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Nazareth (Capítulo Siete: Los Tres Chiflados)

Publicado por Robsalz en el blog El blog de Robsalz. Vistas: 26

Había una vez, en un lejano país cuyos edificios estaban construidos a base de sueños y estrellas fugaces…

Comencemos otra vez. Había transcurrido una semana desde que Cristina me había dejado completamente helada confesando o delirando, aún no sé bien cuál de las dos opciones es la correcta, que se encuentra embarazada. Durante esta semana no habíamos tenido la oportunidad de hablar al respecto con la devoción, claridad y el discernimiento que tal evento se merece, dado que ella se encuentra recién divorciada del hombre que le fue infiel durante años y que, en este caso, sería el presunto padre de la criatura que se halla haciendo espacio dentro de su vientre.

Caigamos en la realidad, en la cruda realidad, esa que nos grita que, a través de la historia, Cristina nunca ha sido capaz de valerse por sí misma, siempre había dependido de una u otra forma de alguien más. Abandonó los estudios cuando su padre se dio cuenta que andaba con uno de sus profesores y no tuvo la iniciativa jamás de costearlos ella misma cuando su padre dejó de darle dinero. Por eso se casó, porque la responsabilidad de hacerse cargo de sí misma, era una lápida muy pesada y era más fácil, buscar un esposo que le diera una vida cargada de buenos momentos y pocos problemas, pero… para su desgracia pasó todo lo contrario.

Era casi el mediodía cuando se asomó por la puerta de la floristería, como un chiquito que se preparaba para una regañada por parte de su mamá.

- ¡Bu! – le gritó Angélica que estaba detrás de ella sin hacer ruido y cuya presencia Cristina no había notado.

- ¡Idiota! – le gritó Cristina mientras se sujetaba a la puerta luego de brincar y aún blanca por el susto - ¡casi me matas!

- Hay que tener ojos en la espalda, querida – le respondió la otra, riendo.

- Parecen dos chifladas – les dije yo.

- Entonces contigo completamos a los tres chiflados – dijo Angélica.

Las dos pasaron, faltaban cinco minutos para el mediodía, cerré la puerta, para cubrir el almuerzo con los eventos que pasaban en la vida de Cristina. Angélica había traído unos panes con jamón y queso, yo tenía un refresco, hicimos usos sándwiches y comenzamos la charla incluyendo el asombro normal que era lógico para nosotras.

- Sí – dijo Cristina – me hice la prueba la semana pasada.

- Pudo ser errónea – le sugerí.

- Me hice dos.

- ¡Diablos – dijo Angélica, con medio sándwich en su boca – estás bien embarrada ¿y de quién es? – Cristina la miró con enojo y yo solté una risa - ¡No! ¿de tu ex?

Cristina soltó el llanto, dejó el sándwich que estaba todavía sin morder, encima del escritorio y luego se puso de pie, dio dos vueltas en el local y volvió a sentarse.

- No vas a decirle ¿verdad? – pregunté con tranquilidad.

- ¡Cómo dices!, por supuesto que tengo que decirle.

- No va a regresar contigo, debe estarse revolcando con aquella zorra, empapados en sudor con las sábanas mojadas y gimiendo de placer – fueron las palabras de Angélica que provocaron que Cristina le tirara el sándwich al piso - ¡Oye! Estaba a medio comer.

- No le digas todavía, espera un poco mientras que decidimos cómo darle la noticia.

- Ocupo decirle ya.

- Claro, cómo no se me ocurrió. Anda, llámalo, llórale y dile que estás embarazada, que tu hijo va a crecer sin padre, que puede seguir con la amante mientras esté contigo. Es más – la tomé por los hombros – dile que aceptarías un trío, así de seguro te pone atención - se sentó en el piso, con las manos en la cara y comenzó a llorar con más fuerza.

- ¡Qué insensible, Nazareth! – dijo Angélica mientras levantaba el sándwich del piso, lo soplaba y limpiaba con una servilleta antes de darle otro mordisco - ¡qué insensible! Pobrecita, está embarazada, sola, acaba de divorciarse, su esposo la engañó con cuántas ¿dos o tres mujeres? – la otra pataleaba mientras lloraba – de veras Nazareth ¡qué insensible!

Entre los lloriqueos de Cristina se evaporó la media hora que yo tomaba de almuerzo, cuando abrí la puerta, se levantó, agarró su bolso y salió limpiándose las lágrimas sin decir nada. Yo quise decirle algo, pero la conocía bien, no entraría en razón en ese estado.

- Deberías aprender a ser menos obstinada y más espiritual – me dijo Angélica chupándose los dedos llenos de salsa de tomate – las mujeres somos el lado romántico de la vida.

Le señalé la puerta con la mirada, salió dando saltos pequeños y cuando puso un pie en la acera, se volteó y se despidió. Después de dar cuatro pasos, volvió a entrar, se hizo otro sándwich más pequeño sin decir palabra y se fue.
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