Elegía de un sueño

En la hora en que los relojes devoran sus propias manecillas,
te busqué entre los pliegues de la luna,
donde los gatos entienden el idioma de las estrellas
y las rosas suspiran sus espinas.

Te encontré en la curva suave de una nube errante,
dibujando con tu sonrisa líneas de plata en el cielo,
mientras las aceras cantaban canciones de lluvia
a un cielo demasiado cansado para llorar.

Bailamos en espirales de neón y sombra,
al ritmo de un pianista ciego que tocaba
el color del viento,
en un bar donde los espejos olvidaron reflejar
y las copas guardaban el eco de tu risa.

Con cada paso, las calles se disolvían en poemas,
y las palabras, como mariposas nocturnas,
volaban hacia la oscuridad, buscando la luz
de tus ojos cerrados por el último sueño.

Tu ausencia llenó la habitación de pájaros invisibles,
cuyos cantos eran siluetas de tu voz,
y cada pluma caída, un poema que no pudo volar
hasta los bordes de tu eternidad.

En el jardín donde crecen los relojes,
planté un árbol con hojas de segundos;
sus raíces, profundas en la memoria,
esperan la primavera que traerá
tu risa de vuelta, en forma de frutos de tiempo.

Allí, la realidad se pliega, y el aire es una tela
pintada con el pincel de la nostalgia,
donde cada color grita tu nombre,
y el horizonte es solo un rumor
en los labios de la madrugada.

Y mientras el mundo gira en su lecho de sombras,
yo guardo la noche en que te perdiste,
como un secreto entre las páginas de un libro
que nunca terminamos de leer.

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Profundos y bellos versos.