Cuando el sol no alcanza

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Hay días que no brillan para mí, aunque el sol se muestre tan resplandeciente como cualquier mañana de la hermosa primavera, llenando todo el planeta de su luz y su calor, aunque para mí, por momentos, no sea así.

Las flores y la suave brisa me recuerdan que puedo sobrevivir a la tristeza sin verla como enemiga, sino más bien como una amiga fiel que sufre conmigo y a la que también le aterra la posible visita de la muerte, aunque sea su pariente más cercana.

Las lágrimas que brotan de mis ojos sin motivo aparente no son un socorro ni un grito de auxilio; son una esperanza oculta en la voz silenciosa de la alegría que, por instantes, ilumina la tenue oscuridad que en ocasiones me acompaña, junto a las preguntas sin respuesta que siguen doliendo.

Me aferro a no soltar la mano del mañana, porque el hoy intenta arrastrarme al sufrimiento y sé que la felicidad me espera en el futuro y no en este presente que lastima.

Aun así, camino entre miradas que me ofrecen lástima y voy aprendiendo que perder la fe no es una vía de escape a lo que me sucede. Comienzo a entender que cada paso que doy hacia adelante es demostrar que sigo aquí.

Porque existir es esperar, caer y seguir intentando florecer incluso en el invierno más eterno.