1. Invitado, ven y descarga gratuitamente el cuarto número de nuestra revista literaria digital "Eco y Latido"

    !!!Te va a encantar, no te la pierdas!!!

    Cerrar notificación

Crónica del Destierro "La Última Plegaria del Cuerpo Herido"

Tema en 'Poemas Melancólicos (Tristes)' comenzado por samsahara, 26 de Noviembre de 2025 a las 4:53 PM. Respuestas: 2 | Visitas: 51

  1. samsahara

    samsahara Poeta fiel al portal

    Se incorporó:
    24 de Septiembre de 2007
    Mensajes:
    513
    Me gusta recibidos:
    77
    Este es el último poema donde tu sombra se arrastra,
    como un gusano coronado de humo,
    entre los pliegues enfermos de mis palabras.
    La última vez que dejo que tu eco —ese animal famélico—
    lamba los bordes de mis costillas abiertas
    como si quisiera beberse el poco llanto que me queda.
    Desde hoy, eres solo la mancha que deja la ausencia
    después de pudrirse demasiado tiempo en un rincón del alma.

    Gané, dices…
    pero ganar después de ti es como despertar sobre un altar abandonado,
    con el cuerpo marcado por símbolos que yo no recuerdo haber permitido,
    con las manos negras de tanto sostener lo que debí dejar morir.
    La victoria sabe a polvo de tumba,
    a las lenguas frías de los muertos que aún pronuncian mi nombre
    como si fuese una plegaria que jamás debí escuchar.
    Sobreviví, sí,
    pero sobrevivir a ti es caminar con un incendio adentro,
    uno que no ilumina nada,
    que solo quema, consume y repite tu nombre como una blasfemia.

    Porque tu amor no era amor,
    era una arquitectura de espejos rotos:
    cada uno devolvía una versión distinta de ti,
    y en todas estabas sonriendo como un predicador del vacío.
    Me ofreciste luz, sí,
    pero era luz de un sol falso, pintado sobre un vidrio sucio,
    y yo, que tenía hambre de amanecer,
    me lo bebí sin darme cuenta de que aquello era veneno con disfraz de milagro.

    Caí porque quise encontrar humanidad donde solo había ceniza,
    porque vi en tus ojos un bosque que no existía
    y me interné en él sin notar que los árboles estaban hechos de huesos.
    Confundí tu mano extendida con un puente,
    cuando en realidad era un cepo
    donde amasabas mis miedos hasta convertirlos en ofrendas.

    Tú, que al principio parecías una constelación domada,
    un animal luminoso que sabía pronunciar mi nombre
    como si acariciara un conjuro antiguo,
    tú, que fingías ser abrigo,
    fuiste la misma criatura que luego abrió mi pecho
    como quien abre una caja que no le pertenece,
    y colocó dentro un nido de insectos voraces
    para que devoraran cualquier parte de mí que aún recordara la paz.

    Tu verdadera cara brotó de golpe,
    como un órgano enfermo expulsado del cuerpo,
    como un espejo que se quiebra desde adentro
    y libera a la bestia que lo habitaba.
    Eras un coleccionista de almas fatigadas,
    un animal sediento que olía la vulnerabilidad
    como los lobos huelen la sangre en la nieve.
    Tu pecho era un pozo sin fondo
    donde arrojabas nombres, cuerpos, voces, miradas,
    hasta que todo se volvía silencio.

    Pero ahora mírate:
    te devora tu propio hábito de quererlo todo,
    te carcomen los gritos de tus máscaras descosidas,
    te hunde el pantano que cavaste con manos de mendigo orgulloso.
    Tu reflejo se desmorona como un vitral golpeado por una tormenta,
    y tus conquistas —esas que arrastrabas como trofeos de feria—
    regresan convertidas en murciélagos hambrientos
    a reclamarte el alma que jamás supiste tener.
    Yo no tengo que desearte nada:
    el universo ya te está cobrando con intereses de sombra.

    Este es mi último rezo a la oscuridad que cargué por tu nombre,
    mi última invocación,
    mi última entrega de palabras antes de enterrarte en el silencio:

    Escucha, sombra sin rostro,
    criatura hecha de vacío y pretensión,
    devorador de ternuras y espejismos:
    con este rito antiguo te arranco de mi sangre
    como quien extirpa un diente podrido incrustado en el alma.

    Por la herida que dejaste ardiendo en mis costillas,
    por la luz que robaste para alimentar tu hambre,
    por cada latido que usaste como moneda,
    te nombro sin nombrarte
    y te ato con este conjuro.

    Que cada mentira que sembraste en mi pecho
    regrese a ti convertida en enjambre de agujas,
    que descienda sobre tus sueños
    como un invierno que jamás termina,
    que perfore tu ego hasta dejarlo supurando verdad.

    Que las caricias que mendigues
    sean siempre manos huecas,
    manos que se quiebran antes de tocarte,
    manos que, al rozarte,
    te recuerden lo que destruiste con la tuya.

    Que los labios que busques
    te pronuncien como un mal presagio,
    como si tu nombre fuera un presagio
    que arruina cosechas y apaga hogares.
    Que nadie te beba sin sentir el sabor rancio
    de tus propias máscaras pudriéndose.

    Que tu deseo —ese animal hambriento que escondes—
    se vuelva contra ti,
    que te devore desde dentro,
    que mastique tu orgullo
    hasta dejarte hecho un montón de vértigos rotos
    que nadie quiere cargar.

    Que las mujeres que intentes atraer
    vean tus ojos como dos pozos donde solo se hunde la inocencia,
    que tu encanto se deshaga como carne bajo ácido,
    que tu voz pierda la miel
    y solo conserve el veneno.

    Que la soledad que dejaste en mí
    sea la huésped que duerma contigo cada noche,
    susurrándote las verdades que siempre huiste,
    mordiéndote el alma como un perro famélico
    que vuelve a reclamar lo que es suyo.

    Por todo lo que me arrebataste,
    por todo lo que contaminaste,
    por todo lo que convertiste en ruina,
    te devuelvo tu obra y tu sombra.
    Que tu propio reflejo sea tu tortura,
    que tu máscara sea tu cárcel,
    que tu encanto sea tu maldición.

    Con este sello cierro la puerta
    que alguna vez abrí con manos temblorosas.
    La cierro con fuego,
    con luna,
    con hueso,
    con sangre que ya no te pertenece.

    Que jamás tu sombra roce mi nombre.
    Que jamás tu voz atraviese mis muros.
    Que jamás tu eco perturbe mi noche.

    Te destierro.
    Te deshago.
    Te devuelvo al abismo que te parió.
    Y que el karma —ese animal paciente—
    te persiga con la precisión
    con la que tú desarmaste mi ternura.

    Así lo conjuro.
    Así lo sello.
    Así se extingue tu poder sobre mí.
    Así te entierro.

    NOTA* ultimo poema de el proceso de salir de una relacion narcisista, el siguiente de llama triada de desapego que engloba los tres escritos en uno solo resumiendo todo*
     
    #1
    A Luciana Rubio, Medusa y Alde les gusta esto.
  2. Alde

    Alde Miembro del Jurado/Amante apasionado Miembro del Equipo Miembro del JURADO DE LA MUSA

    Se incorporó:
    11 de Agosto de 2014
    Mensajes:
    19.883
    Me gusta recibidos:
    15.846
    Género:
    Hombre
    Una relación tóxica puede despojar a una persona de su sentido de identidad, confundiéndola y llevándola a la desolación.

    Saludos
     
    #2
    Última modificación: 26 de Noviembre de 2025 a las 6:19 PM
  3. Medusa

    Medusa Desertora

    Se incorporó:
    10 de Abril de 2020
    Mensajes:
    1.984
    Me gusta recibidos:
    2.496
    Género:
    Mujer
    Que así sea, Compañera.
    Un gusto leerte.
    Abrazo.
     
    #3

Comparte esta página