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Nazareth (Capítulo Seis: La confesión de Cristina)

Publicado por Robsalz en el blog El blog de Robsalz. Vistas: 19

- ¿Vas con Jessica? – Deborah estaba al teléfono, conversando sobre la dichosa fiesta a la que iría hoy por la noche.

- Mamá, estoy al teléfono.

- Lo sé y por eso pregunto si vas con Jessica – hubo un silencio incómodo de cerca de cinco segundos y luego siguió hablando. Yo esperé a que terminara la llamada – otra vez ¿vas con Jessica?

- Mmm… tal vez.

- Esa respuesta no me deja satisfecha, probemos otra cosa – la miré de arriba abajo, estaba a punto de seguir cuando Gabriel me interrumpió.

- Y si le preguntas mejor quién es Matías – Deborah miró a Gabriel sin decir nada y yo la miré a ella, de la misma manera, sin decir nada. Deborah se dirigió al refrigerador, tomó una botella con agua fría, bebió dos tragos y luego se fue a su habitación.

La culpa era de Alejandro, no había que darle muchas vueltas al asunto, ella era la princesa de mi marido y él caía irremediablemente ante sus caritas de tristeza “entonces que no conozca nunca a nadie” me decía cada vez que salía a relucir alguna de esas dichosas fiestas con amigos. En el fondo yo tampoco estaba en desacuerdo, pero me enfurecía que él siempre quedara bien y yo fuera el ogro que siempre ponía un, pero.

Había, sin embargo, algo que yo también contemplaba y él no. Yo también fui colegiala, y al igual que Deborah asistí a fiestas con amigos y a la edad de ella hay cosas que pasan por capricho de la naturaleza “aparecen los hombres”, al inicio son solamente bromas, pero luego, intentan ligar contigo, y si ese hombre resulta atractivo a la vista de la mujer, los besos y caricias son inevitables. No es que yo esperara que Deborah se convirtiera en monja, nada más alejado de la realidad, pero fue a su edad que yo había perdido mi virginidad. La perdí de la manera más estúpida posible, y, sin embargo, de la manera que más comúnmente la pierden las mujeres, pensando que el chico iba a ser alguien especial en nuestra vida, luego pasa lo que tiene que pasar, nos damos cuenta de que es un cretino que no valía la pena, lloramos, nos sentimos como un pedazo de mierda y esperamos que aquel sea un episodio que pase sin pena ni gloria por nuestra vida. El problema es que nos venden la virginidad como el premio del siglo, los hombres se sienten dioses al saber que una mujer se ha entregado a ellos por primera vez, son como primates, como cavernícolas, llevan aquello con orgullo y cuando son ancianos rememoran el hecho con jodida nostalgia “no me casé con ella, pero fui el primero en probarla”, a veces usan otros términos menos caballerosos, pero no viene al caso entrar en esos detalles tan repugnantes.

- Un par de años más y podré salir hasta la hora que me venga en gana – era Gabriel, pensando en voz alta y devolviéndome a la realidad.

- Yo no pienso pagar pensión a ninguna muchacha, ojalá que cuando eso pase, te acuerdes de ir a la farmacia antes.

- No le digas eso – me respondió Alejandro – también los venden en los supermercados.

Sonó entonces mi celular, era Cristina, le hice señas a Alejandro de que en un rato seguiríamos con la conversación, pero antes de que yo pudiera siquiera saludar, Cristina soltó la bomba y al oírla, casi dejo caer el teléfono, quedé pálida, simplemente blanca.

- Nazareth ¡estoy embarazada!
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