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Camina

Tema en 'Prosa: Melancólicos' comenzado por Jose Anibal Ortiz Lozada, 20 de Agosto de 2025 a las 5:50 PM. Respuestas: 0 | Visitas: 14

  1. Jose Anibal Ortiz Lozada

    Jose Anibal Ortiz Lozada Poeta adicto al portal

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    Hombre
    Sus pies son polvo y memoria.
    Un vagabundo que carga corazones rotos como si fueran monedas oxidadas en los bolsillos. Nadie sabe su nombre, ni él mismo se atreve a recordarlo. Se nombra con el murmullo del viento, con el ladrido de un perro lejano, con el golpe hueco de sus pasos en un puente.

    Cada corazón roto que lleva no late, pero sangra. Sangra hacia adentro, como si supiera que en el pecho del hombre errante hay espacio suficiente para guardar todo el dolor del mundo. Y él, torpe y luminoso, recoge esas astillas de amor derrotado como quien recoge flores secas en un camino sin dueño.

    Las ciudades lo miran pasar como a una sombra que no paga boleto. Nadie lo espera, nadie lo despide. Los trenes le cierran las puertas en la cara, pero él sonríe con los labios resecos, porque sabe que los trenes no llevan a ninguna parte: el verdadero viaje es a pie, en el silencio, en la intemperie.

    Dicen que una vez durmió en una plaza abrazado al corazón roto de una mujer que nunca aprendió a olvidar. Dicen que otra noche le habló al corazón partido de un niño, y le prometió que algún día los padres no se irían de casa. Nadie sabe si mintió o si en sus palabras había una esperanza remota, pero al niño le brillaron los ojos en sueños.

    Su andar no es simple errancia: es peregrinaje. Camina con la certeza de que cada corazón destrozado es un testamento, un pedazo de evangelio profano que debe ser cuidado. Los lleva como reliquias invisibles, como si fueran semillas negras que germinarán en otro mundo, en otro tiempo, donde los hombres no tengan que romperse para saberse vivos.

    A veces llora. Sus lágrimas no caen: se evaporan antes de tocar el suelo, como si la tierra misma se negara a cargar más dolor. Otras veces ríe con una risa rota, y en ese gesto se descubre que no solo carga penas ajenas, también la suya: una mujer que lo amó un segundo y lo dejó al siguiente, dejándole en la piel un tatuaje invisible de despedida.

    La gente pasa junto a él y no lo ve. Creen que es un loco, un fantasma, un mendigo que habla solo. Pero si se atreven a mirarlo a los ojos, descubren en ellos un espejo: ahí se reflejan sus propias pérdidas, las cartas no enviadas, los besos que se quedaron temblando en los labios, los abrazos que nunca llegaron.

    El vagabundo sigue.
    Camina el mundo como si fuera un páramo interminable.
    No busca destino, ni salvación.
    Su única fe es andar y andar, recogiendo los pedazos de los hombres y las mujeres que amaron demasiado.

    Y en cada paso, sin saberlo, deja un rastro de ternura, un resplandor mínimo: como si su carga de corazones rotos pudiera enseñarnos que del dolor también se hace luz, que hasta la herida más abierta puede volverse camino.
     
    #1

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