Muerte

No me esperaba la muerte prematura.
No quería ver flotando por el aire esa cabellera moribunda.
No pretendía tener que atesorar un recuerdo distante y frío.
No quería oir unas últimas palabras ni imaginaba que pudiera despedirme.

Guardaré todas las noches en un cajón,
amasaré con lágrimas secas un instante perdido,
olvidaré todo aquello que no fue,
viviré mientras se marcha por la escalera el sentido.

Tenía o era absurdamente necesario que contestara,
que mis palabras fluyeran en señal de disculpa, en señal de consuelo,
tenía o era absurdamente necesario sacar las manos de los bolsillos,
sonreir amargamente, y decir adiós.

No supe ni sé aún qué debo decir, qué debo hacer.
No supe ni sé aún si es preciso sentarme a esperar que pase.
No supe ni sé aún y nunca sabré cómo ni cuándo ni dónde.
No supe ni sé aún nada.

Y mientras el tiempo pasa y el reloj se agota,
me siento fría. No recurro al drama, ni al desconsuelo,
me quedo inherte y pasiva como una mariposa sin alas,
esperando que llegue la muerte, su muerte.

Y es así, como si en el pecho alguien me lo hubiera escrito,
como si una brisa tenue me lo susurrara un día,
como si antes de saberle ya lo supiera,
lo sabía, y era cierto.

Muerte, cruel y despiadada muerte,
robas algo que jamás fue mío,
vino prestado, yació conmigo,
se fue despacio, se consume.

Muerte, muerte, muerte...
Volará, ya falta poco, y se convertirá en un ángel,
se esparcirán en el viento sus cenizas,
y se convertirá en memória, fútil y desquiciada memória.

En otro lugar, en otro espacio, yo seguiré oyendo su doctrina,
seguiré planteandome muda todas sus preguntas,
quizás algún día logre responderlas,
quizás algún día, en algún lugar, sonreirá al oirlas.