131.

Si me preguntaras en dónde permanecen,
cómo es que sucede, cuánto tardan o que sería
de los recuerdos que no llegan a nacer,
esos que naufragan en la conciencia, que se pierden,
que entran en laberintos o en el espacio que queda
entre el aire y la luz, esos que son como una barrera
que te indica que hasta aquí pueden llegar los ojos;
si me preguntaras, no sabría qué responderte.

Pero, quién es capaz de aseverarlo
sin quedar atrapado dentro de algún fragmento,
o inmerso en un río subterráneo que
otorga descanso perpetuo a mentes cansadas de
haber errado el camino varias veces
o de agotar todas las sombras antes de tener
que cruzar al otro lado en un abrazo horizontal;
pero, quién se atreve a cargar la noche en sus pestañas.

Y, ahora, en qué sueños podremos deambular,
qué ciudad podremos inventarnos,
si nada es nuestro realmente, vivimos de prestado,
apenas tendemos a adaptarnos como las pupilas,
pero, aún así, llegamos al punto en que
vivimos con un pie fuera de nuestra propia existencia;
cargamos con recuerdos que desconocemos,
que no nos pertenecen, que nos persiguen sin tregua.

Y, sin embargo, ni siquiera la muerte permanece,
ya los huesos no pueden cargar con todas las culpas;
sentimos que antes del perdón, existir es sufrir.
Estamos y no estamos, somos parte del oleaje.
Y vos seguirás preguntándome,
y yo seguiré sin saber qué responderte.
Pero sólo la ignorancia de corazón es irritante,
la otra, forma parte de la búsqueda.