Contigo

Me pedías una sin queso

y el olor a pizza tocando a la puerta,

a esa puerta de todos los días, todos los besos,

antes de salir al mundo deseando la vuelta.


Me pedías cada noche una de sueños

y te hacía soñar tanto que perdí la cuenta

de tantas y tantas noches cumpliendo tus deseos

que al amanecer descubría en las escaleras

una de cava y dos de bombones, pero también media de miedo,

¿porqué tres copas de vino cuando solo dos somos pareja?.


Y llegó la duda, la sinrazón. Llegaron los celos,

una de preguntas y cómo no, un montón de respuestas,

un llegar antes a casa, un interrogar al silencio,

cada día más temprano, a veces robando de tu siesta

un beso antes de entrar, temiendo no ser el primero

que llegara cada tarde a tu cama con los platos vacíos sobre la mesa.


Llegó Navidad y los Reyes Magos de aquel invierno,

Melchor, con las rayas diagonales de una corbata de seda,

Baltasar, con ese vestido del azul de tus ojos de cielo

y en el fondo del pasillo una vieja caja cerrada de madera.


Ha venido Gaspar, me dijiste, con un regalo que no viene envuelto.

'Es para los dos'. A mi corazón se le iba a la cabeza.

¿De quién es?, ¿Quién lo ha traído?. Tus padres están en el pueblo,

tu hermano está en Madrid y tu hermana en Inglaterra.

Con nuestros amigos, nos regalamos en Año Nuevo

y mi familia nunca viene antes de primavera.

Si es para los dos, dime quien lo ha traído, dímelo sin miedo.

Gaspar, 'ya te lo he dicho'. Gaspar, como el hermano de mi abuela.


Mi mundo se volvió un cortometraje triste de recuerdos,

mi mirada el negro vacío de no querer volver a verla.

Tenía razón, mi razón tenía nombre y su corazón tenía dueño,

nuestro futuro las letras borradas y mi presente la puerta abierta.


Un par de camisas, un pijama, un plumón y dos vaqueros,

una pequeña mochila sin fotos y las hojas rotas de mis poemas.

Ni un adiós, ni un hasta luego, solo el portazo de un día de viento,

un oírla llorar, un gritar mi nombre y yo, cruzando a la otra acera.


Pasaron las semanas, una nueva vida, un trabajo nuevo,

algún temporal amigo de algún fin de semana de fiesta,

todos los regresos a casa muriéndome por dentro

y todas las noches recordándome a mí mismo que no quería verla.


Mi supermercado de los lunes, mis martes al sol de algún almuerzo

en el mismo bar que cada jueves, rellenando un crucigramas sin respuesta,

pidiendo un segundo café, sólo, 'por favor, otro café con hielo',

leyendo las frases aburridas del amor de un azúcar derramado sobre la mesa.


Como siempre, el paño húmedo en manos del camarero,

devolviéndole el brillo a mis manchas, sujetando la bandeja

que esta vez no reflejaba su
bigote sino a una mujer de pelo negro

con un hinchado delantal pintado de manzanas, naranjas y fresas.


La miré, cerré los ojos, la volví a mirar como quien mira de lejos

y sin creerlo la vi, la miré. No podía ser, era ella

con un evidente embarazo, los tobillos hinchados y los ojos bien abiertos,

mirando a mi no saber que hacer, escuchando mi falta de respuesta.


'Te presento a Gaspar, ¿recuerdas?'. Quise que os conocierais en invierno

con la sorpresa de una ecografía borrosa en una caja de madera.

Tú te fuiste, el se quedó. Sigue aquí en mi vientre, creciendo y creciendo,

esperando que antes de nueve meses recuperes la razón y vuelvas.


No había nadie más que tú. Y
yo, sin saber luchar contra tus celos,

creyendo que la vida de Gaspar te haría confiar sin más respuestas,

que un 'para siempre' a un '¿hasta cuando?' y un 'yo también' a cada 'te quiero',

un 'juntos' a cada 'con quién' y un contigo y con Gaspar cada mañana cuando el día despierta.​