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Señorita ZIPO

Tema en 'Poemas Góticos, ciencias ocultas y Misteriosos' comenzado por camicho, 1 de Febrero de 2008. Respuestas: 2 | Visitas: 765

  1. camicho

    camicho Poeta asiduo al portal

    Se incorporó:
    4 de Julio de 2007
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    Me gusta recibidos:
    28

    Bóveda clásica de antaño.
    Olor a madera se hace presente.
    A media luz
    columnas reforzadas con hierro
    son el esqueleto,
    soportan los barriles
    en cúmulos de alambiques.
    El perfume de varias frutas,
    se mezclan.
    Dan la bienvenida al viajero
    como al mismo dueño.

    Concentrada una muchacha,
    en los almacenes pisa uvas.
    Labios entre dientes,
    agita el busto,
    se observa entre el escote.
    Comprime los frutos
    alzando la falda,
    muslos tersos,
    se ven firmes,
    presos del ejercicio.

    Paño verde, sostiene un ramo
    de cabellos negros.
    Ondulan sobre el rostro
    otros sobre los hombros.
    Un sendero recto
    limitado por hermosas
    y sudorosas colinas.
    Lleva sin tropiezo hacia su ombligo
    Lo veo cuando la moza se inclina.

    Sabe que la miran,
    mueve las caderas.
    Busco su mirada,
    camino hacia ella.
    Retiro de la cabeza
    el sombrero de paja,
    me inclino, le hago una venia.
    Paso el excedente de saliva,
    una voz ronca me escucho
    cuando la saludo.

    Hojas verdes cuelgan de maderos,
    lo primero que veo.
    Ascendiendo las escaleras
    a la puerta trasera de la bodega.
    Manos en la vid
    para empezar la cosecha.
    Más de uno labora con prisa.
    Los cestos de mimbre
    repletos con uvas.
    Los varones, todos
    dirigen las frutas
    hacia la musa
    de este poema.

    Llegada la noche
    se decora con estrellas;
    los músicos son grillos;
    algunos insectos hacen los bajos
    con su zumbido,
    curiosos se acercan
    a la luz que proyecta
    la lámpara de mi litera.
    Una hamaca sucia y vieja
    me espera.
    Mesa de madera y dos sillas
    dividen el cuarto
    con mi vecino.
    Tal compañero yace dormido.

    Una roca plana.
    Cercana a la habitación
    me seduce más que esa hamaca.
    Me siento en ella,
    relajo los hombros.
    Una chispa se hace llama,
    la cubro enseguida del viento,
    tirita de frío.
    Enciendo con ella un cigarrillo,
    descarto el cerillo,
    mientras enhebro los astros
    con el humo que exhalo.

    Una voz femenina
    solicita mi cigarrillo.
    De inmediato le ofrezco uno nuevo.
    La observo es un rostro conocido,
    dedos livianos sujetan el tabaco.
    Le busco con prisa un cerillo.
    Un lunar en el centro
    del muslo izquierdo noto,
    luego que rápidamente
    lo descubre de su falda.
    Una liga cerca al cúmulo de melanocitos
    aprisiona un aparato con una mecha,
    lleva grabado un nombre
    supongo que de su dueña, dice ZIPO.

    Me dice gracias, con una sonrisa.
    Se alza de inmediato
    corre por el sendero
    que une las cabañas
    en las que duermen los peones.
    La oscuridad es su cómplice,
    mientras oscilan sus caderas,
    la pierdo de vista.

    El día se vuelve grato
    luego del cansancio,
    Su apellido lo repito
    una y otra vez
    para no olvidarlo.
    Algo que rime con ZIPO.
    Justo llega a mí el hipo.
    Pienso en el breve instante
    tendido sobre la hamaca;
    en la dama piel de durazno,
    labios de fresa.
    Mirada cándida.
    Ojos grandes color avellana.
    Cabellos con olor a canela.
    Ensalada de fruta perfecta
    sin sumar los melones
    ni el agua de coco
    que tomaría de entre sus muslos.

    Largas noches desde aquel día,
    la veo con frecuencia en la hacienda.
    Coquetea con quien la mira.
    Celos, lo admito, me produce
    su actitud beligerante
    con esos sujetos.

    Mi objetivo no es fraternizar con el grupo.
    Ni para averiguar su nombre,
    porque ya he aprendido su apellido.
    Termino mis quehaceres con prisa
    para ir a las duchas
    y entre las rendijas verla.
    Como el agua le salpica
    sobre los hombros y recorrer su espalda.
    Perderse por un instante
    entre el valle de sus nalgas.

    Cuestionaba antes mi actitud lasciva,
    la avalo ahora
    por el sentir que me provoca.
    Corre entre los maizales
    con otras mozas a la tarde.
    Juega a esconderse,
    la busca el capataz.
    ¡Ese! Que cree ser su dueño.

    Luz del astro capturo entre mis dedos,
    ya ha amanecido.
    Calzo mi hojotas, me visto con prisa.
    Corro para dejar una cala,
    en la puerta de mi amada.
    Como ya es hábito
    por más de diez lunas.
    Aun no le digo nada.

    Escucho algunos ruidos:
    Voces agudas. Metal friccionado, rechina.
    El dolor me mata.
    Entre los maderos observo
    cuerpos desnudos.
    Reconozco a mi jefe.
    Su sombrero negro en la mesa.
    Es quien prueba mi ensalada de frutas.

    Compadezco de mí, por tal evento.
    Toda la jornada sobre la hamaca,
    rehúso mi suerte.
    Nada me anima por toda una semana.
    No se si esta semana se baña
    o corre desnuda entre los cultivos.
    Es incluso Domingo,
    día en que le hacia el amor
    a la suma de sus recuerdos.
    La personificaba en sus bragas,
    calzas o vestidos sobre mi cuerpo.

    Un grito nos despierta a todos,
    es la mujer del capataz .Doña Inés.
    Quien, con algunos peones,
    ha encontrado el cadáver de su esposo.
    Con una antorcha, la curiosidad me ha llevado.
    Mi jefe en el piso, con el cráneo partido
    y todo regado con sangre.
    Llevamos, algunos de los presentes,
    el cuerpo aun tibio
    a la casa del dueño para ser velado.

    Luego del entierro,
    el médico del pueblo ha concluido
    que un objeto contuso duro
    le produjo la muerte al tipo.
    Podría ser una herramienta, quizá como un pico.
    Todos dieron las condolencias a la viuda
    menos uno.
    Yo me acerque a la amante.
    La abracé con fuerza,
    sentí su busto suave, su corazón latir.
    Al oído le aseguré
    guardarle el secreto.

    Pasaron algunas lunas,
    ya todo parecía olvidado;
    incluso por la viuda
    que con mas de un peón
    ya se ha acostado.

    Incluso me siento aliviado,
    de las imágenes, que mi corazón apuñalaron.
    Retomé el trabajo arduo,
    propio del campo.
    Hurto aun las cosas que ella toca,
    hasta la esponja
    con la que su sudor seca.

    Sueño despierto o dormido haciéndola mía.
    Medito mi amor como insano
    cuando me entiendo lejano.
    Ya lo he decidido,
    han pasado algunos años.
    Esta noche iré
    donde está su camarote
    para hablarle de mi ilusión
    y me acepte como amante.

    Sábado, terminado el jornal,
    aun hay sol. Me acerco a ella.
    De pronto me dice, le invito un trago.
    Asiento la cabeza, quedo mudo.
    Como a las nueve,
    me recoge en mi cabaña.
    Agrega.
    Desapareciendo cual fantasma.

    La hora pactada.
    En su cabaña, con cala en mano,
    toco su puerta.
    Sale aquella mujer tan deseada.
    Le entrego el presente,
    lo ve, sonríe con agrado.

    Andamos por un sendero de piedra
    camino a la taberna.
    Algunos minutos pasaron
    no dijimos nada.
    Entramos al recinto,
    antes algunos escalones.
    Mesas largas de madera
    cubiertas por manteles de tela
    y todas las velas protegidas del viento
    por capullos de cristal.

    Nos sentamos cerca del cantinero.
    Pide algunos vinos tintos
    luego una botella de Pisco,
    bebida típica de estos valles.
    Me comenta que se llama Malena,
    mientras enciende un cigarro,
    con el aparato que lleva su apellido impreso.
    Le confieso que nunca supe su nombre.
    Me conformé con saber que era la señorita ZIPO.
    Inmediata carcajada suelta.
    Sonrío para no sentirme relegado.
    Aun así, me explica
    que no es así como apellida.

    Cuenta de su vida
    y de la mía en la hacienda.
    Lo que comentan:
    todos creen que soy raro.
    No hablo mucho, no me relaciono con nadie.
    Ya han pasado horas,
    me animo luego de unos tragos,
    contarle mis sentimientos.
    A la vez que observo muy próximo
    el sendero donde termina ese escote.

    Sólo ríe nuevamente,
    esta vez de mi oferta.
    Dice gracias,
    pero no está
    interesada realmente.

    Camino a su cabaña,
    presa del alcohol,
    retira sus prendas,
    Corre hacia un pequeño lago
    entre los cultivos.
    La persigo, espero no esté lastimada.
    Cada paso que me adentro tras ella,
    luz para mis sueños, los siento realizados.

    Desnuda de rodillas,
    la noto llorando y con flores abrazando.
    Pregunta por que esta noche le di una cala.
    Si no sé, que el capataz, también se las regalaba.
    Corrijo su idea,
    confirmándole que soy quien se las llevo
    desde que he arribado.

    Su expresión ha cambiado,
    sólo grita y me maldice.
    Huye camino al lago.
    La noto confundida, no entiendo nada.
    Corro en busca de ella.
    Ha tropezado, grita pidiendo que no me acerque.
    Solo quiero ayudar,
    repetidamente se lo digo.
    Me dice asesino.
    Ella recuerda una cala sobre el lecho de su amante.
    Afirma, recogió
    antes que la viuda lo encontrara.
    La sujeté con prisa
    ocluyendo su boca,
    para impedir más gritos.
    Pues alguien puede escucharla
    y podría culparme.

    Muerde mi mano,
    aun así soporto el dolor.
    Su cuerpo desnudo y entre mis brazos.
    Podría ser un sueño o una pesadilla.
    La lujuria por su cuerpo
    y sus gritos que me excitan.
    Suelto el cinto que sujeta mi pantalón.
    Me hundo en ella,
    le hago el amor como nunca.
    Degusto de sus senos
    cual postre de membrillos.

    Aun con tanto amor hay resistencia.
    Nada que unos golpes no resuelvan.
    La sujeto del cabello en cubito ventral,
    ahora es contra natura,
    como la penetro.
    Bella ninfómana,
    se que disfrutas.
    No me engañan tus lágrimas.
    Mi postre de fruta.

    Recojo sus prendas
    luego que ajusto el cinto.
    Veo que huye llorando.
    Me acerco a ella.
    Se asea al pie del lago.
    No entiende cuando le digo que la amo.
    Me ve y ataca con una rama,
    evito el impacto.
    Con un revés de mano, queda noqueada.

    Despierta junto a una fosa.
    Ve la caja de madera a mi lado.
    De la cual saco un sombrero negro,
    que fuera de otro dueño.
    Lo calzo en mi cabeza,
    le pregunto si ahora le agrado.
    Responde, que no le haga mas daño.

    Intenta levantarse.
    Rápidamente saco un pico ensangrentado,
    de la misma caja.
    Su pierna, con esta herramienta, engrapo al piso.
    Una vez que está fija, solo grita.

    Aun con dolor, habla,
    pide por su vida.
    Hace eco en la madrugada.
    Nuevamente
    asesto un golpe directo a la tráquea.
    Por fin cesó tanto ruido.
    Con las manos presiona su cuello,
    evita desangrarse.
    Con un pie basta,
    para empujar el cuerpo
    al fondo de la fosa.

    Antes de enterrarla,
    le mando un beso volado.
    También huelo sus bragas.
    Observo que aun guarda
    ternura su mirada.
    Convulsiona su cuerpo,
    le lanzo sus prendas y el pico;
    manchado con sangre de su amante,
    ahora con la de ella.
    Todos extrañan a Malena,
    nadie sabe donde está esa perra.
    Me siento sobre el mueble de piedra.
    La recuerdo cada noche
    cuando enciendo cigarrillos con su ZIPO…
     
    #1
  2. Chepeleon Arguello

    Chepeleon Arguello Poeta veterano en el Portal

    Se incorporó:
    5 de Diciembre de 2006
    Mensajes:
    6.239
    Me gusta recibidos:
    286
    Es un poema extenso pero bien logrado, mantiene al lector concentrado en la historia. A mi punto de vista, sin quitarle el merito a tu trabajo, le falta fuerza, para estar en este en esta sección…
    Abrazos
    Chepeleón
    Moderador Foro Gótico
     
    #2
  3. camicho

    camicho Poeta asiduo al portal

    Se incorporó:
    4 de Julio de 2007
    Mensajes:
    385
    Me gusta recibidos:
    28
    Me es grato su comentario , pero me quedan algunas dudas con respecto a su punto de vista, quizá podría precisarlo...gracias.
    Saludos.
     
    #3

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