Reflexión 119

Nos creemos pulcros,
aún cuando la suciedad está en el aire,

aprendemos a golpes,
y negamos la pena,
a pesar de condenar a otros con dolor,

difamamos al que expresa descontento,

defendemos al que defiende su felicidad,

somos artífices
de todo egoísmo injusto,

cuidamos lo que nos importa,
no nos importa lo que otros cuidan,
lo que nos "importa" son las personas,

¿qué cuidamos?

propias ilusiones, nada,

aguardamos
por un final que entendemos innegable,

negamos la maldad,
aún cuando sabemos
que esa maldad se engendró
en un vientre materno,

observamos la avaricia del sol,
y cada día le rezamos,
para que cada día
nuestra desgracia sea su ley,

nos confesamos,
y le mentimos,
por ego propio,

deseamos la felicidad,
que para todos parece ser
lo que nadie tiene,

la calma
solo se encuentra
después de muerto,
aunque nadie la vivirá,

y en el final nos inunda
un frío entumecedor,

arrepentirnos por lo vivido
es el menor de los dolores,

lo más desolador es saber
que otros sufrirán la misma suerte,

muerte de nubes negras,

astros de tacto agrio.

 

Este poema nos muestra el espejo de la condición humana: vivimos en contradicciones, buscando pureza en medio de la suciedad, justicia en medio del egoísmo y consuelo en medio de la mentira. Nos movemos entre ilusiones vacías, cargando culpas que negamos mientras repetimos errores que condenamos en otros. La existencia aparece como una lucha constante entre el deseo de felicidad y la certeza de la muerte, entre la avaricia de lo cotidiano y la esperanza de algo que nunca alcanzamos. Al final, lo verdaderamente doloroso no es solo nuestra propia ruina, sino la conciencia de que las generaciones venideras heredarán las mismas sombras, enfrentando el mismo destino de fragilidad, vacío y desolación.

Saludos Cordiales