La prosa de un caminante

Caminar es deshojar el tiempo. La calle se abre como un libro viejo, sus páginas manchadas de huellas, de sombras que se arrastran tras los faroles. El caminante no lleva prisa; su destino es el polvo que se levanta con cada paso, el eco de sus propias preguntas rebotando en las fachadas dormidas. Las paredes tienen grietas que son cicatrices, ventanas que parpadean cansadas, como ojos al borde del sueño.

El aire huele a café quemado y a lluvia lejana. En la esquina, un perro olfatea la nada, buscando respuestas en el suelo. El caminante piensa que todos somos ese perro: hocicos hundidos en lo invisible, rastreando migajas de sentido. Sigue adelante, rozando las paredes con los dedos, como si pudiera leer a tientas la historia de los que ya no están. La ciudad es un diccionario de ausencias.

Una mujer pasa con un niño dormido en los brazos. Su murmullo es una canción sin letra, una melodía que se deshace en el viento. El caminante se detiene. Por un segundo, el mundo se reduce a ese instante: el peso del niño, el ritmo de los pasos, la luz de una lámpara temblando en un balcón. Todo lo demás es ruido.

Sabe que caminar es también perderse. Cada cruce es un desgarro, un quizás. Pero sigue, porque en el andar hay una verdad tozuda: la vida no es el destino, sino el roce del suelo bajo los pies, el latido en las sienes, el frío que se cuela por la gabardina. La noche avanza, y él, sin más brújula que el hambre de horizonte, se funde con las sombras. Mañana será otro día, otra calle, la misma pregunta.

Y así, el caminante se convierte en lo que mira: un fantasma de asfalto, un verso suelto en el poema de nadie.

 

Me ha gustado mucho. Las imágenes son muy buenas (desde mi punto de vista) y he procedido a una relectura.
Supongo que el caminante eres tú y que mientras caminas tu mente va elucubrando estas metáforas que luego haces narración, y con excelente tino.
Un saludo muy cordial.

 

Gracias, caminantes somos todo