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Viendo entradas en la categoría: Poesía surrealista-. - Página 2

  • BEN.
    Con la grasienta cópula

    la viril inmovilidad removida

    los instintos domeñados

    la clandestina absorción

    el delito impunemente corregido

    la materia vergonzante idealizada

    el tamaño exigente de algunas paupérrimas ramas

    los órganos enraizados y las pupilas ardidas

    como brasas. Así los brazos

    sostienen el puño como un corazón disecado.

    Como el enésimo golpe de un futuro disuelto.

    O como la potencia del agua al estancarse la presa.

    Con esa sequía incierta de lo materialmente virgen,

    las vestales enardecidas mostrando sus atributos angélicos,

    las huestes realistas convulsionando tras los baños esporádicos.

    Me golpeas con tu rama de amplia envergadura

    los líquenes afean mi estatua de perfecto perfil

    mis abrazos son la risa que espera en el anfiteatro

    conceder una tregua a la tragedia acometida.

    Siento un músculo tensarse

    es como el arma de un muro en su distancia

    de edificio hermético, cerrado,

    cerrarse transmite un hueco de pura galaxia

    y los niños saben ya sacudirse los astros que anidan

    en su vientre.

    Yo sigo en el paseo sigo en el vientre

    la ballesta contumaz asume el golpe

    tengo la herradura próxima al lenguaje

    y la brutalidad inherente a la falacia

    me conmueve siendo maníaco desertor.

    Con lo que quiero con lo que deseo

    con la floración incesante de pequeños guantes de niño

    de niña de criatura feliz y arrogante de crepitante músculo

    asiduo, de arma naciente en los labios y de albas matemáticas

    ondulando la locura.
  • BEN.
    Reivindico ante todo el fuego más oculto

    la tiniebla insurgente de los cráneos coléricos.

    La temibles rodillas de usureros contrariados

    por la inútil inutilidad de la moneda ante un muerto

    que escupe fuego y habla con la cara redonda

    de espanto. Exalto la materia más gozosa, la que compone

    mis pies; únicamente su crujido me parece hermoso.

    Y a esas familias cotidianas que anidan en su palacio invernal,

    les digo, mirad, soy poeta, poeta ebrio de honestidad y desesperación.

    Mis cavidades corpóreas asisten al parto

    de lo legítimo, no sólo de lo bellamente esporádico

    y de lo útil, no sólo de los labios que no han sufrido

    el zarpazo interior de un amor descoyuntado.

    Reivindico la fuerza y el brazo, la femenina placenta

    y el cuerpo desarrollado. También

    las lágrimas y el obeso anillo que reúne grasas y llantos.

    Reivindico lo oculto y lo ciego, y lo instintivo.







    ©
  • BEN.
    Son rostros que van dejando atrás

    lágrimas, enfoques, tristezas esparcidas

    por pozos insondables de aguas frías

    y quietas. Son insomnes peces cuyas

    escamas perciben la gélida atmósfera:

    trituradas espinas, rancios esqueletos,

    racimos impresionistas de bodegones

    antiguos. Todo, se deja llevar hacia su fin.

    Razones que fueron todo y ahora son nada,

    lágrimas envueltas en amonestaciones diversas,

    no intentes esto, no lo hagas, rectificaciones

    acumuladas que conquistan espacio y peso

    en el cuerpo. Demolidas las expansiones hermosas,

    de antes de los detalles higiénicos,

    de las cinturas abandonadamente ágiles y elásticas.



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  • BEN.
    Es febril en su anarquía.

    Tristes, los gatos meriendan valentía.

    La agonía pretendida salió de sus zarpas

    como un dolmen o una odalisca.

    Tristes, los ánades fabrican melancolía.

    A altas horas de la madrugada, un cansancio

    de ideas visita los hornos preferidos de las panaderías.

    Tristes, los gatos emulan su cuello impávido, de cisne.

    Las merendolas, los altos chopos altivos, de la ribera

    y de los ríos que flotan, con sus aguas protegidas.

    Tristes, los gatos lloran su próspera mancebía.

    Las algarabías y los pescuezos rumiantes

    celebran su aproximación a la inmortalidad.

    Un cesto de insectos produce la eternidad de una mosca.

    El sensato oligarca transmuta los peces en ríos fluviales.

    Bajo palio se esconden los rosáceos animales vertebrados.

    Tristes, los gallos aúllan tras el graznido del último lagarto.

    Las consejeras del alba, apoyan los latidos con grandes alharacas.

    Laúdes herméticos forman arrecifes de recuerdos y memorias.

    Lúgubres matemáticos asesinan la última posibilidad de los idiomas.

    Ahora, los poetas comen del imperio, hay un paseo por las rondas

    con macetas de cansancio.

    Antes, había muros con polvo blancuzco orinado con leche de galaxias.

    Tristes mármoles inundan los armarios con sus muslos y esqueletos de sangre.

    Dormitan a la orilla, patos grávidos de atmósferas ideales.

    Tristes, las aves mueren para que sus madres les den trocitos de cuarzo y ron.





    (Algunos cadáveres murmuran muerte para los urogallos.

    La saliva que gastan en meditar junto a la eterna calavera,

    les da para dar limosna o propina.

    Alguien tan esbelta como usted, no debería pisar

    una sola hoja de hierba.

    Las tráqueas están para ser solicitadas por correo)



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  • BEN.
    Rey de la angustia,

    tu infierno no será en balde,

    crepitarán junto a tus alas muertas,

    derribadas ansías invencibles,

    crepúsculos vívidos de razones desprestigiadas,

    operaciones silenciosas de múltiples atuendos:

    visitarán tus panteones, las luciérnagas invisibles

    y los espacios entre dientes de los anacrónicos moribundos.

    Vendrán tras días de lucha,

    las serpientes del alba, los combativos músculos

    de un depósito incendiado, la fiereza indómita

    de un cuerpo doblegado por el cansancio.

    Rey de la angustia, tu infierno no será baldío:

    vendré con la cara redonda a pacificar tus territorios.

    Será tu carne como breve piel exigua,

    un tormento de catedrales y una nación dormitorio,

    asolarán los contingentes de un millón de supervivientes.

    No importa que nadie entienda, tú te comprendes

    y te estimas; la sola fuerza de tu brazo irradia aprecio

    hacia la vida, aunque, y tal vez por eso, todo sea derrota.

    Rey de la angustia, curioso nativo de las horas lascivas,

    tu infierno no será en balde!



    ©
    A Francisca Avaria Muñoz le gusta esto.
  • BEN.
    Arañando la superficie

    de un dedo investigado

    culmino con hoces las crepitaciones

    del llanto, y asesino, convencido,

    las manifestaciones del odio.

    Admiro, procaces los latidos,

    de un corazón rubicundo, que amonesta

    mi propia insatisfacción neutralizada.

    Escarbo los infatigables depósitos

    del miedo, donde un llanto es una voz,

    y un eco profundiza en horizontes tenues.

    De lascivas tierras prometidas, hasta

    el llanto de una nueva voz.

    Algo que empuja la savia bruta

    del nacimiento hasta las vísceras inquietas

    de la vida y de la tierra.

    ©
  • BEN.
    I-.



    La noche no era todavía un magma de cosas frontales,

    de cosas u objetos duros como la carcoma o la polilla,

    sobresalían de su nido oscuros mandamientos, símbolos

    de una naturaleza superior que entretejía su manto divino.

    La noche era la ventisca o la lluvia infernales; el corazón

    desnudo ante los trémulos ecos del día, la voz secreta

    que anunciaba un sendero estrellado y espléndido.

    A veces los niños colgaban sus trajes y atuendos

    en la rozadura abollada de un pie, o mentían para no temer

    la vecindad de una mañana de hielo.

    En ocasiones pendían sus cuerpos de la ruptura de un alba

    que temía envejecer, o eran idólatras del trigo y el lúpulo.

    No era la noche un cuerpo sucio y venoso donde trasegar

    viejas canciones de ídolos malsanos, o la constelación de sonidos

    producidos por un oxidado bote de legumbres vacío.

    Tampoco, esa canción de llaves herméticas procurándose

    calor lejos de los abigarrados portalones sin secreto.

    Era, más bien, Simbad y los cuatro o los cinco ladrones

    a las puertas del sepulcro mágico, su sonrisa austera e inestimable.

    Pero andaban tropezándose

    ya, cada ruego con su deseo, cada hueso con su estallido, cada

    trozo de carne con su ebullición. Pero andaban los latidos

    con su insomnio de cosas purulentas y ofensivas, tramando

    jerarquías y odios tras el insondable verdor de un beso caído.

    Andaban los dioses juntando cielos y tierras, arenas y olvidos.

    Trajes con trajes. Formas con presiones. Yemas y dedos, profetas

    y avisperos. Nidos y muerte. Apenas salían los escolares,

    apenas nacían los días y las horas inmensas y fertilizables.



    II-.



    Luz ahogada con bocas de antaño, éstas esperan

    en la hora definitivamente manejable, coriácea, rectangular,

    de franca obsidiana o cristalizable. Luz inquebrantable que navegas

    rectilínea entre paraguas y exigentes monederos, investigas

    el vello y recibes recíprocamente los muslos con un guante

    de locura: mira, el cielo prosternarse ante el cuerpo inclinado

    de mi tierra. Viajo con la ternura incesante y el torso horizontal,

    traslado masas de agua a la carpeta escolar que araño con trozos

    de uña, y medito sobre un ingobernable eje otoñal.

    Mi cuerpo viaja asimismo con fracturas y divisiones,

    con fragmentos de plumajes invernales, constelado en determinadas

    superficies, instalado en lo insomne y abono de cuestiones

    terrestres, puramente. Inservible o inútil, mi cuerpo halla

    su bocanada de humo fuera de los recintos o templos.





    III-.



    Viajo, con utensilios dispares,

    hilvanando, metamorfosis del

    cuerpo, donde se inician insensatas

    las luces proclives a mañana.

    Viajo, con estultos ustedes,

    con diminutos entes glaciares,

    con vestigios dementes de gotas

    pusilánimes, en el fondo, ese pozo

    inacabable de estelas sin peces, sin

    viajes. Desbordado, por los fusiles

    del hambre, por las corrientes herméticas

    que produce un viento helado, viajo, sí,

    por tactos de manivelas y desniveles inauditos.

    Viajo, con pensamientos acotados,

    con navajas perfiladas, con antiguos

    ídolos que penetran mi cuerpo

    con su voz ausente, derribo, las toallas

    de la miel y el goce.





    IV-.



    Mi rostro en el espejo del baño,

    mi cara en el fondo del espejo,

    la caricia insolente de la bruma,

    el viaje, hacia el Norte, me despeja

    y me aturde, al mismo tiempo.

    Dibujo las hélices de un mar estentóreo,

    estridente, cuando baja la marea,

    opino de esto o de aquello.

    La voz, esa cocina de mitos,

    genera esta vez, matemáticas hiladas,

    un sueño de duras analogías

    quebrantadas en el fuego.

    Crepita todavía mi ceniza

    en el hogar abandonado.

    Mi caverna indolentemente

    produce su música de dolmen,

    la misma que antaño

    doró mis útiles defenestrados.



    ©