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  1. - ¿No ha llegado el hombre a quien le lancé el beso?

    - No – dije de manera natural.

    - Qué raro, debió haber regresado.

    - Pues imagino que no es cierto eso de que vienen y van – a Lucrecia pareció sorprenderle que el hombre no hubiera vuelto a la floristería.

    - Seguramente es casado y es completamente fiel a sus principios.

    - Eso debe ser.

    Las flores de mi casa ya se habían marchitado, ni siquiera quedaba el aroma, se había esfumado. Deborah tiró el ramo tan pronto como se secó, no dio tiempo a que me despidiera de aquel detalle tan lindo que habían tenido para mí.

    En cuestiones de romance yo no tenía muchas expectativas, después de los años de matrimonio, ya no esperaba que Alejandro fuera detallista, eso simplemente no iba a pasar nunca, a él no le importaba conquistarme, es como todos los hombres, cuando se casan, creen que la mujer debe mantener el interés simplemente porque sí, como si el matrimonio fuera un motivo ideal para que el romance desapareciera del mapa. También estaba pendiente la cena para celebrar los quince años de Gabriel, por fecha cumple el lunes, pero decidimos celebrar la cena el domingo, no invitó a ningún amigo a la cena, dice que eso de invitar gente es para las mujeres. Así que me tocó a mí buscar alguien más aparte de nosotros cuatro para cenar.

    De esa manera, le dije a mis padres y a los de Alejandro, a Angélica, Cristina y Lucrecia. Mis padres tenían otro compromiso, la vela de uno de sus amigos, muerto por un paro cardiaco, por lo que pasarían a dejarle un regalo temprano al festejado. Yo luciría mis dotes de cocinera, el menú incluía arroz blanco con maíz dulce y zanahoria; carne de res en salsa, ensalada de lechuga con tomates y aderezo, un postre a base de gelatinas y un queque de chocolate que Deborah se encargó de decorar con crema chantilly y melocotones.

    Angélica había estado ayudando con la carne, llegó temprano para evitar que el estrés se adueñara de mi cabeza (como si nunca ocurriera), así aprovechamos para hablar sobre el embarazo de Cristina y otros chismes que estaban a la orden del día.

    - Menos mal que ustedes son sus mejores amigas – nos recriminó Alejandro – ¡líbrame, Dios!

    - Precisamente por eso – le contesté – porque somos sus mejores amigas, nos preocupamos por ella.

    - Yo creo que ya está bastante grande – añadió.

    - No, Ale – le dijo Angélica – parece grande, pero es como una niña. Bueno, creo que esta comida está riquísima. Si me permiten voy a robar su ducha por unos minutos para estar presentable para la cena.

    Entonces recogió su ropa, la llevó al dormitorio principal y se metió a la ducha, mientras Alejandro y yo terminábamos de preparar la cena. Casi de inmediato tocaron a la puerta, era Cristina, con mejor aspecto que la última vez que la vi en la floristería y detrás de ella, a pocos pasos venían los padres de Alejandro, que saludaron y se sentaron en la sala a ver televisión, luego llegó Lucrecia, para completar la lista de invitados al agasajo.

    La cena estaba a pocos minutos de servirse, el queque, esperaba en media mesa, con quince pequeñas velas, Gabriel había ido a su cuarto para ponerse una ropa más decente que la que llevaba puesta (pantaloneta de fútbol y camiseta sin mangas). Angélica se sentía tan cómoda en casa, que dejó su ropa encima de la cama matrimonial, en nuestro dormitorio que está junto al baño. Y eso no habría significado nada, Alejandro estaba conmigo, pero había un pequeño detalle, Gabriel estaba ahí, observando la ropa interior de Angélica, husmeando.

    - ¿Qué haces? – preguntó. El muchacho dio un brinco del susto, se quedó callado y sin decir nada, giró hacia donde estaba ella, de pie bajo el marco de la puerta, cubierta con una toalla - ¿qué haces? – y se recostó a la pared.

    - Nada – respondió él, dándose cuenta de que había sido pillado.

    - Me parece que haces algo.

    Y entonces, hizo algo que sacó a Gabriel del guion, algo que el muchacho no preveía como posibilidad. Desvió su mirada hacia el pasillo, todos estaban en la sala o en el comedor, solo ellos dos estaban en el segundo piso de la casa.

    - ¿Quieres ver la percha? – le murmuró, y acto seguido dejó caer la toalla. Gabriel estaba inmóvil, como estúpido mirando el cuerpo desnudo de ella, que se giró para que él terminara de conocerla. Sucedió lo obvio, Gabriel tenía la pantaloneta hinchada, era la primera vez que estaba con una mujer desnuda frente a sus ojos.

    Entonces Angélica miró al muchacho y advirtió la situación en que él se hallaba, se colocó la toalla, se acercó a él que estaba frío debido a sus emociones y le habló.

    - Anda – dijo colocando su mano sobre el hombro del muchacho – ve y te desahogas en tu cuarto, porque eso… - y señaló la pantaloneta – no lo vas a liberar en frente mío.

    Gabriel no pudo mirarla a los ojos, estaba ido mirando la toalla que la cubría, ella la entreabrió y volvió a cerrarla, apenas para que él pudiera verla de prisa. Luego se acercó al oído del muchacho y le dijo:

    - Feliz cumpleaños.

    - Gracias – logró responderle él en medio de tartamudeos. Entonces salió, mientras que ella cerró la puerta para vestirse. Después de ese día, en dos ocasiones intentó Gabriel que se repitiera la escena, pero ella se negó, dijo que aquello había sido su regalo de cumpleaños y en caso de repetirlo, dejaría de ser especial.

    También hubo otro detalle, no menor, en esta escena. Deborah estaba en su dormitorio, con la puerta entreabierta y observó todo lo que sucedió, sin perder ningún detalle de lo acontecido. Pero nunca delató a Angélica ni contó lo ocurrido a nadie, lo guardó para sí. Quién sabe, tal vez algún día podría repetir esa escena con el hijo de alguna amiga, ser la amiga sexy de alguna familia, como lo era Angélica. Durante la cena, todo estuvo tranquilo, tan tranquilo que parecería que nada anormal hubiese pasado, todos celebramos con música, algo de baile improvisado y recuerdos sobre el cumpleañero. Estábamos entre familia.
  2. Yo tenía mi propia lista de preocupaciones ajenas a los embarazos de Cristina. Se aproximaba el cumpleaños de Gabriel, cumpliría quince y aunque yo pensé en salir a pasear y hacer algo lindo como familia, porque no es mucho el tiempo que pasamos juntos, Alejandro y él se conformaban con una comida en casa. Los hombres son tan simples, podríamos aprovechar la ocasión para salir como familia, lejos de los teléfonos, las redes sociales, los juegos en línea, pero ellos tenían mejores planes, quedarse a comer en casa y así poder conectarse a los videojuegos y la computadora ¡vaya novedad!

    Me encontraba en la floristería cuando un hombre cruzó por la puerta, saludó y comenzó a mirar los arreglos que estaban ahí. Lo dejé que mirara un poco y seguí en lo mío, miró las tarjetas de regalo, sin hablar, luego se despidió y salió. Dos minutos después volvió a entrar, comenzó a mirar las flores, de nuevo, entonces crucé los brazos, sonriendo, me apoyé en el mostrador y esperé lo peor, podría ser un asalto, pero ¿quién asaltaría una floristería? ¿robaría un ramo de rosas para alguna mujer lastimada emocionalmente? ¿me pediría que pusiera todas las petunias en una bolsa? Entonces lo miré con calma, era el hombre a quien Lucrecia le había lanzado el beso, tenía razón, había regresado. Ahora que lo miraba de cerca, era más guapo de lo que parecía en un inicio y también era más joven, no debería tener más de treinta y dos o treinta y tres años.

    - Estoy para lo que ocupes – le dije de manera amable.

    - ¿Disculpa? – hasta tenía una linda voz, todo masculina.

    - Es que, tengo la impresión de que estás un poco indeciso sobre las flores que quieres llevarle a tu esposa – dibujó una risa antes de contestarme.

    - Sí, verás, en mi caso es un poco más complicado.

    Dejé lo que estaba haciendo, puse las tijeras sobre el mostrador, pasé por lado de la caja y me acerqué a él.

    - Las mujeres no somos tan complicadas como nos quieren hacer ver – volvió a reír.

    - Cuando dije que en mi caso es un poco más complicado, me refería a que no tengo esposa.

    - Ups… bueno, a tu novia le gustarán, estoy segura.

    - Tendré que conseguir una novia entonces, solo para llevarle flores.

    Regresé detrás del mostrador, caminó hacia la puerta y luego me miró de reojo.

    - Me causó curiosidad el nombre de la floristería “El alfabeto de Dios”, no sabía que Dios tuviera un alfabeto.

    - Yo tampoco - volví a pasar por delante del mostrador - pero Lucrecia, la dueña, sí.

    - Compraré un ramo de flores.

    - Para eso estamos.

    Di media vuelta y le sugerí un hermoso ramo de gardenias que estaba justo a su lado, no sin antes, preguntar por la clase de persona que sería la afortunada de recibir el detalle.

    - La verdad, es que apenas estoy conociéndola.

    - No hay mejor manera de conquistar que con flores – tomé el ramo, lo cargué y le puse un moño rojo, el ramo estaba hermoso.

    Preguntó el precio, sacó la billetera y me dio un billete, abrí la caja, tomé el vuelto y se lo di, pero cuando iba a entregarle las flores, me detuvo y con total seriedad me dijo:

    - Te las regalo.

    - ¿Cómo? – estaba atónita – pero son para la mujer que estás conociendo.

    - Sí, y la mujer que estoy conociendo, está vendiéndome un ramo de gardenias.

    - No puedo aceptarlas, no es debido. Ni siquiera te conozco.

    - Ernesto – y me extendió su mano.

    - Nazareth.

    - Ya está, ya nos conocemos – y se dirigió hacia la puerta.

    - ¿Qué se supone que le diré a mi esposo?

    - No sé – y salió.

    Cuando Alejandro vio las flores en la noche, preguntó el motivo de que las hubiera llevado y le di la respuesta más lógica que como mujer se me pudo haber ocurrido.

    - Las vi tan lindas que se las compré a Lucrecia.

    - O sea… que ¿compraste flores de las que vendes? – estaba algo confuso, pero mi rostro dejaba pocos espacios para discutir.

    - Discúlpame por querer comprar algo que se vea lindo en la casa.

    - Mejor no le discutas, creo que está en sus días – agregó Deborah. Las cuidé tanto como pude hasta que evidentemente se marchitaron, a veces, pasa lo mismo con el amor.
  3. Tres días han pasado y seguimos con el agua fría en la ducha, Gabriel y Deborah optaron por calentar agua en ollas y bañarse como si fuésemos víctimas de la pobreza extrema, a esto hemos caído, a calentar agua en ollas, yo también lo he hecho, pero apelo a que Alejandro demuestre su lado varonil y se decida a aceptar que el problema no es la instalación eléctrica de la casa, el problema es que en esta familia carecemos de un hombre que se haga cargo de sus deberes.

    "Tenemos que hacer algo con ella, está terrible, yo creo que va a volver con él” así de lapidario era el mensaje que acababa de escribirme Angélica.

    Cristina no daba trazos de componerse, estaba como en trance, casi no comía, se despertaba cuatro o cinco veces por noche, lloraba antes de acostarse. Para alguien que tenía dos meses de embarazo, estaba cadavérica, translúcida, no había que hacer mucho esfuerzo para mirar a través de ella. Así entró a la floristería, tambaleando, irreconocible. Angélica estaba en el baño, cuando la vio se apretó los cachetes con tristeza y soltó el saludo.

    - ¡Ay, amiga! - la otra estaba seria - ahora sí vas a irte con San Pedrito.

    - Ese bebé no va a nacer con buen peso si sigues sin comer - añadí.

    Cristina tomó asiento, puso su bolso junto a un ramo de rosas, sacó su teléfono y comenzó a leer "te extraño, ojalá hubiese sabido aprovechar mejor el tiempo juntos, pero, sabes... Segundas partes siempre son buenas".

    - ¿Cuándo te escribió eso, ese desgraciado? - pregunté con ira.

    - En realidad - y comenzó a llorar - yo se lo escribí y no me respondió - Angélica y yo estábamos incrédulas.

    - Nazareth, lo ama - Angélica también estaba a punto de llorar.

    Yo parecía la madre de estas dos mujeres, siempre ha sido así. Y cuando estaba por gritarle sus verdades a Cristina, vomitó en medio piso, con la suerte de que al vomitar no pringó ninguna flor. Ahogué un grito de terror ante semejante espectáculo, mientras que Angélica se agarraba con fuerza a la pared en un intento de que los desechos de Cristina no llegaran donde ella, había fallado... La punta de su zapato izquierdo tenía una mancha amarillenta de aquellos asquerosos residuos.

    Sabe Dios lo que pasó en aquel momento por la cabeza de Angélica, pero al ver la baba en su zapato corrió al baño, se quitó el zapato y lo lavó mientras blasfemaba contra Cristina. Menos mal que Lucrecia no llegó a la floristería para ver eso. Más tarde, cuando por fin llegó a cubrirme, el piso estaba inmaculado, el local completamente limpio y no quedaba ni un rastro de lo acontecido.

    - ¿Pasaste desinfectante?

    - Sí, tuve un tiempo y quise limpiar.

    Al salir pude respirar tranquila, Dios me había puesto a prueba y sobreviví para contarlo. Bien por mí.




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  4. Cuatro años había sido mi periodo anterior en este negocio, esta vez tan sólo llevo dos semanas, pero siento como si nunca me hubiera ido. Me fui por Alejandro, porque estábamos a punto de separarnos, llegamos a un punto donde simplemente ya no podíamos ni debíamos seguir como pareja. Entonces renuncié a mi lugar feliz y después de algunos años, no sé si hice lo correcto o si sirvió de algo.

    - Me alegra tener a alguien de confianza aquí.

    - A mí me alegra estar de vuelta, Lucrecia.

    - La verdad no recuerdo ni por qué te fuiste - Lucrecia llegó más temprano ese día a la floristería, dijo que ahí vivía mejor - debió ser por una tontería.

    - Los chicos estaban pequeños y Alejandro... No pasábamos un buen momento.

    Entonces me abrazó, la miré extrañada, volvió a tomar las flores en que trabajaba y yo hice lo mismo, por unos segundos no dijimos nada, sólo éramos nosotras y las flores.

    - Sabes, Nazareth... Los hombres vienen y van, mírame. A mis cincuenta y dos, estoy bien.

    - ¿Con dos divorcios? ¿Bien?

    - Eso ve la gente, dos divorcios, pero yo veo a una mujer que huyó de dos posibles escenas del crimen - entonces, se detuvo, me señaló la ventana y alcé la vista, había un hombre sumamente atractivo, rondaría los cuarenta, miraba los arreglos que estaban en la ventana, notó que lo observábamos. Yo quité la mirada, pero Lucrecia le tiró un beso, él sonrió y siguió su camino.

    - Lucrecia ¿Qué haces?

    - Tiene razón Alejandro. Eres bien aburrida. Déjalo que sueñe esta noche con la mujer que le lanzó un beso. Quién sabe, tal vez vuelva.

    - ¿Tal vez vuelva? ¡Estás loca! ¿Y ese cuento de que los hombres van y vienen?

    - Ya este se fue, quizás venga.

    Yo sabía que no iba a regresar, seguro estaba casado o con pareja, jamás volvería, pero parecía que aquello abría la locura en Lucrecia. Puso la radio, sonaba un merengue de Juan Luis Guerra, dejó las flores, puso sus manos en mi cadera y cuando me di cuenta, bailábamos en medio local, nos reímos, hicimos un par de giros y volvimos a lo nuestro. Estaba loca, yo también.

    - ¿Bailando? - me dijo Alejandro con cara de muerto cuando le conté en la noche.

    - Seguro estaban borrachas - agregó Deborah.

    - ¡Mamá! ¡Qué ridículos haces! - fue la sentencia de Gabriel.

    Yo los miré con actitud relajada, los tres comenzaron a reír.

    - Pues bailo muy bonito, yo lo sé - y me fui al dormitorio.

    Antes de acostarme, decidí darme una ducha para dejar ir los pensamientos que amenazan la paz de una mujer en las noches. Pero al parecer fue un tremendo error, la ducha no calentaba y el agua estaba completamente helada, para mi desgracia, Alejandro discute cada vez que eso pasa, echando la culpa a quienes construyeron la casa alegando que la instalación es el problema, entonces se me suben los ánimos y es mejor quedarme callada.
  5. Había una vez, en un lejano país cuyos edificios estaban construidos a base de sueños y estrellas fugaces…

    Comencemos otra vez. Había transcurrido una semana desde que Cristina me había dejado completamente helada confesando o delirando, aún no sé bien cuál de las dos opciones es la correcta, que se encuentra embarazada. Durante esta semana no habíamos tenido la oportunidad de hablar al respecto con la devoción, claridad y el discernimiento que tal evento se merece, dado que ella se encuentra recién divorciada del hombre que le fue infiel durante años y que, en este caso, sería el presunto padre de la criatura que se halla haciendo espacio dentro de su vientre.

    Caigamos en la realidad, en la cruda realidad, esa que nos grita que, a través de la historia, Cristina nunca ha sido capaz de valerse por sí misma, siempre había dependido de una u otra forma de alguien más. Abandonó los estudios cuando su padre se dio cuenta que andaba con uno de sus profesores y no tuvo la iniciativa jamás de costearlos ella misma cuando su padre dejó de darle dinero. Por eso se casó, porque la responsabilidad de hacerse cargo de sí misma, era una lápida muy pesada y era más fácil, buscar un esposo que le diera una vida cargada de buenos momentos y pocos problemas, pero… para su desgracia pasó todo lo contrario.

    Era casi el mediodía cuando se asomó por la puerta de la floristería, como un chiquito que se preparaba para una regañada por parte de su mamá.

    - ¡Bu! – le gritó Angélica que estaba detrás de ella sin hacer ruido y cuya presencia Cristina no había notado.

    - ¡Idiota! – le gritó Cristina mientras se sujetaba a la puerta luego de brincar y aún blanca por el susto - ¡casi me matas!

    - Hay que tener ojos en la espalda, querida – le respondió la otra, riendo.

    - Parecen dos chifladas – les dije yo.

    - Entonces contigo completamos a los tres chiflados – dijo Angélica.

    Las dos pasaron, faltaban cinco minutos para el mediodía, cerré la puerta, para cubrir el almuerzo con los eventos que pasaban en la vida de Cristina. Angélica había traído unos panes con jamón y queso, yo tenía un refresco, hicimos usos sándwiches y comenzamos la charla incluyendo el asombro normal que era lógico para nosotras.

    - Sí – dijo Cristina – me hice la prueba la semana pasada.

    - Pudo ser errónea – le sugerí.

    - Me hice dos.

    - ¡Diablos – dijo Angélica, con medio sándwich en su boca – estás bien embarrada ¿y de quién es? – Cristina la miró con enojo y yo solté una risa - ¡No! ¿de tu ex?

    Cristina soltó el llanto, dejó el sándwich que estaba todavía sin morder, encima del escritorio y luego se puso de pie, dio dos vueltas en el local y volvió a sentarse.

    - No vas a decirle ¿verdad? – pregunté con tranquilidad.

    - ¡Cómo dices!, por supuesto que tengo que decirle.

    - No va a regresar contigo, debe estarse revolcando con aquella zorra, empapados en sudor con las sábanas mojadas y gimiendo de placer – fueron las palabras de Angélica que provocaron que Cristina le tirara el sándwich al piso - ¡Oye! Estaba a medio comer.

    - No le digas todavía, espera un poco mientras que decidimos cómo darle la noticia.

    - Ocupo decirle ya.

    - Claro, cómo no se me ocurrió. Anda, llámalo, llórale y dile que estás embarazada, que tu hijo va a crecer sin padre, que puede seguir con la amante mientras esté contigo. Es más – la tomé por los hombros – dile que aceptarías un trío, así de seguro te pone atención - se sentó en el piso, con las manos en la cara y comenzó a llorar con más fuerza.

    - ¡Qué insensible, Nazareth! – dijo Angélica mientras levantaba el sándwich del piso, lo soplaba y limpiaba con una servilleta antes de darle otro mordisco - ¡qué insensible! Pobrecita, está embarazada, sola, acaba de divorciarse, su esposo la engañó con cuántas ¿dos o tres mujeres? – la otra pataleaba mientras lloraba – de veras Nazareth ¡qué insensible!

    Entre los lloriqueos de Cristina se evaporó la media hora que yo tomaba de almuerzo, cuando abrí la puerta, se levantó, agarró su bolso y salió limpiándose las lágrimas sin decir nada. Yo quise decirle algo, pero la conocía bien, no entraría en razón en ese estado.

    - Deberías aprender a ser menos obstinada y más espiritual – me dijo Angélica chupándose los dedos llenos de salsa de tomate – las mujeres somos el lado romántico de la vida.

    Le señalé la puerta con la mirada, salió dando saltos pequeños y cuando puso un pie en la acera, se volteó y se despidió. Después de dar cuatro pasos, volvió a entrar, se hizo otro sándwich más pequeño sin decir palabra y se fue.
  6. - ¿Vas con Jessica? – Deborah estaba al teléfono, conversando sobre la dichosa fiesta a la que iría hoy por la noche.

    - Mamá, estoy al teléfono.

    - Lo sé y por eso pregunto si vas con Jessica – hubo un silencio incómodo de cerca de cinco segundos y luego siguió hablando. Yo esperé a que terminara la llamada – otra vez ¿vas con Jessica?

    - Mmm… tal vez.

    - Esa respuesta no me deja satisfecha, probemos otra cosa – la miré de arriba abajo, estaba a punto de seguir cuando Gabriel me interrumpió.

    - Y si le preguntas mejor quién es Matías – Deborah miró a Gabriel sin decir nada y yo la miré a ella, de la misma manera, sin decir nada. Deborah se dirigió al refrigerador, tomó una botella con agua fría, bebió dos tragos y luego se fue a su habitación.

    La culpa era de Alejandro, no había que darle muchas vueltas al asunto, ella era la princesa de mi marido y él caía irremediablemente ante sus caritas de tristeza “entonces que no conozca nunca a nadie” me decía cada vez que salía a relucir alguna de esas dichosas fiestas con amigos. En el fondo yo tampoco estaba en desacuerdo, pero me enfurecía que él siempre quedara bien y yo fuera el ogro que siempre ponía un, pero.

    Había, sin embargo, algo que yo también contemplaba y él no. Yo también fui colegiala, y al igual que Deborah asistí a fiestas con amigos y a la edad de ella hay cosas que pasan por capricho de la naturaleza “aparecen los hombres”, al inicio son solamente bromas, pero luego, intentan ligar contigo, y si ese hombre resulta atractivo a la vista de la mujer, los besos y caricias son inevitables. No es que yo esperara que Deborah se convirtiera en monja, nada más alejado de la realidad, pero fue a su edad que yo había perdido mi virginidad. La perdí de la manera más estúpida posible, y, sin embargo, de la manera que más comúnmente la pierden las mujeres, pensando que el chico iba a ser alguien especial en nuestra vida, luego pasa lo que tiene que pasar, nos damos cuenta de que es un cretino que no valía la pena, lloramos, nos sentimos como un pedazo de mierda y esperamos que aquel sea un episodio que pase sin pena ni gloria por nuestra vida. El problema es que nos venden la virginidad como el premio del siglo, los hombres se sienten dioses al saber que una mujer se ha entregado a ellos por primera vez, son como primates, como cavernícolas, llevan aquello con orgullo y cuando son ancianos rememoran el hecho con jodida nostalgia “no me casé con ella, pero fui el primero en probarla”, a veces usan otros términos menos caballerosos, pero no viene al caso entrar en esos detalles tan repugnantes.

    - Un par de años más y podré salir hasta la hora que me venga en gana – era Gabriel, pensando en voz alta y devolviéndome a la realidad.

    - Yo no pienso pagar pensión a ninguna muchacha, ojalá que cuando eso pase, te acuerdes de ir a la farmacia antes.

    - No le digas eso – me respondió Alejandro – también los venden en los supermercados.

    Sonó entonces mi celular, era Cristina, le hice señas a Alejandro de que en un rato seguiríamos con la conversación, pero antes de que yo pudiera siquiera saludar, Cristina soltó la bomba y al oírla, casi dejo caer el teléfono, quedé pálida, simplemente blanca.

    - Nazareth ¡estoy embarazada!
  7. - Creo que no tengo mucho que explicar, la verdad tienes más experiencia que yo en esto de las flores – las palabras de Lucrecia tenían toda la razón, yo había trabajado mucho tiempo en la floristería, pero por cosas personales había salido hacía cinco años – si ocupas algo sólo llámame.

    - Lo haré y otra vez, gracias por la oportunidad.

    - A nadie le confiaría esto como a ti.

    Aquí estaba yo, cinco años después, rodeada de flores, había renunciado por una estupidez. En aquel tiempo me cansé de los reclamos de Alejandro porque dedicaba mucho tiempo al trabajo, pero cuando me fui, empezó a reclamar porque el dinero nunca alcanzaba. Así son los hombres, no ha nacido la mujer que se amolde a sus necesidades. El turno estaba lejos de molestarme, estaba a cargo de abrir el local a las ocho de la mañana y Lucrecia llegaría luego, a eso de las tres de la tarde, de lunes a viernes.

    Bajo ese horario lograba volver a mi independencia financiera, a los tiempos donde podía comprarme un refresco sin necesidad de tener que pedirle a Alejandro que me facilitara efectivo.

    - Otra vez, dime ¿cómo fue?

    - Llamó llorando, porque me necesita a su lado – Cristina y yo tomábamos un café mientras que yo arreglaba un ramo de tulipanes anaranjados y geranios que recogerían en el transcurso de la tarde.

    - ¿Te reíste en su cara?

    - ¿Qué otra cosa podía hacer?, aunque… - y puso el café en el mostrador – no sé si fue buena idea lo del divorcio.

    - ¿No sabes? ¡te fue infiel! – tomó un trago de café y se limpió una lágrima.

    - Sí, Nazareth, pero tiré al basurero once años de matrimonio, le quité el papá a mi hija, quedé sola.

    - No es cierto – le tomé la mano y la miré – no es cierto, hiciste lo que tenías que hacer, te hiciste sentir, ojalá todas las mujeres actuaran como tú.


    Terminó el café y luego se levantó, tenía algunas cosas que comprar para la escuela. Pero yo la conocía, la tristeza estaba haciendo nido en ella, tres semanas no se borraban once años de matrimonio, necesitaba tiempo para asimilar la etapa que estaba comenzando ahora. A todos se nos dificulta empezar de cero, nos acostumbramos a un estilo de vida y luego se nos hace imposible recomenzar por nosotros mismos y a Cristina se le dificultaba más.

    Siempre había presumido del esposo que tenía, pero no era la primera vez que la engañaban, llevaba cerca de cuatro años viviendo en ese infierno, ocupaba salir; no hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo aguante. Sí, sería complicado, pero era joven, un par de años menos que yo, con un cuerpo bonito, ni tan flaca, ni tan gorda. Y, sin embargo, ahí estaba, cediendo a las frágiles líneas del amor, como cualquier otra persona. Hay trazos que se dibujan entre nosotros y que resultan invisibles aún para el mejor de los observadores, por eso no podemos subsistir nosotros solos, por eso somos una especie tan dependiente, por eso somos humanos, porque no desarrollamos la capacidad de poder aislarnos por completo, eso no es lo nuestro.

    Yo quedé sola en la floristería. A media tarde, antes de que Lucrecia llegara, recogieron las flores. Aquel ramo de tulipanes y geranios estaba bellísimo, pareciera que yo nunca me hubiera ido de aquí, la práctica no se había ido de mis manos ¡qué buena que soy!
  8. Deborah estaba en el sillón, con el teléfono en la mano, escribiendo a máxima velocidad, si fuese secretaria podría escribir hasta quinientas palabras por minuto con la devoción que tenía. Acostada con las piernas cruzadas, mientras que yo trataba de inventar algo para la cena. La carne totalmente congelada, porque nadie había tenido la gentileza de ponerla a descongelar durante el día. Yo con las uñas recién pintadas, era imposible preparar algo para cenar antes de las ocho, hora que yo tenía como límite, porque no como nada luego de esa hora para que el cuerpo pueda digerir con tranquilidad y la comida no encuentre habitaciones disponibles en mi cuerpo. Entonces seguí el camino que tomaba siempre que lo necesitaba, una torta de huevos y dos trozos de jamón para cada uno, acompañados de una limonada.

    - Mamá, no ¿en serio? – Deborah estaba junto a mí observando con cara de agonía aquellas tortas de huevo – otra vez no.

    - Y se va a poner peor, te lo advierto.

    - ¿Peor que esto?

    - Sí.

    - Ocupo terminar de crecer, sabes.

    - Pues sí, pero si me ayudaran a hacer las cosas. Si, por ejemplo, tú no tardaras cinco horas con el teléfono o tu hermano no pasara toda la tarde con sus videojuegos.

    - Y ¿por qué dices que se va a poner peor?

    - Mañana empiezo a trabajar. Me llamaron de la floristería y vuelvo a trabajar ahí.

    - Y ¿quién hará la comida?

    Eso era yo para mis hijos, una criada que lavaba la ropa, que además planchaba, cocinaba y aseaba la casa sin derecho a cobrar. Ya había trabajado en la floristería anteriormente, la verdad es que el trabajo se me daba bien y el turno que me habían ofrecido tenía buen horario, trabajaría de ocho a tres, con tiempo suficiente para mis cosas. Los hombres de la casa tampoco estaban enterados, lo supieron esa noche, luego del jamón y los huevos.

    - Dinero es dinero – así dejó Alejandro claro, que estaba de acuerdo con que volviera a trabajar, le hice una cara de asombro, ante el ánimo tan descomunal que mostraba por aquello. Luego se fue a la sala, encendió la televisión y se puso a observar un partido de fútbol que por la claridad del día no era de aquí.

    - Recuerda – le dije a Deborah – no busques un hombre que cubra tus necesidades como mujer, no lo vas a encontrar.

    - Y ¿yo? – dijo Gabriel, que estaba jugando con una de las rebanadas de jamón – imagino que tampoco me ves cumpliendo las expectativas.

    Miré a Alejandro, ido en aquel partido, luego lo miré a él. Quizás el problema en sí no era que Gabriel fuese hombre, bueno, ese era un problema. Pero el problema más grave es que no tenía el mejor ejemplo a seguir.

    - Hablaremos cuando tengas novia ¿te parece? – no pareció muy convencido y entonces se levantó, fue donde estaba Alejandro, se sentó con él y ambos se quedaron dormidos mirando el juego.

    Deborah recibió una videollamada de una de sus amigas para invitarla a una fiesta y yo busqué ropa para mi primer día de trabajo. El amanecer encontró a Alejandro con dolor de espalda por dormir en el sillón, a Gabriel con la cabeza en los regazos del papá, al televisor encendido con un programa de aeróbicos, a Deborah bailando sin música en la puerta de su habitación y a mí arreglándome las cejas para ir a trabajar. Ojalá los hombres cumplieran las expectativas que las mujeres tenemos sobre ellos, pero esas cosas, pasan muy rara vez.
  9. - ¿Qué? ¿Qué pasó con Gabriel?

    - Lo que tenía que pasar – le dije tranquilamente a Cristina – va camino al quirófano.

    - ¡Qué terrible! – sacó algunos polvos de maquillaje y comenzó a pasarlos por su rostro – nunca se sabe cuándo te tocará la suerte de un doctor guapo - yo aproveché para hacer lo mismo, no por romance, si no, porque una mujer debe andar siempre hermosa.

    - ¡Chicas! – era Angélica - ¿qué diablos están haciendo aquí?

    Así comencé a contarle los detalles de aquel día que nos habían llevado a Cristina y a mí a estar en licras en el hospital. Pero aquello no era todo, resulta que a la mamá de Angélica le iban a practicar una ureteroscopia para despedazarle las piedras mediante láser, había un espacio y dado que las piedras estaban avanzadas, el médico procedió de una vez.

    - Esto es trágico – comentó Angélica – dos tragedias en medio de nosotras – Cristina y yo asentimos con la cabeza mientras mirábamos al techo.

    Entonces las tres encontramos una manera de pasar aquellos ratos tan amargos, Cristina sacó un papel doblado que llevaba en el bolso, yo saqué un lapicero y comenzamos a contar la cantidad de doctores que se ajustaban a nuestros gustos femeninos. Los primeros tres que pasaron frente a nosotras, ni siquiera entraron en la lista de reemplazos. El primero era un anciano que seguramente estaba allí terminando de pagar los estudios de algún nieto, porque hace muchos años que tuvo que cobrar la pensión. El segundo era un caballero de pobre andadura que aparentaba llevar consigo el espíritu de la pereza. El tercero podría haber sido la inspiración para que Carlo Collodi hubiese inventado la historia de Pinocho.

    - ¡Gloria a Dios! – y acto seguido arqueó la cabeza. Las dos seguimos la mirada de Cristina y confirmamos sus palabras. Aquel doctor hubiese servido para que las tres nos sintiéramos mujeres – eso es lo que ocupo para terminar de consumar el divorcio, un revolcón con un hombre así.

    - Pásamelo cuando termines – añadió Angélica – yo lo puedo ayudar en lo que quiera.

    Y en eso, en medio de la puerta, apareció Alejandro, con las manos metidas en los bolsillos, la camisa por fuera del pantalón y una barba mal rasurada. Se acercó donde estábamos no sin antes rodear con la mirada a una de las enfermeras cuya tanga se hacía notar en su trasero.

    - Señoras – y buscó silla junto a nosotras. Así se acabó el juego que llevábamos con papel y lapicero. Entonces, Cristina me metió un pellizco en la pierna, frente a nosotras estaba un dios pelirrojo, de unos veintiséis o veintiocho años, preguntando por la mamá de Gabriel, yo me pasé la mano por el cabello, di un salto y me reporté con él.

    Todo había salido bien, el ángel, digo, el doctor había sido quien operó a Gabriel y durante las próximas dos semanas yo debía fungir como enfermera, quizás menos tiempo, pero eso era relativo. A Angélica le tocó el mismo empleo, su mamá salió sin mayor problema. Camino a la casa le hice notar a Alejandro la manera estúpida en que las tres lo habíamos agarrado mirándole el trasero a aquella enfermera que con seguridad no pasaba de los veinticinco, una chiquilla para alguien como él. Lo peor, porque había cosas que empeoraban aquello, como si él no tuviera mujer en casa, como si yo, no estuviera en mis mejores años. Todos los hombres no son iguales, eso lo habíamos constatado en el hospital, hay hombres de hombres y existen mujeres que, como yo, debemos observar a nuestros esposos haciendo el ridículo frente a nuestras amigas.
  10. - Amor, acuérdate que hay que ir a comprar algo de carne, porque si no, no comemos en la noche.

    - Y ¿qué hago? – le respondí a Alejandro de la manera más amable que pude e hice una mueca al teléfono – no puedo partirme en cinco.

    - Yo te digo, porque seguramente llego tarde.

    - ¡Entonces que no coman! – y terminé la llamada antes de que pudiera responderme cualquier cosa.

    El gimnasio estaba apenas con un par de personas, muy poco movimiento para un viernes en la tarde. Aunque el almuerzo acabara de pasar hacía apenas un rato. Ninguna de las chicas había llegado hoy. Angélica estaba en una cita con su madre, al parecer la señora está padeciendo de piedras en los riñones y están por definir la fecha para operarla. Tampoco ha llegado Cristina, pero ya sabía que no vendría hoy, a esta hora debe estar dando su firma para divorciarse, su marido es uno de esos hombres que no aprovechan la mujer que tienen en la casa y se la pasan jugando de casanova. Terminó enredado con una muchacha de veintidós y resulta que la desgraciada ha quedado embarazada ¡Válgame, Cristo redentor!

    - Llegué, tarde, pero llegué – era Cristina, enfundada en una malla roja y quitándose la camiseta gris que llevaba, para quedarse en ropa de gimnasio.

    - ¿Qué haces aquí? No esperaba verte, imaginé que estabas firmando.

    - Ya fui, pero muérete de la risa – se acercó y nos sentamos en una banca – el muy idiota se puso a llorar porque resulta que abrió los ojos como por arte de magia y se dio cuenta de que el matrimonio es algo importante en su vida.

    - ¡Qué imbécil! Y tú ¿qué le dijiste?

    - Le pedí la copia del acta al abogado, firmé y me vine.

    Nos quedamos hablando todavía unos minutos más y luego comenzamos a ejercitarnos. Llevaríamos cerca de diez minutos cuando el teléfono comenzó a sonar. Era Gabriel, dejé que sonara dos veces más y luego finalicé la llamada. Ocupaba que el sudor comenzara a correr por mi cuerpo, y en eso estaba cuando otra vez, comenzó a sonar el teléfono, esta vez, era Deborah.

    - ¿Qué pasa hija?

    - Es Gabriel, dice que no se siente bien y que necesita que lo recojan en el colegio.

    - ¿Qué tiene?

    - Hasta donde sé, dolor de estómago.

    Puse el teléfono en altavoz, volví a mis ejercicios y continué con la conversación.

    - ¿Qué hago?

    - Nada, que pida una pastilla y vuelva a clases, nadie se muere de un dolor de estómago.

    - Eso le dije yo.

    - Listo, entonces no hay nada más que hablar.

    Cristina asintió con la cabeza, los jóvenes de hoy necesitan mano dura al momento de sus estudios. O eso creí, al menos… media hora después recibí una llamada del colegio, habían llamado una ambulancia, Gabriel iba camino al hospital, aparentemente, con apendicitis. En estas fachas me tocaba otra vez salir en carreras, si por un momento se detuvieran a pensar en una, pero no, ahí iba yo con licras provocativas camino a que posiblemente operaran a mi hijo. No gano para lo que me toca correr.
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  11. Veinte años. Ese es el tiempo que llevamos de matrimonio Alejandro y yo, ¿feliz? No conozco a nadie que sea feliz durante tanto tiempo, eso de la felicidad a largo plazo ha de ser un mito tan grande como el minotauro, la Biblioteca de Alejandría o el chupacabras; alguien lo inventó para darse aires de maravilla y el resto de la humanidad lo tomó como un canon, eso debe ser.

    Con todo y todo, ratos buenos, regulares, malos y pésimos… Alejandro y yo hemos logrado concebir dos bellos hijos: Deborah, que es la mayor y recién cumplió sus diecisiete primaveras, está en el último año de secundaria, camino a la universidad, con excelentes calificaciones que de seguro heredó de mi lado familiar, porque del lado paterno no es mucho lo que se puede rescatar ni en cuestión de estudios ni de vidas como ejemplos a seguir. Gabriel es el menor, tiene catorce años y es el vivo ejemplo del padre, despreocupado por los afanes de la vida, aficionado a sufrir cuando es temporada de exámenes, le da lo mismo ser primer promedio de su clase o dejar los pelos en el alambre, como se dice popularmente.

    Este hermoso núcleo familiar lo completamos mi esposo y yo, Nazareth, para servirles. Alejandro es oficinista de lunes a viernes, de siete de la mañana a cuatro de la tarde, árbitro de fútbol los fines de semana, aunque lo ejerce desde el sillón de la sala, crítico de cine cuando mira películas en la televisión y observador mudo de las faldas que se asoman por la calle cuando salimos. No sé cómo hace para pasar viendo la misma cosa todos los días en el trabajo, dice que está bien ahí, pero aquí entre nos, tampoco es de aspirar a mucho. A sus cuarenta y dos años se ha descuidado un poco con el peso, y tiene canas, se deja la barba durante dos semanas y luego cuando se acuerda, se da un par de navajazos que seguramente aprendió en alguna vida anterior siendo un pirata.

    Luego estoy yo. Treinta y ocho años, bien cuidada para mi edad, cabello café, un metro sesenta y tres de estatura, soy lo que en el ambiente lujurioso llaman una milf. Muchas muchachas desearían tener mi aspecto cuando cumplan mi edad.

    Hay dos cosas que en esta familia nunca pasarán de moda por más que llegue el fin del mundo. La primera es la belleza de las mujeres, ingrato es el que no se dé cuenta de eso. La segunda, la fe y la religión como base de una familia que ha crecido al amparo de Dios, que así sea por los siglos de los siglos.

    - ¡Mamá! – se supone que Gabriel no estaba en la casa.

    - Aquí estoy ¿qué necesitas, tesoro de mis arrullos?

    - ¿Has visto la tarea de matemáticas? – respiro profundamente – no la encuentro en el bolso.

    - Y ¿qué quieres? Fíjate donde guardas las cosas en ese desorden que tienes en el dormitorio, si fueras un poquito ordenado la encontrarías.

    Diez minutos más pasaron, la maldita tarea nunca apareció, tuve que correr para ir a dejarlo al colegio y cuando llegamos, justo cuando se bajaba en el portón, recordó otra cosa.

    - También tenía que entregar el trabajo de Ciencias, yo creí que era para el lunes.

    Así me recibió el viernes, así recibí al fin de semana.
  12. Día 1. Sé que tengo los ojos cerrados, eso lo tengo totalmente claro, tan claro, como sé que estoy solo en este lugar. Sea donde sea que me encuentre, no tiene buen aspecto. Lo describiré tan triste como está, las paredes son de hielo, el techo es una llama viva, tan potente que no entiendo cómo el hielo no se derrite, no distingo puertas, ni ventanas. No me pregunten cómo puedo describirlo si tengo los ojos cerrados, el piso es de piedra, parece de río, aunque por como luce, hace mucho tiempo que no recibe algo de agua. No puedo distinguir nada a través de las paredes. Tampoco hay decoraciones, aunque podría contar como decoración un pozo de sangre que está en la esquina opuesta de donde me encuentro. Aquí, el silencio es aterrador.


    Día 13. No me pregunten quién, pero cada cierto tiempo se escucha una voz estridente que pronuncia siempre la misma frase “día concluido”, de ese modo llevo la cuenta y sé que han transcurrido trece días. Ciertamente da lo mismo, porque continúo con los ojos cerrados, pero el pozo de sangre ha aumentado de tamaño paulatinamente. No he sentido hambre, eso es bueno, supongo. La llama, al igual que la sangre ha aumentado su tamaño, en menor medida, pero es evidente que su luz es mayor, podría ser una ilusión, no estoy seguro.


    Día 27. No tengo cuerpo. Desconozco la materia de la que estoy hecho, pero no tengo un cuerpo, al menos como lo tuve cuando fui humano, y digo fui, porque no sé tampoco lo que soy en este punto. Comienzo a tener hambre, pero temo que solamente sea algo mental, un juego cruel de mi cerebro, porque de alimentarme, no sabría dónde se iría la comida, ni sé qué alimentaría. Por eso guardo la hipótesis de que sea mental, no puede ser físico.


    Día 49. Justo ahora estoy escuchando un continuo martilleo, lo que me incita a dos interrogantes: ¿dónde se produce ese martilleo? Y la segunda y quizás la más importante ¿Quién produce ese martilleo?, porque con esta segunda, pierdo la idea de que me encuentro solo, alguien debe producir el ruido, no es posible que se produzca en la nada. Ese martilleo me alienta, porque significa que este sitio sobre el cual no tengo certeza alguna de lo que sea… tal vez… y es solo un tal vez… tenga salida.


    Día 75. Trato de ya no darle tanta importancia a los sonidos, gemidos, crujidos, martilleos, que puedan producirse aquí. Pero tengo noticias, no sé si buenas, o malas. Hace tres, cuatro o seis días, no sé… logré abrir los ojos, lo sé porque tengo la sensación de eso. No es que me haya servido de mayor cosa, sin embargo, ahora soy consciente de algo. La sangre ha cubierto el piso en su totalidad, alcanzando una altura de aproximadamente un centímetro ¡nada serio! Dirían algunos ¡un centímetro! Pero si tomamos en cuenta lo que esa medida representa extendida por toda la habitación, cabrá para el lector algún indicio de la sensación y el horror al ver este espectáculo. Haré anotación también sobre el techo, porque la llama que flameaba, ahora se ha dividido en varias de menor tamaño, que, no obstante, producen más calor.


    Día 139. Han surgido formas ¡sí! ¡formas! En medio de la sangre. Algunas demasiado abstractas, otras tan claras como el agua que quisiera beber, aunque no tengo sed. He adivinado la presencia de ranas, gusanos y algunas manos, visibles desde donde estoy. Perdón, no he indicado que estoy flotando, si eso cabe acá, a una altura media entre el techo y el piso, no sé si estoy sujeto a algo, creo que no. La sangre ha ganado alguna altura desde la última vez que hice observación sobre este tétrico escenario.


    Día 200. Es la primera vez que hago anotación en un día par. Aclaro, que estas anotaciones en realidad no tengo ni idea de dónde las almaceno, porque no tengo cuerpo, por lo que, no tengo manos para escribir. Me temo que sea un síntoma de locura acumulada, en vez de una anotación, la verdad, no hace mucha diferencia que sea o no. Pero quiero confirmar que aquellas figuras que otrora eran simples formas han tomado cuerpo y ahora las ranas saltan, las manos poseen brazo y los gusanos comienzan a ascender las paredes de hielo ¿qué pasmoso desenlace me espera en este desgraciado sitio donde me hallo?


    Día 221. El sonido de grilletes y cadenas se suma al caos que yace aquí.


    Día 259. ¿Cómo me llamaba? No recuerdo mi nombre.


    Día 301. ¿Por qué me miran así?


    Día 319. Tienen razón. El mejor truco del Diablo es hacernos creer que no existe.


    Día 400. Los brazos se convirtieron tarde o temprano, en cuerpos completos y dichos cuerpos, se han convertido a su vez en demonios. Las ranas se han reproducido, están por todas partes, los gusanos ahora andan por el techo, sin quemarse. Esta visión es simplemente atroz.


    Día 561. La locura es tal, que escucho un piano con alguna melodía de rock orquestal.


    Día 737. La sangre está casi a mi altura, prácticamente podría tocarla si tuviese manos. Los demonios acercan su rostro y puedo notar la miseria y la ruina en sus almas.


    Día 811. He recuperado el cuerpo, pero lejos de ser algo bueno, es una maldición. Al recuperar el cuerpo, me he dado cuenta de cosas indeseables. Estoy literalmente colgado en medio de la habitación, enganchado por los brazos y las piernas, con ganchos metálicos que me oprimen. Los gusanos se movilizan por mi espalda y puedo sentir donde alguno incluso incuba. Las ranas saltan a mi boca y al escupirlas, los ganchos se aferran con más fuerza a mi piel.


    Día 1000. Hace mucho que la voz que anunciaba los días ha enmudecido, pero aún sigo llevando la cuenta. En medio de la sangre se dibujan números, que han sido consecutivos, iniciando la cuenta en el novecientos veintiuno, que fue el día en que la voz se escuchó por última vez. No sé si describir las cosas que me suceden. Los ganchos están aflojándose a pasos agigantados, pero eso no me causa alegría, porque la sangre ¡Oh, Dios! La sangre hierve a borbollones, los demonios sonríen y me lanzan las ranas, los gusanos han causado llagas ensangrentadas en mí, dos ganchos se han liberado ya, mi destino es caer en medio de esa sangre hirviente ¡Dios, clamo a ti en medio de mis agonías! escúchame, ¡Oh, Señor de los desdichados!

    El tercer gancho se ha zafado y estoy sujeto únicamente de mi mano izquierda, la sangre ha comenzado a quemarme, trato inútilmente de subir, pero el hielo me hace resbalar, los demonios tiran con fuerza de mis piernas, el cuarto gancho está cediendo, me desgarra la piel ¡Dios!

    Lo han logrado, me han soltado del último gancho y estoy a su merced, unos me toman por las piernas y otros sumergen mi cabeza en la sangre, me quemo por completo, que alguien corra a ayudarme…

    Estoy cubierto de sangre, pero me siento en mi charco, es más, tan así es, que literalmente estoy en un charco, es un charco de sangre, pequeño, pero sé que crecerá, lo hará y cuando sea lo suficientemente grande, alcanzaremos a aquella mujer que está allá arriba, sujeta por ganchos cerca del techo ¡Sí! ¡la alcanzaremos!, jaja.
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  13. Tienes razón, ¡qué vamos a hacer! Pero hay cosas que yo ni loca te diría en la cara un lunes en plena oficina, aunque cuando pases a mi lado sienta que el mundo es mío, me arrepiento de los momentos que tuvimos a solas y no fui capaz ni siquiera de tomarte la mano, mirarte a los ojos e intentar darte un beso para saber si tú lo aceptabas.

    Y mira que ya van varios amigos que me han jurado que tú no quitarías tus labios, al contrario, que me tomarías el rostro con tus manos varoniles para hacer mejor aquel tímido beso que yo inicié con el rostro rojo por la vergüenza, entonces, en ese momento posiblemente yo colapsaría porque todos mis demonios dejarían de lastimarme y encontraría al fin un momento de paz interior y física que tanta falta me hace.

    No te preocupes, no pretendo que al leer esto hagas algo al respecto, yo también me sincero conmigo misma y aunque quisiera recibir un mensaje tuyo (cosa que nunca pasará) entiendo que nuestras situaciones son completamente distintas. Yo soy la idiota que no se anima a confesar que desde que te conozco, el horario de trabajo es más placentero, no importa que otros lobos anden rondando cerca de mí, mi corazón no se ilusiona con ninguno de ellos, porque entiendo que me miran con deseo de un rato, en cambio, tú eres hombre para soñar algo bonito. Como dije antes, nuestras situaciones son distintas, tienes pareja y se te oye tan feliz cuando hablas de ella que te aseguro que la envidia me lastima el alma.

    De sobra sé que no tengo nada que reclamar, la culpable de mis delirios soy yo. ¿Quieres reír un segundo? En estos años de conocernos he hablado con chicos, con hombres que se creen la gran cosa, algunos mayores, otros menores que yo y sí… he de admitirlo, he tenido algunos desvíos emocionales, tú entiendes… me refiero… he besado a algunos y seguramente intimé con alguien, pero solo fueron eso, desvíos emocionales mientras buscaba huir de la sombra que provoca tu figura en mi corazón.

    También lo sé, lo descubrí en este tiempo, hay personas que llegaron a ti con las palabras erróneas, con malas lenguas, como las vecinas que tenía mi abuela y que se sabían la vida de todo el vecindario, por eso trataste de averiguar las cosas por tu cuenta o al menos, eso me contó un pajarito, sí, ¡ese mismo!, el pajarito que cuando empieza a hablar se acomoda el cabello al tiempo que comienza a sonrojarse y cuyo rostro aun conserva alguna espinilla de su adolescencia recién concluida.

    Me alegra dejar en claro que hay cosas que por estúpida nunca te diré, porque antes de hacer eso, tengo la esperanza de que tú me busques para continuar aquella conversación que quedó pendiente en el ascensor ese día que nos declaramos incompetentes para abrir nuestra boca.

    Me despido, sin saber si estas letras te llegarán algún día y aclaro que este misil lo escribo para sanar heridas que yo misma me hice, ilusionada con que me beses, como si yo nunca hubiese tenido la oportunidad de hacerlo, ¡qué cobarde!, perdón.
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  14. - Cierto, tienes razón, hay nombres que definen a las personas.

    - Pues si es así, Larry, este chico debe haber sido un personaje digno de conocer.

    - Lo era, ciertamente que sí. Era una persona de esas que la vida te pone solo una vez, porque los astros no son para todos – Larry miró a su alrededor, puso voz melodramática y continuó – por eso el mismísimo William Shakespeare usó su nombre para una de sus mejores obras.

    - Romeo – suspiró el otro.

    - ¡Oh, Romeo!, ¡Romeo! ¿dónde estás que no te veo? – y los dos hicieron un minuto de silencio mientras degustaban la cerveza.



    Diario de Bianca, página 23

    De hace mucho tiempo lo conocía, ya van varios años, aunque nunca fuimos de sentarnos a hablar de corrido, un saludo, alguna conversación en el almuerzo, pero fuera de eso, muy poco de lo que yo recordara que hablara con él. Pero en esas pocas veces que conversamos me quedó claro algo, Romeo es un diamante de persona, una exquisitez de educación, un ejemplar que engalana por todo lo alto lo que debe ser un humano. Es alguien simple, tan transparente que no aparenta lo que no es.



    Titular de Noticiero

    Aumenta ola de crímenes en el país.



    Recorte de periódico

    Hombre joven es hallado muerto en Parque Central de Alajuela a altas horas de la noche, no se detalla la presencia de testigos en la escena del crimen.



    Anotaciones de Larry

    Era un tipo de buen ver, un buen partido, la clase de hombre que a una chica le gustaría presentarle a mamá. Me pregunto cuántas Julietas habrán estado rondando cerca en busca de este Romeo.



    Diario de Bianca, página sin numerar

    Creo que cuando por fin nos sentamos a hablar, a pocas personas he conocido con el ímpetu de este muchacho, su disposición, su sonrisa, su elegancia que es lo que más le admiro, porque viste tan bien y sin embargo sigue teniendo pinta de ser un amor de persona. Nada más equivocado que la opinión que tiene de sí mismo, y si como él piensa es cierto, eso de que a muchos no les cae bien, yo no entro en ese grupo, a mí me gusta la gente con energía, con amor por la vida. Es un hombre amable, que se olvidó de llevar su tristeza al frente como carta de presentación, marcado por la vida de sacrificios que llevó en su etapa más joven.

    Pocas veces le veo el color amarillo, ese que simboliza armonía y que tan bien le iría en su armario.



    Encuentro en el bar

    - No entiendo – Larry lo miró con cara de estúpido – si opinaba tan bien sobre Romeo, ¿por qué lo mató?

    - Sabes, pedazo de imbécil – el otro miró atónito – a veces, solo a veces, el ser humano es tan salvajemente animal que vemos en los demás, cosas que nos gustarían reflejar a nosotros.

    - ¿Envidia?

    - No, no tiene que ver con envidia.

    - ¿Qué es entonces?

    - Anhelo… – el otro se quedó sin entender – hay gente que irradia felicidad y cuando nosotros queremos eso para nosotros mismos, no es envidia, es anhelo de ser mejores, hay gente que nos inspira a ser como ellos. Eso se llama: ganas de aprender a vivir.



    Diario de Bianca, página 8

    Imagino que los padres de este muchacho habrán sido ávidos espíritus de la literatura, de ahí debe haber venido su nombre, que significa “peregrino”. Ese significado explica las diferentes etapas que él ha debido superar para llegar hasta dónde está en la actualidad y ser la persona perseverante que es.

    A Romeo lo encontré en un gimnasio y no es que yo vaya a esa clase de lugares, pero cierta amistad me pidió retirar unas cosas y la casualidad es algo tan certero que rara vez no hallamos a quien ocupamos. Ahí estaba ese chico, tratando de entender cosas que habían pasado, fantasmas que se niegan a irse de su vida, amores que naufragan entre las dudas. Tantas veces ha buscado una Julieta y no se da cuenta que Julieta únicamente es una manera de morir, porque así es el amor, una cadena perpetua que llevamos en el alma.

    Salimos charlando del lugar, el reloj casi daba las siete de la noche, a esa hora los sonidos son más leves, las nubes se detienen casi por completo para mirar a las personas. Entonces lo entendí, Romeo ya tenía una Julieta, su amor por la vida.

    De repente parecíamos dos amigos de siempre, hablando por aquella acera, contando cosas que nunca diríamos frente a nadie, Romeo me contó de amores que guardaba en secreto y yo le narré algunos pecados que habían llegado por cosas de la vida, por situaciones que nadie espera, pero que llegan.

    Entonces tropezó, resbaló y golpeó una de las rodillas contra el filo de la acera, nos sentamos, me permití mirar para chequear que no fuera grave y le ofrecí una pastilla que llevaba conmigo para el dolor. Todos merecemos que un ángel se aproxime y nos saque de nosotros mismos, se la tomó con total confianza y fue cuestión de unos minutos para que el opio hiciera efecto, quedó aturdido, sin poder levantarse, me pidió entre risas que lo ayudara a llegar a su carro y así lo hice, pero no podía permitirle manejar así que yo tomé el volante, continuó riendo a más no poder y sin querer me empujó de manera que casi me salgo de la vía. Entonces lo empujé contra su asiento.

    - ¡No nos llevemos así! – me gritó.

    Empezamos a discutir y desgraciadamente la paciencia no es uno de mis fuertes. Así que frené el carro, busqué entre las cosas que llevaba en mi bolso, volví a sentarme y giré mi brazo derecho. la bala había atravesado el pecho de Romeo y ya no reía, ahora se quejaba del dolor, metí el dedo en el hueco que había quedado en él y lo abrí con mi mano derecha tanto como pude, con la mano izquierda acomodé la pistola en el lugar que estaba ya abierto, la dirigí hacia el lado derecho de su cuerpo y entonces realicé el segundo disparo. Estuve con él hasta que sus manos dejaron de apretarme y supe que había descansado de sus dolores. Limpié mi sudor, conduje cerca de una hora hasta llegar a la ciudad de Alajuela, di varias vueltas alrededor del parque hasta que no vi a nadie cerca, era casi medianoche. Bajamos, bueno, en realidad bajé yo y luego bajé a Romeo que parecía un borracho sujeto a mi hombro, nos sentamos en una de las bancas que está frente al museo y lo acomodé.

    Quedó acostado en posición tranquila, puse una rosa sobre su pecho sujeta por sus manos y me devolví a la capital. Al día siguiente hablaban los noticieros sobre el cuerpo de un muchacho con una rosa, como si aquello fuera un acto ceremonial o estuviera sacado de alguna novela romántica.
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  15. - Ella era una chica atlética, practicaba deportes, tenía buena salud…

    - Parece que todas las víctimas eran completamente diferentes.

    - No te lo creas – le aclaró Larry tratando de limpiar su tos – no te lo creas. Las personas por más distintas que parezcan tienen muchas similitudes entre ellas.

    - Dime, ¿nadie sospechó que todos se relacionaban?

    - Por más estúpido que te parezca ¡no! – entonces se detuvo para mirar entre el escote de la mesera que servía los tragos - ¡Amén por eso!



    Recorte de periódico

    Se continúa en la búsqueda de Evangeline J. desaparecida desde la mañana del pasado jueves, cualquier información que tenga sobre su paradero, favor comunicarse con las autoridades locales.



    Diario de Bianca, página 3

    Sí, esta chica es bastante noble, en ciertas cosas aún parece inocente, no quiero decir que lo sea, es solamente que lo parece. Las apariencias suelen engañarnos, demasiado, diría yo. Es una mujer deportista, practica varios deportes, entre ellos la arquería que es un deporte de habilidad, fuerza mental y piscología.

    Los sábados acude a una academia y además lleva prácticas en su casa. También es una chica gamer, amante de consolas de videojuegos y sus secretos ha de tener, como todos.

    Me confesó que al principio no le interesaban las charlas, no les encontraba sentido, sus pasatiempos incluían el heavy metal, pero entonces le dije que hasta el heavy metal servía como un rito de motivación si se sabía prestar oído de forma eficiente.



    Apuntes de Larry

    Heavy metal, gamer, deportista. Un emporio multicolor es esta muchacha. Mi consulta es, si eres feliz en tu relación sentimental, si eliminas el estrés con el sexo y el deporte, si socializas de buena manera, ¿qué te lleva a charlas motivacionales? ¿qué secretos esconde alguien que aparenta tener la vida que tantos otros quieren?



    Diario de Bianca, página 17

    Vuelvo con Evangeline, la dejé atrás porque prioricé a otros, pero tengo curiosidad de las cosas que esta mujer parece conversar con ella misma cuando está en silencio. Es el tipo de persona que saluda sin prejuicios a quien quiera, que hace conversación y a quien todos le hacen conversación, siempre tiene disposición para socorrer a un alma. A mí me encantan las personas que son tan dadas a ayudar, yo tengo la misma disposición, Dios nos pide a todos ser apóstoles y eso significa ir por el mundo ayudando al más necesitado, algunos dan comida, techo, abrigo, yo quiero dar libertad, la libertad de no temer a nada y estar cerca de Dios todopoderoso.



    Apuntes de Larry

    Esta chica definitivamente es rara, entendí que vivió esperando un apocalipsis zombie o una mierda de ese tipo, hay gente demasiado chiflada “cu cu cu cu”.



    Diario de Bianca, página 19

    A mí me encanta el deporte, me incentiva a mí misma el mejorar como persona, tanto física como mentalmente.

    Monté mi propio terreno de arquería, en una montaña, a algunos kilómetros de distancia de mi casa, pero para saber qué tanto he afinado mi puntería voy a necesitar a alguien que me ayude con algunas dificultades que tengo, más que todo en la precisión. Evangeline es una mujer bastante corpulenta con respecto a mí, es más alta y eso dificulta emplear métodos simples, por eso he tenido que darle un buen uso a mi cerebro para hallar la manera de contactar con ella.

    Sé que los lunes acude a entrenamientos en el centro de la capital, por lo que de casualidad me ha tocado asistir a la zona justo esa noche. Veamos, según mis cálculos llegué algunos minutos de que ella saliera, y en efecto, la miré salir del estadio y despedirse del resto de sus compañeras. Lo admito, no es la forma más bonita, me puse unos audífonos y salí a correr, al acercarme a donde ella estaba la saludé, me devolvió el saludo y entonces comenzamos a conversar, ninguna de las dos esperaba ver a la otra a esa hora, antes de subir a su carro le ofrecí uno de los dulces que llevaba conmigo, con tan mala suerte que mi memoria olvidó en aquel momento que el caramelo estaba inyectado con somníferos, cuestión de segundos para que hiciera efecto en el organismo, la sujeté con ambos brazos para que no cayera al suelo, la llevé a como pude a mi carro que estaba en la acera del frente y la subí al asiento delantero. Iba profundamente dormida, anduvimos cerca de media hora hasta llegar al campo de entrenamiento, la bajé, aún iba dormida, la senté sobre una silla que estaba acomodada a unos diez metros de una línea que dibujé a base de pintura en el suelo, coloqué un paño alrededor de su boca y esperé a que despertara mientras yo tomaba un vaso de café.

    Cuestión de una hora más o menos y la bella durmiente despertó de su sueño, eran cerca de las diez de la noche.

    - Me di cuenta de que no tengo la agilidad para manejar estas cosas, así que preferí la supervisión de una experta.

    Algo intentó decir, pero el paño estaba tan ajustado que no se escuchaba con claridad. Entonces cargué la primera flecha, pero el lanzamiento salió a varios metros de donde mi profesora estaba sentada tratando de zafarse. El segundo intento, también fallido, pero un poco más cerca, lo que me motivó bastante. Tercer intento, logré atinar en la pierna izquierda, mi esfuerzo estaba dando al fin frutos, volví a cargar el arco, ya más emocionada, atiné sobre el brazo derecho, en ese momento, la chica logró zafarse de ambas manos, pero cuando entre lloriqueos hizo el esfuerzo para levantarse, atiné el quinto intento justo en la sien izquierda, pocos deportes he podido practicar con gente que de verdad sepa lo que está haciendo.

    He de decir que la verdad me dio cierta pereza volver a cargar con el cuerpo y dado que aquella montaña no es tan transitable, me dispuse a cavar una fosa o algo parecido para darle una cristiana sepultura, la tierra estaba suave y cerca del amanecer ofrecí una oración por el descanso eterno de aquella alma, pocos rastros quedaron de la deportista y el Cielo tiene un ángel para que compita en sus campeonatos internos.