra el humor su poca esperanza. Dicho así el verdadero es el negro, como la sangre lo pinta.