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El teatro abandonado

Tema en 'Prosa: Ocultos, Góticos o misteriosos' comenzado por JimmyShibaru, 6 de Enero de 2025. Respuestas: 7 | Visitas: 166

  1. JimmyShibaru

    JimmyShibaru Poeta recién llegado

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    El atardecer en aquel pueblo se perdía entre la niebla constante. Manuel, cansado del aburrimiento de ese lugar lleno de abuelos contando batallitas y vecinos husmeando, decidió dirigirse a las afueras. Allí aparcó el coche. Era casi de noche, y una espesa niebla cubría los árboles de los alrededores.

    A medida que avanzaba, el teatro abandonado del que tanto había oído hablar comenzó a emerger entre la bruma, dejando entrever apenas su silueta. La puerta principal, entreabierta, lo invitaba a entrar.

    El interior estaba sumido en el abandono: algunas partes del techo habían colapsado, vigas oxidadas se alzaban como esqueletos grandiosos, y las paredes se retorcían entre el moho y las grietas. En el escenario frente a él, un piano de cola descansaba cubierto por una ligera capa de polvo.

    De pronto, una melodía suave empezó a fluir, como si el viento —apenas un susurro— la trajera consigo.

    Manuel, sorprendido y extrañado a la vez, frunció el ceño. Lentamente, avanzó hacia el piano, sin detenerse, hasta llegar frente a él. Entonces lo notó: el polvo de algunas teclas intactas caía, como si alguien acabara de tocarlas. La melodía seguía sonando, con un eco ligero que parecía llenar el ambiente.

    A Manuel ese misterio le gustaba. El tono musical era hermoso, y la espacialidad del lugar le otorgaba un aura casi perfecta, melancólica.

    Se sentó frente al piano y comenzó a tocar algunos acordes para complementar la melodía que escuchaba. Durante unos segundos de silencio, parecía que la melodía le respondía. Intrigado, Manuel continuó, perdido en ese extraño diálogo musical durante casi media hora.

    Finalmente, el cansancio lo venció. Dejó de tocar y, en el silencio que siguió, sintió algo inusual, una conexión. ¿Con algo? ¿Con alguien? No estaba seguro.



    Una voz surgió, asustando a Manuel. Se levantó y estuvo a punto de salir corriendo, pero se dio cuenta de que esa voz no era aterradora, sino hermosa y aguda. Un ángel cantaba, una voz femenina.

    Manuel se detuvo y lanzó una pregunta al aire: —¿Quién está ahí? Por unos momentos, el silencio volvió a invadirlo todo, solo se escuchaba el susurro del aire. Manuel dio media vuelta y se fue. Ya en el coche, miles de preguntas surgían en su mente.



    Al día siguiente, a la misma hora, Manuel volvió a ese lugar. Los pasos que daba dentro del teatro resonaban con un eco que seguía siendo suave. No sabía exactamente por qué estaba otra vez pisando ese suelo, oliendo esa ceniza en el ambiente y mirando ese piano de nuevo.

    La melodía sonó y no pudo ignorar que los acordes que él había tocado se habían añadido. Los latidos de su corazón se aceleraron, y antes de que pudiera volver a preguntar, una voz femenina cantó de nuevo, como melodía de fondo.

    La noche llegó al poco rato y la voz dejó de cantar. Manuel se acariciaba el brazo izquierdo, sin saber qué pensar ni cómo reaccionar. Entonces, notó una presencia cerca de él. Se giró rápidamente hacia atrás y la vio, a ella. Un espectro radiante, tan brillante como la luna que se reflejaba en el cielo en ese mismo instante.



    Manuel tropezó y cayó al suelo de espaldas. El espectro hizo un gesto con la mano, como indicando que se tranquilizara.

    —Calma, no te asustes. Soy un fantasma. Morí hace años, cuando este teatro se quemó —dijo con una voz suave y amigable.

    —Está bien... Es solo que nunca había estado con un ser del otro mundo. Y mira que he visitado sitios abandonados muchas veces.

    —¿Qué edad tienes, chico?

    —Tengo 27 años, y me llamo Manuel —respondió él, aún sentado en el suelo.

    —Encantada. Yo soy Celeste.

    Manuel se levantó sin prisa, sacudiéndose el polvo de los pantalones. Celeste flotó hasta el lado izquierdo de la sala, y Manuel, intrigado, la siguió. Ella se detuvo frente a un espejo roto que yacía en el suelo, su mirada fija en el vidrio fragmentado.

    —¿No recuerdas qué pasó? —preguntó Manuel, con un tono de preocupación.

    —La verdad, no... No lo recuerdo con claridad —respondió Celeste, mientras su voz comenzaba a quebrarse.



    Entonces, Celeste flotó unos metros más hacia la izquierda, casi rozando la pared. Sobre una mesa inclinada y sin una pata, descansaba una partitura prácticamente calcinada.

    —¿Escribiste tú esa partitura? —preguntó Manuel.

    —No lo sé...

    Celeste se acercó y, al tocar la partitura con la punta de los dedos, unos recuerdos flotaron hacia ella. Se vio tocando esa melodía al piano, pasando las páginas con cuidado. A veces se equivocaba, pero lograba corregirse rápidamente. De repente, unos pájaros que revoloteaban cerca hicieron caer polvo del techo, devolviéndola al presente.

    —¿Qué pasa? ¿Has recordado algo? —insistió Manuel, con curiosidad.

    —Me he visto tocando el piano... Creo que estaba interpretando la melodía de esta partitura.



    Celeste alcanzó a distinguir, a lo lejos, una placa conmemorativa calcinada. Tocó la superficie con la punta de los dedos, mientras Manuel la observaba expectante, esperando que los recuerdos volvieran.

    De pronto, Celeste se vio a sí misma colocando aquella placa en la pared de su camerino en el teatro, con una sonrisa en el rostro. Pero la expresión pronto se tornó más seria y distante. Un ruido, provocado por un paso involuntario de Manuel, la trajo de vuelta al presente.

    —Perdona, me he puesto nervioso —dijo Manuel, algo avergonzado.







    Celeste, haciendo un esfuerzo, consiguió recordar que un empresario corrupto quería silenciarla porque financiaba el teatro. Mientras tanto, Manuel intentaba quitar parte de lo chamuscado de la placa. Celeste le contó lo que había recordado:

    —Seguro que el empresario estuvo detrás de todo.

    —No lo sé…

    —Si es alguien que conozca, se arrepentirá. Dicho está.

    Manuel se dirigió al pueblo. Entró en la casa donde vivía y, en el salón, comenzó a dar vueltas. El sol salió, iluminando el ventanal. Al cabo de un instante, el sueño se apoderó de su cuerpo y mente, y cayó redondo sobre el sofá.

    Al mediodía, al abrir los ojos, se preparó el desayuno, aunque ya era tarde. Después, salió a dar un paseo por la zona, mirando a la gente y observando cada detalle, como de costumbre.

    Al sentarse en un banco de madera pintado de verde, escuchó la conversación de unos hombres mayores que hablaban en otro banco, a escasos metros.

    —¿Te acuerdas de Celeste? —dijo uno de ellos.

    —Sí, ¿qué pasa? Ese asunto ya estaba finiquitado, ¿no?

    —Es que he soñado con ella. En el sueño me decía que se vengaría por haber provocado el incendio.

    —Bah, solo es un sueño.

    Después de hablar con Celeste, trazaron un plan. Una vez todo estuvo claro, Manuel se dirigió al banco donde solían reunirse los hombres mayores. Allí solo estaba uno de ellos, el mismo que había provocado el incendio, jugando distraídamente con un mechero y tosiendo de vez en cuando. Antes de que pudiera encenderse un cigarro, Manuel lo convenció de que lo acompañara en su coche. Le aseguró que había encontrado una herencia millonaria relacionada con el teatro (aunque todo era mentira).

    Una vez en el teatro, Manuel fingió buscar los documentos de la supuesta herencia.

    —Espera aquí, creo que deben estar por alguna parte —le dijo mientras rebuscaba entre los escombros.

    De pronto, comenzó a sonar una melodía tétrica en el piano de cola. Las notas reverberaban en el ambiente vacío, haciendo que el hombre mayor comenzara a mostrarse visiblemente nervioso.

    —¿Seguro que es cierto lo de la herencia de esa mujer? —preguntó, con un hilo de voz.

    —Sí, estoy seguro. Mira, creo que está por ahí detrás.

    El hombre giró la cabeza y entonces la vio. Celeste apareció frente a él, espléndida, su figura envuelta en una tenue luz espectral. Con una sonrisa inquietante, simplemente dijo:

    —Buuu...

    El hombre, con el corazón ya delicado, no pudo ni gritar. Llevó las manos al pecho, se tambaleó hacia atrás y cayó al suelo. Allí quedó, inmóvil, con los ojos abiertos pero sin vida.

    Manuel observó en silencio mientras Celeste se volvía hacia él.

    —Gracias, Manuel. Ahora puedo descansar en paz.

    Dicho esto, su figura se desvaneció como el humo… Celeste fue hacía el cielo, mientras que el ex empresario fue hacía el infierno, o eso quiso creer Manuel mientras se dirigía al pueblo.
     
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  2. Alde

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    Siempre es digno reconocer los buenos relatos, y los suyos siempre dejan a uno con la sensación de la espera por su fluidez y su gran disertación.

    Saludos
     
    #2
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  3. JimmyShibaru

    JimmyShibaru Poeta recién llegado

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    Muchas gracias !
    Siempre son bienvenidos tus comentarios!!!
     
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  4. Alde

    Alde Miembro del Jurado/Amante apasionado Miembro del Equipo Miembro del JURADO DE LA MUSA

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    Felicitaciones por el merecido reconocimiento.

    Saludos
     
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  5. Mamen

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  6. JimmyShibaru

    JimmyShibaru Poeta recién llegado

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    Muchas gracias. Es un placer ver que se me reconoce. Estoy muy bien en este foro aunque a veces no participe todo lo que me gustaría. Saludos y gracias de nuevo!!!!
     
    #6
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  7. Alde

    Alde Miembro del Jurado/Amante apasionado Miembro del Equipo Miembro del JURADO DE LA MUSA

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    Felicitaciones por el merecido reconocimiento.

    Saludos
     
    #7
  8. dragon_ecu

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    Felicitaciones por la mención obtenida.

    Poco a poco irás sumando más.

    Saludos.
     
    #8

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