Dos libros.

Dos libros.

Se cruzaron dos libros que cantaban la misma canción, del dolor de letras iracundas.
En la caverna la tinta de piedra profunda.
La letra, una cucharada de todo el manjar que proporciona el olvido.
Hasta aquí he llegado con la ilusión de un cuervo.
Tras los ojos el acceso, al fin un siete llega a tiempo, el número mágico.
La caverna del olvido en pro del entonces, podría silenciar la cuchilla de una vida deshonesta.
Del libro que nunca acabé por estar ausente.
Relojería que retrata la mezquindad y el filo silencioso que se nos acerca a la garganta.
Ignorantes de poca monta que no siguen la batuta.
El público de aquel entonces.
El largo cambiar la letra para ignorarme.
Y los sonidos de las notas, te recuerdo bien y el Do falso y los pendientes de verdad,
descendientes de los árbitros.
Los árbitros que terminan con la vida, cuchilleros, afilados e impuros y perfectos,
ya saben que con un sesgo se callan todos los trovadores.
A los cantantes que anotan en un libro los recuerdos de los bosques.
Tú, aparecida, con las risas que quedaron en algún lugar.
El azul decidió guardar un momento y mirar con tus ojos.
Concepto y vínculo escalonado que condena.
Te partí por la mitad con mis canciones de cuna.
No sé si la impureza del amor nos hace sentir perfectos,
valientes las máquinas corredoras que son siete.
Eso decía la loca,
De vapor antiguo, ahora agua perdida en otra época donde el cielo no tenía importancia.
Se designaban las zonas, el viento conoce el estribillo, siempre el mismo,
señalando con cruces de madera el funeral a mi salud y a mi nombre.
El libro esconde una canción que solíamos cantar desafinando, al menos yo.
Sé que lo guardas en algún lugar de la caverna.
La obscuridad es hermana de la tinta.
Amor y Dolor ermitaño.
Se cruzaron dos libros y cantamos desafinando, al menos yo.

 

Hace tiempo que no le leía
ha sido un placer pasar por sus versos y dejar un abrazo de colores.

 

Saludos Guadalupe.