Los ojos que comen nubes

Los ojos que comen nubes se deslizan por los tejados de un mundo que bosteza al revés. Los relojes derriten sus manecillas sobre el suelo como miel líquida, y cada gota canta un secreto que nadie recuerda haber oído. Las calles suspiran, y los adoquines se transforman en peces dormidos que sueñan con océanos invisibles.


Los árboles tienen orejas y leen cartas que nunca fueron escritas, y sus raíces se enroscan en los bolsillos de los transeúntes para robarles recuerdos de infancia. Las sombras se multiplican, corren hacia sí mismas, se abrazan y desaparecen en un parpadeo. Las ventanas son bocas que murmuran nombres que el viento arrastra hacia lugares donde los días se olvidan.


Los gatos usan sombreros que flotan, y los libros saltan de las estanterías para contar historias que nadie sabe traducir. Las escaleras suben y bajan al mismo tiempo, llevando a quienes se atreven a caminar por ellas a cielos que respiran y ríos que suspiran. Cada paso es un eco que se convierte en pájaro, y cada palabra olvidada se convierte en piedra luminosa.


Y en medio de todo, tú caminas, invisible, sosteniendo un paraguas que recoge lluvia de relojes, mientras los ojos que comen nubes te observan con curiosidad infinita. Porque aquí, lo absurdo no es extraño: es la verdad que nadie se atreve a mirar directamente.




Si quieres, puedo hacer una tercera versión aún más experimental, con frases más cortas y fragmentadas, casi como un collage de imágenes que se sienten en lugar de leerse, ideal para un público que busca sensaciones más que sentido literal.


Rosa María Reeder
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Gracias Alde