Lo que no se puede sustituir

Richard me dice con su tono sarcástico al mirarme desnuda: me gusta, me encanta el desierto. El muy cabrón se merecce un buen guantazo en la cara, pero lo quiero demasiado. Es fuego para alimentar con aire de alas de pterodáctilo. De todas formas yo me rio también, porque no sé por qué, el muy cabron siempre tiene razón , y acierta cuando me echa en cara lo diva que soy. Yo tomo el reto y le digo antes de agarrarle por la nuca y traerlo hasta mis labios: me gusta, me encantan los ahogados. La pasión está ahí en forma de bomba nuclear, cuando le quito la camisa y puedo sentir sus pectorales contra mi corazón. El beso cruza lo límites de lo real y en un momento me parece estar fuera de la Tierra.

Unos meses después paro en la curva y me bajo del BMW. Estoy pero no estoy, miro la tierra en busca de alguna señal. Más gilipollas no puedo ser, encima he conducido borracha. La única señal que obtengo, es una bocanada de aire con olor espliego. Me apoyo en el coche y me echo las manos a la cara. Más cuestiones con que torturarme. Y de nuevo me parece que estoy en algún lugar que está fuera de la Tierra. Quizás hasta puedo tocar Marte y bajar a su superficie para morir reventada.
Cuando empiezas a hacerte demasiadas preguntas en bucle, sabes que la cosa no marcha nada bien. Sobretodo cuando acabas diciendo la palabra mierda muchas veces, hasta casi asquerosamente saborear la estupidez.
Richard me robó el coche en un ataque de celos y se mató en aquella curva. El vehículo lo he sustituido por otro pero a él lo ha sustituido la ganas de matarme yo también. Venía a este lugar con esa intención. Pero aquí estoy dándole inútilmente vueltas a la cabeza. No he podido pisar el acelerador a fondo.
Me tumbo en el suelo. Noto la tierra fresca enfriar la especie de mala fiebre que cargo a cuestas. Quedan un par de horas para lo noche. Me quedo hasta que se vaya el Sol.

 

Después de tanto tiempo espero que dominen otros pensamientos.
Un beso, Lluna.